Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
Todos los estudiantes rodearon a Jack, deseosos de aprender su patada del
gaijin
volador.
Todavía aturdido por la victoria, Jack se arrodilló mientras todos se congregaban en torno al nuevo héroe.
El juez pedía desesperadamente silencio y poco a poco el griterío de la multitud se redujo a un murmullo entusiasmado.
Cuando todo el mundo volvió a ocupar su puesto, Jack pudo ver al
sensei
Yamada, con una enigmática sonrisa en los labios, conversando educadamente con el
sensei
Kyuzo, quien al parecer pedía una explicación del talento hasta ahora oculto de Jack para las patadas.
—Ahora, combate final. Saburo contra Yamato. ¡Alineaos! —anunció el juez, y todos los ojos se posaron sobre los dos competidores restantes.
Las dos escuelas estaban empatadas, de modo que el combate final era crucial.
Si Saburo derrotaba a Yamato, la
Niten Ichi Ryû
sería la vencedora del día. Saburo era un luchador competente y tenía muchas posibilidades de vencer. Yamato, sin embargo, se había convertido en un factor desconocido.
Yamato se enfrentó a Saburo.
Saburo le dirigió una sonrisa amable, pero Yamato permaneció impasible, con una expresión cerrada en los ojos, como si no reconociera a su antiguo amigo.
—
¡Reí!
—exclamó el juez. Los dos saludaron y, una vez encendido el incienso, agregó—.
¡Hajime!
Yamato no se movió.
Saburo vaciló un momento y luego lanzó una limpia patada frontal seguida de un sólido puñetazo del revés.
Yamato esquivó limpiamente la patada y bloqueó el puñetazo de Saburo con el antebrazo. Luego, con un movimiento como el rayo, giró sobre Saburo y lo atacó con un devastador
seoi-nage
, un empujón con el hombro. Saburo surcó el aire y aterrizó con fuerza en el suelo de madera del
butokuden.
—
¡Ippon!
—gritó el juez entre vítores exultantes—. ¡La segunda ronda es para la
Yagyu Ryû!
El incienso apenas había empezado a humear y el combate ya había terminado.
Jack miró a los ojos de Yamato, buscando su primer movimiento.
—La mayoría de las batallas se ganan antes de desenvainar la espada —le había dicho el
sensei
Hosokawa durante una de sus sesiones de
kenjutsu
—. Derrota la mente de tu enemigo, y derrotarás su espada.
Akiko había ganado su competición de
bokken
contra Moriko, consiguiendo una dulce venganza con una victoria por tres a cero. Las sucias tácticas de Moriko en
taijutsu
habían airado a Akiko y había combatido sin piedad. Saburo, por otro lado, después de haber perdido la confianza tras su lucha con Yamato, fue derrotado por Raiden dos a uno. La
Taryu-Jiai
estaba ahora en equilibrio, cualquiera de las dos escuelas podía vencer.
Todo se reducía a Jack y Yamato.
Jack seguía sin poder creer que Yamato estuviera luchando contra la escuela de su propio padre, pero la expresión oscura y ominosa de sus ojos dejaba claro que su lucha era con Jack. Y sólo con Jack.
—¿Al mejor de tres? —se burló Jack, lanzando su propio viejo guante.
Jack sabía cómo luchaba y pensaba Yamato. Él le había enseñado, había practicado con él, y Yamato lo había derrotado. Esta vez, Jack juró que sería él quien vencería.
Yamato hizo una mueca de desdén y, sin dignarse responder, colocó su
kissaki
en línea con la de Jack.
—
¡Hajime!
—anunció el juez.
Yamato golpeó con la velocidad de una cobra. Su
bokken
se abrió paso hacia Jack y se abalanzó contra su cabeza.
Jack esquivó el golpe, barriendo con su propio
bokken
sobre la garganta de Yamato, quien contraatacó rápidamente y bloqueó su intento. Jack presionó inmediatamente con otro ataque, pero Yamato lo vio venir y bajó su propia arma sobre el brazo armado de Jack.
—¡YAME! —exclamó el oficial mientras la multitud aplaudía—. ¡Punto para
Yagyu!
—Te he visto pensar antes de que hicieras el movimiento —rio Yamato—. No has cambiado, Jack.
—Pero tú sí. Has perdido tu honor.
Yamato se irritó por el insulto y lanzó un ataque incluso antes de que el juez diera inicio a la siguiente ronda. Era exactamente la reacción que Jack esperaba. Yamato seguía sin poder controlar su temperamento y, cuando lo desequilibraban sus emociones, cometía errores fundamentales de juicio.
Los golpes de Yamato arreciaron sobre Jack y entonces... Yamato cometió su primer error: se había acercado demasiado y, al prepararse para dar un revés, Jack lo esquivó y le golpeó con fuerza en el vientre.
—¡YAME! —exclamó el oficial mientras Yamato caía al suelo y la multitud prorrumpía en aplausos y vítores—. ¡Punto para
Niten Ichi Ryû!
Empate.
El siguiente movimiento decidiría la
Taryu-Jiai.
Nadie se atrevía a respirar. En el
butokuden
se impuso de pronto un grave silencio. Masamoto y Kamakura estaban inmóviles, petrificados por la expectación, como dioses de piedra en sus tronos.
Durante un breve momento, el tiempo pareció detenerse y Jack y Yamato se enzarzaron en una batalla invisible, cada uno viendo en su mente los movimientos del otro. Se movieron con lentos pasos sincronizados, reflejando las poses del otro, alzando sus espadas al unísono y nivelando sus
kissaki.
—
¡Hajime!
—anunció el oficial.
Los
bokken
entrechocaron. Casi como si estuvieran bailando, acariciaron el suelo con los pies, detuvieron los golpes del otro, giraron sobre sus talones y prepararon sus armas de nuevo.
Las espadas entrechocaron, y cada
bokken
alcanzó simultáneamente el cuello del otro.
—¡Empate! —gritó asombrado el juez.
Sus ojos continuaron la lucha. Seguían siendo los mismos niños que habían combatido en el puentecito de la casa de Hiroko, en Toba, pero ninguno de los dos podía negar que ambos tenían ahora las mismas habilidades.
La confusión reinó entre los estudiantes. ¿Podía haber un empate en una
Taryu-Jiai?
¡Claro que no! ¿Cómo se decidiría entonces el ganador definitivo? El juez pidió calma.
Jack y Yamato sólo se retiraron cuando el juez se interpuso entre ellos. El juez corrió entonces hacia Masamoto y Kamakura y empezó a conversar en tono grave y susurrante.
Toda la multitud aguzó el oído, esperando captar alguna palabra de lo que se decía.
Después de varios minutos de acalorada discusión, Masamoto y Kamakura volvieron a acomodarse en sus asientos y el juez regresó al centro del
dojo.
—¡Samuráis de la
Niten Ichi Ryû!
¡Samuráis de la
Yagyu Ryû!
—anunció con gran pompa y ceremonia—. Por el poder que me confiere la Corte Imperial, invoco el Rito de la Espada de Jade.
La multitud estalló en un clamor y el juez casi perdió la voz desgañotándose para recuperar el control.
—Como consideró el emperador Kammu, el padre de Kioto, el Rito de la Espada de Jade puede invocarse cuando se produce un empate en la
Taryu-Jiai.
Se ha acordado que el samurái que recupere la Espada de Jade de la Cascada del Sonido de las Plumas y la presente al fundador de su escuela será considerado el campeón. Comenzaremos el rito dentro de dos varitas de tiempo ante el Salón de Buda.
La multitud se dejó llevar por el entusiasmo enfervorizado.
El rito no se había invocado desde hacía más de cien años. No había habido necesidad. Nadie recordaba que dos escuelas hubieran empatado hasta entonces.
El incienso emitió una última vaharada de humo antes de morir.
—
¡Hajime!
—exclamó el juez calvo.
Jack corrió hacia la puerta, con Yamato pegado a su costado.
Los aplausos se intensificaron cuando salieron del Salón de Buda y bajaron corriendo de dos en dos los escalones de piedra. La multitud, que se había congregado en el patio, se dividió como una inmensa ola humana mientras Jack y Yamato se dirigían a la puerta principal.
Fuera de la
Niten Ichi Ryû
, Jack y Yamato siguieron la calle a la izquierda y la multitud los siguió, animándolos.
Unos cuantos estudiantes trataron de seguir su ritmo, pero pronto Jack y Yamato los dejaron atrás.
Al final de la calle, Yamato se adelantó un poco y de pronto tomó un atajo por un callejón. Jack le siguió pisándole los talones mientras el sonido de la multitud se apagaba tras ellos. No quería perder a Yamato. No es que le preocupara despistarse en las calles. Akiko le había dicho cómo llegar a la Cascada del Sonido de las Plumas. Jack no quería perder terreno tan pronto.
En la carrera por comenzar el Rito de la Espada de Jade, Akiko y Saburo habían llevado a Jack a la Sala de los Leones en un frenético intento de prepararlo. Mientras Jack se ponía un quimono nuevo y engullía febrilmente agua y comida, Akiko le contó la historia de la Espada de Jade.
—La Espada de Jade perteneció al mismísimo emperador Kammu, el padre fundador de Kioto. Se dice que el samurái que empuñe la Espada de Jade nunca podrá ser derrotado. El emperador Kammu ordenó por tanto que nunca saliera de Kioto para que esta ciudad estuviera siempre protegida. Ofreció la espada al sacerdote budista Enchin para que la guardara, y éste la colocó en lo alto de la Cascada del Sonido de las Plumas para que dominara Kioto y protegiera la fuente del río Kizu.
—Entonces ¿dónde está esa cascada? —preguntó Jack entre bocados de arroz.
—Está detrás del templo
Kiyomizudera
, en las montañas. Se llega allí siguiendo el sendero empinado que parte del puente principal.
—¿Te refieres al puente por el que entramos en Kioto?
—Sí. El sendero quedará a tu izquierda. Serpentea entre las montañas y te llevará directamente a la
Niomon
, la Puerta de los Reyes Deva. Es la entrada principal al templo. No puedes perderte —dijo ella enfáticamente mientras ataba el
obi
de Jack alrededor de su cintura.
—Es un camino de peregrinos y está claramente indicado. Una vez dentro del complejo, ve directamente hacia la
Sanju-no-to
, una pagoda de tres pisos del mismo color del
torii
de Toba. Luego corta camino por el Templo del Dragón y la puerta central hasta la
Hondo
, la sala principal. Al otro lado encontrarás el
butai
, el escenario de baile de los monjes, y a tu izquierda quedará la Cascada del Sonido de las Plumas y el altar de la Espada de Jade.
—Eso no parece muy difícil.
—No te dejes engañar, Jack. Enchin colocó allí la espada por un motivo. La cascada es enormemente peligrosa. Las rocas están mojadas y son muy resbaladizas, y la ascensión es enormemente empinada. Muchos samuráis han caído en su pretensión de tocar la espada, y sólo unos pocos han logrado ponerle las manos encima.
Entonces, antes de que Jack pudiera hacer más preguntas, lo llevaron corriendo al Salón de Buda para comenzar: llevaba el peso del honor de la
Niten Ichi Ryû
sobre sus hombros.
—¡A ver si os fijáis por dónde vais! —gritó un airado mercader mientras Yamato y Jack pasaban corriendo junto al puesto del hombre, derribando su fruta al suelo.
Se abrieron paso entre el puñado de sorprendidos compradores y pronto llegaron a las afueras de la ciudad. Jack se sintió aliviado por escapar del sofocante calor. Yamato llegó primero al puente y lo cruzó antes de dirigirse hacia la izquierda y tomar el camino de los peregrinos. A lo lejos, Jack vio la
Sanju-no-to
, la pagoda de tres plantas, alzándose sobre los árboles.
Akiko tenía razón: era imposible perderse. Un continuo fluir de peregrinos se dirigía al templo. Había vendedores a ambos lados del polvoriento camino y ofrecían talismanes, incienso y pequeños papelitos de la fortuna, mientras que los mercaderes más reputados vendían agua,
sencha
y tallarines a la multitud de viajeros agotados y hambrientos. Jack serpenteó entre ellos, tratando de alcanzar a Yamato.
—¡Más prisa, menos velocidad! —gritó uno de los vendedores, agitando un papel de la fortuna ante la cara de Jack cuando pasó corriendo.
Jack continuó, apretando más el paso.
Yamato ya había entrado en el bosque que marcaba la zona inferior de la montaña. El camino se abría paso pendiente arriba, desapareciendo y volviendo a aparecer entre el puñado de árboles. Jack agradeció su fresca sombra cuando penetró también en el bosque. El corazón le martilleaba en el pecho, pero continuó corriendo, esforzándose por alcanzar a Yamato. La ruta se fue empinando cada vez más y, tras doblar una curva, Jack se dio cuenta de que Yamato empezaba a reducir el ritmo.
Jack, convencido de que podría adelantarlo en la siguiente recta, aceleró, pero al rodear la esquina chocó de frente con una gran barriga blanda. Rebotó y cayó sin más ceremonias sobre el suelo de piedra.
—¡Eh! Menuda prisa llevas, hijo mío —dijo un orondo monje de túnica azafrán, frotándose tiernamente su generoso estómago.
—Lo siento, pero tengo prisa por... Un asunto de honor...
Jack inclinó la cabeza en una rápida disculpa y corrió detrás de Yamato.
—Oh, los jóvenes de hoy, tan ansiosos de iluminación... ¡Buda esperará! —gritó el monje amistosamente mientras Jack se perdía en la distancia.
No vio a Yamato cuando dobló la última curva y pasó bajo la
Nio-mon
, la Puerta de los Reyes Deva. Jack, sin mirar apenas los dos grandes leones que protegían la entrada contra el mal, subió corriendo los escalones de piedra, dejó atrás a los sobresaltados peregrinos y atravesó una segunda puerta que conducía a la
Sanju-no-to.
La pagoda de tres pisos estaba pintada de un rojo violento y destacaba claramente contra el marrón oscuro de los demás edificios.
Jack no vio a Yamato por ninguna parte y corrió hacia la
Hondo
, la Sala Principal, un inmenso edificio que dominaba el complejo del templo.
Atravesó un pequeño altar, en cuyo techo había un vivido dibujo de un dragón verde, pasó otra puerta protegida por leones, y entró en el santuario exterior de la
Hondo.
Tras abrirse paso entre los numerosos peregrinos postrados en oración, se dirigió al santuario interior.
Dentro, sólo había unos cuantos monjes de aspecto sorprendido que observaron al acalorado, sudoroso y jadeante
gaijin
con sereno interés. El interior del santuario era oscuro y fresco, y, a diferencia de otros templos, estaba adornado con imágenes doradas del Buda. Jack, sin embargo, sólo tuvo tiempo de echarles un vistazo rápido y se apresuró a buscar una salida.