FABIA: Pues, gallina,
adonde voy yo, ¿no irás?
TELLO: Tú, Fabia, enseñada estás
a hablar al diablo.
FABIA: Camina.
TELLO: Mándame a diez hombres juntos
temerario acuchillar,
y no me mandes tratar
en materia de difuntos.
FABIA: Si no vas, tengo de hacer
que él propio venga a buscarte.
TELLO: ¿Que tengo de acompañarte?
¿Eres demonio o mujer?
FABIA: Ven, llevarás la escalera;
que no entiendes de estos casos.
TELLO: Quien sube por tales pasos,
Fabia, el mismo fin espera.
(Vanse. Salen don RODRIGO y don FERNANDO, en hábito de noche)
FERNANDO: ¿De qué sirve inútilmente
venir a ver esa casa?
RODRIGO: Consuélase entre estas rejas,
don Fernando, mi esperanza.
Tal vez sus hierros guarnece
cristal de sus manos blancas;
donde las pone de día,
pongo yo de noche el alma;
que cuanto más doña Inés
con sus desdenes me mata,
tanto más me enciende el pecho,
así su nieve me abrasa.
¡Oh rejas, enternecidas
de mi llanto, quién pensara
que un ángel endureciera
quien vuestros hierros ablanda!
¡Oíd! ¿Qué es lo que está
aquí?
FERNANDO: En ellos mismos atada
está una cinta o listón.
RODRIGO: Sin duda las almas atan
a estos hierros, por castigo
de los que su amor declaran.
FERNANDO: Favor fue de mi Leonor.
Tal vez por aquí me habla.
RODRIGO: Que no lo será de Inés
dice mi desconfïanza;
pero en duda de que es suyo,
porque sus manos ingratas
pudieron ponerle acaso,
basta que la fe me valga.
Dadme el listón.
FERNANDO: No es razón,
si acaso Leonor pensaba
saber mi cuidado ansí,
y no me le ve mañana.
RODRIGO: Un remedio se me ofrece.
FERNANDO: ¿Cómo?
RODRIGO: Partirle.
FERNANDO: ¿A qué causa?
RODRIGO: A que las dos le vean,
y sabrán con esta traza
que habemos venido juntos.
Dividen el listón. Salen don ALONSO y
TELLO, de noche
FERNANDO: Gente por la calle pasa.
TELLO: Llega de presto a la reja;
mira que Fabia me aguarda
para un negocio que tiene
de grandísima importancia.
ALONSO: ¿Negocio Fabia esta noche
contigo?
TELLO: Es cosa muy alta.
ALONSO: ¿Cómo?
TELLO: Yo llevo escalera,
y ella…
ALONSO: ¿Qué lleva?
TELLO: Tenazas.
ALONSO: Pues, ¿qué habéis de hacer?
TELLO: Sacar
una dama de su casa.
ALONSO: Mira lo que haces, Tello;
no entres adonde no salgas.
TELLO: No es nada, por vida tuya.
ALONSO: Una doncella, ¿no es nada?
TELLO: Es la muela del ladrón
que ahorcaron ayer.
ALONSO: Repara
en que acompañan la reja
dos hombre.
TELLO: ¿Si están de guarda?
ALONSO: ¡Qué buen listón!
TELLO: Ella quiso
castigarte.
ALONSO: ¿No buscara,
si fui atrevido, otro estilo?
Pues advierta que se engaña.
Mal conoce a don Alonso,
que por excelencia llaman
"el caballero de Olmedo."
¡Vive Dios, que he de mostrarla
a castigar de otra suerte
a quien la sirve!
TELLO: No hagas
algún disparate.
ALONSO: Hidalgos,
en las rejas de esa casa
nadie se arrima.
RODRIGO: ¿Qué es esto?
FERNANDO: Ni en el talle ni en el habla
conozco este hombre.
RODRIGO: ¿Quién es
el que con tanta arrogancia
se atreve a hablar?
ALONSO: El que tiene
por lengua, hidalgos, la espada.
RODRIGO: Pues hallará quien castigue
su locura temeraria.
TELLO: Cierra, señor; que no son
muelas que a difuntos sacan.
Retírenlos
ALONSO: No los sigas. Bueno está.
TELLO: Aquí se quedó una capa.
ALONSO: Cógela y ven por aquí;
que hay luces en las ventanas.
(Vanse. Salen doña LEONOR, y doña INÉS)
INÉS: Apenas la blanca aurora,
Leonor, el pie de marfil
puso en las flores de abril,
que pinta, esmalta y colora,
cuando a mirar el listón
salí, de amor desvelada,
y con la mano turbada
di sosiego al corazón.
En fin, él no estaba allí.
LEONOR: Cuidado tuvo el galán.
INÉS: No tendrá los que me dan
sus pensamientos a mí.
LEONOR: Tú, que fuiste el mismo hielo,
¡en tan breve tiempo estás
de esa suerte!
INÉS: No sé más
de que me castiga el cielo.
O es venganza o es victoria
de amor en mi condición.
Parece que el corazón
se me abrasa en su memoria.
Un punto solo no puedo
apartarla dél. ¿Qué haré?
Sale don RODRIGO, con el listón verde en el
sombrero
RODRIGO: (Nunca, amor, imaginé Aparte
que te sujetara el miedo.
Animo para vivir;
que aquí está Inés.) Al señor
don Pedro busco.
INÉS: Es error
tan de mañana acudir;
que no estará levantado.
RODRIGO: Es un negocio importante.
[Doña INÉS y doña LEONOR
hablan aparte]
INÉS: (No he visto tan necio amante.
LEONOR: Siempre es discreto lo amado,
y necio lo aborrecido.)
RODRIGO: (¿Que de ninguna manera Aparte
puedo agradar una fiera
ni dar memoria a su olvido?)
INÉS: (¡Ay, Leonor! No sin razón
viene don Rodrigo aquí,
si yo misma le escribí
que fuese por el listón.
LEONOR: Fabia este engaño te ha hecho.
INÉS: Presto romperé el papel;
que quiero vengarme en él
de haber dormido en mi pecho.)
(Salen don PEDRO, su padre, y don FERNANDO con el listón verde en el sombrero)
FERNANDO: Hame puesto por tercero
para tratarlo con vos.
PEDRO: Pues hablaremos los dos
en el concierto primero.
FERNANDO: Aquí está; que siempre amor
es reloj anticipado.
PEDRO: Habrále Inés concertado
con la llave del favor.
FERNANDO: De lo contrario, se agravia.
PEDRO: Señor, don Rodrigo…
RODRIGO: Aquí
vengo a que os sirváis de mí.
Hablan bajo don PEDRO y los dos galanes.
[Doña INÉS y doña LEONOR hablan
aparte]
INÉS: (Todo fue enredo de Fabia.
LEONOR: ¿Cómo?
INÉS: ¿No ves que también
trae el listón don Fernando?
LEONOR: Si en los dos le estoy mirando,
entrambos te quieren bien.
INÉS: Sólo falta que me pidas
celos, cuando estoy sin mí.
LEONOR: ¿Qué quieren tratar aquí?
INÉS: ¿Ya la palabras olvidas
que dijo mi padre ayer
en materia de casarme?
LEONOR: Luego bien puede olvidarme
Fernando, si él viene a ser.
INÉS: Antes presumo que son
entrambos los que han querido
casarse, pues han partido
entre los dos el listón.)
PEDRO: Ésta es materia que quiere
secreto y espacio. Entremos
donde mejor la tratemos.
RODRIGO: Como yo ser vuestro espere,
no tengo más que tratar.
PEDRO: Aunque os quiero enamorado
de Inés, para el nuevo estado,
quien soy os ha de obligar.
(Vanse los tres hombres)
INÉS: ¡Qué vana fue mi esperanza!
¡Qué loco mi pensamiento!
¡Yo papel a don Rodrigo!
¿Y tú de Fernando celos!
¡Oh forastero enemigo!
¡Oh Fabia embustera!
(Sale FABIA)
FABIA: Quedo;
que lo está escuchando Fabia.
INÉS: Pues, ¿cómo, enemiga, has hecho
un enredo semejante?
FABIA: Antes fue tuyo el enredo,
si en aquel papel escribes
que fuese aquel caballero
por un listón de esperanza
a las rejas de tu huerto,
y el ella pones dos hombres
que le maten, aunque pienso
que a no se haber retirado
pagaran su loco intento.
INÉS: ¡Ay, Fabia! Ya que contigo
llego a declarar mi pecho,
ya que a mi padre, a mi estado
y a mi honor pierdo el respeto,
dime, ¿es verdad lo que dices?
Que siendo ansí, los que fueron
a la reja le tomaron,
y por favor se le han puesto.
De suerte estoy, madre mía,
que no puedo hallar sosiego
si no es pensando en quien sabes.
FABIA: (¡Oh, qué bravo efecto hicieron Aparte
los hechizos y conjuros!
La victoria me prometo.)
No te desconsueles, hija;
vuelve en ti, que tendrás presto
estado con el mejor
y más noble caballero
que agora tiene Castilla;
porque será por lo menos
el que por único llaman
"el caballero de Olmedo."
Don Alonso en un feria
te vio, labradora Venus,
haciendo las cejas arco
y flechas los ojos bellos.
Disculpa tuvo en seguirte,
porque dicen los discretos
que consiste la hermosura
en ojos y entendimiento.
En fin, en las verdes cintas
de tus pies llevastes presos
los suyos; que ya el amor
no prende por los cabellos.
Él te sirve, tú le estimas;
él te adora, tú le has muerto;
él te escribe, tú respondes;
¿quién culpa amor tan honesto?
Para él tienen sus padres,
porque es único heredero,
diez mil ducados de renta;
y aunque es tan mozo, son viejos.
Déjate amar y servir
del más noble, del más cuerdo
caballero de Castilla,
lindo talle, lindo ingenio.
El rey en Valladolid
grandes mercedes le ha hecho,
porque él solo honró las fiestas
de su real casamiento,
Cuchilladas y lanzadas
dio en los toros como un Héctor;
treinta precios dio a las damas
en sortijas y torneos.
Armado parece Aquiles
mirando de Troya el cerco;
con galas parece Adonis…
¡Mejor fin le den los cielos!
Vivirás bien empleada
en un marido discreto.
¡Desdichada de la dama
que tiene marido necio!
INÉS: ¡Ay, madre! Vuélvesme loca.
Pero ¡triste!, ¿cómo puedo
ser suya, si a don Rodrigo
me da mi padre don Pedro?
Él y don Fernando están
tratando mi casamiento.
FABIA: Los dos haréis nulidad
la sentencia de ese pleito.
INÉS: Está don Rodrigo allí.
FABIA: Esto no te cause miedo,
pues es parte y no jüez.
INÉS: Leonor, ¡no me das consejo?
LEONOR: ¿Y estás tú para tomarle?
INÉS: No sé; pero no tratemos
en público de estas cosas.
FABIA: Déjame a mí tu suceso.
Don Alonso ha de ser tuyo;
que serás dichosa espero
con hombre que es en Castilla
"la gala de Medina,
la flor de Olmedo."
FIN DEL PRIMER ACTO
(Salen TELLO y don ALONSO
ALONSO: Tengo el morir por mejor,
Tello, que vivir sin ver
TELLO: Temo que se ha de saber
este tu secreto amor;
que con tanto ir y venir
de Olmedo a Medina, creo
que a los dos da tu deseo
que sentir, y aun que decir.
ALONSO: ¿Cómo puedo yo dejar
de ver a Inés, si la adoro?
TELLO: Guardándole más decoro
en el venir y el hablar;
que en ser a tercero día,
pienso que te dan, señor,
tercianas de amor.
ALONSO: Mi amor
ni está ocioso, ni ese enfría.
Siempre abrasa, y no permite
que esfuerce naturaleza
un instante su flaqueza,
porque jamás se remite.
Mas bien se ve que es león
amor; su fuerza, tirana;
pues que con esta cuartana
se amansa mi corazón.
Es esta ausencia una calma
de amor, porque si estuviera
adonde siempre a Inés viera,
fuera salamandra el alma.
TELLO: ¿No te cansa y te amohina
tanto entrar, tanto partir?
ALONSO: Pues yo, ¿qué hago en venir,
Tello, de Olmedo a Medina?
Leandro pasaba un mar
todas las noches, por ver
si le podía beber
para poderse templar;
pues si entre Olmedo y Medina
no hay, Tello, un mar, ¿qué me debe
Inés?
TELLO: A otro mar se atreve
quien al peligro camina
en que Leandro se vio,
pues a don Rodrigo veo
tan cierto de tu deseo
como puedo estarlo yo;
que como yo no sabía
cuya aquella capa fue
un día que la saqué…
ALONSO: ¡Gran necedad!
TELLO: …como mía,
me preguntó, «Diga, hidalgo,
¿quién esta capa le dio?.
porque la conozco yo».
Respondí, «Si os sirve en algo,
daréla a un crïado vuestro».
Con esto, descolorido,
dijo, «Habíale perdido
de noche un lacayo nuestro;
pero mejor empleada
está en vos. Guardadla bien».
Y fuése a medio desdén,
puesta la mano en la espada.
Sabe que te sirvo, y sabe
que la perdió con los dos.
Advierte, señor, por Dios,
que toda esta gente es grave,
y que están en su lugar,
donde todo gallo canta.
Sin esto, también me espanta
ver este amor comenzar
por tantas hechicerías,
y que cercos y conjuros
no son remedios seguros
si honestamente porfías.