Aparte
que me habías de llamar!)
¡Ay! Dios os deje gozar
tanta gracia y bizarría,
tanta hermosura y donaire;
que cada día que os veo
con tanta gala y aseo,
y pisar de tan buen aire,
os echo mil bendiciones;
y me acuerdo como agora
de aquella ilustre señora
que con tantas perfecciones
fue la fénix de Medina,
fue el ejemplo de lealtad.
¡Qué generosa piedad
de eterna memoria digna!
¡Qué de pobres la lloramos!
¿A quién no hizo mil bienes?
INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes.
FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos
por su muerte malograda!
La flor de las Catalinas
hoy la lloran mis vecinas;
no la tienen olvidada.
Y a mí, ¿qué bien no me hacía?
¡Qué en agraz se la llevó
la muerte! No se logró.
Aun cincuenta no tenía.
INÉS: No llores, madre, no llores.
FABIA: No me puedo consolar
cuando le veo llevar
a la muerte las mejores,
y que yo me quedo acá.
Vuestro padre, Dios le guarde,
¿está en casa?
LEONOR: Fue esta tarde
al campo.
FABIA: Tarde vendrá.
Si va a deciros verdades,
mozas sois, vieja soy yo…
Más de una vez me fïó
don Pedro sus mocedades;
pero teniendo respeto
a la que pudre, yo hacía,
como quien se lo debía,
mi obligación. En efeto,
de diez mozas, no le daba
cinco.
INÉS: ¡Que virtud!
FABIA: No es poco,
que era vuestro padre un loco;
cuanto veía, tanto amaba.
Si sois de su condición,
no admiro de que no estéis
enamoradas. ¿No hacéis,
niñas, alguna oración
para casaros?
INÉS: No, Fabia.
Eso siempre será presto.
FABIA: Padre que se duerme en esto,
mucho a sí mismo se agravia.
La fruta fresca, hijas mías,
es gran cosa, y no aguardar
a que la venga a arrugar
la brevedad de los días.
Cuantas cosas imagino,
dos solas, en mi opinión,
son buenas, viejas.
LEONOR: ¿Y son?
FABIA: Hija, el amigo y el vino.
¿Veisme aquí? Pues yo os prometo
que fue tiempo en que tenía
mi hermosura y bizarría
más de algún galán sujeto.
¿Quién no alababa mi brío?
¡Dichoso a quien yo miraba!
Pues, ¿qué seda no arrastraba?
¡Qué gasto, qué plato el mío!
Andaba en palmas, en andas.
Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,
¿qué regalos no tenía
de esta gente de hopalandas?
Pasó aquella primavera,
no entra un hombre por mi casa;
que como el tiempo se pasa,
pasa la hermosura.
INÉS: Espera.
¿Qué es lo que traes aquí?
FABIA: Niñerías que vender
para comer, por no hacer
cosas malas.
LEONOR: Hazlo ansí,
madre, y Dios te ayudará.
FABIA: Hija, mi rosario y misa:
esto cuando estoy de prisa,
que si no…
INÉS: Vuélvete acá.
¿Qué es esto?
FABIA: Papeles son
de alcanfor y solimán.
Aquí secretos están
de gran consideración
para nuestra enfermedad
ordinaria.
LEONOR: Y esto, ¿qué es?
FABIA: No lo mires, aunque estés
con tanta curiosidad.
LEONOR: ¿Qué es, por tu vida?
FABIA: Una moza,
se quiere, niñas, casar;
mas acertóla a engañar
un hombre de Zaragoza.
Hase encomendado a mí…
Soy piadosa… y en fin es
limosna, porque después
vivan en paz.
INÉS: ¿Qué hay aquí?
FABIA: Polvos de dientes, jabones
de manos, pastillas, cosas
curiosas y provechosas.
INÉS: ¿Y esto?
FABIA: Algunas oraciones.
¡Qué no me deben a mí
las ánimas!
INÉS: Un papel
hay aquí.
FABIA: Diste con él
cual si fuera para ti.
Suéltale. No le has de ver,
bellaquilla, curiosilla.
INÉS: Deja, madre…
FABIA: Hay en la villa
cierto galán bachiller
que quiere bien una dama;
prométeme una cadena
porque le dé yo, con pena
de su honor, recato y fama.
Aunque es para casamiento,
no me atrevo. Haz una cosa
por mí, doña Inés hermosa,
que es discreto pensamiento.
Respóndeme a este papel,
y diré que me la ha dado
su dama.
INÉS: Bien lo has pensado
si pescas, Fabia, con él
la cadena prometida.
Yo quiero hacerte este bien.
FABIA: Tantos los cielos te den,
que un siglo alarguen tu vida.
Lee el papel.
INÉS: Allá dentro,
y te traeré respuesta.
(Vase)
LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte
FABIA: (Apresta, Aparte
fiero habitador del centro,
fuego accidental que abrase
el pecho de esta doncella.)
(Salen don RODRIGO y don FERNANDO)
RODRIGO: Hasta casarme con ella,
será forzoso que pase
por estos inconvenientes.
FERNANDO: Mucho ha de sufrir quien ama.
RODRIGO: Aquí tenéis vuestra dama.
FABIA: (¡Oh necios impertinentes! Aparte
¿Quién os ha traído aquí?)
RODRIGO: Pero ¡en lugar de la mía
aquella sombra!
FABIA: Sería
gran limosna para mí;
que tengo necesidad.
LEONOR: Yo haré que os pague mi hermana.
FERNANDO: Si habéis tomado, señora,
o por ventura os agrada
algo de lo que hay aquí,
si bien serán cosas bajas
la que aquí puede traer
esta venerable anciana,
pues no serán ricas joyas
para ofreceros la paga,
mandadme que os sirva yo.
LEONOR: No habemos comprado nada;
que es esta buena mujer
quien suele lavar en casa
la ropa.
RODRIGO: ¿Qué hace don Pedro?
LEONOR: Fue al campo; pero ya tarda.
RODRIGO: Mi señora, doña Inés…
LEONOR: Aquí estaba… Pienso que anda
despachando esta mujer.
RODRIGO: (Si me vio por la ventana Aparte
¿quién duda que huyó por mí?
¿Tanto de ver se recata
quien más servirla desea?)
FERNANDO: Ya sale.
Salga doña INÉS con un papel en la
mano. [LEONOR le habla a ella]
LEONOR: Mira que aguarda
por la cuenta de la ropa,
Fabia.
INÉS: Aquí la traigo, hermana.
Tomad, y haced que ese mozo
la lleve.
FABIA: ¡Dichosa el agua
que ha de lavar, doña Inés,
las reliquias de la holanda
que tales cristales cubre!
[Finja que lee]
Seis camisas, diez toalla,
cuatro tablas de manteles,
dos cosidos de almohadas,
seis camisas del señor,
ocho sábanas. Mas basta;
que todo vendrá más limpio
que los ojos de la cara.
RODRIGO: Amiga, ¿queréis feriarme
ese papel, y la paga
fïad de mí, por tener
de aquellas manos ingratas
letra siquiera en las mías?
FABIA: ¡En verdad que negociara
muy bien si os diera el papel!
Adiós hijas de mi alma.
Vase
RODRIGO: Esta memoria aquí había
de quedar, que no llevarla.
LEONOR: Llévala y vuélvela, a efeto
de saber si algo le falta.
INÉS: Mi padre ha venido ya.
Vuesas mercedes se vayan
o le visiten; que siente
que nos hablen, aunque calla.
RODRIGO: Para sufrir el desdén
que me trata de esta suerte,
pido al Amor y a la Muerte
que algún remedio me den.
Al Amor, porque tan bien
puede templar tu rigor
con hacerme algún favor;
a la Muerte, porque acabe
mi vida; pero no sabe
la Muerte, ni quiere Amor.
Entre la vida y la muerte
no sé qué medio tener,
pues Amor no ha de querer
que con tu favor acierte;
y siendo fuerza quererte,
quiere el Amor que te pida
que seas tú mi homicida.
Mata, ingrata, a quien te adora;
serás mi muerte, señora,
pues no quieres ser mi vida.
Cuanto vive de amor nace,
y se sustenta; de amor,
cuanto muere. Es un rigor
que nuestras vidas deshace.
Si al amor no satisface
mi pena, ni la hay tan fuerte
con que la muerte me acierte,
debo de ser inmortal,
pues no me hacen bien ni mal
ni la vida ni la muerte.
(Vanse los dos)
INÉS: ¡Qué de necedades juntas!
LEONOR: ¿No fue la tuya menor?
INÉS: ¿Cuándo fue discreto amor
si del papel me preguntas?
LEONOR: ¿Amor te obliga a escribir
sin saber a quién?
INÉS: Sospecho
que es invención que se ha hecho
para probarme a rendir
de parte del forastero.
LEONOR: Yo también lo imaginé.
INÉS: Si fue ansí, discreto fue.
Leerle unos versos quiero.
"Yo vi la más hermosa labradora,
en la famosa feria de Medina,
que ha visto el sol adonde más se inclina
desde la risa de la blanca aurora.
Una chinela de color, que dora
de una columna hermosa y cristalina
la breve basa, fue la ardiente mina
que vuela el alma a la región que adora.
Que una chinela fue victoriosa,
siendo los ojos del amor enojos,
confesé por hazaña milagrosa.
Pero díjele dando los despojos:
`Si matas con los pies, Inés hermosa,
¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'"
LEONOR: Este galán, doña Inés,
te quiere para danzar.
INÉS: Quiere en los pies comenzar,
y pedir manos después.
LEONOR: ¿Que respondiste?
INÉS: Que fuese
esta noche por la reja
del huerto.
LEONOR: ¿Quién te aconseja,
o qué desatino es ése?
INÉS: No es para hablarle.
LEONOR: Pues, ¿qué?
INÉS: Ven conmigo y lo sabrás.
LEONOR: Necia y atrevida estás.
INÉS: ¿Cuándo el amor no lo fue?
LEONOR: Huír de amor cuando empieza.
INÉS: Nadie del primero huye,
porque dicen que le influye
la misma naturaleza.
(Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA)
FABIA: Cuatro mil palos me han dado.
TELLO: ¡Lindamente negociaste!
FABIA: Si tú llevaras los medios…
ALONSO: Ello ha sido disparate
que yo me atreviese al cielo.
TELLO: Y que Fabia fuese el ángel
que al infierno de los palos
cayese por levantarte.
FABIA: ¡Ay, pobre Fabia!
TELLO: ¿Quién fueron
los crüeles sacristanes
del facistol de tu espalda?
FABIA: Dos lacayos y tres pajes.
Allá he dejado las tocas
y el monjil hecho seis partes.
ALONSO: Eso, madre, no importara,
si a tu rostro venerable
no se hubieran atrevido.
¡Oh, qué necio fui en fïarme
de aquellos ojos traidores,
de aquellos falsos diamantes,
niñas que me hicieron señas
para engañarme y matarme!
Yo tengo justo castigo.
Toma este bolsillo, madre…
y ensilla, Tello; que a Olmedo
nos hemos de ir esta tarde.
TELLO: ¿Cómo, si anochece ya?
ALONSO: Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate?
FABIA: No te aflijas, moscatel,
ten ánimo; que aquí trae
Fabia tu remedio. Toma.
ALONSO: ¿Papel?
FABIA: ¡Papel!
ALONSO: No me engañes.
FABIA: Digo que es suyo, en respuesta
de tu amoroso romance.
ALONSO: Hinca, Tello, la rodilla.
TELLO: Sin leer no me lo mandes;
que aun temo que hay palos dentro,
pues en mondadientes caben.
Lee
ALONSO: «Cuidados de saber si sois quien presumo,
y deseando que lo seáis, os suplico que
vais esta noche a la reja del jardín de esta
casa, donde hallaréis atado el listón verde
de las chinelas, y ponéoslo mañana en el
sombrero para que os conozca».
FABIA: ¿Qué te dice?
ALONSO: Que no puedo
pagarte ni encarecerte
tanto bien.
TELLO: De esta suerte
no hay que ensillar para Olmedo.
¿Oyen, señores rocines?
Sosiéguense, que en Medina
nos quedamos.
ALONSO: La vecina
noche, en los últimos fines
con que va expirando el día,
pone los helado pies.
Para la reja de Inés
aun importa bizarría;
que podrá ser que el amor
la llevase a ver tomar
la cinta. Voyme a mudar.
Vase
TELLO: Y yo a dar a mi señor,
Fabia, con licencia tuya,
aderezo de sereno.
FABIA: Detente.
TELLO: Eso fuera bueno
a ser la condición suya
para vestirse sin mí.
FABIA: Pues bien le puedes dejar,
porque me has de acompañar.
TELLO: ¿A ti, Fabia?
FABIA: A mí.
TELLO: ¿Yo?
FABIA: Sí;
que importa a la brevedad
de este amor.
TELLO: ¿Qué es lo que quieres?
FABIA: Con los hombres, las mujeres
llevamos seguridad.
Una muela he menester
del salteador que ahorcaron
ayer.
TELLO: Pues, ¿no le enterraron?
FABIA: No.
TELLO: Pues, ¿qué quieres hacer?
FABIA: Ir por ella, y que conmigo
vayas solo a acompañarme.
TELLO: Yo sabré muy bien guardarme
de ir a esos pasos contigo.
¿Tienes seso?