El caballero de Olmedo (2 page)

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Authors: Lope de Vega

Tags: #Drama, #Teatro

BOOK: El caballero de Olmedo
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Aparte

que me habías de llamar!)

¡Ay! Dios os deje gozar

tanta gracia y bizarría,

tanta hermosura y donaire;

que cada día que os veo

con tanta gala y aseo,

y pisar de tan buen aire,

os echo mil bendiciones;

y me acuerdo como agora

de aquella ilustre señora

que con tantas perfecciones

fue la fénix de Medina,

fue el ejemplo de lealtad.

¡Qué generosa piedad

de eterna memoria digna!

¡Qué de pobres la lloramos!

¿A quién no hizo mil bienes?

INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes.

FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos

por su muerte malograda!

La flor de las Catalinas

hoy la lloran mis vecinas;

no la tienen olvidada.

Y a mí, ¿qué bien no me hacía?

¡Qué en agraz se la llevó

la muerte! No se logró.

Aun cincuenta no tenía.

INÉS: No llores, madre, no llores.

FABIA: No me puedo consolar

cuando le veo llevar

a la muerte las mejores,

y que yo me quedo acá.

Vuestro padre, Dios le guarde,

¿está en casa?

LEONOR: Fue esta tarde

al campo.

FABIA: Tarde vendrá.

Si va a deciros verdades,

mozas sois, vieja soy yo…

Más de una vez me fïó

don Pedro sus mocedades;

pero teniendo respeto

a la que pudre, yo hacía,

como quien se lo debía,

mi obligación. En efeto,

de diez mozas, no le daba

cinco.

INÉS: ¡Que virtud!

FABIA: No es poco,

que era vuestro padre un loco;

cuanto veía, tanto amaba.

Si sois de su condición,

no admiro de que no estéis

enamoradas. ¿No hacéis,

niñas, alguna oración

para casaros?

INÉS: No, Fabia.

Eso siempre será presto.

FABIA: Padre que se duerme en esto,

mucho a sí mismo se agravia.

La fruta fresca, hijas mías,

es gran cosa, y no aguardar

a que la venga a arrugar

la brevedad de los días.

Cuantas cosas imagino,

dos solas, en mi opinión,

son buenas, viejas.

LEONOR: ¿Y son?

FABIA: Hija, el amigo y el vino.

¿Veisme aquí? Pues yo os prometo

que fue tiempo en que tenía

mi hermosura y bizarría

más de algún galán sujeto.

¿Quién no alababa mi brío?

¡Dichoso a quien yo miraba!

Pues, ¿qué seda no arrastraba?

¡Qué gasto, qué plato el mío!

Andaba en palmas, en andas.

Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,

¿qué regalos no tenía

de esta gente de hopalandas?

Pasó aquella primavera,

no entra un hombre por mi casa;

que como el tiempo se pasa,

pasa la hermosura.

INÉS: Espera.

¿Qué es lo que traes aquí?

FABIA: Niñerías que vender

para comer, por no hacer

cosas malas.

LEONOR: Hazlo ansí,

madre, y Dios te ayudará.

FABIA: Hija, mi rosario y misa:

esto cuando estoy de prisa,

que si no…

INÉS: Vuélvete acá.

¿Qué es esto?

FABIA: Papeles son

de alcanfor y solimán.

Aquí secretos están

de gran consideración

para nuestra enfermedad

ordinaria.

LEONOR: Y esto, ¿qué es?

FABIA: No lo mires, aunque estés

con tanta curiosidad.

LEONOR: ¿Qué es, por tu vida?

FABIA: Una moza,

se quiere, niñas, casar;

mas acertóla a engañar

un hombre de Zaragoza.

Hase encomendado a mí…

Soy piadosa… y en fin es

limosna, porque después

vivan en paz.

INÉS: ¿Qué hay aquí?

FABIA: Polvos de dientes, jabones

de manos, pastillas, cosas

curiosas y provechosas.

INÉS: ¿Y esto?

FABIA: Algunas oraciones.

¡Qué no me deben a mí

las ánimas!

INÉS: Un papel

hay aquí.

FABIA: Diste con él

cual si fuera para ti.

Suéltale. No le has de ver,

bellaquilla, curiosilla.

INÉS: Deja, madre…

FABIA: Hay en la villa

cierto galán bachiller

que quiere bien una dama;

prométeme una cadena

porque le dé yo, con pena

de su honor, recato y fama.

Aunque es para casamiento,

no me atrevo. Haz una cosa

por mí, doña Inés hermosa,

que es discreto pensamiento.

Respóndeme a este papel,

y diré que me la ha dado

su dama.

INÉS: Bien lo has pensado

si pescas, Fabia, con él

la cadena prometida.

Yo quiero hacerte este bien.

FABIA: Tantos los cielos te den,

que un siglo alarguen tu vida.

Lee el papel.

INÉS: Allá dentro,

y te traeré respuesta.

(Vase)

LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte

FABIA: (Apresta, Aparte

fiero habitador del centro,

fuego accidental que abrase

el pecho de esta doncella.)

(Salen don RODRIGO y don FERNANDO)

RODRIGO: Hasta casarme con ella,

será forzoso que pase

por estos inconvenientes.

FERNANDO: Mucho ha de sufrir quien ama.

RODRIGO: Aquí tenéis vuestra dama.

FABIA: (¡Oh necios impertinentes! Aparte

¿Quién os ha traído aquí?)

RODRIGO: Pero ¡en lugar de la mía

aquella sombra!

FABIA: Sería

gran limosna para mí;

que tengo necesidad.

LEONOR: Yo haré que os pague mi hermana.

FERNANDO: Si habéis tomado, señora,

o por ventura os agrada

algo de lo que hay aquí,

si bien serán cosas bajas

la que aquí puede traer

esta venerable anciana,

pues no serán ricas joyas

para ofreceros la paga,

mandadme que os sirva yo.

LEONOR: No habemos comprado nada;

que es esta buena mujer

quien suele lavar en casa

la ropa.

RODRIGO: ¿Qué hace don Pedro?

LEONOR: Fue al campo; pero ya tarda.

RODRIGO: Mi señora, doña Inés…

LEONOR: Aquí estaba… Pienso que anda

despachando esta mujer.

RODRIGO: (Si me vio por la ventana Aparte

¿quién duda que huyó por mí?

¿Tanto de ver se recata

quien más servirla desea?)

FERNANDO: Ya sale.

Salga doña INÉS con un papel en la

mano. [LEONOR le habla a ella]

LEONOR: Mira que aguarda

por la cuenta de la ropa,

Fabia.

INÉS: Aquí la traigo, hermana.

Tomad, y haced que ese mozo

la lleve.

FABIA: ¡Dichosa el agua

que ha de lavar, doña Inés,

las reliquias de la holanda

que tales cristales cubre!

[Finja que lee]

Seis camisas, diez toalla,

cuatro tablas de manteles,

dos cosidos de almohadas,

seis camisas del señor,

ocho sábanas. Mas basta;

que todo vendrá más limpio

que los ojos de la cara.

RODRIGO: Amiga, ¿queréis feriarme

ese papel, y la paga

fïad de mí, por tener

de aquellas manos ingratas

letra siquiera en las mías?

FABIA: ¡En verdad que negociara

muy bien si os diera el papel!

Adiós hijas de mi alma.

Vase

RODRIGO: Esta memoria aquí había

de quedar, que no llevarla.

LEONOR: Llévala y vuélvela, a efeto

de saber si algo le falta.

INÉS: Mi padre ha venido ya.

Vuesas mercedes se vayan

o le visiten; que siente

que nos hablen, aunque calla.

RODRIGO: Para sufrir el desdén

que me trata de esta suerte,

pido al Amor y a la Muerte

que algún remedio me den.

Al Amor, porque tan bien

puede templar tu rigor

con hacerme algún favor;

a la Muerte, porque acabe

mi vida; pero no sabe

la Muerte, ni quiere Amor.

Entre la vida y la muerte

no sé qué medio tener,

pues Amor no ha de querer

que con tu favor acierte;

y siendo fuerza quererte,

quiere el Amor que te pida

que seas tú mi homicida.

Mata, ingrata, a quien te adora;

serás mi muerte, señora,

pues no quieres ser mi vida.

Cuanto vive de amor nace,

y se sustenta; de amor,

cuanto muere. Es un rigor

que nuestras vidas deshace.

Si al amor no satisface

mi pena, ni la hay tan fuerte

con que la muerte me acierte,

debo de ser inmortal,

pues no me hacen bien ni mal

ni la vida ni la muerte.

(Vanse los dos)

INÉS: ¡Qué de necedades juntas!

LEONOR: ¿No fue la tuya menor?

INÉS: ¿Cuándo fue discreto amor

si del papel me preguntas?

LEONOR: ¿Amor te obliga a escribir

sin saber a quién?

INÉS: Sospecho

que es invención que se ha hecho

para probarme a rendir

de parte del forastero.

LEONOR: Yo también lo imaginé.

INÉS: Si fue ansí, discreto fue.

Leerle unos versos quiero.

"Yo vi la más hermosa labradora,

en la famosa feria de Medina,

que ha visto el sol adonde más se inclina

desde la risa de la blanca aurora.

Una chinela de color, que dora

de una columna hermosa y cristalina

la breve basa, fue la ardiente mina

que vuela el alma a la región que adora.

Que una chinela fue victoriosa,

siendo los ojos del amor enojos,

confesé por hazaña milagrosa.

Pero díjele dando los despojos:

`Si matas con los pies, Inés hermosa,

¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'"

LEONOR: Este galán, doña Inés,

te quiere para danzar.

INÉS: Quiere en los pies comenzar,

y pedir manos después.

LEONOR: ¿Que respondiste?

INÉS: Que fuese

esta noche por la reja

del huerto.

LEONOR: ¿Quién te aconseja,

o qué desatino es ése?

INÉS: No es para hablarle.

LEONOR: Pues, ¿qué?

INÉS: Ven conmigo y lo sabrás.

LEONOR: Necia y atrevida estás.

INÉS: ¿Cuándo el amor no lo fue?

LEONOR: Huír de amor cuando empieza.

INÉS: Nadie del primero huye,

porque dicen que le influye

la misma naturaleza.

(Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA)

FABIA: Cuatro mil palos me han dado.

TELLO: ¡Lindamente negociaste!

FABIA: Si tú llevaras los medios…

ALONSO: Ello ha sido disparate

que yo me atreviese al cielo.

TELLO: Y que Fabia fuese el ángel

que al infierno de los palos

cayese por levantarte.

FABIA: ¡Ay, pobre Fabia!

TELLO: ¿Quién fueron

los crüeles sacristanes

del facistol de tu espalda?

FABIA: Dos lacayos y tres pajes.

Allá he dejado las tocas

y el monjil hecho seis partes.

ALONSO: Eso, madre, no importara,

si a tu rostro venerable

no se hubieran atrevido.

¡Oh, qué necio fui en fïarme

de aquellos ojos traidores,

de aquellos falsos diamantes,

niñas que me hicieron señas

para engañarme y matarme!

Yo tengo justo castigo.

Toma este bolsillo, madre…

y ensilla, Tello; que a Olmedo

nos hemos de ir esta tarde.

TELLO: ¿Cómo, si anochece ya?

ALONSO: Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate?

FABIA: No te aflijas, moscatel,

ten ánimo; que aquí trae

Fabia tu remedio. Toma.

ALONSO: ¿Papel?

FABIA: ¡Papel!

ALONSO: No me engañes.

FABIA: Digo que es suyo, en respuesta

de tu amoroso romance.

ALONSO: Hinca, Tello, la rodilla.

TELLO: Sin leer no me lo mandes;

que aun temo que hay palos dentro,

pues en mondadientes caben.

Lee

ALONSO: «Cuidados de saber si sois quien presumo,

y deseando que lo seáis, os suplico que

vais esta noche a la reja del jardín de esta

casa, donde hallaréis atado el listón verde

de las chinelas, y ponéoslo mañana en el

sombrero para que os conozca».

FABIA: ¿Qué te dice?

ALONSO: Que no puedo

pagarte ni encarecerte

tanto bien.

TELLO: De esta suerte

no hay que ensillar para Olmedo.

¿Oyen, señores rocines?

Sosiéguense, que en Medina

nos quedamos.

ALONSO: La vecina

noche, en los últimos fines

con que va expirando el día,

pone los helado pies.

Para la reja de Inés

aun importa bizarría;

que podrá ser que el amor

la llevase a ver tomar

la cinta. Voyme a mudar.

Vase

TELLO: Y yo a dar a mi señor,

Fabia, con licencia tuya,

aderezo de sereno.

FABIA: Detente.

TELLO: Eso fuera bueno

a ser la condición suya

para vestirse sin mí.

FABIA: Pues bien le puedes dejar,

porque me has de acompañar.

TELLO: ¿A ti, Fabia?

FABIA: A mí.

TELLO: ¿Yo?

FABIA: Sí;

que importa a la brevedad

de este amor.

TELLO: ¿Qué es lo que quieres?

FABIA: Con los hombres, las mujeres

llevamos seguridad.

Una muela he menester

del salteador que ahorcaron

ayer.

TELLO: Pues, ¿no le enterraron?

FABIA: No.

TELLO: Pues, ¿qué quieres hacer?

FABIA: Ir por ella, y que conmigo

vayas solo a acompañarme.

TELLO: Yo sabré muy bien guardarme

de ir a esos pasos contigo.

¿Tienes seso?

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