el caballero de Olmedo.
REY: ¡Buenas suertes, condestable!
CONDESTABLE: No sé en él cuál es mayor,
la ventura o el valor,
aunque es el valor notable.
REY: Cualquiera cosa hace bien.
CONDESTABLE: Con razón le favorece
vuestra alteza.
REY: Él lo merece
y que vos le honréis también.
(Vanse. Salen don ALONSO y TELLO, de noche)
TELLO: Mucho habemos esperado,
ya no puedes caminar.
ALONSO: Deseo, Tello, excusar
a mis padres el cuidado.
A cualquier hora es forzoso
partirme.
TELLO: Si hablas a Inés,
¿qué importa, señor, que estés
de tus padres cuidadoso?
Porque os ha de hallar el día
en esas rejas.
ALONSO: No hará;
que el alma me avisará
como si no fuera mía.
TELLO: Parece que hablan en ellas,
y que es en la voz Leonor.
ALONSO: Y lo dice el resplandor
que da el sol a las estrellas.
LEONOR en la reja
LEONOR: ¿Es don Alonso?
ALONSO: Yo soy.
LEONOR: Luego mi hermana saldrá,
porque con mi padre está
hablando en las fiestas de hoy.
Tello puede entrar; que quiere
daros un regalo Inés.
Quítase de la reja
ALONSO: Entra, Tello.
TELLO: Si después
cerraren y no saliere,
bien puedes partir sin mí;
que yo te sabré alcanzar.
(Ábrese la puerta de casa de don PEDRO, entra TELLO, y vuelve doña LEONOR a la reja)
ALONSO: ¿Cuándo, Leonor, podré entrar
con tal libertad aquí?
LEONOR: Pienso que ha de ser muy presto,
porque mi padre de suerte
te encarece, que a quererte
tiene el corazón dispuesto.
Y porque se case Inés,
en sabiendo vuestro amor,
sabrá escoger lo mejor,
como estimarlo después.
(Sale doña INÉS a la reja)
INÉS: ¿Con quién hablas?
LEONOR: Con Rodrigo.
INÉS: Mientes, que mi dueño es.
ALONSO: Que soy esclavo de Inés,
al cielo doy por testigo.
INÉS: No sois sino mi señor.
LEONOR: Ahora bien, quiéroos dejar;
que es necedad estorbar
sin celos quien tiene amor.
Retírase
INÉS: ¿Cómo estáis?
ALONSO: Como sin vida.
Por vivir os vengo a ver.
INÉS: Bien había menester
la pena de esta partida
para templar el contento
que hoy he tenido de veros,
ejemplo de caballeros,
y de las damas tormento.
De todas estoy celosa;
que os alabasen quería,
y después me arrepentía,
de perderos temerosa.
¡Qué de varios pareceres!
¡Qué de títulos y nombres
os dio la envidia en los hombres,
y el amor en las mujeres!
Mi padre os ha codiciado
por yerno para Leonor,
y agradecióle mi amor,
aunque celosa, el cuidado;
que habéis de ser para mí
y así se lo dije yo,
aunque con la lengua no,
pero con el alma sí.
Mas, ¡ay! ¿Cómo estoy contenta
si os partís?
ALONSO: Mis padres son
la causa.
INÉS: Tenéis razón;
mas dejadme que lo sienta.
ALONSO: Yo lo siento, y voy a Olmedo,
dejando el alma en Medina.
No sé cómo parto y quedo.
Amor la ausencia imagina,
los celos, señora, el miedo.
Así parto muerto y vivo,
que vida y muerte recibo.
Mas, ¿qué te puedo decir,
cuando estoy para partir,
puesto ya el pie en el estribo?
Ando, señoras, estos días,
entre tantas asperezas
de imaginaciones mías,
consolado en mis tristezas
y triste en mis alegrías.
Tengo, pensando perderte,
imaginación tan fuerte,
y así en ella vengo y voy,
que me parece que estoy
con las ansias de la muerte.
La envida de mis contrarios
temo tanto, que aunque puedo
poner medios necesarios,
estoy entre amor y miedo
haciendo discursos varios.
Ya para siempre me privo
de verte, y de suerte vivo,
que mi muerte presumiendo,
parece que estoy diciendo,
"Señora, aquésta te escribo."
Tener de tu esposo el nombre
amor y favor ha sido;
pero es justo que me asombre,
que amado y favorecido
tenga tal tristeza un hombre.
Parto a morir, y te escribo
mi muerte, si ausente vivo,
porque tengo, Inés, por cierto
que si vuelvo será muerto,
pues partir no puedo vivo.
Bien sé que tristeza es;
pero puede tanto en mí,
que me dice, hermosa Inés;
"Si partes muerto de aquí,
¿cómo volverás después?
Yo parto, y parto a la muerte,
aunque morir no es perderte;
que si el alma no se parte,
¿cómo es posible dejarte,
cuanto más volver a verte?
INÉS: Pena me has dado y temor
con tus miedos y recelos;
si tus tristezas son celos,
ingrato ha sido tu amor.
Bien entiendo tus razones;
pero tú no has entendido
mi amor.
ALONSO: Ni tú, que han sido
estas imaginaciones
sólo un ejercicio triste
del alma, que me atormenta,
no celos; que fuera afrenta
del hombre, Inés, que me diste.
De sueños y fantasías,
si bien falsas ilusiones,
han nacido estas razones,
que no de sospechas mías.
INÉS: Leonor vuelve.
(LEONOR sale a la reja)
¿Hay algo?
LEONOR: Sí…
ALONSO: ¿Es partirme?
A doña INÉS
LEONOR: Claro está.
Mi padre se acuesta ya,
y me preguntó por ti.
INÉS: Vete, Alonso, vete. Adiós.
No te quejes, fuerza es.
ALONSO: ¿Cuándo querrá Dios, Inés,
que estemos juntos los dos?
(Retíranse doña INÉS y doña LEONOR)
Aquí se acabó mi vida,
que es lo mismo que partirme.
Tello no sale, o no puede
acabar de despedirse.
Voyme; que él me alcanzará.
(Al entrar don ALONSO, una SOMBRA con una máscara negra y sombrero, y puesta la mano en el puño de la espada, se le ponga delante)
ALONSO: ¿Qué es esto? ¿Quién va?
De oírme
no hace caso. ¿Quién es? Hable.
¡Que un hombre me atemorice
no habiendo temido a tantos!
¿Es don Rodrigo? ¿No dice
quién es?
SOMBRA: Don Alonso.
ALONSO: ¿Cómo?
SOMBRA: Don Alonso.
ALONSO: No es posible.
Mas otro será, que yo
soy don Alonso Manrique.
Si es invención, meta mano.
Volvió la espalda.
(Vase la SOMBRA)
Seguirle
desatino me parece.
¡Oh, imaginación terrible!
Mi sombra debió de ser,
mas no; que en forma visible
dijo que era don Alonso.
Todas son cosas que finge
la fuera de la tristeza,
la imaginación de un triste.
¿Qué me quieres, pensamiento,
que con mi sombra me afliges?
Mira que temer sin causa
es de sujetos humildes.
O embustes de Fabia son,
que pretende persuadirme
porque no me vaya a Olmedo,
sabiendo que es imposible.
Siempre dice que me guarde,
y siempre que no camine
de noche, sin más razón
de que la envidia me sigue.
Pero ya no puede ser
que don Rodrigo me envidie,
pues hoy la vida me debe;
que esta deuda no permite
que un caballero tan noble
en ningún tiempo la olvida.
Antes pienso que ha de ser
para que amistad confirme
desde hoy conmigo en Medina;
que la ingratitud no vive
en buena sangre, que siempre
entre villanos reside.
En fin, es la quinta esencia
de cuantas acciones viles
tiene la bajeza humana
pagar mal quien bien recibe.
(Vase. Salen don RODRIGO, don FERNANDO, MENDO y LAÍN)
RODRIGO: Hoy tendrán fin mis celos y su vida.
FERNANDO: Finalmente, ¿venís determinado?
RODRIGO: No habrá consejo que su muerte impida,
después que la palabra me han quebrado.
Ya se entendió la devoción fingida,
ya supe que era Tello, su crïado,
quien le enseñaba aquel latín que ha sido
en cartas de romance traducido.
¡Qué honrada dueña recibió en su
casa
don Pedro en Fabia! ¡Oh, mísera doncella!
Disculpo tu inocencia, si te abrasa
fuego infernal de los hechizos de ella.
No sabe, aunque es discreta, lo que pasa
y así el honor de entrambos atropella.
¡Cuántas casas de nobles caballeros
han infamado hechizos y terceros!
Fabia, que puede transponer un monte;
Fabia, que puede detener un río,
y en los negros ministros de Aqueronte
tiene, como en vasallos, señorío;
Fabia, que de este mar, de este horizonte,
al abrasado clima, al norte frío
puede llevar a un hombre por el aire,
le da liciones. ¿Hay mayor donaire?
FERNANDO: Por la misma razón yo no tratara
de más venganza.
RODRIGO: ¡Vive Dios, Fernando,
que fuera de los dos bajeza clara!
FERNANDO: No la hay mayor que despreciar amando.
RODRIGO: Si vos podéis, yo no.
MENDO: Señor, repara
en que vienen los ecos avisando
de que a caballo alguna gente viene.
RODRIGO: Si viene acompañado, miedo tiene.
FERNANDO: No lo creas, que es mozo temerario.
RODRIGO: Todo hombre con silencio esté escondido.
Tú, Mendo, el arcabuz, si es necesario,
tendrás detrás de un árbol prevenido.
FERNANDO: ¡Qué inconstante es el bien, qué loco y
vario!
Hoy a vista de un rey salió lucido,
admirado de todos a la plaza,
y, ¡ya tan fiera muerte le amenaza!
(Escóndense y salga don ALONSO)
ALONSO: Lo que jamás he tenido,
que es algún recelo o miedo,
llevo caminando a Olmedo.
Pero tristezas han sido.
Del agua el manso rüido
y el ligero movimiento
de estas ramas con el viento,
mi tristeza aumentan más.
Yo camino, y vuelve atrás
mi confuso pensamiento.
De mis padres el amor
y la obediencia me lleva,
aunque ésta es pequeña prueba
del alma de mi valor.
Conozco que fue rigor
el dejar tan presto a Inés…
¡Qué escuridad! Todo es
horror, hasta que el aurora
en las alfombras de Flora
ponga los dorados pies.
Allí cantan. ¿Quién será?
Mas será algún labrador
que camina a su labor.
Lejos parece que está.
Pero acercándose va.
Pues, ¡cómo! ¡Lleva instrumento,
y no es rústico el acento,
sino sonoro y süave!
¡Qué mal la música sabe,
si está triste el pensamiento!
(Canten desde lejos en el vestuario y véngase acercando la voz como que camina)
VOZ: «Que de noche le mataron
al caballero,
la gala de Medina,
la flor de Olmedo».
ALONSO: ¡Cielos! ¿Qué estoy escuchando?
Si es que avisos vuestros son,
ya que estoy en la ocasión,
¿de qué me estás informando?
Volver atrás, ¿cómo puedo?
Invención de Fabia es,
que quiere, a ruego de Inés,
hacer que no vaya a Olmedo.
VOZ: «Sombras le avisaron
que no saliese,
y le aconsejaron
que no se fuese
el caballero
la gala de Medina,
la flor de Olmedo».
(Sale un LABRADOR)
ALONSO: ¡Hola, buen hombre, el que canta!
LABRADOR: ¿Quién me llama?
ALONSO: Un hombre soy
que va perdido.
LABRADOR: Ya voy.
ALONSO: ([Agora] todo me espanta.) Aparte
¿Dónde vas?
LABRADOR: A mi labor.
ALONSO: ¿Quién esa canción te ha dado,
que tristemente has cantado?
LABRADOR: Allá en Medina, señor.
ALONSO: A mí me suelen llamar
el caballero de Olmedo,
y yo estoy vivo.
LABRADOR: No puedo
deciros de este cantar
más historia ni ocasión,
de que a una Fabia la oí.
Si os importa, ya cumplí
con deciros la canción.
Volved atrás. No paséis
de este arroyo.
ALONSO: En mi nobleza,
fuera ese temor bajeza.
LABRADOR: Muy necio valor tenéis.
Volved, volved a Medina.
ALONSO: Ven tú conmigo.
LABRADOR: No puedo.
(Vase)
ALONSO: ¡Qué de sombras finge el miedo!
¡Qué de engaños imagina!
Oye, escucha. ¿Dónde fue,
que apenas sus pasos siento?
¡Ah, labrador! Oye, aguarda.
"Aguarda," responde el eco.
¡Muerto yo! Pero es canción
que por algún hombre hicieron
de Olmedo, y los de Medina
en este camino han muerto.
A la mitad dél estoy.
¿Qué han de decir si me vuelvo?
Gente viene… No me pesa;
si allá van, iré con ellos.
(Salgan don RODRIGO y don FERNANDO y su gente)
RODRIGO: ¿Quién va?
ALONSO: Un hombre. ¿No me ves?
FERNANDO: Deténgase.
ALONSO: Caballeros,
si acaso necesidad
los fuerza a pasos como éstos,
desde aquí a mi casa hay poco;
no habré menester dineros
que de día y en la calle
se los doy a cuantos veo
que me hacen honra en pedirlos.
RODRIGO: Quítase las armas luego.
ALONSO: ¿Para qué?
RODRIGO: Para rendillas.