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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (23 page)

BOOK: El bokor
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—Parece que él también tiene un muy buen criterio respecto a usted.

—Nos respetamos mutuamente.

—Incluso sé que se recomiendan clientes uno a otro.

—Eso es injusto decirlo, nunca le he pasado un cliente a Adam, no ejerce como psiquiatra, así que, en este pacto solo hay un ganador, aunque claro, intento pagarle su gentileza de alguna forma.

—¿Alguna dádiva?

—¿Para Adam? —dijo sonriendo— imposible, ese hombre parece desdeñar el dinero. Incluso sé que de joven heredó una pequeña fortuna, pero nadie sabe qué hizo con ella. Quizá la dio a la caridad en la isla donde pasó escondido todos esos años.

—Dígame, doctor Canales, ¿No era muy chico usted cuando Kennedy se fue de América?

—Así es.

—Pero creí entender que era su mentor, digo, como sacerdote.

—En realidad no tendría más de diez años para entonces, era apenas un monaguillo con aspiraciones, pero cuando Adam se marchó, mantuvimos contacto a través de la red y alguna que otra carta.

—Me dicen que esa estancia en Haití fue una mala época para el padre.

—Fue toda su vida y si, no la pasó muy bien. A los pocos días de estar allá comenzó a tener problemas de salud, algunos quebrantos físicos y yo diría que los mas complicados, los mentales.

—¿Puede decirnos algo al respecto?

—Me temo que no, es parte de lo que cabe dentro del secreto paciente-doctor.

—Quizá tan solo algo anecdótico —insistió Bronson.

—Creo haberles dicho más de que debería. Díganme, ¿Está Adam en problemas?

—Como le hemos dicho doctor, tuvo contacto con esos hombres una horas antes de que aparecieran asesinados en la iglesia.

—No estarán acusando a Adam de ser un asesino.

—Por supuesto que no —dijo Bronson— es prematuro para tal cosa. Pero su ayuda sería muy valiosa, nos ayudaría a descartar a Kennedy de una vez por todas.

—Quisiera ayudarles señores, pero no se me ocurre nada que pueda serles de utilidad.

—Aquí está mi tarjeta, si llegara a recordar algo o a cambiar de opinión ¿Podría llamarnos?

—Con mucho gusto agente Bronson —dijo mirando la tarjeta.

Ambos agentes partieron sin haber logrado apenas nada.

Kennedy esperó a que los policías estuviesen lejos para retomar su cita con la contestadora. Presionó el botón y escuchó un siseo que le erizó los vellos de las manos, hacía mucho tiempo no escuchaba algo parecido, hasta que lo oyó de nuevo unas horas antes en su caminata.

La voz era algo pastosa:

«Padre Kennedy, que gusto habernos encontrado esta tarde, ardía en deseos de verlo y hablar con usted. Si está allí levante la bocina… Bien, creo que no puede o quiere hablar, en todo caso quisiera prevenirlo, está usted en grave peligro, lamento no poder decirle mucho más, pero hágame caso, no se meta donde no lo llaman»

Un clic dio por terminada la grabación y Adam Kennedy se quedó pensativo, intentando dar explicación a aquel siseo, tendría que estar volviéndose loco, pero podría jurar que se trataba del mismo que oía en la isla. Se limpió las manos con una toalla limpia y sintió el ardor en sus nudillos, no tenía ánimo para hacer curaciones, así que se recostó en la cama y no tardó en quedarse dormido.

Capítulo XIV

Con aquel siseo que escuchó en la grabación parecieron regresar las espantosas pesadillas que sufría en la isla. Luego de haber estado al borde de la muerte, continuamente sufría de desordenes del sueño, periodos de narcolepsia sin que hubiese consumido ningún medicamento para dormir y en otras ocasiones y también por periodos prolongados, un insomnio que lo devastaba. Todo empezó cuando volvió del valle de los muertos, estar una semana inconsciente parecía haberle dejado sin ánimo para dormir o al menos eso intentó creer en aquel entonces. Durante sus sueños con ronquidos profundos solía ver a la Mano de los Muertos, a veces torturándolo, otras veces sentía la saliva de aquel hombre pasando por sus sienes. Sus pesadillas eran inquietantes, siempre sangrientas, ni un solo buen sueño acudió a sus noches, por el contrario, una pesadilla que parecía repetirse noche con noche lo atormentaba al punto que odiaba las noches. En la pesadilla un ave negra revoloteaba por sobre su cabeza, sus plumas eran de un negro tan intenso que ante una luz mortecina de una bombilla parecía lanzar destellos azules. Se posaba en su cabeza y comenzaba a picotearle el cuero cabelludo, hilillos de sangre comenzaban a correr por su frente, como si se tratara de un Jesús tras ser coronado con espinas. Una especie de canto gregoriano se escuchaba al fondo y el ave detenía su picotear y prestaba atención al canto, luego, volaba asustada por la habitación, chocando con las paredes hasta encontrar una ventana abierta por donde escapar hacia la noche oscura.

Adam se miraba en sus sueños arrodillado frente a una imagen de la Sagrada Familia, con su rostro cubierto de sangre, musitaba una oración, luego, una llama encendía en la imagen que veneraba y amarillas lenguas de fuego consumían la imagen lentamente, como si estuvieran hechas de parafina. Una vez que la imagen de la Sagrada Familia se consumía por completo, la Mano de los Muertos entraba a su casa, llevaba en sus manos un hierro candente de los que se usan para marcar a las reses, podía escucharlo hablar con un siseo muy similar al que produciría una serpiente. Podía ver el rojo intenso de la punta de aquel objeto que coronaba en una gran letra C, intentaba salir de aquel estado narcoléptico pero su cuerpo no le respondía. La Mano se acercaba y sin miramientos apretaba el sello sobre el pecho del sacerdote que podía oír el crepitar de su piel al contacto con el fuego y olía la carne quemada. El dolor que sentía por la quemadura era tan intenso que acababa despertando con la angustia de saber si todo aquello había sido tan solo un sueño o si realmente había sido visitado por aquel demonio.

Aquella noche en la que el hombre del siseo volviera a su vida no logró dormir como necesitaba, la pesadilla de la imagen ardiendo y el pájaro picoteándole la cabeza volvió para atormentarlo. Luego de que Johnson se marchara no esperó más y volvió a la máquina contestadora que insistentemente le recordaba con la bombilla intermitente que tenía un mensaje sin escuchar. Se sentó en el sofá y lentamente llevó su mano hasta el interruptor, miró la sangre que las cubría, se había secado y ahora mostraba un color negruzco. No pudo evitar el pensar en cuanto le dolería arrancar aquella costra que cubría sus heridas. Apartó la mano de la contestadora como si se tratara de un madero ardiendo. Kennedy no era un cobarde ni mucho menos, pocos sacerdotes eran tan osados como él, sin embargo, rencontrarse con aquel hombre que pensó que formaba parte de un pasado al que no quería volver, le hizo sentir un escalofrío en la columna vertebral. Cerró sus ojos y reclinó la cabeza, pudo sentir cómo las manos le temblaban y lo atribuyó a las heridas que se había provocado al golpear el saco de arena. Se levantó y caminó hacia la alacena donde lo esperaba aquel néctar de valor que le permitía enfrentar el sufrimiento en que lo había sumido la muerte de Jean. Abrió la botella de whisky y le dio dos largos tragos que le hicieron sentir la garganta ardiendo y un calor abrasador en el estómago.

—A tu salud —dijo al espejo que le devolvía su imagen cansada.

Quizá debía hacer lo que le recomendara el padre Ryan, ir a la policía y contarles todo lo que sabía de aquel caso, decirles que ya otras veces había visto esa forma de asesinar y que el crucifijo que había aparecido en la escena, cubierto de sangre de aquellos hombres, era el suyo, debía decirles que el fantasma de su pasado había aparecido de nuevo y que sentía ahora más que nunca que aquellas muertes estaban relacionadas con él, mucho más allá de ser dos hombres que habían intentado asesinarlo. Quiso poder decirles que ahora temía que la muerte de Jean, ahogado en su propia tina, no había sido producto de un suicidio como tan rápidamente todos se apresuraron a certificar, sino, que Jean había sido alcanzado por una maldición de un demonio que había viajado con él desde la isla, lo mismo que sus maletas y sus recuerdos mortificadores de aquel lugar abandonado de la mano de Dios.

Una vez más lloró amargamente, lloró de impotencia, lloró por Jean y su muerte trágica, lloró por los largos años en Haití que lo llevaron a perder el brío de su juventud sin que apenas pudiera cambiar nada en aquel sitio. Lloró al recordar a Baby Doc riéndose en su cara cuando le habló de las preocupaciones que sentía por Haití y su gente. Habría jurado que la Mano de los Muertos había estado en aquel despacho presidencial la tarde en que lo recibieron, que se escondía entre las múltiples cortinas color vino tinto que adornaban la oficina de aquel monstruo investido de la presidencia gracias a la sangre que derramó su padre, una herencia que posiblemente él pensaba continuar.

Jean lo había acompañado, fue quien se encargó de hacer los contactos a nombre de la iglesia. Había pasado tan solo un par de semanas desde que volvió del valle de los muertos, se había empeñado en no dejar pasar más tiempo y visitar a aquel hombre que con un decreto podría cambiarlo todo. Aquel día, se sintió animado, se levantó con un mejor semblante y acompañó a Nomoko a desayunar. La misma mama Candau lo había sorprendido cantando y riendo como no lo había hecho desde que llegó a la isla. Toda la mañana la pasó apresurando las labores del día para tener toda la tarde dispuesta para encararse con Duvalier y hacerle ver el camino correcto. ¿Cómo podía aquel hombre negarse a salir con él a recorrer algunas calles de Puerto Príncipe? De seguro él sería capaz de abrirle, con la ayuda de Dios, los ojos a aquel hombre cegado por la ambición y luego, si él mismo se lo pedía, se encargaría de guiar espiritualmente a los ciudadanos de Haití hacia una total victoria de la religión de Dios sobre aquellos ritos paganos que la hundían en la miseria social y espiritual.

Las horas se fueron sin pensar y fue sorprendido por el claxon, Jean lo esperaba afuera en el Jeep destartalado para llevarlo a Puerto Príncipe. Luego de los saludos de rigor, Jean se encargó de contarle durante todo el trayecto la historia del sitio donde sería recibido. Adam lo escuchó sin emitir una sola palabra, solo de cuando en cuando asentía o negaba con la cabeza para que Jean supiera que no estaba dormido con los ojos abiertos. No era sin embargo por falta de interés que guardaba silencio, sino porque lo que oía le corroía el alma.

Jean inició contándole que el Palacio Nacional, sede del Gobierno haitiano, había sido construido sobre las ruinas de los que fueran destruidos durante una rebelión en 1869 y una vez más en 1912 por la explosión en la parte baja que había acabado matando al entonces presidente Cincinnatus Leconte, que había estado en su cargo por apenas un año y un día. La familia del presidente, sin embargo, escapó sin heridas. Todo esto, decía Jean es una especie de maldición que persigue a quienes gobiernan este país.

El actual Palacio Nacional donde sería recibido el sacerdote, distaba mucho de la pobreza que asolaba la isla, fue construido en 1918 y diseñado por George Baussan, un famoso arquitecto haitiano, hijo de un exsenador haitiano que estudio en la Ecole d'Architecture en París y como otros edificios públicos de Haití, el Palacio Nacional de Baussan fue construido con la arquitectura del Renacimiento Francés que se asemejaba a la arquitectura en Francia y sus territorios coloniales durante el siglo XIX, incluyendo el Ayuntamiento de Puerto Príncipe, otra creación de Baussan. El palacio tenía tres niveles y el pabellón de entrada presentaba un frontón pórtico con cuatro columnas jónicas. El techo tenía tres cúpulas, así como algunas buhardillas y todo el edificio resaltaba por su color blanco.

—No se puede negar el buen gusto de los Duvalier —decía Jean— el iniciador del linaje de los Duvalier, François Duvalier era un médico de profesión, fue conocido como ‘Papa Doc’ cuando empezó a interesarse en las cosas del vudú. Papa Doc venció en las urnas en 1957, luego de que el Ejército lo eligiera como el candidato más viable para mantener el estado de cosas prevaleciente. Pero apenas juró el cargo, Duvalier mostró su propio programa político. Depuró el Ejército, arrestó a sus adversarios, cuando no los mandó asesinar claro —sonrió Jean lastimeramente— e instauró un régimen de terror que se cobró miles de víctimas a manos de los tristemente célebres ‘tontons macoutes’.

Kennedy le lanzó una mirada que dejaba ver a las claras que desconocía el término.

Sin quitar los ojos del camino, Jean prosiguió el relato sin detenerse a pensar en las causas del mutismo de su compañero.

—Los abusos de potencias extranjeras y de presidentes corruptos han sumido a este país en una miseria total y en una espiral de violencia anárquica basada en una ley nada más: la del más fuerte. Esto es la jungla, padre Kennedy. La primera mitad de este siglo fue un hervidero político en Haití. Las diferencias políticas entre la élite, que no eran de raza negra como usted podrá suponer, se resolvían de forma violenta.

Cuando yo no llegaba aún a los quince años, en 1956 fue electo presidente el Dr. Francois Duvalier a través de una campaña favorable para las grandes mayorías desposeídas de ese país y de raza negra. Duvalier era de los poquísimos haitianos que tuvieron la oportunidad de seguir estudios universitarios y luego de los aún más pocos en terminarlos y poder estudiar en el extranjero. Durante su primer año y medio de gobierno, Papa Doc inició cambios estructurales en Haití para quitarle el poder a las élites y formar un país más inclusivo. Recuerdo que mi padre trabajaba para las fuerzas armadas, ya que era uno de los pocos oficios que permitían vivir más o menos con dignidad. Él hablaba muy bien de Papa Doc y sus deseos de reformar Haití. Sin embargo, las élites, como suele ocurrir, colaboraron con las fuerzas armadas para darle un golpe de estado militar en 1958, sin embargo fallaron.

Fue después de este fallido intento de golpe que Duvalier inició su transformación de presidente electo a un dictador tiránico. Papa Doc se dio cuenta que no podía confiar en el ejército y decidió reciclarlo. Creó las Milicias Voluntarias de la Seguridad Nacional que fueron llamados los tonton macoutes. Mi padre fue uno de ellos por un tiempo, este nombre se refiere a una leyenda popular del Tío con costal, una especie de «ogro» que se roba a los niños mal portados. Los tonton macoutes se hicieron cargo de las fuerzas armadas cuando Duvalier mandó a ejecutar a los altos mandos militares. Se declaró presidente vitalicio de Haití y fue así cuando inició un régimen de terror que duró hasta su muerte hace poco y que para serle sincero no me parece que vaya a cambiar con su hijo en el poder.

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