Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
—No sé... —dijo Jack de rodillas tratando de encontrar una respuesta—. El padre Lucius lo cogió.
Akiko y Yamato intercambiaron una mirada de desconcierto: ¿era Jack la razón de que los atacasen?
—¡Mientes! —replicó Ojo de Dragón—. No estaríamos aquí si ellos no hubieran sabido que eres tú quien lo tiene.
De repente se oyó un agudo silbido en el aire y un sonido sordo: el ninja de la muñeca rota cayó de bruces al suelo, con una flecha temblando en su espalda.
—¡Masamoto! —exclamó con odio Ojo de Dragón.
Masamoto, con ambas espadas desenvainadas, entró a la carga en el jardín acompañado por cuatro samuráis más. Otros tres samuráis corrían por el porche, cargando sus arcos con flechas nuevas.
—Volveremos a vernos,
gaijin
—aseguró Ojo de Dragón antes de huir por el puente con los demás ninjas.
Las flechas de los samuráis empezaron a volar por los aires, y Yamato tiró con fuerza de Akiko y Jack para que se echaran al suelo. La primera flecha alcanzó al último ninja en la pierna. La segunda le atravesó la garganta. La tercera apuntaba a Ojo de Dragón, pero el ninja saltó como un gato hacia el cerezo y la flecha fue a clavarse en el tronco. Ojo de Dragón se colgó de la rama inferior y se lanzó ágilmente por encima de la tapia para desaparecer en la oscuridad de la noche.
—¡Por Akuma! ¿Quién era ése? —preguntó Masamoto cuando alcanzó a los muchachos.
—Ojo de Dragón —respondió Jack poniéndose en pie.
—¿Dokugan Ryu? —repitió Masamoto desconcertado gritándole tras unos instantes al samurái más cercano—: ¡Capitán! ¡Desplegaos! Asegurad la casa. Llamad a todos nuestros samuráis de la aldea. ¡Por la memoria de mi hijo Tenno, encontrad a ese Dragón y destruidlo!
El capitán repitió las órdenes a su grupo de samuráis y todos desaparecieron en la noche. Masamoto le indicó a Hiroko y a un fornido samurái que se acercaran desde la casa y, volviéndose hacia Jack, Akiko y Yamato, que seguían arrodillados junto a Taka-san, intentando coger en brazos al herido, dijo:
—Kuma-san cuidará de vosotros. Es uno de mis samuráis más leales. No te preocupes por Taka-san, Akiko —añadió, advirtiendo la preocupación en la mirada de la muchacha—. Haré que lo atiendan adecuadamente. ¡Ahora, marchaos!
Al día siguiente, Jack, Akiko y Yamato fueron convocados a los aposentos de Masamoto.
—Sentaos —les ordenó, cortante.
Masamoto estaba sentado en su lugar habitual, en la plataforma elevada, pero esa mañana le pareció a Jack menos compuesto que en ocasiones anteriores. Sus cicatrices estaban más inflamadas y su voz era tensa y ronca.
Hiroko le sirvió
sencha.
—No se ha encontrado a Dokugan Ryu —dijo con brusquedad, claramente insatisfecho por el fracaso de sus samuráis—. Mis exploradores habían avistado a ninjas de la aldea Matsuzaka, a diez
ri
de aquí. Vinimos tan rápido como pudimos. Sin embargo, nuestros caballos no fueron lo bastante veloces para salvar a Chiro.
—Masamoto-sama, ¿puedo preguntarte cómo está Taka-san? —inquirió Akiko.
—Está bien, Akiko-chan. Su herida es profunda, pero me han dicho que se recuperará con el tiempo. Dokugan Ryu es un enemigo formidable y Taka-san luchó con valor.
Masamoto los estudió a los tres.
—Sin embargo, tuvo suerte de poder contar con vosotros tres. Actuasteis con verdadero
bushido.
¿Sabes lo que es eso, Jack-kun?
—No, Masamoto-sama —respondió Jack inclinando la cabeza como le había enseñado Akiko.
—
Bushido
significa «Camino del Guerrero», Jack-kun. Es nuestro código de conducta samurái. No está escrito, ni se dice. Es nuestra forma de vida. El
bushido
sólo se conoce a través de la acción.
Masamoto dio un profundo sorbo a su
sencha
y prosiguió.
—Las siete virtudes del
bushido
son Lealtad, Honestidad, Benevolencia, Respeto, Honor, Integridad y Valor. Anoche, Yamato, Akiko y tú demostrasteis tener estas virtudes a través de vuestras acciones.
Dejó que el peso de sus palabras colgara en el aire. Los tres se inclinaron profundamente para mostrar su agradecimiento.
—Sin embargo, tengo una pregunta. Me sorprende que Dokugan Ryu asome de nuevo la cabeza por aquí. No puedo creer que siga a las órdenes de los enemigos de mi
daimyo.
Esa amenaza ha pasado. Los hombres responsables de ese intento de asesinato están todos muertos, por mi propia mano. Sólo puedo suponer que tiene una nueva misión, pero no sé por qué mi familia está involucrada. ¿Dio alguna indicación de por qué se atrevió a atacar el santuario de este hogar?
Jack permaneció en silencio, sintiéndose acalorado e incómodo. Podía sentir los ojos de Masamoto sobre él. ¿Debería revelar la verdad sobre el cuaderno de ruta? Su padre le había ordenado estrictamente que lo mantuviera en secreto. Y hasta que Jack no supiera quién lo quería, no podía revelar el verdadero propósito del diario a nadie, ni siquiera a Masamoto.
—Jack... —empezó a decir Yamato.
Pero Akiko miró a Yamato, declarando claramente con los ojos que era deber de Jack, y no de Yamato, decírselo a Masamoto.
—¿Sí, Yamato?
—Jack... —empezó a decir Yamato vacilante— me salvó la vida. Derrotó a un ninja con su
bokken.
—Jack-kun, ¿tienes habilidad con las armas? Vaya, has superado mis expectativas —dijo Masamoto, con expresión satisfecha, al parecer olvidando sus preguntas sobre Dokugan Ryu—. La primera vez que te vi ya sentí que poseías fuerza de carácter. De hecho, la esencia del espíritu
bushido.
—Fue el entrenamiento de Yamato el que lo hizo posible, Masamoto-sama —respondió Jack, ansioso por dar a Yamato el crédito debido para impresionar a su padre. También esperó que eso desviara la conversación del cuaderno de ruta.
—Excelente. Pero él no es ningún maestro —declaró Masamoto sin malicia ni mala intención, pero hiriendo el orgullo de Yamato.
A Jack le supo mal por el muchacho: nada de lo que hacía parecía merecer el respeto de Masamoto. El padre de Jack, en cambio, siempre había estado dispuesto a reconocer sus logros. De pronto, una punzada de pesar atravesó su corazón: qué orgulloso se habría sentido su padre de él. ¡Había derrotado a un ninja!
—Jack-kun. Has demostrado ser digno de seguir el Camino del Guerrero. Decreto por tanto que debes entrenarte con Yamato en la
Niten Ichi Ryû
, mi «Escuela de los Dos Cielos». Mañana partiremos para Kioto.
Cuando apenas había amanecido, Jack se despertó con el ruido de cascos de caballos y el cortante grito de un samurái que ordenaba a sus tropas que se detuvieran ante la casa.
Jack reunió las pocas pertenencias que tenía: su otro quimono, su
obi
, sus
tabi
, un par de sandalias, el
bokken
que ahora era suyo y, lo más importante, el cuaderno de ruta de su padre. Cogió el diccionario del sacerdote, dispuesto a cumplir con su promesa y entregárselo al padre Bobadilla en Osaka cuando se presentara la ocasión, y lo guardó en una mochila. Después se aseguró de colocar el cuaderno en el fondo, a salvo de ojos espías, y salió al porche.
Una fina bruma anaranjada se alzaba sobre el cielo de invierno y Jack apenas pudo distinguir la silueta del cerezo, con sus ramas recortadas contra el prístino paisaje blanco. La flecha del samurái aún seguía clavada en el tronco, como un recordatorio letal de que Ojo de Dragón estaba ahí afuera, en alguna parte, dispuesto a apoderarse del cuaderno de ruta. Jack se estremeció al pensarlo.
—Buenos días, Jack-kun.
Uekiya el jardinero se había acercado y presentaba sus respetos.
—Buenos días, Uekiya-san. ¿Qué haces levantado tan temprano?
—Jack-kun, por favor, acepta este humilde regalo.
El anciano le entregó una cajita de madera y, al retirar la tapa, Jack descubrió una planta diminuta en su interior.
—¿Qué es? —preguntó.
—Es un bonsái —explicó Uekiya—. Un diminuto
sakura
, un cerezo, como el de este jardín, junto al que sueles sentarte.
Jack examinó la pequeña planta. Era un árbol perfecto, pero sólo algo más grande que su mano abierta.
—El
sakura
florece en abril —explicó Uekiya con ternura—. La flor es breve, pero hermosa. Como la vida.
—
Arigatô
, Uekiya-san. Pero yo no tengo nada que darte a cambio.
—Eso no es necesario. Me ha producido un gran placer verte disfrutar en mi jardín. Es todo lo que un viejo jardinero puede desear.
—¡Jack-kun! ¡Jack-kun! —gritó Hiroko saliendo de la casa—. Debes darte prisa. Es hora de partir.
—Cuando estés en Kioto, cuida de este
bonsái
y recuerda al viejo Uekiya y su jardín, ¿quieres?
—Lo haré —dijo Jack, inclinándose para mostrarle su gratitud, y entonces se dio cuenta de que echaría mucho de menos el solaz que había descubierto bajo el cerezo.
Hiroko lo dirigió a la parte delantera de la casa. Jack miró por encima de su hombro una última vez y vio al anciano todavía inclinado, mostrándole su respeto. Estaba tan quieto que parecía formar parte del propio jardín.
—¿Cómo debo cuidar el
bonsái?
—le preguntó Jack alzando la voz.
Uekiya alzó la cabeza.
—Riégalo un poco cada día, pero no demasiado... —empezó a decir, pero el resto de sus palabras se perdieron cuando Jack dobló la esquina.
Hiroko lo condujo a través de la puerta principal, donde un grupo de samuráis esperaban con sus caballos. Estaban haciendo los últimos preparativos para el viaje y, a la cabeza de la columna, junto a Masamoto, iba Yamato.
—Un momento, Jack-kun —dijo Hiroko, y, tras desaparecer en la casa, regresó casi de inmediato con un quimono perfectamente doblado. Jack se dio cuenta enseguida de que era de seda, de un color burdeos oscuro, y estaba decorado con la insignia del fénix de Masamoto.
—Lo necesitarás para las ceremonias y festivales. Lleva el
mon
del fénix, el símbolo familiar de Masamoto —dijo Hiroko, los ojos llenos de lágrimas por su partida—. Estarás más seguro bajo el ojo protector de Masamoto-sama que aquí.
—
Arigatô
, Hiroko-san —dijo Jack, aceptando el regalo con ambas manos y admirándolo—. Es magnífico.
Un fornido samurái de oscuras cejas tupidas y bigote que parecía crecerle directamente de los agujeros de la nariz se acercó a caballo. Iba vestido con un quimono marrón oscuro y un chaleco de montar. Jack lo reconoció: era el samurái de confianza de Masamoto, Kuma-san.
—Jack-kun, tienes que cabalgar conmigo —ordenó, dando una palmada en la grupa del caballo.
Jack colocó con cuidado el quimono dentro de su mochila, junto con el bonsái, y lo guardó todo en una alforja vacía. Kuma-san le ofreció la mano y Jack montó. El samurái le entregó entonces una gruesa capa para que se protegiera del frío.
—¡Y acuérdate de bañarte! —le aconsejó Hiroko, dirigiéndole a Jack una sonrisa triste.
Mientras trotaban a la cabeza de la marcha, Jack notó que los ojos le ardían de repente y contuvo las lágrimas. Le entristecía dejar Toba. Ese lugar había sido su hogar durante los seis últimos meses. No tenía ni idea de cuándo regresaría, ni siquiera si lo haría alguna vez. Se despidió de Hiroko, que le devolvió el saludo inclinando la cabeza. Entonces Jack se dio cuenta de que no había visto a Akiko. ¿Dónde estaba? Tenía que despedirse de ella. Jack miró desesperadamente a su alrededor, incapaz de bajar del caballo.
Al cabo de un rato, la divisó detrás de un grupo de samuráis a caballo. Cabalgaba su propio corcel blanco, el mismo que Jack había visto su primera mañana en Japón.
—¡Akiko! —gritó Jack—. Me preocupaba no poder decirte adiós.
—¿Adiós? —repuso ella mirándole con expresión perpleja y acercándosele al trote—. Pero Jack, si yo también voy a Kioto.
—¿Qué? Pero si vamos a entrenarnos para ser guerreros samuráis.
—Las mujeres también son samuráis, Jack —dijo Akiko ofendida, y acicateó a su caballo antes de que Jack tuviera tiempo de responder.
Se oyó el grito de
«¡Ikinisai!»
, y la columna de caballos se puso en marcha.
Jack vio que alguien corría junto a su caballo.
—Adiós, adiós, Jack Fwesher. ¡Adiós! —gritó Jiro con entusiasmo.
—Adiós, Jiro —respondió Jack, agitando la mano.
Los samuráis empezaron a subir por la colina dejando al niño perdido en una nube de nieve.
Una vez hubo dejado atrás la bahía, la tropa de samuráis serpenteó a lo largo de los campos de arroz de la colina hasta llegar a una estrecha carretera de tierra. Desde la falda de la colina, Jack contempló el puerto de Toba. Desde allí le parecía muy pequeño y los barcos eran como pétalos en un estanque. El
toril
, que marcaba la entrada a la bahía, ardía como el fuego bajo las luces del alba. Y entonces desapareció, perdido tras la curva de la colina.
Kioto estaba a cuarenta
ri
, unos ciento cuarenta kilómetros de Toba, según le había dicho Kuma-san a Jack. Cabalgarían hasta mediodía, descansarían, y luego pernoctarían en la aldea de Hisai. Desde allí, el día siguiente se dirigirían a Kameyama y tomarían la carretera de Tokaido, tierra adentro, para acercarse a Kioto desde el extremo sur del lago Biwa. El viaje completo duraría tres días.
La ruta estaba libre de tráfico, aunque por el camino encontraron pequeños brotes de vida: aldeas de pescadores en cuyas orillas fondeaban algunas barcas y en las que se divisaban pescadores reparando sus redes; campos moteados donde granjeros atendían las heladas terrazas de arroz; un mercado de verduras local; una posada junto al camino, abierta a los negocios; perros medio salvajes que ladraban y perseguían a los caballos; un mercader solitario que se dirigía al camino de Tokaido, la espalda cargada de artículos.
Jack advirtió que ante la presencia de Masamoto y su séquito, todos los aldeanos hacían una reverencia de profundo respeto y no volvían a levantar la cabeza hasta que todos habían pasado.
Cuando se detuvieron a almorzar en una posada que había junto al camino, Jack buscó a Akiko y la encontró atendiendo a su caballo.
—Es un hermoso caballo —señaló Jack sin saber muy bien qué decir después del grosero comentario que le había hecho a Akiko esa mañana.
—Sí, Jack. Era de mi padre —respondió ella, sin mirarlo.