Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que separarse de Dilara había sido un error.
Mientras corría, echó un vistazo al paseo de la planta superior, con la esperanza de ver dónde se había escondido la arqueóloga, para ir a buscarla más tarde. Con el visor infrarrojo la vio entrar en una sala. Sorprendido, reparó en la presencia de otra persona, armada, en la tercera planta. A continuación vio a otro desconocido en la primera planta. Ninguno de ellos miraba en su dirección, pero se introdujo en una habitación, donde permaneció agachado. Ambos parecían registrar metódicamente todas las salas. Apartó la lente del ojo y anduvo de cuclillas para echar un vistazo arriba, a la pasarela de la tercera planta, y abajo, a la primera planta. No ver luces le dio a entender que utilizaban intensificadores de luz.
Volvió a mirar por la mira infrarroja. Las imágenes no eran tan concretas como para identificarlas, pero la que estaba en la planta superior le pareció menuda. Una mujer. Svetlana Petrova, la novia de Ulric. Estaba convencido de que el otro era Cutter.
Petrova era la rehén ideal. Podía proponer un trueque por Tyler, o al menos ganar el tiempo necesario para planear cuál sería su siguiente paso y mantener a su amigo con vida, sin que nadie lo cosiera a balazos. Si Grant se acercaba a Petrova por detrás, tal vez podría desarmarla e inmovilizarla.
Subió tan rápido como pudo por la rampa hasta la tercera planta. Oyó anunciar a Ulric por el auricular que quedaban sesenta segundos. Se le acababa el tiempo.
Echó un vistazo asomándose al borde del pasadizo. Ahí estaba Petrova, apenas a doce metros delante de él. Casi había llegado a la habitación donde había visto entrar a Dilara. Si la rusa la encontraba antes de que él pudiera neutralizarla, la arqueóloga estaba muerta. Esa gente no era muy amiga de hacer prisioneros.
Se incorporó y avanzó hacia Petrova, dispuesto a inmovilizarla.
—Desde luego, ha pensado en todo —dijo Tyler—. Incluso en las gafas de visión nocturna. ¿Son de tercera generación?
—Las más nuevas que pudimos encontrar en tan poco tiempo —respondió Ulric—. Asombrosos dispositivos. No necesitamos más que esa hendidura para ver toda la caverna como si estuviera a plena luz del día.
—Ha pensado en todo. Bueno, excepto en una cosa. ¿Y si en realidad no llevo el amuleto en el bolsillo? ¿Y si está escondido en algún lugar del arca?
—No ha tenido tiempo para esconderlo. Y si lo tiene alguno de sus colegas, comprenderán que mi oferta incluye entregarme el amuleto.
—Pero si lo han escondido, podría llevarle un buen rato encontrarlo. El arca de Noé es un lugar enorme.
—Ahora juega de farol.
—Sólo intento que considere la cuestión desde todos los ángulos posibles.
Ulric siguió apuntando a Tyler, y consultó la hora.
—Aún nos quedan treinta segundos. De acuerdo. Tenemos que asegurarnos. —Ulric se dirigió a Brett—: Regístralo, empezando por el bolsillo frontal izquierdo.
Tal como Tyler esperaba que hiciera, Ulric había mordido el anzuelo. También supo que el multimillonario no haría el trabajo sucio, sino que se lo dejaría a uno de sus sicarios.
Brett se acercó a Tyler, quien había visto al guardia empuñar la linterna con la mano izquierda, y la pistola con la derecha. Para registrar su bolsillo tendría que enfundar el arma.
El hombre sacó de su bolsillo el amuleto de Sem, y cuando se lo arrojó a Ulric, Tyler aprovechó la oportunidad. Cuando aquél cogió el amuleto, bajó las manos y asió el chaleco del sicario, cuya linterna cayó al suelo, dejándolos sin luz. Brett golpeó a Tyler en el pecho, pero el ingeniero lo aferró con fuerza y tiró de él para utilizarlo como escudo.
Ulric abrió fuego. En la oscuridad, Tyler sintió que algunas balas pasaban silbando por su lado. Una le alcanzó el muslo, y lo hizo trastabillar, pero con la adrenalina amortiguándole el dolor, no supo distinguir la gravedad de la herida. Su única oportunidad consistía en aferrarse a Brett hasta que pudiera llegar a la hendidura. En cuestión de dos pasos más, Tyler le puso la zancadilla al tiempo que lo arrastraba, y el sicario cayó al suelo.
Tyler se apartó de la hendidura. No disponía más que de dos segundos, porque cuando había empujado a Brett había aprovechado para arrancar la anilla de una de las granadas que llevaba en bandolera.
Rodó sobre sí unos tres metros más con las manos en la cabeza, esperando que su plan no derrumbara toda la caverna.
La onda expansiva lo castigó con fuerza. La granada explotó antes de que Brett tuviera ocasión de levantarse, y por supuesto hizo estallar las demás. Un estruendo ensordecedor reverberó en toda la caverna, y cuando hubo terminado, Tyler oyó derruirse el tramo de pared que rodeaba la hendidura, cerrándola por completo.
Era exactamente lo que deseaba que sucediera. No sólo esa salida quedaba cerrada, sino que desaparecía la luz que se filtraba por ella. Sin una fuente de luz, las cuevas no son simplemente oscuras, sino oscuras como boca de lobo. Es como nadar en un tintero. La clase de gafas intensificadoras de luz que utilizaba Ulric servían bajo un cielo estrellado, incluso con luna nueva, porque por oscura que fuera la noche, las estrellas siempre proporcionaban algo de luz. En una cueva, sin fuentes externas de luz, las gafas de visión nocturna no tenían luz de la que alimentarse. Resultaban inútiles. Ulric, Cutter y Petrova ya no jugaban con ventaja y no tendrían otro remedio que encender las linternas.
Por fin jugaban en igualdad de condiciones.
Cutter esperaba encontrar a Grant Westfield agazapado en un rincón de la habitación, y contaba con abrir fuego sobre él como si fuera un perro, pero no hubo suerte. Tuvo su oportunidad cuando levantó la vista para ver cómo le iba a Petrova. Para moverse con discreción, habían decidido no hablar por radio. Sobre su cabeza, en la rampa, vio una enorme figura que no distaba ni doce metros de ella, la vio levantarse y moverse hacia Petrova con sigilo. Con semejante constitución, sólo podía tratarse de Westfield. Por fin lo tenía en su punto de mira, pero el ángulo no era el adecuado. Quiso asegurarse de alcanzar de lleno a ese cabrón cuando apretase el gatillo.
Westfield no lo vio. Le pasó lo mismo que cuando servía en el ejército: Westfield estaba tan concentrado en su objetivo que no prestaba atención a la retaguardia. Pagaría por ello.
Cutter encontró la rampa y subió de puntillas por ella. Se había deshecho del rifle de francotirador, en favor del subfusil.
Westfield, armado, estaba cerca de Petrova. Tan sólo lo separaban seis metros de él, y tenía su enorme pecho en mitad del punto de mira. Cutter no podía fallar. Quería ver la cara de Westfield cuando se supiera acorralado por él, razón por la que dijo en voz alta:
—Soy Motosierra.
Westfield volvió la cabeza y, a pesar de las gafas de visión nocturna, Cutter pudo ver que lo reconocía.
Una enorme explosión procedente de la posición donde se encontraba Ulric retumbó en toda la cueva. Al mismo tiempo, el visor de las gafas se apagó. Nada. Negritud.
Cutter disparó, pero supo que lo había hecho demasiado tarde. Oyó cómo se hundían las balas en la madera, pero ningún grito de dolor.
Había errado el tiro. Y ahora se había quedado a ciegas.
A Dilara no le gustó tener que esconderse, y la explosión, seguida por el tableteo de las armas, fue la prueba de que no podía continuar allí, esperando a que le dieran caza. Desenfundó la pistola.
Se había refugiado en el armero que había encontrado al registrar la tercera planta. Se había sentido asombrada ante la visión de todos aquellos cuchillos, espadas y lanzas alineados en la pared. Recordó que había arcos también, y una urna con un símbolo púrpura pintado que parecía una figura embozada en actitud de plegaria. El símbolo le había resultado familiar, pero no supo por qué.
Se dirigió hacia el centro de la sala, y echó un vistazo a su alrededor, con la esperanza de que hubiera algo de luz que reforzara la visión en tres dimensiones que le proporcionaba la lente.
Reinaba una oscuridad total. Entonces se encendió una linterna. Al menos, eso fue lo que le pareció, aunque no era más que la luz del frontal de Grant. Se deslizaba por el suelo de una habitación situada a cinco metros de ella.
Fue entonces cuando vio a Petrova lo bastante cerca para tocarla. La rusa disparó a Grant y reculó al mismo tiempo, de tal modo que su espalda acabó topando con el cañón del arma de Dilara. La arqueóloga se llevó tal sorpresa que soltó el arma, pero al verse con las manos vacías hizo lo único que se le ocurrió. Rodeó el cuello de la mujer con un brazo y la arrojó al suelo.
El golpe de la caída bastó para que Petrova perdiera el subfusil. Le propinó un codazo a Dilara, que respondió con un puñetazo contundente. Comprendió que no podría ganar a esa mujer en un combate cuerpo a cuerpo, no sin contar con el elemento sorpresa que había tenido en el
Alba del Génesis.
Giró sobre sí y vio a Grant corriendo hacia ella con la luz del frontal encendida. Entonces cambió de pronto de dirección y lo vio cargar sobre Cutter, que estaba de pie en el borde de la pasarela, apuntándola con el arma. Ambos hombres cayeron sobre la pasarela del piso inferior.
Cuando se volvió hacia Petrova, vio transformada por la ira la expresión de su rostro y comprendió que se trataba de una lucha a muerte. Nadie acudiría a rescatarla. Si quería vivir, tendría que apañárselas por sí sola.
Tyler pensó que era mucho pedir que la explosión hubiese matado a Ulric. Se incorporó, conteniendo la tos para no delatar su posición. Se le había caído el casco, y tanteó el suelo en su busca. Lo rozó con la mano. Se lo puso, aliviado al ver que el sistema de posicionamiento en tres dimensiones seguía funcionando. Pudo ver el arca, pero el sensor infrarrojo había resultado dañado tras la explosión. No sería capaz de ver a Ulric, a menos que encendiera el frontal del casco. Pero en ese caso se convertiría en el blanco de los disparos de ese loco.
Oyó el chasquido metálico de un cargador expulsado de una pistola, seguido por un nuevo cargador insertado y el ajuste de la corredera. Siguió el ruido seco del cerrojo. Al contrario que Tyler, Ulric iba armado hasta los dientes.
—¡Eh, Locke! ¡Idiota! —gritó—. ¿Se da cuenta de lo que ha hecho? ¡Ha bloqueado la entrada! Ahora está cubierta por toneladas de piedra.
Estaba histérico. Mejor. Eso quería decir que ignoraba que la puerta a la caverna que daba al exterior podía abrirse por dentro.
Tyler se irguió, y la herida que tenía en la pierna se manifestó con un pinchazo de dolor. Podía caminar, pero a cada paso que daba sentía un intenso dolor en el muslo.
—¿Satisfecho, Tyler? ¡Ha condenado a la humanidad! Yo quería preservar la raza humana. ¿Acaso no lo ve? No hacemos más que destruirnos. Mi plan era el único modo. Teníamos que empezar de nuevo. ¡Y usted lo ha echado a perder!
Ulric quería oír su voz, quería que Tyler respondiera para poder vaciar el cargador. Pero éste no pensaba morder el anzuelo.
Oyó a Ulric llamar por radio:
—¡Cutter! ¡Svetlana! ¡Adelante! —Repitió sus nombres varias veces, pero nadie respondió.
Tyler avanzó de puntillas con la agilidad que le permitió la pierna herida, y estuvo a punto de caer cuando topó con algo que la imagen en tres dimensiones no le reveló. Se agachó y tanteó su mochila. Llevaba dentro el control remoto, el vehículo y el ordenador portátil, pero no encontró armas.
Se oyeron disparos en el arca, pero no distinguió nada más. El estruendo de la explosión aún resonaba en sus oídos. Tyler se volvió en dirección a los disparos, y creyó percibir una débil luz. Temió por Dilara y Grant, a quienes sabía acosados por asesinos profesionales.
Tal como tenía la pierna, y sin armas, no podía enfrentarse a Ulric. Tenía que trazar un plan. Pensó en el único recurso de que disponía, el vehículo de control remoto, y esbozó mentalmente una estratagema. Era arriesgado, pero podía resultar. Recogió la mochila y se la colgó del hombro.
Tenía que ganar tiempo y distancia. Sacó el ordenador portátil, procurando no hacer ruido. Lo sostuvo como si fuera un disco volador y lo arrojó tan lejos como pudo, hacia la hendidura.
El ordenador alcanzó la pared. Ulric descargó una ráfaga sobre la zona.
Tyler cojeó en dirección contraria, hacia la puerta de salida. El estruendo de los disparos ocultó sus movimientos. Se escudó tras las urnas alineadas contra la pared de la caverna.
—¡Le encontraré, Locke! —Ulric utilizó la linterna para buscar en la caverna, y lo hizo de forma metódica, deteniéndose en cada sala antes de avanzar a la siguiente.
Tyler se movió más rápido, procurando mantenerse por delante del haz de la linterna. Tenía que alcanzar la salida antes de que lo descubrieran.
Pero para que su plan resultara, necesitaba a Dilara y Grant a su lado. No pensaba marcharse sin ellos. No podía gritar, así que tuvo que confiar en que a Grant le funcionara aún la mira infrarroja.
Levantó el brazo por encima de la cabeza mientras caminaba, y, en la oscuridad, hizo señales a su socio.
Grant no podía zafarse de Cutter, no si quería ganar esa batalla.
Aquel tipo era el mejor tirador que había conocido. Alguien capaz de arrojar un cuchillo con precisión. Pero él no le iba a la zaga en el combate cuerpo a cuerpo, y aunque Cutter era un hombretón, Grant era aún más corpulento.
Cuando se precipitaron a la pasarela de la segunda planta, el ex luchador había caído sobre Cutter. Ambos rodaron juntos, y por un instante se le escurrió a Grant. El asesino encendió la linterna y la arrojó a un lado, lejos del alcance de su odiado enemigo, pero lo bastante cerca para que la tenue luz les permitiera verse.
Durante esta acción, Grant pudo rodearle el pecho con un brazo, pero no llegó a hacerle una llave de cabeza. La posición le recordó su época de luchador profesional, aunque ese combate no era precisamente un espectáculo orquestado, y no iba a respetar ninguna regla. Jugaría sucio, y también el otro lo haría.
Golpeó a Cutter en el riñón izquierdo, y éste respondió dándole un pisotón. El dolor le subió por la pierna, y cayó hacia atrás. El asesino le tumbó y se puso en pie. Grant oyó disparos a lo lejos, y deseó que Tyler hubiera eliminado a Ulric.
Cutter desenfundó la pistola. Ya incorporado, el corpulento negro se arrojó sobre él y logró alcanzarlo antes de que lo apuntara con el arma. La inercia hizo que Cutter perdiese la pistola, que voló en el aire, y acto seguido ambos cayeron de nuevo al suelo. Grant volvía a estar sobre él, pero sin agarre para inmovilizarlo, y cuando dejaron de rodar por el suelo dijo al oído de su atacante: