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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (3 page)

BOOK: El bosque encantado
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—No lo soy —se defendió Bessie, y subió junto con Fanny y Tom—. No parece que sea muy difícil subir. Pronto estaremos en la copa.

Pero no era tan fácil como pensaban.

Los habitantes del árbol lejano

Los niños no tardaron mucho en quedar ocultos entre las ramas mientras subían hasta la copa. Cuando el señor Bigotes regresó con los otros cinco duendes, ya se habían perdido de vista.

—¡Eh, niños, bajad! —gritaron los duendes mientras saltaban alrededor del árbol—. Os perderéis, o tal vez os capturen. ¡Este árbol es peligroso!

Tom se rió y miró hacia abajo. El Árbol Lejano tenía unas bellotas a la altura de donde él estaba; tomó una y la lanzó hacia abajo, dándole al señor Bigotes en el sombrero, que salió huyendo despavorido.

—¡Alguien me ha disparado! ¡Me han disparado! —gritaba como un loco.

Entonces hubo un silencio.

—Me imagino que tienen miedo de las bellotas. ¡Qué duendes tan graciosos! ¡Vamos, chicas!

—Debe ser una encina porque le salen bellotas —observó Bessie mientras subía. Pero no había terminado de decirlo, cuando se dio cuenta de que a su lado había castañas—. ¡Huy! —exclamó asombrada—. ¡Aquí hay castañas! ¡Qué árbol más original!

—Bueno, más arriba tendrá manzanas y peras —se rió Fanny—. ¡Es un árbol mágico!

No tardaron mucho en subir hasta lo alto. Cuando Tom apartó las hojas para mirar hacia abajo, se asombró al descubrir que estaban en el árbol más alto del bosque. Se veían todos los demás árboles como una extensa alfombra de color verde.

Tom iba a la cabeza del grupo. De pronto gritó:

—¡Chicas! ¡Rápido, venid aquí! ¡He encontrado algo muy extraño!

Bessie y Fanny subieron rápidamente.

—¡Pero si es una ventana, hecha en el árbol! —se asombró Bessie. Todos se asomaron, y de pronto la ventana se abrió y salió un hombrecito, que parecía muy enfadado, con un gorro de dormir sobre la cabeza.

—¡Vaya unos niños más mal educados! —gritó furioso. Parecía una especie de duendecillo—. ¡Todo el que sube al árbol me tiene que mirar! ¡Haga lo que haga, siempre hay alguien que me está observando!

Los niños lo miraron fijamente, sin saber qué decir. El duendecillo se fue y regresó con una jarra de agua. Se la echó a Bessie y la empapó de la cabeza a los pies. Ella gritó, indignada.

—Así escarmentaréis y no os dedicaréis a mirar lo que no os importa —sonrió maliciosamente el duendecillo, y después cerró la ventana de golpe y corrió la cortina.

—¡Qué antipático! —Bessie intentaba secarse con su pañuelo—. ¡Qué hombrecillo más desagradable!

—Será mejor que no miremos en ninguna otra ventana —dijo Tom. Pero era tanta la curiosidad que sentían de ver una ventana en el árbol…

Bessie no tardó en secarse. Siguieron subiendo, y de repente se encontraron con otra sorpresa. Llegaron a Una rama ancha que conducía a una puerta amarilla colocada justo en el tronco del Árbol Lejano. Tenía un pequeño llamador y una campana muy brillante. Los chicos se pararon a contemplar la puerta.

—¿Quién vivirá aquí? —preguntó Fanny.

—¿Llamamos para averiguarlo? —se le ocurrió a Tom.

—No, que no quiero que me mojen otra vez —le interrumpió Bessie.

—Llamaremos a la puerta y nos esconderemos de-Irás de esta rama —propuso Tom—. Si alguien intenta lanzarnos agua, no nos encontrará.

Así es que Tom tocó la campana y se escondieron detrás de la enorme rama.

De pronto se escuchó una voz al otro lado de la puerta.

—¡Me estoy lavando la cabeza! ¡Si eres el carnicero, por favor, deja un kilo de salchichas!

Los niños se miraron entre sí y se echaron a reír. ¡Pensar que un carnicero subía al Árbol Lejano…! De nuevo se escuchó la voz.

—Si eres el hombre del aceite, hoy no necesito. Si eres el dragón rojo, ven la próxima semana.

—¡Ay! —se asustó Bessie—. ¡El dragón rojo! ¡Esto no me gusta nada!

En ese instante se abrió la puerta y apareció una duendecilla. La melena le caía suavemente sobre los hombros mientras se frotaba el cabello con una toalla. Se quedó mirando fijamente a los niños.

—¿Vosotros habéis llamado a mi puerta? —preguntó—. ¿Qué deseáis?

—Queríamos saber quién vive en esta curiosa casita-árbol —dijo Tom, echando una ojeada al interior. La duendecilla sonrió. Tenía una expresión muy dulce.

—Pasad un momento —los invitó—. Me llamo Seditas, porque mi pelo es suave como la seda. ¿Adónde vais?

—Estamos subiendo al Árbol Lejano para saber lo que hay en la copa —respondió Tom.

—Tened mucho cuidado porque podéis encontraros con algo horrible —les avisó Seditas mientras les ofrecía una silla a cada uno en la pequeña y oscura habitación, dentro del árbol—. Algunas veces vienen países magníficos a la copa del árbol, pero otras son espantosos. La semana pasada estuvo el País de Salta-salta, que era horrible. Cuando uno llega allí, tiene que saltar a la pata coja, y todo salta, incluso los árboles. Nada se queda quieto. Es agotador.

—¡Qué divertido! —se rió Bessie—. Tom, ¿dónde está nuestra comida? Vamos a invitar a Seditas a comer con nosotros.

A Seditas le agradó mucho la idea. Se cepilló su bello pelo dorado y compartió los sándwiches con ellos. Sacó una lata de galletas que estaban deliciosas. Al morderlas, estallaban y llenaban la boca de miel. Fanny se comió siete, una tras otra, porque era muy golosa. Bessie la detuvo.

—¡Vas a reventar si comes más! —le reprochó.

—¿Vive mucha gente en este árbol? —preguntó Tom.

—Sí, mucha —replicó Seditas—, aparte de la gente que va y viene. Pero yo siempre estoy aquí, y también el duende Furioso, que vive abajo.

—Sí, lo hemos visto —suspiró Bessie—. ¿Quién más vive aquí?

—El señor Cómosellama, que vive arriba —continuó Seditas—. Nadie conoce su nombre, ni siquiera él mismo, así que le llamamos Cómosellama. Si está dormido, no debéis despertarlo, porque os perseguirá. También está la señora Lavarropas. Se pasa el día lavando y, como tira el agua por la ventana, ¡siempre tienes que tener cuidado para que no te caiga encima!

—Éste es un árbol muy interesante —Bessie comió otra galleta—. Tom, creo que debemos irnos, o nunca llegaremos hasta la copa. Adiós, Seditas. Algún día vendremos a visitarte.

—Sí, por favor —suplicó la duendecilla—. Me gustaría ser vuestra amiga.

Salieron de la agradable habitación redonda del árbol y continuaron subiendo. No tardaron mucho en escuchar un sonido extraño, parecido a un avión.

—¡No puede haber un avión en este árbol! —dijo Tom. Miró en derredor suyo, y entonces vio de dónde venía el ruido. Un viejo gnomo, muy gracioso, estaba acostado sobre una tumbona, en una rama ancha. Tenía la boca abierta de par en par, y los ojos cerrados, ¡y roncaba muy fuerte!

—¡Ése debe ser el señor Cómosellama! —señaló Bessie—. ¡Madre mía, qué ruido hace! ¡No debemos despertarlo!

—¿Le tiro una cereza dentro de la boca, a ver qué hace? —preguntó Tom, siempre dispuesto a hacer alguna travesura. Esa parte del Árbol Lejano estaba llena de cerezas.

—¡No, Tom, no! —suplicó Bessie—. Ya sabes lo que Seditas dijo, que nos perseguirá. ¡No quiero caerme del Árbol Lejano y golpearme con todas las ramas!

Así que pasaron cuidadosamente por donde estaba el viejo Cómosellama, y siguieron subiendo. Durante un buen rato no descubrieron nada nuevo. Los niños no se encontraron con ninguna otra casa o ventana en el árbol pero, al cabo de un rato, oyeron otro ruido, mucho más raro.

Se pararon a escuchar. Sonaba como una catarata, y de pronto Tom adivinó lo que era.

—¡Es la señora Lavarropas, que está tirando el agua de la colada! —gritó—. ¡Cuidado, Bessie! ¡Cuidado, Fanny!

Un cubo de agua jabonosa cayó por el tronco del árbol. Tom lo esquivó y Fanny se protegió bajo una rama ancha. Pero a la pobre Bessie la empapó de pies a cabeza. ¡Cómo gritaba!

Tom y Fanny tuvieron que prestarle sus pañuelos.

—¡Qué mala suerte tengo! —se lamentó, dando un suspiro—. Ésta es la segunda vez que me mojan en el día de hoy.

Continuaron ascendiendo, y pasaron junto a otras puertas y ventanas pequeñas, pero no vieron a nadie más. Observaron que arriba había una inmensa nube blanca.

—¡Mirad! —señaló Tom, asombrado—. Esta nube tiene un agujero, y las ramas lo atraviesan; creo que estamos ya en la copa del árbol. ¿Entramos por el agujero para ver qué país hay arriba?

—¡Sí! —exclamaron Bessie y Fanny, y enseguida se metieron por el agujero.

El país del carrusel

Una rama grande y ancha se torcía hacia arriba, en la copa del Árbol Lejano. Tom subió por ella y miró hacia abajo, pero no podía ver nada, porque había una niebla blanca que giraba como un remolino. Sobre él se extendía la nube blanca, enorme y espesa. Tenía un agujero de color púrpura a través del cual desaparecía la última rama del Árbol Lejano.

Los chicos sintieron una gran emoción. Por fin habían llegado a la copa. Tom subió con cuidado a la última rama y desapareció a través del agujero de color púrpura. Bessie y Fanny fueron tras él.

Donde terminaba la rama había una pequeña escalera que atravesaba la nube. Los chicos subieron los peldaños y, antes de que se dieran cuenta, se encontraron en un lugar diferente, muy extraño, lleno de sol.

Estaban sobre un césped verde. El cielo era de un azul intenso y se oía una melodía sin cesar.

—Tom, ¿no es ésa la música que suena en un carrusel? —preguntó Bessie.

Así era, y de pronto, sin previo aviso, ¡toda la tierra comenzó a girar! Los chicos, como no lo esperaban, casi se caen.

—Ay, ¿qué pasa? —se asustó Bessie. Los tres empezaron a marearse, porque todo, los árboles, las casas, las colinas y los arbustos, daba vueltas. También sentían que ellos mismos se estaban moviendo porque el césped giraba. Buscaron el agujero de la nube, pero había desaparecido.

—¡Toda la tierra da vueltas como si fuera un carrusel! —gritó Tom mientras cerraba los ojos a causa del mareo—. Hemos salido por el agujero de la nube y ahora no sabemos dónde está la copa del Árbol Lejano. Estará en algún lugar de este país, ¡pero quién sabe dónde!

—¡Tom!, ¿cómo podremos volver a casa? —preguntó Fanny, muy compungida.

—Tendremos que pedirle ayuda a alguien —se le ocurrió a Tom.

Los tres chicos se alejaron del lugar en el que estaban. Bessie observó que había pisado un anillo de césped que parecía más oscuro que el resto. Se preguntó por qué. Pero no tuvo tiempo de decir nada, porque era muy difícil caminar correctamente en un país que daba vueltas todo el tiempo, como un carrusel.

La música continuó sonando sin cesar, como si fuera un organillo interminable. Tom se preguntaba de dónde vendría, y dónde estaría la maquinaria que hacía girar el País del Carrusel.

De pronto se encontraron con un hombre alto, que cantaba en voz alta lo que leía en un libro. Tom lo detuvo, pero él continuó cantando. Era muy molesto.

—Ja-didi-jie-didi, derri-derru-dan —gritaba el hombre, mientras Tom trataba de llamar su atención.

—¿Cómo podemos irnos de este país? —gritó Tom.

—No me interrumpas. Ja-didi-jie-didi —cantaba el hombre marcando el ritmo con el dedo. Tom se lo agarró y gritó de nuevo:

—¿Cómo se sale de este país, y qué país es?

—Me has hecho perder el ritmo —protestó el hombre alto, muy enfadado—. Tendré que comenzar otra vez mi canción.

—Por favor, ¿cómo se llama este país? —preguntó Fanny.

—Es el País del Carrusel —contestó el hombre alto—. Pensaba que cualquiera lo habría adivinado. No podéis iros de aquí. Siempre da vueltas, y sólo se detiene de pascuas a ramos.

—Tuvo que ser de pascuas a ramos cuando nos subimos —exclamó Tom—. En realidad la tierra se había detenido entonces.

El hombre se fue cantando a pleno pulmón.

—Ja-didi-jie-didi, derri-derru-dan.

—¡Qué viejo más tonto! —se quejó Fanny—. ¡Nos estamos encontrando con gente muy extraña!

—Lo que a mí me preocupa es cómo volveremos a casa —dijo Bessie—. Mamá se preocupará si no estamos cuando ella regrese. Tom, ¿qué hacemos?

—Nos sentaremos bajo este árbol, para comer un poco —propuso Tom, así que se sentaron y comieron, muy serios, mientras escuchaban la música incesante del carrusel y los árboles y las colinas giraban a lo lejos. Todo era muy raro.

De pronto dos conejos salieron y se quedaron mirando a los chicos. A Fanny le gustaban los animales, así que les lanzó un pedazo de tarta. ¡Cuál sería su sorpresa al ver que uno de los conejos recogía la tarta con sus patas y se la comía como si fuera un mono!

—¡Gracias! —sonrió el conejo—. ¡Es una novedad, después de comer tanto césped! ¿De dónde venís? No os hemos visto antes, pensábamos que conocíamos a todos los de este país. Nunca viene gente nueva al País del Carrusel.

—Y no se va nadie —añadió el otro conejo, mientras miraba a Fanny y estiraba una pata para que le diera un pedazo de tarta.

—¿De veras? —preguntó Bessie, alarmada—. Nosotros somos nuevos aquí, llegamos hace una hora. Hemos subido por el Árbol Lejano.

—¿Qué? —exclamaron los dos conejos al mismo tiempo, con sus largas orejas tiesas por el asombro—. ¿Has dicho el Árbol Lejano? ¿Nos estás diciendo que este país está sobre su copa?

—Sí, así es —afirmó Bessie—. Pero me imagino que, como este país no deja de dar vueltas, la copa puede estar debajo de cualquier lugar, y no hay forma de averiguarlo.

—¡Oh, sí la hay! —se rió el primero de los conejos, muy animado—. Si excavamos un poco y hacemos un agujero, podremos ver dónde está el Árbol Lejano y esperar a que venga de nuevo, cuando este país esté girando sobre él.

—Subimos desde el árbol a un lugar en donde el césped estaba más oscuro —dijo Bessie—. Eso fue lo que observé. ¿Creéis que, cuando el País del Carrusel vuelva a girar, volverá al mismo sitio y nosotros podremos bajar a la copa del árbol?

—¡Pues claro! —gritaron los conejos—. Excavaremos donde el césped está más oscuro y esperaremos a que la tierra gire de nuevo sobre el árbol. ¡Vamos, rápido, no hay tiempo que perder!

Todos dieron un salto y echaron a correr. Bessie conocía el camino, y también los conejos. No tardaron en llegar al campo en donde estaba el anillo de césped oscuro. El agujero que conducía a la nube del árbol ya no estaba. Se había esfumado.

Los conejos comenzaron a excavar rápidamente. Pronto se encontraron con la escalera que comunicaba con la copa del árbol. Entonces hicieron un agujero tan grande que hasta se veía la enorme nube blanca que giraba debajo del País del Carrusel.

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