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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (15 page)

BOOK: El bosque encantado
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—Oh, gracias —sonrió Cacharros, y se metió de un golpe dos enormes ciruelas en la boca.

—Y ahora —intervino Cara de Luna cuando todos terminaron de desayunar—, ¿qué hacemos con esos duendes malvados que están en el Resbalón-resbaladizo?

Un castigo merecido

—Ya es hora de que les demos un buen escarmiento a esos malvados duendes rojos —dijo el señor Bigotes, el jefe de los duendes, limpiándose la larga barba con un pañuelo amarillo. Se la había pringado con el jugo de las ciruelas.

En ese momento se llevaron una gran sorpresa. Tras ellos se oyó una voz profunda que decía:

—¡Aja! ¡Aquí hay una buena reunión! ¿Queréis venir conmigo a trabajar al País de los Magos?

Todos se dieron la vuelta, atemorizados. Vieron por encima de ellos a un personaje curioso, inclinándose hacia abajo desde una rama enorme. Era un mago, con ojos verdes que parpadeaban suavemente como los de un gato.

—¡Es el mago Poderoso! —exclamó Cara de Luna, y se levantó para hacerle una reverencia, porque el mago Poderoso era muy poderoso, como indicaba su nombre. Todos hicieron los mismo.

—¿Quién es éste? —susurró Fanny.

—Es el mago más poderoso del mundo —respondió Seditas en voz baja—. Ha bajado por la escalera, lo que significa que el País de los Malvados Duendes Rojos ha desaparecido y ahora el país que está en la copa es el País de los Magos. Siempre están buscando sirvientes, y me imagino que Poderoso ha bajado a ver si encontraba alguno.

—Yo no serviré a ningún mago —se apresuró a decir Fanny.

—No, descuida —la tranquilizó Seditas—. No son personas malvadas. No se llevan a nadie a la fuerza. Sirve de entrenamiento para las hadas que quieren aprender más.

Poderoso parpadeó lentamente y miró al pequeño grupo de personas que tenía ante sí.

—Necesito cien sirvientes para llevarlos conmigo. ¿Quién quiere venir?

Todos se quedaron callados. Entonces Cara de Luna se volvió a lenvantar e hizo otra reverencia.

—Mago Poderoso —empezó—, ninguno de nosotros quiere dejar el Bosque Encantado porque aquí somos muy felices. Tal vez podáis encontrar a otros que quieran acompañaros. Os rogamos que no insistáis en llevarnos a ninguno de nosotros.

—Está bien —aceptó el mago, mirando con sus ojos verdes a cada uno de los allí presentes—, no tengo mucho tiempo. Mi país se irá del Árbol Lejano aproximadamente dentro de una hora. ¿Me podéis conseguir a los sirvientes que necesito? Si lo hacéis, no os llevaré a vosotros.

Todos tenían cara de preocupación, pero de pronto Tom, con una sonrisa maliciosa, dio un salto.

—Mago Poderoso, ¿os servirían de sirvientes unos malvados duendes rojos?

—Por supuesto —sonrió satisfecho el mago Poderoso—. Son obedientes y veloces, pero los duendes malvados no aceptarán venir conmigo. Ellos tienen su propio país.

Cara de Luna, Cómosellama y Cacharros comenzaron a hablar al mismo tiempo. Poderoso alzó la mano para que se callaran.

—Que hable uno solo —ordenó.

—Señor —dijo entonces Cara de Luna—, tenemos unos cien duendes malvados atrapados dentro del tronco de este árbol. Trataron de hacernos prisioneros. Sería un buen castigo para ellos si vos os los llevarais como sirvientes a vuestro país.

—¡Cien duendes malvados! —exclamó asombrado el mago Poderoso—. Esto es muy extraño. Por favor, explicádmelo.

Cara de Luna le contó con todo detalle cuanto había sucedido. A Poderoso le interesó mucho la batalla.

—Iremos a la base del árbol y dejaremos que los duendes malvados salgan de uno en uno —sugirió Tom—. ¡Vamos! ¡Qué sorpresa se llevarán cuando vean al mago!

Todos bajaron del árbol, a la luz del cálido sol de la mañana. Estaban entusiasmados.

Llegaron a la puertecilla que estaba al pie del árbol. Dentro se oía un gran alboroto.

—¡No me empujes!

—¡Me estás aplastando!

Cara de Luna quitó el cerrojo y abrió la puertecilla. Un malvado duende rojo salió volando y cayó sobre un cojín verde de musgo. Se levantó, parpadeó por la brillante luz del sol, y se dio la vuelta para echar a correr. Pero Poderoso lo tocó con su varita y se quedó inmóvil, con cara de susto.

Los malvados duendes rojos fueron saliendo por la puertecilla uno a uno, y a todos los tocaba el mago con su varita. Diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta…

Fanny se echó a reír. Era muy cómico.

—Se merecen este castigo, por ser tan malos —dijo Seditas—. Ellos bajaron por la escalera con la intención de atraparnos, y resulta que son ellos los que han sido atrapados. Poderoso se los llevará a su país.

Los malvados duendes rojos se pusieron en fila, muy tristes y compungidos.

—¡Rápido, en marcha! —ordenó el mago, cuando salió por la puertecilla el último, y todos obedecieron sin rechistar. De nada les serviría tratar de escaparse. El mago les hechizó las piernas, y tuvieron que ir a la copa del árbol y atravesar la enorme nube blanca para entrar en el País de los Magos.

—¡Qué bien que nos hemos deshecho de esa gentuza! —suspiró Tom—. ¡Qué noche más emocionante, lo he pasado de maravilla!

—¡Qué frío hace! —dijo Cacharros temblando.

—¿Frío? —se extrañaron Bessie y Fanny, que notaban el cálido sol de la mañana—. Pero si hace calor.

—Es que no lleva colgados sus cacerolas y sus cazos —explicó el señor Cómosellama—. Me imagino que le sirven de abrigo. ¡Pobre Cacharros!

—No me gusta sin sus cacerolas —dijo Fanny—. No parece él mismo. ¿No podríamos ir a recogerlas? Están tiradas en el suelo, y por todo el árbol.

Todos se ofrecieron a buscar los trastos de Cacharros. Él se alegró mucho al verse otra vez rodeado de sus cacerolas y sus cazos.

Por último le colocaron sobre la cabeza la que siempre usaba como sombrero. Algunas estaban abolladas y dobladas, pero a él no le importó.

—¡Así, muy bien! —sonrió Fanny, satisfecha—. Ahora sí que eres tú mismo. Estabas horrible sin tus cacerolas, como un caracol sin su conchita.

—Nunca he llevado una campanita —dijo Cacharros, tan sordo como siempre.

—He dicho
CONCHITA
. ¡Vaya error! —se rió Fanny.

—¿Olor? —Cacharros olfateó en derredor suyo—. Yo no huelo a nada. ¿Qué clase de olor, agradable o desagradable?

—Hablaba de una conchita —dijo Fanny con paciencia.

—Ah, una conchita. ¿Qué conchita? —preguntó Cacharros. Pero Fanny ya no se acordaba de lo que le había dicho. Sacudió la cabeza y se rió.

—¡No te preocupes! —gritó.

—Tenemos que irnos —dijo Tom—. Mamá ya estará despierta y se preguntará qué nos ha sucedido. ¡Cielos, qué sueño tengo! Chicas, vámonos.

Se despidieron de todos los habitantes del árbol y caminaron para salir del Bosque Encantado. Seditas regresó a su casa, preguntándose qué habría pasado con su reloj, que no había participado en la batalla. Lo encontraron profundamente dormido.

Cara de Luna regresó al árbol, bostezando. Cómosellama y Cacharros subieron por el tronco, pero estaban tan cansados que se durmieron antes de llegar a la casa, y el duende Furioso tuvo que acomodarlos en una rama ancha para que no se cayeran.

La señora Lavarropas también regresó a su casa, decidida a no lavar nada ese día. Pronto todo estuvo tranquilo en el árbol, y sólo se oyeron los ronquidos del señor Cómosellama.

Arriba, en la copa del árbol, en el País de los Magos, los malvados duendes rojos estaban trabajando duro. Recibieron un buen castigo, ¿no es así? La próxima vez no estarían tan dispuestos a hacer prisioneros a los demás.

Cuando los tres niños llegaron a casa, la madre los miró sorprendida.

—¡Qué pronto os habéis levantado hoy! —exclamó—. Pensé que todavía estabais dormidos en vuestras camas. Me extraña mucho que hayáis salido a pasear antes del desayuno.

Durante el día los niños estuvieron muertos de sueño. ¡Aquella noche sí que se acostaron temprano!

—Esta noche no iré al Bosque Encantado ni al Árbol Lejano —dijo Tom al acostarse—. Estaremos unos días sin ir. Es demasiado emocionante.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que regresaran, como ya veréis.

El cumpleaños de Bessie

Una semana más tarde era el cumpleaños de Bessie. Estaba muy contenta porque su madre le había dado permiso para celebrar una pequeña fiesta.

—Invitaremos a todos nuestros amigos del Árbol Lejano —dijo con los ojos brillantes.

—¿Crees que deberíamos hacerlo? —Tom no estaba muy convencido—. Creo que a mamá no le agradará la señora Lavarropas, ni el señor Bigotes, ni el duende Furioso.

—Pero no podemos invitar a unos sí y a otros no —comentó Bessie—. Los que no invitemos se sentirán muy dolidos.

—Es difícil —reconoció Fanny—. Se lo preguntaremos a Cara de Luna y a Seditas, a ver qué nos aconsejan.

Pero la madre no permitió que las dos niñas acompañaran a Tom ese día. Dijo que había mucha ropa para planchar y que tenían que ayudar en casa.

—¡Qué fastidio! —le dijo Fanny a Tom—. Tom, tendrás que ir solo. Pregunta a Cara de Luna y a Seditas cómo podemos hacer la fiesta. No tardes mucho, o nos preocuparemos. Y por favor, no subas a ningún país extraño sin nosotras.

—¡No os preocupéis! —las tranquilizó Tom—. No volveré a visitar ningún otro país que esté en la copa del Árbol Lejano. Creo que he tenido suficientes aventuras para el resto de mi vida.

Echó a andar. Corrió por el Bosque Encantado hasta llegar al Árbol Lejano. Hacía calor esa tarde y no había muchas personas fuera.

Como el sol calentaba con tanta fuerza, no le apetecía subir, así que silbó y la pequeña ardilla roja acudió enseguida a su llamada.

—Ardilla, ¿podrías subir a la copa del árbol para pedirle a Cara de Luna que lance una soga con un cojín, para que yo suba? —preguntó Tom amablemente.

La ardilla subió dando brincos. No tardó en bajar por el árbol una soga, con un cojín atado a la punta. Tom la agarró, se sentó en el cojín y tiró de la soga. Comenzó a subir por el árbol, golpeándose en las ramas.

Fue un viaje gracioso, del que Tom disfrutó. Saludó con la mano al duende Furioso, que estaba sentado a la entrada de su casa. Él miró sorprendido a Tom, pero sonrió al ver quién era. Los búhos estaban dormidos en sus casas. El señor Cómosellama, por primera vez, estaba despierto, y se cayó de la silla al ver a Tom balancearse en el aire, por entre las ramas.

En cuanto lo reconoció, se puso tan contento que se cayó de donde estaba y fue a dar contra Cacharros, que estaba debajo, durmiendo en una hamaca.

—¡Aaaay! —gritó Cacharros—. ¿Qué sucede? ¿Por qué saltas así sobre mí?

—No he saltado —le aclaró el señor Cómosellama—. ¡Mira a Tom subiendo!

—¿Yendo? No me quiero ir —Cacharros se acomodó de nuevo—. No seas tan inquieto.

—¡Dije que por ahí va Tom! —gritó el señor Cómosellama.

—¿Dónde? —preguntó Cacharros sorprendido, buscando por todos lados. Pero Tom ya había subido mucho más, y se reía de lo graciosos que eran el señor Cómosellama y Cacharros.

El señor Cómosellama se acomodó en la tumbona y cerró los ojos. No tardó mucho en roncar. Se oían sus ronquidos hasta donde estaba Tom, muy arriba. Tom esperaba que Seditas lo viera y que subiera a la casa de Cara de Luna, a charlar. Olvidó protegerse del agua de la señora Lavarropas, pero esta vez no le cayó encima a él sino al pobre señor Cómosellama, quien soñó que se había caído al mar desde un barco.

Seditas vio a Tom, y le saludó con la mano. Rápidamente se dirigió a la casa de Cara de Luna. Cuando llegó Tom, se estaba bajando del cojín.

—¡Hola! —saludaron Cara de Luna y Seditas, muy sonrientes—. ¿Dónde están Bessie y Fanny?

Tom les contó los planes para el cumpleaños de Bessie, y la dificultad que tenía para invitar a algunas personas.

—Nos gustaría que vinieran todos —dijo Tom—, pero sabemos que algunos no le caerán simpáticos a nuestra madre. ¿Qué hacemos?

—¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! —exclamó Seditas de pronto—. La próxima semana el País de los Cumpleaños vendrá a la copa del Árbol Lejano, y todos los que cumplen años podrán ir para dar una maravillosa fiesta a sus amigos. ¡Sería maravilloso! La última vez que vino el País de los Cumpleaños, nadie cumplía años, así que no pudimos subir. Pero esta vez Bessie puede invitarnos a todos.

—Me parece muy bien —sonrió Tom—. Yo, desde luego, no querría subir otra vez a uno de esos países extraños, en los que siempre vivimos aventuras desagradables. Hasta ahora siempre hemos escapado, pero quién sabe la próxima vez.

—No te sucederá nada desagradable en el País de los Cumpleaños —le aseguró Cara de Luna—. Es un país maravilloso. ¡Tenéis que ir! No podéis perder esa oportunidad.

—Está bien —aceptó Tom, muy entusiasmado—. Se lo diré a las niñas en cuanto llegue a casa.

—Y nosotros se lo diremos a todos los que viven en el árbol, y también al señor Bigotes y a sus duendes —añadió Seditas—. A Bessie le gustaría que todos fueran, ¿no es así?

—¡Por supuesto! —afirmó Tom—. Pero ¿qué hay que hacer? Quiero decir que si tendremos que preparar la merienda o alguna otra cosa. ¿Y qué pasará con la tarta? Fanny iba a hacer una para Bessie.

—Dile que no la haga —dijo Seditas—. Encontrará todo lo que necesite en el País de los Cumpleaños. ¡Qué suerte tenemos! ¡Qué bien, tener un cumpleaños cuando llega el País de los Cumpleaños!

—El cumpleaños de Bessie es el miércoles —dijo Tom—. Subiremos al árbol entonces. Bueno, tengo que irme. Les dije a las niñas que no me retrasaría.

—¿Quieres un caramelo gafe? —preguntó Cara de Luna.

—No, gracias —contestó Tom—. Prefiero una galleta que estalla.

Se sentaron a comer las galletas y recordaron la emocionante aventura que tuvieron con los malvados duendes rojos.

—Bueno, hasta pronto —Tom se levantó para despedirse. Escogió un cojín rojo, dijo adiós a Cara de Luna y a Seditas, y salió disparado por el Resbalón-resbaladizo. Tom pensó cuánto le gustaría quedarse un día entero en el Resbalón-resbaladizo. ¡Era tan agradable! Salió volando por la puertecilla y cayó sobre el musgo. Luego se levantó y echó a correr hacia la casa.

Las chicas se alegraron al ver que regresaba tan pronto. Cuando oyeron lo del País de los Cumpleaños, se pusieron aún más contentas.

—¡Qué maravilla! —Bessie estaba roja de la alegría—. ¡Qué suerte tengo! ¿Crees que habrá una tarta para mí?

—¡Por supuesto! —exclamó Tom—. Y me imagino que muchas cosas más.

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