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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (28 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
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—Juego oculto, ¿o qué…?

—Un ardid viejo, pero seguro. De todos modos, mañana la juzgarás. Bien. Pareció sorprenderse de verme, naturalmente, pero no se mostró suspicaz ni demasiado alarmada. En verdad debo vanagloriarme de que me aceptó sin vacilar porque pretendía ser una vieja compañera de Bryony y no le pareció extraño que Bryony nunca le hubiera hablado de mí. Pronto descubrí que Bryony y ella se conocían sólo desde los últimos tres meses, mientras que yo decía haber conocido íntimamente a Bryony hasta que, hacía un año, me había ausentado a América, de donde había regresado hace una semana. Me había encontrado con Bryony en un club nocturno, habíamos charlado de los viejos tiempos y prometido vemos a menudo en un futuro cercano. Traté de dar la impresión de que fue entonces cuando Bryony la había nombrado, que eso era naturalmente lo que me impulsaba a preguntar por ella al no encontrar a Bryony en casa.

A esta altura hubo un breve interludio de esponja y salpicaduras. Cuando terminó y el sumidero dejó de hacer gárgaras, Barbary resumió su historia.

—Bien; las dos estuvimos de acuerdo en que Bryony era un tesoro, muy divertida y otras cosas semejantes. Ann es una chica entretenida y pronto nos hicimos amigas y creí que no sería arriesgado jugar mi mano como se había, planeado. Dije que Bryony me había hablado de un club bastante divertido al que pertenecía y que había prometido hacerme ingresar si así lo quería, e insinué que como había estado fuera del país todo un año, me hallaba fuera de contacto con el aspecto «divertido» de la vida de Londres, y que era precisamente «diversión» lo que ahora precisaba. ¿Sabía ella «Ann» algo acerca de este club? ¿Era ella socia? ¿Dónde estaba? ¿Cómo se llamaba? Riendo dije que Bryony estaba un poco bebida cuando me lo contó y quería averiguar algún otro detalle, por eso había venido a ver a Bryony. ¡Qué trastorno que no estuviese!

—¡Barbary, eres maravillosa! —exclamé lleno de admiración—. Pero la idea de que te hayas rebajado así se me hace imposible.

—¿Rebajado? ¡Cuernos! —se oyó desde el baño—. Bryony fue asesinada, Roger, asesinada por los diablos contra quienes prometimos protegerla, y lo menos que podemos hacer es aseguramos de que se van a hamacar para purgar su crimen. Nada de melindres, me dije, y si crees que me vaya mostrar como una puritana…

—¡Perdón! —interrumpí—. Tienes razón, querida, sólo que resulta bastante desagradable verte maquillada de ese modo. Prosigue. ¿Averiguaste algo útil?

—Más o menos. Útil en cuanto Ann aceptó abiertamente la existencia del club y hasta me dio su nombre; no tan útil porque ella no pertenece al club, ni sabe dónde queda, ni quién es socio.

Comprendí que el hecho de que no sea socia es sólo cuestión de libras, chelines y peniques. Como sugirió Bob Thrupp, parece ser una asociación sumamente cara, y nuestra Ann, aunque señora de nacimiento, tiene que trabajar para vivir. Me confió que Bryony había ofrecido pagarle la cuota de ingreso y la suscripción, pero no habían llegado a nada definitivo. No aludió, sin embargo, al hecho de que si yo me hacía socia pudiéramos encontramos algún día.

El plan de mi prima había ido mucho más allá de lo presumible. Cuando lo sancioné no esperaba que Ann Yorke reconociera la existencia de ese club, aun cuando, esperaba que Barbary consiguiera veda. Es más, consideraba casi seguro que ignorara su existencia.

—Se llama
Saxon Club
—continuó Barbary mientras seguían las abluciones—. Parece un nombre inapropiado para un club de esa clase, pero cuando se lo dije a Ann Yorke sonrió y me dijo: «¿Qué hay en un nombre?», y en seguida advertí lo que quería decir. Si se quiere mantener un club tranquilo y sin despertar sospechas, no resultaría llamarlo «La pasión púrpura» o «La carne y el demonio» o cualquier otra cosa parecida. En cambio,
Saxon Club
suena terriblemente respetable y nórdico, ¿no es cierto? De todos modos existe. Ann está casi segura de que se halla situado en la ciudad por el sur de Londres, aunque no sabe exactamente dónde. Dice que una vez Bryony le dijo que quedaba a media hora de
Devonshire Square
. ¿No es mucho averiguar, verdad Roger? Pero no era el caso aparecer demasiado interesada. Por otra parte, no creo que Ann sepa más.

—Querida, has estado milagrosa —la alabé.

—Incidentalmente, Thrupp me dijo una vez que uno de los principales axiomas de toda buena pesquisa es: «Nunca desdeñes lo obvio». Por lo tanto, espera un minuto mientras consulto la guía telefónica. Es muy improbable, ya lo sé, pero si explotan ese lugar bajo las apariencias de un club respetable hay una probabilidad.

Pero fracasé, como me lo había imaginado. Cuando volví al dormitorio el ruido que hacía el agua al caer indicaba que Barbary estaba dando fin a su baño con una ducha. Pocos momentos después salía desarreglada y húmeda, con una salida de baño de toalla escarlata tirada al descuido sobre sus hombros. Me dirigió una mirada interrogante.

—No tuve suerte —le dije—. Pero era de esperar, y ya es algo saber qué buscamos. Lo ignorábamos hace una hora. Mañana me encargaré de ver qué efecto le produce a esta chica Yorke la noticia de la muerte de Bryony. Es probable que el golpe le haga recordar algo que no te dijo.

Barbary asintió y bostezó significativamente.

—O de lo contrario la sellará como a la proverbial ostra. No se puede decir. Roger, si quieres usar el baño es mejor que te apresures porque me voy a acostar y no me hará gracia un desfile masculino por mi alcoba. Hasta los socios distinguidos del
Saxon Club
duermen a veces, ¿sabes?

11

S
OSTUVIMOS
otra breve conferencia después del desayuno al día siguiente, que, dicho sea de paso, era mi cumpleaños, aunque ninguno de los dos recordó el hecho deliberadamente hasta muy entrado el día. Barbary, con sus impresiones cristalizadas y ordenadas por efectos del sueño reparador, contestó a mi pregunta más importante con bastante seguridad.

Expresó su opinión de que mientras la agraciada Ann Yorke era, como Bryony, algo así como una «joven ligera», estaba casi segura de que, como Bryony también, buscaba diversión más bien que vicio.

Antes de salir a hacer mi visita llamé a Thrupp a
Gentlemen’s Rest
. Se mostró calmo y blando pero no muy alentador. Emitió sonidos de moderada aprobación cuando le referí la expedición nocturna de Barbary, y dio su pronta aprobación, bien que no oficial, a los propósitos que le bosquejé referentes a mi plan de acción. Hizo unas pocas recomendaciones acerca de puños de hierro y guantes de terciopelo. Cortamos, con la promesa de volver a llamar para comunicarnos cualquier noticia.

No eran todavía las diez cuando mostré mi desnuda y recién afeitada cara en la casa donde había vivido Bryony, un edificio grande, macizo y opulento, al estilo del reinado de los cuatro Jorges. Dukes, el mayordomo, posiblemente consideraba denigrante mostrarse a hora tan poco gentil, y una mucama bastante atractiva me abrió la puerta y me informó que Miss Yorke estaba ocupada con Mr. Forrester. Ya lo esperaba y la noticia no llegó a contrariarme demasiado. Una pregunta más puso de manifiesto que otra enfermera, una tal Miss Caird, que había estado de guardia por la noche, no se había retirado aún y que por lo tanto, tal vez pudiera verme. Di el nombre de Mr. John Payne, pero no informé a la mucama de mi profesión ni de la razón de mi visita.

Creía recordar que había un Inspector Principal, en
New Scotland Yard
que se llamaba John Payne, y que era amigo de Thrupp, aunque no era mi intención presentarme deliberadamente como él a menos que las circunstancias me obligaran a recurrir a esa estratagema. Finalmente, John Payne es un nombre bastante común para que se aceptara como auténtico, aunque no tan común como para que sugiriese un
nom de guerre
. Parecía ventajoso tener un homónimo policía.

Después de breve intervalo, la enfermera Caird me dio audiencia quizás en la misma salita de recibo en que Barbary había entrevistado a su colega la noche anterior. Resultó ser una de esas escocesas hoscas que siempre consiguen alarmar mi tolerante alma de sajón austral, en razón de su abominable suficiencia, su orgullo desmedido, la ostentación agresiva de su virtud, su escasa eficiencia doméstica y profesional, su traidora profanación del idioma inglés y la luz fría y poco caritativa que brilla en sus penetrantes ojos grises. Creo, según autoridades eclesiásticas competentes, que les está reservado un infierno especial bajo la supervisión del nunca bien ponderado John Knox
[4]
. La enfermera Caird (cuyo nombre debía ser sin duda Maggie, o Jeannie o Kirstie, -algo igualmente repulsivo-) entró de improviso en la habitación y me inspeccionó con esa mirada venenosa que los escoceses reservan para los sorprendidos en adulterio o, peor aún, cuando dan propina a la camarera de un salón de té. Pero su inspección no me tomó de sorpresa. Con el más cortés de mis saludos sin sonrisas, la informé que estaba allí representando a la
Scotland Yard
y que ella debía tener la gentileza de responder a mis preguntas con prontitud; concisión y veracidad.

Esto trajo a sus ojos la luz de la batalla, pero justamente cuando estaba a punto de separar sus finos labios para exigir (creo yo) las credenciales, borré la idea de su mente enunciando con desnuda brutalidad que habían asesinado a Bryony Hurst.

La noticia la asustó y en adelante me dio menos trabajo. De todos modos, fue muy poco lo que le saqué, salvo un montón de pruritos y sospechas. Era de esperar que la enfermera Caird no aprobara la conducta de Bryony. Repuesta de la primera impresión, consideró su muerte como un «castigo», y yo no discutí el punto. Dijo cosas duras acerca de las culpas de la vida disipada, del precio del pecado, de los errores de Roma, y de lo que describió sombríamente como la «abominación de la desolación», y terminó con una cita del apóstol Pablo sobre el tema «libertinaje e impurezas». Resistiendo a la tentación de entregarla a los mercaderes de blancas, le pedí que fuera circunspecta y le rogué que descendiera de lo general a lo particular y me pusiera al corriente de las inmoralidades de la muchacha muerta.

Como lo imaginaba, no supo hacerlo y se limitó a criticar lo irregular del horario de la pobre Bryony y la brevedad indecente de su ropa interior como había podido apreciar en el lavadero. La testigo admitió, bajo presión, que nunca había tenido conocimiento de alguna «andanza» y aseguró que no hubiera permanecido una sola noche bajo un techo que cobijara tales iniquidades. Admitió, además, que Bryony recibía, en general, pocas visitas, que la mayoría de éstas pertenecían a su sexo, y que, aunque era cosa extraordinaria que concurriera, algún joven, esta clase de visitas había sido siempre a horas respetables y de corta duración.

Le pedí entonces que reemplazara a la enfermera Yorke en el cuidado del enfermo durante media hora, y que mandara a su colega para hablar conmigo. Inmediatamente la fiera luz de la censura se encendió en sus ojos, y su lengua echó veneno y profirió palabras de efecto maléfico; diciendo que si deseaba dar con ese «estiércol» de Miss Ann resultaría mi guía ideal.

Se retiró ásperamente dejando tras ella olor a jabón Sunlight y a sabatarianismo
[5]
. Era patente, sin embargo, que tenía una mente torcida.

Me sequé la frente, encendí un cigarrillo y me preparé para la próxima entrevista. Me resulta penoso confesar que me entiendo mejor con los publicanos y pecadores que con los fariseos.

Si me achacáis esto como síntoma de debilidad os contestaré diciendo que tengo un precedente.

12

P
OR CONSIGUIENTE
, con alivio rayano casi en agradable expectativa, esperé la aparición de Ann Yorke. No me defraudó. Comparándola con la Caird era
Veuve Cliquot
después de vinagre.

Era, como había dicho mi prima, una chica bonita y su atractiva presencia, aunque turbada por la gran pena que la conmovía, no aparecía disminuída. De cabellos oscuros,
petite
; como diría Lemmy Caution, de una cadera un tanto prominente.

Resultaba evidente que la enfermera Caird le había dado ya las noticias, lo que era de imaginar. Ann Yorke no sollozaba ni gemía en su dolor, pero la profundidad y sinceridad de su aflicción eran evidentes. Estaba aturdida y se mostró incrédula. Al principio entró en la habitación como una ráfaga violenta y sin presentarse ni saludar, pidió que le negara la veracidad de las noticias.

Cuando con gesto sobrio confirmé la verdad del triste rumor, pesadamente se hundió en un sillón y contempló silenciosamente el espacio con ojos llenos de horror y de pena.

Durante un minuto permanecimos silenciosos y en ese lapso ya había llegado yo a algunas conclusiones respecto a ella. No pretendo ser un juez infalible del carácter de las personas, pero no en vano anda uno con los ojos abiertos por el mundo y se hace ducho en ese arte. Lo que vi y sentí en ese intervalo silencioso sirvió para confirmar y aun ampliar lo que Barbary había aquilatado.

Decidí que si debía definir a Ann Yorke con dos palabras y no más de dos, diría, es de «buena pasta». Tal vez sus normas morales carecieran de rigidez, pero me parecía por sobre todas las cosas una chica agradable. Más todavía, viéndola así, comprendí y aprecié el tributo que Bryony había rendido a su discreción. Tenía ante mí a una chica que siempre se mostraría leal con sus amigas, una chica posiblemente desprovista de «honor» en el sentido victoriano de la palabra, pero en quien se podía confiar en cualquier circunstancia. Se veía claramente que había querido a Bryony y, como yo estaba allí por Bryony, decidí confiar en ella.

Fue, si os parece, una decisión tonta y sin razón, y lo que es peor tomada en pocos segundos. Hay ocasiones en que la intuición se impone a toda lógica o razonamiento.

De pronto, me di cuenta de que los ojos que miraban sin ver estaban otra vez en foco y de que me estaba hablando.

—¿Así que Bryony está muerta? —la oí repetir, casi en un suspiro—. ¿Y usted es de la
Scotland Yard
? ¿Bryony fue asesinada?

—Bryony Hurst murió —contesté con gravedad— y asesinada. Desgraciadamente, no hay lugar a dudas. Sin embargo, debo explicarle que yo no soy detective.

—Pero, me dijeron que era usted de
Scotland Yard

—Creo —dije con tono acariciador— que Miss Cairo no me entendió bien. Le dije que venía enviado por la
Scotland Yard
, y eso es absolutamente cierto. Para ser más exacto, estoy aquí representando al Inspector Principal Thrupp, que está oficialmente a cargo del caso.

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