»Al formar el plan, tuve la intención de hacer de modo que Levy desapareciera desde el estudio o desde el comedor, sin dejar más que un montón de ropa sobre la alfombra. Pero como había podido alejar a lady Levy de Londres, aconsejándole que se marchara al extranjero para mejorar su salud, se me ocurrió una solución, más extraña todavía, aunque menos fantástica. Encendí la luz del vestíbulo, colgué el gabán mojado de Levy y dejé el paraguas en su sitio. Sin disimular el ruido de mis pasos me dirigí al dormitorio y encendí la luz. Desde luego, conocía bien la casa. El viejo Levy era un hombre sencillo, a quien no le gustaba ser servido. Daba muy poco trabajo a su criado y de noche jamás le pedía nada. En el dormitorio me quité los guantes de Levy para calzarme otro par de caucho, a fin de no dejar huellas dactilares. Quería dar a entender que Levy se había acostado como de costumbre, y por consiguiente, me metí en la cama, porque el método más seguro de dar a entender que se ha hecho una cosa, es llevarla a cabo. No me atreví a hacer uso del cepillo de Levy, porque mi cabello es de distinto color que los suyos, pero en cambio, hice todo lo demás. Creí que Levy dejaría el calzado donde pudiera encontrarlo su criado y debí de haber imaginado que antes de acostarse doblaba la ropa. Éste fue un error, pero de escasa importancia. Había examinado la boca de Levy para ver si llevaba algo postizo, pero no era así. Y me apresuré a mojar su cepillo de dientes.
»A la una de la madrugada me vestí con mi propia ropa y a la luz de la lamparilla de bolsillo, pues no me atreví a encender la luz de la estancia, me calcé mis botas, y en cuanto estuve fuera, me puse unos chanclos viejos. Como en la escalera y en el vestíbulo había una gruesa alfombra turca, no temí dejar huellas. Abrí con la llave para no ser oído, cerré la puerta a mi espalda y luego arrojé la llave al Támesis. Llevaba un gabán muy semejante al de Levy y en mi maletín había puesto, a prevención, un sombrero de copa
clack
. Esperé que el chófer no se daría cuenta de que no llevaba paraguas. Por fortuna, había disminuido mucho la lluvia. Ordené al conductor que parase en el número cincuenta de Overtrand Mansion y, una vez allí, le pagué y permanecí inmóvil hasta que se hubo marchado. Luego fui en busca de la puerta lateral de mi casa y entré. Era la una y cuarto, pero aún me esperaba lo más difícil.»Ante todo, me ocupé en cambiar el aspecto de aquel sujeto para que no se pareciese ni a Levy ni a sí mismo. Algunas pequeñas alteraciones fueron suficientes, porque ya nadie se ocuparía en buscarlo. Y aun en el caso de que hubieran seguido a Levy hasta mi morada, sería difícil demostrar que aquel cadáver no era el suyo. Afeité al vagabundo, le perfumé el cabello y le arreglé las uñas para darle una personalidad distinta. En el hospital le había lavado muy bien las manos y aunque tenía algunos callos, no estaban sucios. No pude hacer un trabajo tan completo como hubiera deseado, porque me quedaba poco tiempo. No sabía cuánto tiempo tardaría en librarme de él y además temía la aparición de la rigidez cadavérica. En cuanto estuvo a mi gusto, busqué una sábana fuerte y un par de vendajes muy anchos y lo envolví con el mayor cuidado, protegiéndolo con algodón en rama en los lugares en que los vendajes podían causar alguna excoriación.
»Llegaba la parte más difícil del asunto y yo estaba convencido de que para sacarlo de casa tendría que subir al tejado, porque allí las huellas que pudiese dejar no serían fácilmente vistas.
»Tuve que llevar el cadáver hasta la parte superior de la casa, pasando por delante del cuarto de mis criados y luego sacarlo por la trampa que hay en el techo del cuarto de los trastos.
»Si yo hubiera ido solo y sin ninguna carga, no hubiera hecho ningún ruido al subir por la escalera, pero el caso era mucho más difícil cargado de aquel modo.
»Fui a observar a la puerta del cuarto de los criados y con disgusto pude oír que aún estaban despiertos. En vista de ello resolví apelar a una estratagema.
»Mis criados se han lamentado muchas veces de mi costumbre de utilizar el baño a altas horas de la noche. El ruido del agua de la cisterna no deja dormir a nadie, porque al pasar por las tuberías produce una especie de gorgoteos y gemidos. Abrí, pues, los grifos y se armó un escándalo espantoso. En cuanto supuse que mis criados, después de maldecirme, se habían tapado la cabeza para no oír el ruido, reduje el paso del agua y cargando con el cadáver, lo llevé hasta el desván.
»Éste tiene una trampa en el techo a la que se llega por una escalera. El agua corría aún con gran ruido por la cisterna, de modo que tuve la seguridad de que no me oiría nadie.
»Entre mi casa y la última de Queen Carolina Mansion’s, hay un espacio de algunos pies. Tomé mi escalera de mano, que mide dos metros y medio y la utilicé a guisa de puente para pasar a la otra casa.
»Lo demás ya fue sencillo. Me llevé el cadáver al tejado de la otra casa disponiéndome a dejarlo en la escalera o a meterlo por la chimenea. De repente, se me ocurrió que allí vivía Thipps, y recordé su cara atontada y sus estúpidas frases acerca de la vivisección. Se me ocurrió que sería muy chusco meter el cadáver en su casa para ver qué ocurría. Por el parapeto miré hacia la ventana y pude ver que estaba abierta.
»Conocía bien aquella casa y sabía que la ventana debía corresponder al baño o a la cocina. Con la tercera tira de vendajes que llevé conmigo, hice un nudo corredizo que rodeó el cadáver por debajo de los brazos. Até el extremo opuesto del vendaje a una chimenea y luego descolgué el cadáver hasta dejarle a la altura de la ventana de nuestro amigo. Luego bajé a mi vez por un tubo de desagüe y no me costó nada introducir el cadáver en el cuarto de baño.
»Lo metí en la bañera y cuando me disponía a marcharme se me ocurrió la idea de ponerle los lentes que encontrara prendidos en el cuello de mi gabán. Lo hice así, y luego subí de nuevo al tejado, lo recogí todo y entré en mi propia casa.
»Como había dejado el agua del cuarto de baño corriendo por espacio de tres cuartos de hora, cerré el grifo y dejé en paz a mis criados para que se durmiesen. Tuve que ir al hospital para evitar cualquier suceso desagradable, y tomando la cabeza de Levy, la abrí por el rostro. A los veinte minutos, su propia esposa no le habría reconocido. Volvía casa dejando en la puerta del jardín los chanclos y el impermeable. Sequé los pantalones en la estufa de gas de mi dormitorio y me quité las manchas de barro. En cuanto a la barba del vagabundo, la quemé en el hogar de la biblioteca.
»Dormí desde las cinco a las siete, hora en que me despertó mi criado. Me disculpé por haber dejado correr el agua tanto rato y a tal hora y le prometí hacer reparar la cisterna.
»Sentí mucho apetito a la hora del desayuno y luego fui a continuar mi disección. Durante la mañana, un inspector con cara de tonto vino a preguntar si se había escapado algún cadáver del hospital. Lo hice entrar en la sala de disección y tuve el placer de mostrarle el trabajo que llevaba a cabo en la cabeza de sir Reuben Levy. Luego, lo acompañé a casa de Thipps y pude convencerme de que el cadáver estaba como era debido.
»En cuanto abrió la Bolsa, telefoneé a mis agentes y con algún cuidado, pude vender la mayor parte de mis acciones cuando el mercado subía. Al terminar la sesión, los compradores escasearon ya, a causa de la desaparición de Levy, de modo que, al fin, sólo gané unos cuantos centenares de libras con la transacción.
»Esperando haber aclarado todos los puntos que quizá fueron oscuros para usted y felicitarle por su perspicacia y buena fortuna, que le han permitido derrotarme, le ruego presentar mis respetos a su señora madre, y quedo su affmo. s. s.,
»Julián Freke».
»P. S. – He hecho ya mi testamento, legando mi dinero al hospital de San Lucas, así como también mi cadáver, para que sea disecado. Tengo la certeza de que el mundo científico tendrá interés en examinar mi cerebro. Como moriré por mi propia mano, supongo que no habrá dificultades para eso. ¿Me hará usted el favor, si le es posible, de hacer lo necesario para que mi cerebro no sea estropeado por algún mal cirujano y a fin de que mi cadáver tenga el destino que deseo?
»Es posible que también le interese saber que agradecí su visita de esta tarde. Ella era un aviso y ahora procedo de acuerdo con él, a pesar de sus desastrosas consecuencias para mí. Le agradezco igualmente que no haya menospreciado mi valor y mi inteligencia y también me alegro de que se negase a recibir la inyección. En caso contrario, no habría llegado vivo a su domicilio. En su cadáver no se habría encontrado el menor rastro del líquido inyectado, pues era una preparación de estricnina inofensiva, mezclada con un veneno casi desconocido, y cuya presencia no es posible descubrir. Es una solución concentrada de me…»
Allí se interrumpió el manuscrito.
–Eso es bastante claro –dijo Parker.
–¿No es extraordinario que ese hombre tan frío e inteligente no haya podido abstenerse de consignar su confesión por escrito, para demostrar cuán inteligente es y a pesar de que eso lo condena seguramente a muerte? –preguntó lord Peter.
–Sin embargo, es muy agradable para nosotros –exclamó el inspector Sugg–. Pero todos los criminales son iguales.
–Ese es el epitafio de Freke –dijo Parker en cuanto se hubo marchado el inspector–. ¿Qué más, Peter?
–Voy a dar una comida –contestó lord Peter–. Invitaré al señor John P. Milligan, a su secretario y a los señores Crimplesham y Wicks. Lo merecen por no haber asesinado a Levy.
–No te olvides de los Thipps –dijo Parker.
–Ni por todo el oro del mundo –dijo lord Peter–, me privaría del placer de verme acompañado de la señora Thipps. ¡Bunter!
–Milord.
–El coñac «Napoleón».
DOROTHY LEIGH SAYERS (1893–1957). Nació en Oxford, Inglaterra, donde su padre era capellán. Fue una de las primeras mujeres en recibir un título universitario. Conocida escritora y traductora, estudiosa de lenguas clásicas y modernas, cristiana y humanista. Murió de un infarto cerebral a los 64 años.
Buena amiga de C. S. Lewis, trató con frecuencia a J. R. R. Tolkien y fue además amiga de T. S. Elliot, Agatha Christie y G. K. Chesterton. Escribió novelas detectivescas, con Lord Peter Wimsey como personaje característico y principal, introduciendo más tarde a Harriet Vane, alter-ego de la propia escritora.
Sin embargo, su interés principal se volcó en la traducción de la
Divina Comedia
de Dante, el trabajo del que se sentía más orgullosa. Aunque murió sin concluirlo, había escrito tres volúmenes de comentarios sobre la obra de Dante, y traducido y comentado la
Chanson de Roland,
entre otros trabajos. Autora, además, de varios escritos de carácter religioso de gran difusión (el Arzobispo de Canterbury llegó a ofrecerle el doctorado honorario en Teología, que Sayers rechazó), y obras de teatro (
El hombre que nació para ser Rey
es la más conocida). Su ensayo
Las herramientas perdidas del aprendizaje
ha sido especialmente difundido y utilizado en Estados Unidos para recuperar la educación clásica.
[1]
Esta es la primera edición de Florencia, 1481, de Niccolo di Lorenzo. La colección de lord Peter, de Dante, impresos, vale la pena de ser examinada. Comprende, además, el famoso
Aldino
en octavo, de 1502, el folio de Nápoles de 1477,
edizione raríssima
, según Colomb. Este ejemplar carece de historia y la opinión particular del señor Parker es que su dueño actual se lo llevó después de haberlo hurtado de un modo u otro. La opinión de lord Peter es que la encontré en algún lugar de las Colinas cuando daba un paseo por Italia.
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[2]
Lord Peter se equivocaba, porque ese libro se halla en posesión del conde de Spencer; el ejemplar Brocklebury está incompleto, pues le faltan las cinco signaturas últimas, aunque es el único que posee el colofón.
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[3]
Graves significa tumbas.
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[4]
En Inglaterra y en los Estados Unidos, aparte de algunos otros países, las ventanas son del tipo llamadas «de guillotina».
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[5]
«Quién es quién». Anuario biográfico.
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[6]
Iniciales correspondientes a
Young Men Christian Association
, Asociación de Jóvenes Cristianos.
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