ALONSO: ¿Cómo no?
TELLO: Pues, ¿qué me has dado?
ALONSO: Ya te entiendo; luego saca
a tu elección un vestido.
TELLO: Ésta es la banda.
ALONSO: Extremada.
TELLO: Tales manos la bordaron.
ALONSO: Demos orden que me parta.
Pero ¿ay, Tello!
TELLO: ¿Qué tenemos?
ALONSO: De decirte me olvidaba
unos sueños que he tenido.
TELLO: ¿Agora en sueños reparas?
ALONSO: No los creo, claro está;
pero dan pena.
TELLO: Eso basta.
ALONSO: No falta quien llama a algunos
revelaciones del alma.
TELLO: ¿Qué te puede suceder
en una cosa tan llana
como quererte casar?
ALONSO: Hoy, tello, al salir el alba,
con la inquietud de la noche,
me levanté de la cama,
abrí la ventana aprisa,
y mirando flores y aguas
que adornan nuestro jardín,
sobre una verde retama
veo ponerse un jilguero,
cuyas esmaltadas alas
con lo amarillo añadían
flores a las verdes ramas.
Y estando al aire trinando
de la pequeña garganta
con naturales pasajes
las quejas enamoradas,
sale un azor de un almendro,
adonde escondido estaba,
y como eran en los dos
tan desiguales las armas,
tiñó de sangre las flores,
plumas al aire derrama.
Al triste chillido, Tello,
débiles ecos del aura
respondieron, y, no lejos,
lamentando su desgracia,
su esposa, que en un jazmín
la tragedia viendo estaba.
Yo, midiendo con los sueños
estos avisos del alma,
apenas puedo alentarme;
que con saber que son falsas
todas estas cosas, tengo
tan perdida la esperanza,
que no me aliento a vivir.
TELLO: Mal a doña Inés le pagas
aquella heroica firmeza
con que atrevida contrasta
los golpes de la fortuna.
Ven a Medina, y no hagas
caso de sueños ni agüeros,
cosas a la fe contrarias.
Lleva el ánimo que sueles,
caballos, lanzas y galas,
mata de envidia los hombres,
mata de amores las damas.
Doña Inés ha de ser tuya
a pesar de cuantos tratan
dividiros a los dos.
ALONSO: Bien dices. Inés me aguarda;
vamos a Medina alegres.
Las penas anticipadas
dicen que matan dos veces,
y a mí sola Inés me mata,
no como pena, que es gloria.
TELLO: Tú me verás en la plaza
hincar de rodillas toros
delante de sus ventanas.
(Suenan atabales y entran con lacayos y rejones don RODRIGO y don FERNANDO)
RODRIGO: Poca dicha.
FERNANDO: Malas suertes.
RODRIGO: ¡Qué pesar!
FERNANDO: ¿Qué se ha de hacer?
RODRIGO: Brazo, ya no puede ser
que en servir a Inés aciertes.
FERNANDO: Corrido estoy.
RODRIGO: Yo, turbado.
FERNANDO: Volvamos a porfïar.
RODRIGO: Es imposible acertar
un hombre tan desdichado.
Para él de Olmedo, en efeto,
guardó suertes la Fortuna.
FERNANDO: No ha errado el hombre ninguna.
RODRIGO: Que la ha de errar os prometo.
FERNANDO: Un hombre favorecido,
Rodrigo, todo lo acierta.
RODRIGO: Abrióle el amor la puerta,
y a mí, Fernando, el olvido.
Fuera de esto, un forastero
luego se lleva los ojos.
FERNANDO: Vos tenéis justos enojos.
Él es galán caballero,
mas no para escurecer
los hombres que hay en Medina.
RODRIGO: La patria me desatina;
mucho parece mujer
en que lo propio desprecia,
y de lo ajeno se agrada.
FERNANDO: De ser de ingrata culpada
son ejemplos Roma y Grecia.
Dentro ruido de pretales y voces
VOZ 1: ¡Brava suerte!
VOZ 2: ¡Con qué gala
quebró el rejón!
FERNANDO: ¿Qué aguardamos?
Tomemos caballos.
RODRIGO: Vamos.
VOZ 1: Nadie en el mundo le iguala.
FERNANDO: ¿Oyes esa voz?
RODRIGO: No puedo
sufrirlo.
FERNANDO: Aun no lo encareces.
VOZ 2: ¡Vítor setecientas veces
el caballero de Olmedo!
RODRIGO: ¿Qué suerte quieres que aguarde,
Fernando, con estas voces?
FERNANDO: Es vulgo, ¿no le conoces?
VOZ 1: Dios te guarde, Dios te guarde.
RODRIGO: ¿Qué más dijeran al rey?
Mas bien hacen; digan, rueguen
que hasta el fin sus dichas lleguen.
FERNANDO: Fue siempre bárbara ley
seguir aplauso vulgar
las novedades.
RODRIGO: Él viene
a mudar caballo.
FERNANDO: Hoy tiene
la Fortuna en su lugar.
(Sale TELLO con rejón y librea, y don ALONSO)
TELLO: ¡Valientes suertes, por Dios!
ALONSO: Dame, Tello, el alazán.
TELLO: Todos el lauro nos dan.
ALONSO: ¿A los dos, Tello?
TELLO: A los dos;
que tú a caballo y yo a pie,
nos habemos igualado.
ALONSO: ¡Qué bravo, Tello, has andado!
TELLO: Seis todo desjarreté,
como si sus piernas fueran
rábanos de mi lugar.
FERNANDO: Volvamos, Rodrigo, a entrar,
que por dicha nos esperan,
aunque os parece que no.
RODRIGO: A vos, don Fernando, sí;
a mí no, si no es que a mí
me esperan para que yo
haga suertes que me afrenten,
o que algún toro me mate,
o me arrastre o me maltrate
donde con risa lo cuenten.
(Vanse los dos)
TELLO: Aquéllos te están mirando.
ALONSO: Ya los he visto envidiosos
de mis dichas y aun celosos
de mirarme a Inés mirando.
TELLO: ¡Bravos favores te ha hecho
con la risa! Que la risa
es lengua muda que avisa
de lo que pasa en el pecho.
No pasabas vez ninguna
que arrojar no se quería
del balcón.
ALONSO: ¡Ay, Inés mía!
¡Si quisiese la Fortuna
que a mis padres les llevase
tal prenda de sucesión!
TELLO: Sí harás, como la ocasión
de este don Rodrigo pase;
porque satisfecho estoy
de que Inés por ti se abrasa.
ALONSO: Fabia se ha quedado en casa;
mientras una vuelta doy
a la plaza, ve corriendo,
y di que esté prevenida
Inés, porque en mi partida
la pueda hablar; advirtiendo
que se esta noche no fuese
a Olmedo, me han de contar
mis padres por muerto, y dar
ocasión, si no los viese,
a esta pena, no es razón;
tengan buen sueño, que es justo.
TELLO: Bien dices; duerman con gusto,
pues es forzosa ocasión
de temer y de esperar.
ALONSO: Yo entro.
TELLO: Guárdete el cielo.
Vase don ALONSO
Pues puedo hablar sin recelo
a Fabia, quiero llegar.
Traigo cierto pensamiento
para coger la cadena
a esta vieja, aunque con pena
de su astuto entendimiento.
No supo Circe, Medea,
ni Hécate lo que ella sabe;
tendrá en el alma una llave
que de treinta vueltas sea.
Mas no hay maestra mejor
que decirle que la quiero,
que es el remedio primero
para una mujer mayor;
que con dos razones tiernas
de amores y voluntad,
presumen de mocedad,
y piensan que son eternas.
Acabóse. Llego, llamo.
Fabia… Pero soy un necio;
que sabrá que el oro precio,
y que los años desamo,
porque se lo ha de decir
el de las patas de gallo.
(Sale FABIA)
FABIA: ¡Jesús, Tello! ¿Aquí te hallo?
¡Qué buen modo de servir
a don Alonso! ¿Qué es esto?
¿Qué ha sucedido?
TELLO: No alteres
lo venerable, pues eres
causa de venir tan presto;
que por verte anticipé
de don Alonso un recado.
FABIA: ¿Cómo ha andado?
TELLO: Bien ha andado,
porque yo le acompañé.
FABIA: ¡Extremado fanfarrón!
TELLO: Pregúntalo al rey, verás
cuál de los dos hizo más;
que se echaba del balcón
cada vez que yo pasaba.
FABIA: ¡Bravo favor!
TELLO: Más quisiera
los tuyos.
FABIA: ¡Oh, quién te viera!
TELLO: Esa hermosura bastaba
para que yo fuera Orlando.
¿Toros de Medina a mí?
¡Vive el cielo! Que les di
reveses, desjarretando,
de tal aire, de tal casta,
en medio de regocijo,
que hubo toro que me dijo,
"Basta, señor Tello, basta."
"No basta," le dije yo,
y eché de un tajo volado
una pierna en un tejado.
FABIA: ¿Y cuántas tejas quebró?
TELLO: Eso al dueño, que no a mí.
Dile, Fabia, a tu señora,
que ese mozo que la adora
vendrá a despedirse aquí;
que es fuerza volverse a casa,
porque no piensen que es muerto
sus padres. Esto te advierto.
Y porque la fiesta pasa
sin mí, y el rey me ha de echar
menos, que en efeto soy
su toricida, me voy
a dar materia al lugar
de vítores y de aplauso,
si me das algún favor.
FABIA: ¿Yo favor?
TELLO: Paga mi amor.
FABIA: ¿Que yo tus hazañas cause?
Basta, que no lo sabía.
¿Qué te agrada más?
TELLO: Tus ojos.
FABIA: Pues daréte mis antojos.
TELLO: Por caballo, Fabia mía,
quedo confirmado ya.
FABIA: Propio favor de lacayo.
TELLO: Más castaño soy que bayo.
FABIA: Mira cómo andas allá,
que esto de ne nos inducas
suelen causar los refrescos;
no te quite los gregüescos
algún mozo de San Lucas;
que será notable risa,
Tello, que donde lo vea
todo el mundo, un toro sea
sumiller de tu camisa.
TELLO: Lo atacado y el cuidado
volverán por mi decoro.
FABIA: Para un desgarro de un toro,
¿qué importa estar atacado?
TELLO: Que no tengo a toros miedo.
FABIA: Los de Medina hacen riza,
porque tiene ojeriza
con los lacayos de Olmedo.
TELLO: Como ésos ha derribado,
Fabia, este brazo español.
FABIA: Mas, ¿qué? ¿Te ha de dar el sol
adonde nunca te ha dado?
(Vanse. Ruido de plaza y grita, y digan dentro)
VOZ 1: ¡Cayó don Rodrigo!
ALONSO: ¡Afuera!
VOZ 2: ¡Qué gallardo, qué animoso
don Alonso le socorre!
VOZ 1: Ya se apea don Alonso.
VOZ 2: ¡Qué valientes cuchilladas!
VOZ 1: Hizo pedazos el toro.
(Salgan los dos; y don ALONSO teniéndole)
ALONSO: Aquí tengo yo caballo;
que los nuestros van furiosos
discurriendo por la plaza.
Ánimo.
RODRIGO: Con vos le cobro.
La caída ha sido grande.
ALONSO: Pues no será bien que al coso
volváis; aquí habrá crïados
que os sirvan, porque yo torno
a la plaza. Perdonadme,
porque cobrar es forzoso
el caballo que dejé.
(Vase y sale don FERNANDO)
FERNANDO: ¿Qué es esto? ¡Rodrigo y solo!
¿Cómo estáis?
RODRIGO: Mala caída,
mal suceso, malo todo;
pero más deber la vida
a quien me tiene celoso
y a quien la muerte deseo.
FERNANDO: ¡Que sucediese a los ojos
del rey y que viese Inés
que aquel su galán dichoso
hiciese el toro pedazos
por libraros!
RODRIGO: Estoy loco.
No hay hombre tan desdichado,
Fernando, de polo a polo.
¡Qué de afrentas, qué de penas,
qué de agravios, qué de enojos,
qué de injurias, qué de celos,
qué de agüeros, qué de asombros!
Alcé los ojos a ver
a Inés, por ver si piadoso
mostraba el semblante entonces,
que, aunque ingrato, necio adoro;
y veo que no pudiera
mirar Nerón riguroso
desde la torre Tarpeya
de Roma el incendio, como
desde el balcón me miraba;
y que luego, en vergonzoso
clavel de púrpura fina
bañado el jazmín del rostro,
a don Alonso miraba;
y que por los labios rojos
pagaba en perlas el gusto
de ver que a sus pies me potro,
de la Fortuna arrojado
y de la suya envidioso.
Mas, ¡vive Dios!, que la risa,
primero que la de Apolo
alegre el oriente y bañe
el aire de átomos de oro,
se le ha de trocar en llanto,
si hallo al hidaguillo loco
entre Medina y Olmedo.
FERNANDO: Él sabrá ponerse en cobro.
RODRIGO: Mal conocéis a los celos.
FERNANDO: ¿Quién sabe que no son monstruos?
Mas lo que ha de importar mucho
no se ha pensar tan poco.
(Vanse. Salen el REY, el CONDESTABLE y criados)
REY: Tarde acabaron las fiestas;
pero ellas han sido tales
que no las he visto iguales.
CONDESTABLE: Dije a Medina que aprestas
para mañana partir;
mas tiene tanto deseo
de que veas el torneo
con que te quiere servir,
que me ha pedido, señor,
que dos días se detenga
vuestra alteza.
REY: Cuando venga,
pienso que será mejor.
CONDESTABLE: Haga este gusto a Medina
vuestra alteza.
REY: Por vos sea,
aunque el infante desea,
con tanta prisa camina,
estas visitas de Toledo
para el día concertado.
CONDESTABLE: Galán y bizarro ha estado