El caso de la joven alocada (24 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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¿Cuántas tazas bebiste en total, Haste?

—Dos, señor, la que usted me sirvió y otra, inmediatamente después.

—¿Y cuánto tiempo— permaneció consciente, Sargento? —insistió el Superintendente.

—No podría decirlo con exactitud, señor. No me volteó inmediatamente, si es lo que usted desea saber. Recuerdo haber oído dar las dos menos cuarto, pero no las dos.

—Lo mismo me pasó a mí, ahora que tú lo dices —confirmó Thrupp—. Sí, este dato establece la hora con bastante precisión. Pero…

—A pesar de no ser un experto en drogas —dijo el Superintendente—, por lo que he leído y oído sobre los narcóticos, éstos pueden dividirse en dos clases principales, de acuerdo con sus efectos: los que obran en contados segundos y los que hacen dormir gradualmente. Pero esta sus tancia no parece pertenecer a ninguna de las divisiones, ¿entienden? Todos beben una dosis después de cenar y sin embargo están alegres y brillantes hasta después de medianoche por lo menos, lo cual parece sugerir que se trata de un soporífero suave y no de los violentos. Sin embargo, cuando beben el contenido de los termos, el efecto cambia y ¡todos están inconscientes en contados minutos! El punto puede no ser muy importante, pero me desagradan las discrepancias. Como tema de interés, doctor, ¿conoce alguna droga que actúe en esa forma?

Michael Houghligan sonrió.

—Media docena —contestó—. Valía la pena discutir el tema, Mr. Bede, pero no aclara nada. Ya había notado esa aparente discrepancia, pero cuando dijeron que habían bebido varias tazas de café con ciertos intervalos, el misterio se aclaró. Cualquier médico puede darle datos interesantes acerca del efecto acumulativo de dosis repetidas de un narcótico suave y, claro está, eso es lo que ocurrió; Esta tarde podré decirles exactamente qué droga se usó, pero a primera vista…

—¡Oh! ¿Es necesario que analicemos todo esto ahora? —La voz fatigada de Barbary interrumpió las divagaciones del doctor—. Supongo que ha de ser interesante, pero parece todo sin importancia en este momento, en que el cuerpo de la pobre chiquilla yace en la morgue y hay que atrapar a sus asesinos. No quisiera ser embarazosa, pero…

—Miss Poynings está en lo cierto —dijo lacónicamente el Comisario—. Esto no es un interrogatorio; es un consejo de guerra. Limitémonos a los hechos esenciales, y los hechos esenciales son hasta ahora que los asesinos, aprovechando una ventana abierta, consiguieron mezclar un narcótico al café, a la leche o a ambas bebidas y a otras cosas también, que creemos estaban en la despensa. El plan tuvo éxito y los guardias que velaban dentro y fuera de la casa fueron encontrados sin sentido. Se llevaron a Miss Hurst (debemos recordar que además del café ella había ingerido una fuerte dosis de bromuro que Miss Poynings le había administrado) y la asesinaron.

—¿Tiene idea de cómo se introdujeron en la casa, Mr. Thrupp?

—La tengo, señor. Desafortunadamente por las consecuencias que trajo, el Capitán Poynings me dio una llave de la puerta del frente, por si quisiera entrar rápidamente. Yo guardaba esa llave en mi bolsillo cuando bebí la última taza de café. No la encontré allí cuando recobré mis sentidos, esta mañana, sino en el lado exterior de la puerta de calle. La llave del interior había sido cuidadosamente retirada por el Capitán Poynings cuando sé acostó. Cuando perdí el sentido, se apoderaron de la llave y penetraron en la casa.

Esta idea me sobresaltó.

—Eso quiere decir que sabían que estabas entre los arbustos —exclamé.

Thrupp inclinó la cabeza.

—Temo —dijo— que signifique eso. De cualquier modo, nuestro plan parece no haber tenido éxito, ¿no te parece, Roger?

2

T
UVO QUE
haber resultado muy humillante para Thrupp, admitir hasta qué punto nuestra táctica, al parecer perfecta, había sido destruí da por la habilidad y la astucia de nuestros enemigos y, más aún, porque debió hacerlo en presencia del Superintendente, crítico profesional muy inteligente. Pero no intentó excusarse, como hubiera hecho si fuera menos hombre.

—No estoy orgulloso del episodio de anoche —dijo en ese momento—, pero hice todo lo que pude y es cuanto se le puede pedir a un hombre. Lo único que quiero agregar, es que con la colaboración del Superintendente Bede y de la policía local estoy haciendo lo posible para enjugar la leche que se derramó. La policía de todo el país busca a los tres hombres, sobre los que recaen bien fundadas sospechas, y no tengo la menor duda de que pronto caerán en nuestras manos. Que tengamos o no pruebas para condenados es otro tema, pero tengo la esperanza de que no nos faltarán…

—¿Quiénes son esos tres hombres? —inquirió el Comisario—. ¿Cómo se llaman y qué sabe usted de ellos?

—Desgraciadamente sólo conozco el nombre de uno de ellos —contestó Thrupp—. Un tal Lowe, Ronald Custerbell Lowe, que siguió a Miss Hurst hasta Susex ayer, y que sabía o sospechaba que la encontraría en
The King of Sussex
en el curso del día. No sé de él más que el nombre y eso por lo que la misma Miss Hurst dijo al Capitán Poynings. Como Miss Hurst parecía conocerlo bastante bien, podemos creer que Ronald Custerbell Lowe es su nombre; aun cuando dijo al Capitán Poynings que se llamaba simplemente Custerbell. Desconozco su domicilio, su profesión y cualquier otro dato, excepto que estuvo en
The King of Sussex
entre la una y las dos de ayer, y en el
Green Maiden
de esta población, anoche. Allí parece haberse unido con el segundo hombre, un individuo de cabello rubio, cuya presencia en la iglesia de la Parroquia durante la ceremonia de la tarde, pareció alarmar considerablemente a Miss Hurst. Por averiguaciones que hice en el hotel, éste llegó cerca de la hora del té en un Hispano gris, y tomó una habitación a nombre de Barker. No creo que ése sea su nombre verdadero, pero nos servirá por ahora. Dio su domicilio simplemente como Londres y nadie parece conocerlo, exceptuando a Miss Hurst, que lo conocía lo suficiente para alarmarse de su presencia, pero que se negó a confiar lo que sabía. Lowe arribó al
Green Maiden
dos horas después, preguntó por Barker, comió con él y se encerraron, posiblemente en la habitación de Barker, pues nadie los vió por allí hasta algo más tarde. Mientras tanto, es interesante destacar que mientras Lowe llegó a
The King of Sussex
guiando un coche sport Speedwell color escarlata, apareció en el
Green Maiden
a pie y sin equipaje. Cerca de las diez y media, Lowe hizo una llamada telefónica al Capitán Poynings. Se refirió a su breve encuentro de la mañana y manifestó que como su coche se había descompuesto en un descampado, había tenido que caminar muchas millas para llegar a Merrington y ahora se encontraba con que el hotel estaba completo y no había habitación. El hotelero atestiguó la veracidad del hecho, pero agregó un detalle bastante significativo: el hombre llamado Barker tenía dos camas en la habitación, así que Lowe podía haberse acomodado fácilmente con su amigo. En cambio, llamó al Capitán Poynings y le pidió albergue aquí, en "
Gentlemen’s Rest
. Desafortunadamente para él, contrariamos su deseo y le ofrecimos la habitación que el Sargento Haste, bajo el nombre de Openshaw, había tomado en el
Green Maiden
, lo que dio por tierra con ese intento de penetrar fácilmente en la casa. Un cuarto de hora después, cuando Haste y yo habíamos tomado posiciones afuera, el Capitán Poynings atendió otro llamado telefónico, esta vez del compañero de Lowe, el supuesto Mr. Barker. Este llamado fue menos sutil y de naturaleza más directamente amenazadora. Barker, aunque, claro está, no dio su nombre, exigió ver a Miss Hurst. El Capitán Poynings negó con entereza que estuviese aquí o que supiese algo acerca de ella, y Barker cortó escupiendo fuego y profiriendo amenazas. Fracasados los dos intentos, Barker y Lowe abandonaron el hotel juntos y desde entonces nadie los vió, ni se supo más de ellos. Le dijeron a Venables, el dueño, que salían a dar un paseo a la luz de la luna, y como era tarde, éste les dio una llave para que entraran a su regreso. Por lo que se sabe, no volvieron. Sus camas estaban intactas, y Barker abandonó una valija con algunos objetos de tocador y una muda de ropa interior, todo difícil de identificar. Entonces o después, se llevaron el coche de Barker del garage de
Green Maiden
, que está, como ustedes saben, a unas doscientas yardas del hotel. Afortunadamente el encargado del garage es un muchacho despierto que trabaja con seriedad, hasta el punto de que toma nota no sólo del número de la patente de todos los coches que llegan, sino también del número del motor. No es que vayamos a detener a cada Hispano gris del país para controlar el número del motor, pero el dato puede resultar útil de todos modos. Es probable que Barker haya falsificado el número de la patente para hacer este viaje, pero es difícil que haya corregido el número del motor.

—¡Hum! —gruñó el Comisario—. ¿Y qué hay del tercer hombre?

—Siento decirle que lo que sé de él es menos aún —dijo Thrupp—. Es, por supuesto, el hombre que se presentó como obrero telefónico, y aunque el Capitán Poynings y yo pudimos mirarlo bien, no tenemos idea de quién es ni en dónde buscado. Como sospechábamos, en horas de la tarde había sustraído del correo local el carrito que traía con materiales telegráficos. Nadie, excepto nosotros, parece haber visto al sujeto.

—¿No pueden haber sido Lowe o Barker disfrazados? —preguntó el Inspector Browning.

Thrupp se encogió de hombros.

—Debe recordar —contestó— que yo no conozco de vista a ninguno de los dos, de modo que no estoy en condiciones de juzgar. Pero el Capitán Poynings, que vió a ambos, está casi seguro de que ésa era otra persona. ¿No es verdad, Roger?

Asentí.

—Tenía otra constitución —observé—. Era un tercer miembro de la banda, estoy casi seguro.

—Además, tienen idea —musitó el Comisario— de que mientras él, distraía su atención en la puerta de calle uno de los otros adulteraba la leche a través de la ventana de la despensa. Bien, bien, me parece bien… Esto casi esclarece los acontecimientos de anoche, ¿verdad, Thrupp? Como usted dice, estos pequeños detalles no son muy importantes comparados con el hecho principal. Ahora podremos continuar con los sucesos vitales. De lo que todavía no he podido darme cuenta es de su intervención en el asunto, Inspector Principal. ¿Cómo es que está usted aquí, y cómo sospechaba que esta joven estaba en tal peligro?

3

T
HRUPP
se acarició la barbilla y contestó:

—Me encuentro en un aprieto, señor. Quiero decir que no sé exactamente cuánto es necesario o conveniente que diga de mi relación previa con este caso. No debe creer que soy reticente si me reservo por ahora parte de lo que sé. Lo hago así con el único objeto de ahorrar tiempo y porque mi participación se debe enteramente a una teoría que no sólo parece fantástica, sino que puede serlo en realidad. Es una teoría en la que yo mismo creo, a mi pesar, y me resisto a influir en los demás para analizarla con profundidad antes de asegurarme estar en lo cierto. No obstante, puedo darle por lo menos una idea de por qué me veo envuelto en este asunto. Ustedes han de recordar —continuó— una extraña ola de muertes en la sociedad, que tuvo lugar hace aproximadamente unos dieciocho meses. Primero, la de un joven adinerado, llamado Teniente Geoffrey Perfect, de la Brigada. Se lo halló, en su piso de
Jermyn Street
, con la tapa de los sesos saltada. Todo hacía creer en un suicidio y fue sólo la falta de motivos lo que hizo que la policía seccional pidiera a la
Yard
las pruebas. A mí me encomendaron la tarea y los detalles me intrigaron tanto como al detective Inspector de División. No había la menor falla en las pruebas de suicidio, pero tampoco había, aparentemente, el menor motivo para que ese joven se quitara la vida. Sus negocios eran florecientes, gozaba de popularidad; en su regimiento no tenían para él más que alabanzas. Por cierto, gustaba de las niñas y las niñas gustaban de él; pero no se podía hallar el menor rastro de amor desgraciado ni de nada que oliese a escándalo. Sus vicios, tales como eran, eran vicios amables, y tenía muchas virtudes mayores. En resumen, si yo hubiese dado con el menor indicio, hubiera estado dispuesto a sospechar algún asunto turbio. Tal como estaban las cosas. En el sumario recayó veredicto de muerte accidental simplemente porque no había motivo para suicidio o crimen, pero se sobreentendía que el
coroner
[2]
había querido beneficiar al joven Perfect con la duda, y se creyó mientras tanto en el suicidio. El mismo día que se reunía el jurado, se hallaron en
Steatham Common
los cuerpos de dos bonitas jóvenes de sociedad. Tal vez recuerden el caso, pues una de las víctimas era la hija menor de la Marquesa de Tyndon, Lady Margaret Joane, y la otra víctima era amiga de ella, la Honorable Joy Wyon. Un colega mío, el Inspector Kilsyth, tomó a su cargo el caso desde el principio y su informe inicial señaló que todo parecía indicar un caso de suicidio. Ambas jóvenes aparecieron con el corazón atravesado y se halló un cuchillo ensangrentado en la mano de Lady Mugaret. Ambas jóvenes debían haber concurrido a la presentación en sociedad de una amiga, la noche anterior, pero no lo hicieron, y el testimonio del médico señaló que la muerte se había producido probablemente cerca de medianoche. Veinticuatro horas después, Kilsyth se encontró en la misma situación difícil en que había estado yo con respecto al joven Perfect. Tenía un caso de suicidio perfecto, pero sin el menor indicio de motivo valedero, ni la menor prueba que encaminara hacia el crimen. El hecho más significativo era, sin embargo, que mis investigaciones entre los conocidos de Perfect probaron que mantenía amistad casi íntima con estas niñas. En efecto, yo mismo las había entrevistado e interrogado, aunque sin resultado, hacía sólo dos días. Me impresionaron… como… bueno, diría jóvenes más bien ligeras, de un tipo muy parecido al de Bryony Hurst. Sin maldad tal vez, pero ciertamente sin moral. Querían divertirse y hacían cualquiera cosa para logrado. Y, por lo que pude apreciar, su concepto de la diversión correspondía en mucho al del joven Perfect. De ahí su intimidad con él. Aparentemente, no existía entre ellos más que eso, no había indicio alguno de asunto amoroso serio, ni de los trastornos que pueden surgir de tales amistades.

Thrupp se detuvo para encender un cigarrillo.

—Para abreviar —continuó inmediatamente—, las tres muertes quedaron como misterios sin solución. Era evidentemente casi imposible disociadas; sin embargo era también imposible descubrir cuál era el punto de contacto. Kilsyth y yo trabajamos juntos y con dedicación durante algunas semanas. Por fin tuvimos que declararnos derrotados y el asunto se archivó. Pero la Yard, como el elefante del proverbio, nunca olvida, lo sabéis, y aunque sé me había asignado otra tarea, revolvía los cajones de vez en cuando y mantenía los ojos y los oídos abiertos, a la expectativa de cualquier cosa que pudiera ser concluyente. Pero nada ocurrió durante seis meses, esto es, hasta hace justamente hoy cerca de un año; en que otro suicidio de Mayfair apareció en las noticias. Esta vez se trataba de una joven americana de nombre Iseult Cork, una
protégee
de la condesa de Ghalke, quien, debo agregar, era una de esas damas emprendedoras que aumentan sus entradas manteniendo bajo su protección a jóvenes cuyos padres no son gente de sociedad. Iseult Cork, que no sólo era famosa por su belleza, sino también, como Bryony Hurst, por su… vaya, su desprecio por las convencionales normas morales, apareció herida de muerte dentro de su coche en una callejuela poco frecuentada en Hertfordshire. ¡Oh, sí! Nuevamente se habló de suicidio. ¿Qué otra cosa podría ser? El informe médico dijo que el suicidio no sólo era posible, sino probable, y nosotros no pudimos encontrar fallas a la teoría en la
Yard
, salvo que —una vez más— había carencia de motivos. Iseult Cork tenía, aparentemente, todo cuanto una joven pudiera desear: belleza, riqueza, posición, muchos buenos pretendientes, innumerables amigos y considerable popularidad. No tenía, al parecer, razón alguna para suicidarse, pero tampoco parecía haber causa alguna para que la asesinaran. No podía pensarse en un accidente. Era, por lo tanto, otro misterio sin resolver. El Superintendente Boex, mi superior inmediato, tomó el caso Iseult Cork en sus manos, pero no probó nada. Se discutieron en la
Yard
toda clase de teorías, pero no se llegó a conclusión alguna. El hecho que destacamos fue que Lady Margaret Grane, Joy Wyon, y, a través de ellas, Geoffrey Perfect, todos se «habían suicidado» seis meses atrás. Eso fue en junio del año pasado, caballeros. En diciembre último, justamente antes de Navidad, un hombre joven, John Traquair, sobrino y heredero de John Traquair del servicio diplomático, «se suicidó» en su piso de
Albermale Street
. Se repetía la historia. Ningún motivo de suicidio. Ninguna prueba de asesinato; la posibilidad de un accidente fuera de cuestión. Caso sin resolver. Si John Traquair había sido amigo, en verdad considerablemente más que amigo, inferí, de Iseult Cork, y compañero habitual de los tres «suicidas» previos… Extraño, ¿verdad?

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