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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, Romántico, Terror

El Cadáver Alegre (9 page)

BOOK: El Cadáver Alegre
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—Inspecciónalos tú misma,
chica
. Si eres tan poderosa como dicen por ahí, sabrás contestar a tu pregunta.

—¿Y si no lo averiguo?

—Será que no eres tan poderosa como dicen —dijo sonriente, pero sus ojos eran negros e inexpresivos como los de un tiburón.

—¿Esta es la prueba?

—Puede.

Suspiré. La señora del vodun quería comprobar si era una chica dura. ¿Por qué? Quizá porque sí. Quizá fuera simplemente una zorra sádica ávida de poder; no parecía tan descabellado. Por otro lado, igual resultaba que aquel teatro tenía una finalidad, aunque no se me ocurría cuál podía ser.

Miré a Manny, que se encogió de hombros de forma casi imperceptible. Él tampoco sabía de qué iba aquello. Estupendo.

No me hacía gracia seguirle el juego a Dominga, sobre todo porque no conocía las reglas. Las zombis seguían mirándome con ojos que mostraban miedo… y algo peor: esperanza. Mierda. Los zombis no tenían esperanza; no tenían nada. Estaban muertos. Aquellas no lo estaban, y quería averiguar por qué. Sólo esperaba no tener que pagar cara la curiosidad.

Me acerqué a Dominga, respetando una distancia prudencial y mirándola de reojo. Enzo se quedó detrás, bloqueando el camino de los
verves
, todo imponente e infranqueable. Pero yo sabía que podría pasar al otro lado si me daban motivos, los suficientes para matarlo. Esperaba que no fueran tantos.

La zombi maltrecha me miraba fijamente. Era alta; casi un metro ochenta. Unos pies esqueléticos asomaban bajo el vestido rojo. Había sido una mujer esbelta, tal vez hasta atractiva, pero viendo aquellos ojos saltones que se movían en las cuencas sin párpados… Un sonido húmedo, como de succión, acompañaba el movimiento.

La primera vez que lo oí había vomitado: es el ruido que hacen los globos oculares contra la carne putrefacta. Pero de eso hacía cuatro años, y ya no era ninguna novata. La carne en descomposición no me revolvía el estómago; ni siquiera me daba repelús. Normalmente.

Tenía los ojos de un marrón verdoso, y la rodeaba un olor a perfume caro, algodonoso y no muy penetrante, algo dulce y floral que recordaba los polvos de talco. No bastaba para ocultar el hedor. Arrugué la nariz y cerré la garganta; cuando volviera a oler aquel delicado perfume pensaría en el olor a cadáver. Pero tampoco era tan terrible; probablemente no podría pagarlo.

El caso era que me miraba, y no parecía un cadáver, sino una persona, con el carácter reflejado en los ojos. A los zombis los veo como cadáveres, como fundas vacías; puede que parezcan muy vivos al salir de la tumba, pero no les dura. La personalidad y la inteligencia son lo primero que se deteriora, y después las sigue el cuerpo, siempre por ese orden. Dios no tiene la crueldad de obligar a nadie a presenciar la decadencia de su propio cuerpo. Algo había salido muy mal en aquel caso.

Rodeé a Dominga Salvador manteniéndome fuera de su alcance, aunque no sabía por qué. Estaba casi segura de que no iba armada, pero representaba un peligro que no tenía nada que ver con los cuchillos ni las pistolas. No quería que me rozara, ni siquiera por accidente.

La zombi de la izquierda era perfecta: no mostraba ni rastro de deterioro, y tenía los ojos muy vivos, alerta. Virgen santa, si hasta podría pasar por humana en cualquier sitio. ¿Y cómo me había dado cuenta de que no estaba viva? Ni siquiera lo sabía: no detectaba ninguno de los indicios habituales, pero reconocía la muerte cuando la tenía delante. De todas formas… La miré, y sus facciones perfectas y oscuras me devolvieron la mirada. El miedo surgía de ella a borbotones.

El mismo poder que me permitía levantar muertos me decía que aquella mujer era una zombi, por mucho que la vista me dijera lo contrario. Asombroso. Si Dominga podía levantar zombis como esos, me daba cien vueltas.

Yo tengo que dejar pasar tres días antes de levantar un cadáver, para que el alma tenga tiempo de marcharse. El alma suele quedarse unos tres días cerca del cuerpo, y mientras sigue presente no puedo levantar una mierda. Hay quien dice que si los reanimadores levantaran los cuerpos con el alma intacta, los estarían resucitando. Ya sabéis, resurrecciones de verdad de la buena, como lo que hizo Jesús con Lázaro. Yo no acababa de tragármelo, o puede que fuera consciente de mis limitaciones.

Al mirar a aquella zombi me di cuenta de que era distinta: seguía teniendo alma, y la otra, también. ¿Cómo? ¿Se puede saber cómo cojones lo había conseguido?

—El alma. Los cuerpos conservan el alma.

—Muy bien,
chica
.

Me coloqué a su izquierda, sin perder de vista a Enzo.

—¿Cómo lo ha hecho?

—Capturándola en el momento en que pretendía salir.

—Eso no es explicación de nada —dije sacudiendo la cabeza.

—¿No sabes capturar almas en una botella?

¿Almas embotelladas? ¿Estaba de guasa? Más quisiera.

—No —contesté intentando no sonar condescendiente.

—Podría enseñarte tantas cosas, Anita, tantas cosas…

—No, gracias —zanjé—. Así que capturó las almas, reanimó los cuerpos y les volvió a meter el alma. —Era una conjetura, pero sonaba verosímil.

—Muy, muy bien. Eso es, exactamente. —Me miraba con tanta intensidad que me hacía sentir incómoda; era como si me estuviera memorizando con sus ojos negros y vacíos.

—Pero ¿por qué se está pudriendo una de ellas? ¿No se supone que el alma impide el deterioro?

—No es ninguna suposición; tengo pruebas.

Me giré hacia el cadáver putrefacto, que de nuevo me devolvió la mirada.

—En ese caso, ¿por qué una se está pudriendo y la otra no? —Parecíamos dos nigromantes hablando de curro: «Entonces, ¿tú prefieres levantar tus zombis con luna nueva?».

—Puedo meter el alma en el cuerpo y sacarla siempre que quiera.

Aquello sí que me dejó transpuesta, y me costó lo mío impedir que la repugnancia me dejase también boquiabierta. A Dominga le habría encantado ver que estaba horrorizada, y no estaba dispuesta a darle el gustazo.

—A ver si lo entiendo —dije con mi mejor tono de profesional—. Metió el alma en el cuerpo, y no se pudrió. Después la sacó, para convertirla en un zombi normal, y se pudrió.

—Exactamente.

—Y después volvió a meter el alma en el cuerpo putrefacto, y la zombi recuperó la consciencia y volvió a la vida. ¿Se detuvo la putrefacción cuando volvió el alma?

—Sí.

Mierda.

—¿Así que puede conservar esa zombi, en ese estado, todo el tiempo que quiera?

—Sí.

Mierda al cuadrado.

—¿Y esa otra? —Señalé como si estuviéramos en clase.

—Hay quien pagaría una fortuna por ella.

—Un momento. ¿Habla de venderla como esclava sexual?

—Puede.

—Pero… —La idea era demasiado aterradora. Era una zombi, lo que significaba que no necesitaba comer, dormir ni nada. Se podía dejar guardada en el armario, como un juguete. Una esclava perfectamente sumisa—. ¿Son tan obedientes como los zombis normales, o el alma les da libre albedrío?

—Parecen ser muy obedientes.

—Quizá sólo le tengan miedo —dije.

—Quizá —contestó con una sonrisa.

—No puede mantener el alma aprisionada indefinidamente.

—Ah, ¿no puedo?

—El alma debe seguir su camino.

—¿Para ir a ese cielo o a ese infierno que tenéis los cristianos?

—Sí —dije.

—Esas mujeres no eran ningunas santas,
chica
. Me las entregaron sus propios parientes, y pagaron para que las castigara.

—¿Ha cobrado por esto?

—Está prohibido trastear con un cadáver sin permiso de su familia —dijo.

No sé si Dominga tenía intención de espantarme; puede que no. Pero con una sola frase me había dejado claro que lo que hacía era perfectamente legal. Los muertos no tenían derechos, y las cosas como aquella hacían necesaria una legislación que protegiera a los zombis. Mierda.

—Nadie merece pasarse la eternidad encerrado en un cadáver —dije.

—Se podría hacer con los condenados a muerte, para que prestaran un servicio a la sociedad después de morir.

—No. —Sacudí la cabeza—. No, es inmoral.

—He creado zombis que no se pudren. Los reanimadores, creo que os llamáis, lleváis años detrás de ese secreto. Yo lo he descubierto, y seguro que podré sacarle partido.

—Es inmoral. Puede que no conozca bien el vudú, pero creo que ni siquiera los suyos admitirían nada semejante. ¿Desde cuándo se puede mantener un alma en cautividad y no permitirle que se reúna con el
loa
?

Dominga se encogió de hombros. De repente parecía cansada.

—Tenía la esperanza de que me ayudaras. Juntas podríamos levantar más zombis mucho más deprisa, y no te imaginas la cantidad de dinero que podríamos ganar.

—Ha llamado a la puerta equivocada.

—Ya veo. Yo creía que como no eres vodun no te parecería mal.

—Daría igual que se lo dijera a un cristiano, a un budista, a un musulmán o a quien se le ocurra. No le parecería bien a nadie.

—Tal vez sí, tal vez no. Por probar…

—Por lo menos, acabe con el sufrimiento de su primer experimento —dije mirando al zombi putrefacto.

—Es una muestra muy convincente, ¿no crees? —replicó siguiendo mi mirada.

—Ha creado un zombi que no se pudre. Vale. El resto es crueldad.

—¿Te parezco cruel?

—Sí —dije.

—Manuel, ¿a ti te parezco cruel?

Manny me miró mientras contestaba. Intentaba decirme algo, pero no supe qué.

—Sí,
señora
. Es una crueldad.

—¿De verdad crees que soy cruel, Manuel? —preguntó Dominga volviéndose hacia él. Su cara y sus movimientos denotaban sorpresa—. ¿Yo, tu adorada
amante
?

—Sí —contestó asintiendo lentamente.

—No te dabas tanta prisa en juzgarme hace unos años, Manuel. Más de una vez te encargaste de sacrificarme cabras blancas.

Me volví hacia Manny. Fue como en las películas, cuando el protagonista tiene una revelación sobre otro personaje. Cuando alguien descubre que uno de sus mejores amigos ha participado en sacrificios humanos debería sonar música y haber un cambio de encuadre. Más de una vez, además. Más de una vez.

—¿Manny? —Sólo conseguí emitir un susurro ronco. Para mí, aquello era peor que lo de las zombis. Allá los desconocidos con su conciencia; se trataba de Manny, y no podía ser verdad—. ¿Manny? —Rehuyó mi mirada. Mala señal.

—¿No lo sabías,
chica
? ¿Manny no te había hablado de su pasado?

—Cállese —dije.

—Era mi ayudante más valioso. Habría hecho cualquier cosa por mí.

—¡Que se calle! —grité. Se detuvo, con las facciones contraídas por la ira, y Enzo dio dos pasos hacia el altar—. Basta. —No sabía muy bien a quién se lo decía—. Quiero que lo diga él, no usted.

Dominga seguía encolerizada, y Enzo se alzaba sobre mí como un alud a punto de desencadenarse. La mujer le hizo un gesto con la cabeza.

—Entonces pregúntaselo —me dijo.

—¿Es verdad, Manny? ¿Realizaste sacrificios humanos? —Seguía hablando con normalidad, pero no sé cómo. Tenía el corazón en un puño; tanto que me dolía. Ya no tenía miedo, al menos de Dominga. Tenía miedo de la verdad.

Manny levantó la cabeza, y el pelo le cayó por la cara, enmarcándole unos ojos compungidos. Casi conmovedor.

—Es verdad, ¿no? —Estaba helada—. Contéstame, joder —insistí con voz normal, tranquila.

—Sí.

—Sí, ¿qué? ¿Realizaste sacrificios humanos?

Por fin me miró. La ira lo ayudaba a enfrentarse a mi mirada.

—¡Sí, sí!

—Dios mío, Manny. —Fui yo quien apartó la vista—. ¿Cómo pudiste? —dije con un hilo de voz, menos tranquila que antes. Si no fuera porque sé que es imposible, diría que estaba al borde de las lágrimas.

—Fue hace casi veinte años, Anita. Era vodun y nigromante. Era muy devoto y adoraba a la
señora
, o eso creía.

Lo miré. Su expresión hizo que se me formara un nudo en la garganta.

—Joder, Manny.

No dijo nada; se quedó allí, con aire abatido. No sabía cómo asociar la imagen de Manny Rodríguez a la de un hombre capaz de sacrificar la cabra sin cuernos. Él era quien me había ayudado a tener clara la diferencia entre el bien y el mal en mi trabajo, y se había negado a hacer muchas cosas que no eran ni la mitad de terribles que aquella. No tenía ni pies ni cabeza.

—Ahora no puedo con eso —me oí decir en voz alta, aunque no había sido mi intención—. Muy bien, ya ha soltado la bomba, señora Salvador. Ha dicho que nos ayudaría, y me he sometido a su prueba, ¿no? —En caso de duda, mejor afrontar los desastres uno a uno.

—Quería ofrecerte la oportunidad de ayudarme en mi nuevo negocio.

—Las dos sabemos que no estoy dispuesta —dije.

—Es una pena, Anita. Con un poco de entrenamiento podrías tener tanto poder como yo.

¿De mayor quería ser como ella? Ni loca.

—Gracias, pero estoy muy bien como estoy.

—¿De verdad? —me preguntó después de mirar a Manny de reojo.

—Eso ya lo arreglaremos entre nosotros, señora. Ahora, ¿quiere ayudarme?

—Si te ayudo sin pedir nada a cambio, quedarás en deuda conmigo.

—Prefiero intercambiar información. —No quería deberle favores.

—¿Crees que sabes algo que valga tanto como el esfuerzo que me costará buscar a tu zombi asesino?

Medité durante un momento.

—Sé que se está preparando una legislación sobre los zombis, y pronto tendrán derechos, y leyes que los protejan. —Esperaba que fuera pronto; tampoco era necesario explicarle que el proyecto estaba todavía en mantillas.

—Así que tendré que darme prisa para vender los zombis que no se pudren, porque pronto será ilegal.

—Dudo que eso la incomode demasiado. El sacrificio humano también es ilegal.

—Ya no hago esas cosas, Anita —dijo con una pequeña sonrisa—. He vuelto por el buen camino. —No me lo tragué, y ella lo sabía. Amplió la sonrisa y añadió—: Cuando se marchó Manuel abandoné las prácticas impías; como ya no tenía que acceder a sus impulsos, me convertí en una hermanita de la caridad. —Sabía que yo no podía demostrar nada.

—Le he dado una información muy valiosa. ¿Piensa ayudarme o no?

—Les preguntaré a mis seguidores —dijo asintiendo, toda indulgente ella—. A ver si alguno ha oído hablar de tu zombi asesino.

—¿Nos va a ayudar, Manny? —Me daba que la sacerdotisa se estaba descojonando para sus adentros.

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