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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (52 page)

BOOK: El bokor
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—Puede ser, aunque el tipo es un cobarde, dudo que por su cuenta haya abierto la tumba y sacado al cadáver para dejarlo quién sabe dónde.

—Presiento que si encontramos a uno, daremos con el otro.

—Pónganse entonces a buscar, deben encontrar a Jeremy y al chico Bonticue, antes que la policía.

—¿Qué hay de Trevor Bonticue?

—Yo me encargaré de él. Por el momento está preocupado por la mala publicidad que puede darle todo este asunto. Todos zombis pueden venirse abajo si su hijo luce involucrado con todo esto. Ya era un problema su adicción para que ahora tengamos que sumarle el ser un profanador de tumbas.

—¿Cómo debemos proceder al encontrarlo?

—Es preciso saber qué ha pasado con el cuerpo de Jeremy, dar con él y eliminar cualquier rastro que pueda involucrarnos en su muerte.

Capítulo XXXV

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Baby Doc había heredado de su padre el deseo de poder y la manifiesta intención de utilizar la religión como un emblema de su carácter divino y la naturaleza real de su mandato. Se sentía un rey más que un presidente o dictador y el pueblo, en buena medida, aceptaba aquel carácter en el jovenzuelo. La Mano de los Muertos era uno de varios santeros al servicio de Duvalier que al igual que los tontons macoutes tenían la venia presidencial para hacer lo que quisieran. En la isla todo parecía ser el fruto de una anarquía controlada y promovida por Baby Doc y su grupo de incondicionales que veían incrementadas sus fortunas gracias a la colaboración internacional. Cada extranjero que llegaba a Haití procedente de un país poderoso era visto con reservas de que fuera un espía que pudiera cerrar la llave de aquellos ingresos y como tales eran tratados, al principio con mucho tacto y luego tendiéndoles trampas que los desacreditaran ante la comunidad internacional. Ese había sido el destino de Strout, Barragán, Casas y otros hombres que como Kennedy habían llegado con la esperanza en sus maletas solo para darse cuenta de que los hombres de Dios eran una inmensa minoría en aquel sitio.

Adam Kennedy no tenía ni cinco minutos de haberse marchado en su primera visita a la mansión, cuando Duvalier llamó a Amanda Strout:

—Señorita Strout, necesito de sus servicios.

—¿En que puedo serle útil señor presidente? —dijo entrando sin mostrar mucho apuro.

—El sacerdote, he visto que se siente atraído hacia usted.

—Supongo que no habré pasado desapercibida luego de las groserías que ha dicho usted respecto al tesoro entre mis piernas.

Baby Doc se limitó a sonreir con una cara libidinosa.

—¿Qué desea que haga? —dijo Amanda después de un embarazoso silencio en que el chico no apartaba la vista de sus senos.

—Deseo que se haga usted amiga de él y me diga si es alguien peligroso para los intereses de Haití.

—¿De Haití o de los suyos?

—Da igual, mis intereses son los de Haití. Necesito saber qué se trae entre manos el curita.

—Por lo poco que he podido averiguar de él y el escaso tiempo en que hablamos en el despacho me parece que sus intenciones son buenas, desea ayudar al pueblo y prevenirlo a usted…

—Ya me lo ha hecho saber, desea que me deshaga de Doc.

—No tengo que decirle que siento lo mismo.

—La Mano de los Muertos no es alguien a quien deba temer, está a mi servicio lo mismo que lo estuvo al de mi padre.

—En el pueblo se dice que ese hombre lo manipula a usted y que también lo hacía con su padre, que una especie de hechizo había transformado a Papa Doc en un dictador cuando en un principio era un hombre del pueblo.

—Tonterías. Los campesinos creen en todas esas cosas y he de decirle que está bien que lo hagan, pero esperaba que una persona culta como usted supiera que en mucho los poderes que se le presumen a La Mano son puras supercherías.

—No me preocupan sus artes, sino sus intenciones. Ese hombre es peligroso en extremo y usted no debería confiar en él.

—No se preocupe usted por La Mano, yo sabré manejarlo. Preocúpese por el sacerdote.

—El padre Kennedy apenas si ha llegado a la isla y no sabe cómo se manejan aquí las cosas, pero pronto se dará cuenta que es inútil luchar contra el status quo que impera en Haití.

—Espero no se sienta usted atraída por el padre Kennedy.

—Es un hombre apuesto e interesante, pero no debe usted preocuparse por eso.

—Bien. Como le decía, necesito que de alguna forma se acerque usted a él y averigüe sus intenciones.

—Es un sacerdote, sus intenciones son las de convertir al pueblo al catolicismo.

—Creo que va más allá que eso. Además, está hospedado con mama Candau.

—Veo que está usted enterado de todo.

—Nada de lo que sucede en Haití se escapa de mis ojos y mis oídos.

—Supongo que Doc le ha informado.

—Ha tenido una charla con ese hombre y parece estar preocupado. No es igual que los otros sacerdotes que han venido. Todos ellos han sido fácilmente controlables por sus apetitos y fueron expulsados de la iglesia.

—Pero Kennedy es diferente.

—Hasta ahora no ha demostrado mayores vicios que los que cualquier hombre pueda tener, pero es probable que sucumba a sus encantos.

—¿No estará sugiriendo que seduzca a un sacerdote?

—No creo que eso sea motivo de alarma. Es usted una mujer hermosa y llena de necesidades y él un hombre en plenitud…

—Me ofende usted señor Duvalier.

—No se haga la puritana conmigo, señorita Strout. Haití necesita de sus servicios y debo pedirle que se haga amiga de ese hombre, no he dicho que su amante, pero necesito saber exactamente qué se traen entre manos este hombre y la mama.

—Se preocupa usted mucho de una pobre anciana.

—Mama Candau es más peligrosa de lo que puede suponer. La vieja es hija de unos viejos enemigos de mi padre y sé que no dudará en actuar en mi contra.

—¿El poderoso Baby Doc teme de una anciana y un sacerdote?

—No les temo, pero sería un imbécil si no apago el fuego cuando se enciende un cerillo y no después cuando se ha convertido en un incendio.

—¿Qué desea exactamente que haga?

—Quiero que lo visite en su casa, deje que la anciana la vea. Haremos un poco de ruido en la maleza para que las serpientes se muestren.

—¿Y qué espera usted que haga?

—Algo estúpido que los deje al descubierto.

—Creo no entender para qué necesita a estas personas.

—No puedo ser más explícito por ahora, solo deseo que averigüe las intenciones del sacerdote al venir a la isla.

—Eso pudo haberlo averiguado usted si no lo hubiese tratado con tanta descortesía.

—Adam Kennedy vino a sondearme y no le seguiré el juego. Si hemos de combatir será bajo mis reglas, no las suyas y por ahora no ha hecho nada con que pueda atacarlo.

—¿Y espera usted que yo le brinde esas armas?

—Espero que usted me muestre quién es en realidad Adam Kennedy.

—No espere mucho de mí.

—Haga lo que tiene que hacer.

—¿Desea que lo busque ahora mismo?

—Por supuesto. No hay que dejar que las feromonas que usted ha esparcido pierdan su efecto.

Amanda ya no quiso responder y dio media vuelta para salir del despacho del tirano. Baby Doc se le quedó mirando fijamente y no perdió la oportunidad para dejarle saber lo que pensaba.

—Es usted una mujer deliciosa, señorita Strout, su padre hizo un excelente trabajo. Ahora vaya y haga el suyo.

Apenas Amanda salió de la habitación, La Mano de los Muertos salió de la pequeña oficina donde se hallaba escondido.

—¿Has oído?

—Perfectamente, señor presidente.

—¿Qué piensas respecto a la señorita Strout?

—Nos será muy útil en tanto no termine enamorándose del curita.

—Me encargaré de que eso no suceda, pronto le deben llegar al señor Kennedy los rumores sobre Amanda Strout y su afición por los hombres.

—Eso no quitará que el pobre hombre caiga a sus pies. Es solo un ser humano, ya lo he probado con algunas cosas y sé bien que no podrá resistirse a Amanda.

—¿Qué hay de mama Candau?

—La vieja está controlada en tanto tema por la vida de su nieto.

—Si tus artes no logran el objetivo, puedo enviar a los macoutes a buscarla y dejarle ver que el vudú debe ser solo una de sus preocupaciones.

—Por ahora creo conveniente que tema a mi poder más que a sus hombres.

—¿Hay noticias del libro?

—Ninguna por ahora, pero sé que no se ha destruido, es una obra demasiado preciada por estas personas como para atreverse a destruirlo.

—Te pedí que voltearas la casa de arriba abajo y no lo has hecho.

—El padre de Amanda no lo escondería en un lugar tan obvio.

—¿Estará aún en Haití?

—De eso estoy seguro.

—¿Qué hay de Barragán y el otro sacerdote?

—Están controlados, he dispuesto que los sigan, lo mismo que a Kennedy y a la vieja.

—Deja que del sacerdote se ocupe Amanda.

—¿Confía usted en ella?

—Por supuesto que no, nunca debes confiar en una mujer, de eso pronto se enterará el sacerdote.

—Entonces esperaré noticias al respecto.

—No tardarán en llegar.

Pasados unos días, Baby Doc volvió a llamar a Amanda Strout a su despacho, a la mujer, cada vez le resultaba más repelente la imagen de aquel chico con ínfulas de hombre a quien el destino le había dejado servido aquel país que se sumía en la pobreza más extrema.

—¿Me ha hecho llamar, señor Presidente?

—Si señorita Strout. Quiero informes sobre la tarea que le encomendara.

—Es poco lo que he podido averiguar.

—Sé que se ha reunido usted varias veces con el sacerdote.

—Quizá debería encargarle a las mismas personas que me vigilan el que obtengan para usted la información del sacerdote.

—No quiera pasarse de lista, señorita Strout o tendré que disciplinarla.

—Habla como si me tratara de una niña, quizá dejó usted muy pronto atrás su etapa infantil.

—Duvalier se acercó a la mujer con la mano extendedida, en actitud agresiva y la obligó a lanzarse para atrás un par de pasos.

—¿Me tiene miedo, señorita Strout?

—No dejaré que me golpee, no soy una de sus concubinas.

—Es usted una yegua sin domar y me encantaría darme a esa tarea.

—No lo intentaría si fuera usted.

—¿Cree que una mujer como usted me hará sentir temor?

—No soy como otras mujeres que conoce.

—Sé bien que su padre la educó a la usanza europea, pero aquí esas cosas no funcionan. Tiene usted demasiado desarrollado el cerebro y la mujer debe tener belleza en extremo y poca inteligencia.

—Espero no me haya hecho llamar para darme la mala noticia de que no estoy en sus estándares.

Duvalier rio estrenduosamente provocando molestia en Amanda Strout.

—El sacerdote, señorita, deme su informe.

—Como le decía apenas si he hablado con Kennedy y por lo que sé, no hay nada de lo que tenga usted que preocuparse.

—Eso lo decidiré yo.

—Quizá si me dice más específicamente que es lo que tiene el sacerdote para que usted sienta tanto temor por él…

—No le temo a Kennedy —acusó el golpe Duvalier.

—¿Entonces para qué quiere que lo investigue?

—Creo que el sacerdote está en la isla para algo más que venir a malinformar a la Mano de los Muertos.

—¿Y qué sería lo que busca?

—Un viejo libro —dijo con la mirada fija en la reacción de Amanda.

—En el Vaticano tendrán miles de ellos…

—Es un libro muy especial, su padre sabía de su existencia y estaría tan preocupado como yo de que el sacerdote desee obtenerlo.

—No sé a qué se refiere.

—Puede ser, señorita Strout, pero le aconsejo que se dé prisa en obtener la información que necesito.

—¿Me está usted amenazando?

—Por supuesto que no. Solo deseo evitarle inconvenientes a su amiguito. El sacerdote se aproxima mucho a lo que llamo un enemigo de la nación y no quisiera tener que arrestarlo.

—No lo hará sin meterse en problemas con la iglesia y con su país.

—Ya otras veces han surgido problemas similares.

—¿Se refiere a Casas y Barragán?

—Veo que está enterada.

—Esos sacerdotes no son para nada parecidos a Adam Kennedy.

—Quizá en eso tenga usted razón. Casas y Barragán eran amigos de su padre.

—No sé de donde ha sacado eso.

—Y también lo eran de mama Candau.

—¿Qué tienen que ver mama Candau y los sacerdotes?

—Eso es algo que no le diré de momento.

—Si no es sincero conmigo, no podré serle útil en lo que desea.

—Hábleme de Kennedy ¿Cuál ha sido su interés hasta ahora?

—Está preocupado por la isla y por lo poco que se preocupa el gobierno por atender a los más necesitados. Preocupaciones propias de un hombre de Dios.

—¿Le ha preguntado por su padre?

—Se empeña mucho en hablar de mi padre, señor Presidente. No veo que tiene que ver él en todo esto.

—Solo respóndame.

—Hemos hablado un par de veces de él y de la forma en que murió, nada que me parezca extraño en dos personas que se empiezan a conocer.

—¿Qué hay de los lugareños?

—Le hablan mal de mí, lo sé. Sobre todo el hombre llamado Jean Renaud, parece que no le resulto nada agradable.

—Renaud piensa que es usted un súcubo.

—¿Qué es tal cosa?

—Una especie de demonio que se aparea con los hombres de Dios, pero eso ya usted lo sabe, no finja conmigo.

—Eso es solo por los rumores que usted mismo se ha encargado de propagar por la isla.

—No sé a qué se refiere.

—Lo sabe bien, la gente habla de que soy su amante y todo esto ha sido orquestado por usted mismo.

—Me da usted mucho crédito, señorita Strout, no tengo el tiempo para andar esparciendo ese tipo de rumores.

—Pero sus esbirros si y supongo que la Mano de los Muertos es ideal para ese tipo de cosas.

—Doc no es un mal hombre, creo que usted le tiene muy mala voluntad.

—Es un maldito asesino y usted lo sabe bien.

—Es posible que no sea el tipo de hombre que a usted le agrada, pero Doc no es muy diferente a Adam Kennedy, ambos se valen de la religión para sacar partido a su favor.

—Está usted equivocado.

—¿Cree que Kennedy es mejor persona, solo porque su porte de caballero es mejor que el de Doc? Esperaba algo más reflexivo de su parte.

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