Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
Ese día, a la hora del almuerzo, Akiko, Yamato, Kiku, Saburo y Yori se reunieron en torno a Jack a la mesa situada en el fondo del
Chô—no-ma.
Kazuki estaba arrodillado, rígido, en la mesa opuesta, mirando a Jack con expresión malencarada y haciendo caso omiso de los intentos de Nobu y Emi por animarlo.
—¿Cómo lo has conseguido, Jack? —preguntó Saburo—. Se te estaban cayendo los brazos. Estabas derrotado. ¡Y entonces, ZAS! Se te han puesto rígidos como una flecha.
—No lo sé —dijo Jack intentando aliviar la tensión que aún le quedaba en los músculos de los hombros—. He recibido una corriente de energía de alguna parte y he sentido como si mis brazos no tuvieran ningún peso.
—
¡Ki!
—exclamó Kiku.
Jack la miró, aturdido.
—
Ki
significa fuerza vital. Mi padre me lo explicó. Es tu energía espiritual. Con entrenamiento, un samurái puede canalizarla en el combate —explicó Kiku.
—¡Claro! —interrumpió Saburo con entusiasmo—. Los monjes
sohei
del monte Hiei eran famosos por poder controlar su
ki.
Al parecer, podían derrotar a sus enemigos sin desenvainar siquiera sus espadas.
Todos le dirigieron a Saburo una mirada de desconfianza.
—¡No, de verdad! —insistió Kiku—. El
sensei
Yamada probablemente nos enseñará a usar nuestro
ki.
Tenemos su clase de zen esta tarde. Todos podríamos derrotar a nuestras espadas.
—No creo que nos sirva de nada —murmuró Jack, más para sí que para ninguno de sus amigos, pero Akiko lo oyó.
—¿Qué te hace decir eso? —preguntó la muchacha.
—Bueno, anoche Kazuki decidió que quería que me disculpara y trató de romperme el brazo.
—¿Por qué no lo has denunciado? —preguntó Akiko, inspeccionándole el brazo con auténtica preocupación.
—¿Para qué? Kazuki se detuvo antes de que pasara nada. Pero sólo porque apareció el
sensei
Yamada. Poco me ayudó, por cierto. No hizo nada más que murmurarme un proverbio sin sentido.
—¿Qué dijo? —preguntó Yamato.
—Para que te pisen, tienes que estar en el suelo. ¡Menudo sabio! ¿Qué ayuda es ésa?
—Disculpadme —dijo una vocecita, y Yori, el chico que había olvidado su
bokken
, asomó la cabeza por detrás de Saburo—. El
sensei
Yamada puede que te estuviera sugiriendo que aprendieras a defenderte.
Jack aún tardó unos instantes en captar el significado de las palabras de Yori, pero finalmente advirtió que tenía razón. De repente, el proverbio del
sensei
le pareció obvio. Si podía dominar la espada y el
taijutsu
, y ser más fuerte, más rápido y mejor que Kazuki, entonces sería Kazuki quien estaría en el suelo, no él.
¡Con las habilidades adecuadas, podría derrotar a cualquiera, tal vez incluso a Dokugan Ryu!
Ahora había un motivo por el que merecía la pena entrenar.
—¿Te encuentras bien, Jack? —preguntó Akiko, preocupada ante la oscura expresión de determinación que nublaba el rostro de Jack.
—Perfectamente. Estaba pensando en las palabras de Yamada. Ahora tienen sentido. Completo sentido.
Y allí y entonces, tras haber recibido sólo una lección en la
Niten Ichi Ryû
, Jack juró dedicarse al Camino del Guerrero.
—Pasad. Pasad.
¡Seiza!
—exclamó el
sensei
Yamada mientras ellos se detenían en la entrada del
butsuden
, el Salón de Buda, situado en el ala este del patio.
El
sensei
Yamada los invitó a entrar. Estaba encaramado en un estrado al fondo del salón, sentado encima de un pequeño cojín
zafu
redondo, que, a su vez, reposaba sobre un
zabuton
más grande y cuadrado. El
sensei
llevaba una sencilla túnica de azul pizarra y verde mar y los esperaba con las piernas cruzadas, las manos colocadas tranquilamente sobre el regazo, y las yemas de los dedos en contacto. A Jack le recordó a un sapo gordo en un nenúfar.
En el salón, la luz de la tarde se abría paso a través de las persianas, revelando columnas de humo de incienso y dándole a la barba gris y rizada del
sensei
Yamada el aspecto de una telaraña finamente tejida. El aire estaba cargado con el olor a jazmín y sándalo, y Jack se sintió inmediatamente relajado al respirarlo.
La clase se fue sentando en los cojines que había dispuestos en el suelo, en hileras semicirculares. Jack encontró un
zabuton
en las primeras filas, junto con Akiko, Yori y Kiku. Mientras se acomodaba, vio entrar a Kazuki y Nobu. Eran de los últimos, y se sentaron al fondo de la clase. Kazuki le dedicó a Jack una mirada venenosa.
—Por favor. Sentaos como lo hago yo —indicó Yamada.
Se produjo un cierto alboroto hasta que los estudiantes consiguieron reproducir la postura del
sensei
Yamada.
—Ésta es la postura del semiloto. Buena para la meditación. Anima la circulación de vuestro
ki.
¿Todo el mundo está cómodo? —preguntó, y luego inspiró largamente—. Delante de cada uno de vosotros hay un regalo para daros la bienvenida a mi clase de zen.
Jack miró el pequeño objeto de madera que había ante sus pies. Parecía un muñequito en forma de huevo, pero sin brazos ni piernas. Estaba pintado de un rojo vivo, tenía bigote y barba negros y, aunque el blanco de sus ojos carecía de pupila, la expresión del rostro era de sorpresa.
—¿Puede decirme alguien qué es esto? —preguntó Yamada.
Kiku levantó la mano.
—Es un muñeco Daruma. Está basado en Bodhidharma, el fundador del zen. Se escribe el nombre en la barbilla y se llena uno de sus ojos con tinta negra mientras se pide un deseo. Si el deseo se cumple, coloreas el otro ojo.
—Sí, en efecto, pero es mucho más que eso —dijo Yamada, empujando levemente el muñeco Daruma que tenía delante.
El muñeco se inclinó hacia un lado, se detuvo, luego se inclinó hacia el otro, volvió a detenerse, y siguió repitiendo el mismo movimiento cada vez más lentamente.
La clase esperó pacientemente a que el
sensei
Yamada continuara, pero el anciano parecía haber caído en trance. Hasta que el muñeco no dejó de moverse por completo, el
sensei
Yamada no levantó la mirada, parpadeando, como sorprendido de que todavía estuvieran allí.
—¿Quién puede decirme qué son las Nueve Visiones? —continuó, aparentemente ajeno al hecho de que no había aclarado sus últimas palabras.
Nadie levantó la mano.
El
sensei
Yamada esperó.
Nadie ofreció ninguna respuesta. Pero Yamada siguió esperando, como si la respuesta simplemente necesitara asentarse en las mentes de sus estudiantes, como el polvo en un libro viejo.
Finalmente, vacilante, Kiku levantó la mano.
—¿Sí, Kiku-chan?
—¿Son las nueve reglas para conseguir la iluminación?
—No exactamente, Kiku, pero es un buen resumen —dijo Yamada, obviamente satisfecho con su esfuerzo—. Es una secuencia ascendente de nueve etapas, o visiones, que el samurái necesita atravesar durante la meditación. Comprender adecuadamente las Nueve Visiones conduce al
satori
, la iluminación.
Una sonrisa enigmática apareció en sus labios y sus ojos chispearon como la luz del sol en un arroyo. Jack se sintió atraído hacia la mirada del anciano, como si fuera una hoja flotando en el mismo arroyo.
—Este proceso de meditación se llama
zazen.
El objetivo del
zazen
es sentarse y abrir la mano del pensamiento. Cuando vuestra mente no esté sujeta por sus muchas capas, podréis advertir la verdadera naturaleza de las cosas y conseguir por tanto la iluminación.
La voz del
sensei
Yamada era el sonido de un arroyuelo cantarín, el zumbido de las abejas en verano y la suave ternura de una madre todo en uno. Así que aunque Jack no entendía realmente lo que quería decir el
sensei
, se dejó llevar sin esfuerzo por el hipnótico flujo y reflujo del habla del anciano.
—Hoy practicaremos
zazen
con el muñeco Daruma. Meditaremos durante un ratito —dijo, encendiendo una corta vara de incienso que mediría el avance de la meditación—. La primera visión —prosiguió— es adoptar la postura meditativa adecuada, como estáis haciendo todos ahora: sentados, las piernas cruzadas, la espalda recta, pero relajada, las manos una encima de la otra, los ojos entrecerrados.
Todos adoptaron esa postura.
—La segunda visión es respirar desde el
hara.
Concentraos justo en el punto situado sobre vuestro ombligo. Ése es vuestro centro. La respiración debe ser lenta, rítmica y tranquila.
Mokuso
—dijo, iniciando la meditación respiratoria.
Jack se concentró en su respiración, pero le resultaba difícil dejar de respirar con el pecho y hacerlo con el estómago.
—Desde el
hara
, Jack-kun. No desde el pecho —dijo Yamada suavemente.
«¿Cómo demonios lo ha notado?», pensó Jack, sorprendido. Se concentró de nuevo en su respiración y trató de sacar el estómago en vez de alzar el pecho.
El
sensei
Yamada dejó que toda la clase frenara su respiración durante varios minutos.
—La tercera visión es para tranquilizar el espíritu. Desprendeos de cualquier pensamiento trivial, emociones que os distraigan o irritaciones mentales. Imaginad que hay nieve en vuestra mente. Dejad que se vaya derritiendo gradualmente.
Jack de pronto fue consciente de que su mente rebosaba de pensamientos. Zumbaban en su cabeza como avispas: Kazuki, el cuaderno de ruta, Ojo de Dragón, Akiko, su casa, Masamoto, su padre, Jess... Trató de calmar su mente, pero cuando apartaba un pensamiento, otro ocupaba inmediatamente su lugar.
—La cuarta visión es la consecución. A medida que vuestros pensamientos mundanos se disipen, empezad a llenar vuestro cuerpo de
ki.
Imaginaos como un recipiente vacío. Verted vuestra energía espiritual como si fuera miel. Que os llene desde la planta de los pies hasta la cabeza.
A Jack, que todavía se esforzaba por despejar su cabeza, le resultó imposible concentrarse en la siguiente etapa. Descubrió que su mente se distraía continuamente con pensamientos aleatorios.
—La quinta visión es la sabiduría natural. Cuando se está en calma, sin preocupaciones, en paz, las cosas pueden verse bajo su verdadera luz. Esto lleva de manera natural al desarrollo de la sabiduría.
La meliflua voz del
sensei
Yamada continuó arrullando a todo el mundo hasta sumirlos en un estado parecido al sueño. Los dejó flotar un poco más antes de continuar. Jack todavía estaba intentando despejar su mente para poder llenarse de
ki
y experimentó una vez más la energía con la que había tropezado durante la prueba del
bokken.
—Por hoy, nos quedaremos con esta quinta visión y empezaremos con una
koan
básica, una cuestión a la que debéis responder vosotros mismos. Concentrad vuestra atención en vuestro muñeco Daruma y empezad a mecerlo. Todos sabemos lo que es, pero ¿qué es?
Estaba claro que el
sensei
Yamada no quería que le diesen una respuesta a su
koan
, sino que reflexionaran en su búsqueda. Jack, no obstante, aún era incapaz de concentrarse adecuadamente y no consiguió encontrar ninguna solución. El muñeco Daruma siguió pareciéndole un muñeco Daruma, y sus ojos ciegos resultaban tan blancos como la respuesta de Jack.
Su mente se apartó del muñeco, y sus pensamientos fluctuaron como las sombras proyectadas por una vela hasta que el incienso se consumió y el
sensei
Yamada exclamó:
—
¡Mokuso yame!
Todos cesaron sus intentos de meditación y soltaron un suspiro de alivio ahora que la tarea había terminado.
—Bien hecho, todos. Acabáis de aprender un ideal importante del
busbido
—dijo, con una sonrisa de satisfacción en el rostro, como si la respuesta a su
koan
estuviera clara como el agua.
Jack seguía sin comprender qué pretendía el
sensei.
Miró a su alrededor y, para su alivio, vio expresiones de confusión en el rostro de muchos de los demás estudiantes. La iluminación no los había alcanzado. Kiku y Yori, sin embargo, parecían bastante satisfechos con sus experiencias.
—Esta noche quiero que todos continuéis meditando ante el muñeco. Ved qué más podéis aprender de él.
El
sensei
Yamada asintió sabiamente, sugiriendo que había muchas más verdades que descubrir del muñeco de madera.
—La clave del arte del zen es la regularidad diaria, así que debéis ser disciplinados y meditar cada mañana y cada noche durante un ratito. Pronto veréis la vida tal como es.
Inclinó la cabeza, indicando que la lección había terminado. Los estudiantes se pusieron en pie y, tras saludar, se marcharon con sus muñecos Daruma en la mano. Jack sacudió las piernas para que la sangre volviera a correrle y fue a reunirse con Akiko, Kiku y Yamato.
—¡Acordaos de pintarle al muñeco el primer ojo y formular un deseo! —dijo alegremente el
sensei
Yamada, todavía sentado en los cojines, todavía parecido a un sapo en un nenúfar.
Tras salir del oscuro
butsuden
al patio principal, Jack tuvo que protegerse los ojos contra el sol de invierno, que ya estaba bajo en el cielo de la tarde.
—¿De qué iba todo esto? —preguntó Saburo, que bajaba corriendo los escalones del
butsuden
tras ellos.
—No lo sé —respondió Yamato—. ¿Por qué no se lo preguntas a Kiku? Parece que lo sabe todo.
—Se supone que tienes que descubrirlo tú mismo —dijo Kiku, por encima del hombro.
—Sigo sin pillarlo —dijo Saburo—. No es más que un muñeco de los deseos.
—No, no lo es. Es más que eso —respondió Kiku.
—Eso es exactamente lo que ha dicho el
sensei
Yamada. Sólo estás repitiendo sus palabras. Creo que tú tampoco tienes ni idea —repuso Saburo desafiante.
—Sí que la tengo —replicó ella, y se negó a decir nada más.
—¿Quiere alguien decirme cuál es el significado? —suplicó Saburo—. ¿Akiko? ¿Yamato?
Ambos se encogieron de hombros.
—Te lo preguntaría a ti, Jack, pero probablemente ni siquiera sabes lo que es el zen.
Tenía razón. Jack no lo sabía. Esperaba que alguien se lo dijera, pero no se atrevió a preguntarlo por miedo a parecer estúpido.