Read El caso de la joven alocada Online

Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (26 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
13.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Bien por ella! Sin embargo, ten presente, Roger, que la cárcel no es el único lugar donde pueden ir a parar si no tienen mucho cuidado. Podrían también ir a dar a la morgue. Ten cuidado, muchacho. Por ahora te necesitamos y más aún a Barbary, y estos brutos se van a defender como ratas cuando se vean acorralados.

—¡Qué se defiendan! —repliqué con enfado—. Yo soy un tipo pacífico, Thrupp, pero ahora quiero sangre. Generalmente soy un individuo sosegado, demasiado fácil de llevar y por naturaleza contrario a hacer desgastes. Pero ante unas pocas cosas de la vida reacciono y creo que ahora hemos dado de narices con una de ellas. ¡Maldito si no voy a darles en las narices a los que han dado en las mías!

Thrupp sonrió.

—Eso si no te eliminan del proceso para el que cuentas con toda mi aprobación extraoficial.

—Ojalá pudiera estar con vosotros. ¿Será verdaderamente indispensable mezclar a Barbary en esto? —dijo con indecisión.

—¿Puedes imaginártela aquí? —contesté.

—Francamente, no.

—Claro que no. Además se adjudica la idea, y en cierto modo es así, aunque a mí ya se me había ocurrido Cuando me la comunicó. No te preocupes, yo la cuidaré. Y tal vez me resulte útil tener conmigo una mujer en quien poder confiar.

Dejé de hablar, pues Barbary volvía con la bandeja del té.

—¿Tuviste suerte? —dijo mirándonos a Thrupp y a mí.

—Bastante —contesté—. Aceptó el ofrecimiento y nos da las gracias. Partimos en seguida. No te olvides de poner en el equipaje el mejor par de guantes de terciopelo, querida.

—Y «Brasso» para el metal del puño —rió Thrupp— ¿O usan algún bruñidor especial?

Bebimos el té y devoramos unos bizcochos.

—¿Por dónde empezarán? —preguntó Thrupp de improviso.

—Sábelo Dios —contesté—. Todavía no he tenido tiempo para pensarlo. Lo decidiremos en el coche.

—Es una gran lástima —prosiguió— que no hayamos empleado con Bryony el mismo tratamiento drástico que ahora vamos a aplicar a esta gente. Leche derramada nuevamente, ya lo sé. Pero tal vez no se hubiera derramado si hubiésemos sido más cuidadosos. Debimos haberla obligado a que nos diera una lista de todos aquellos de quienes sospechaba que la perseguían. Aun cuando estuviese equivocada en uno o dos casos tendríamos algún punto de referencia que no tenemos ahora.

Claro que se encontraba extenuada y no estaba en condiciones de contestar preguntas. Pero debió insistir en interrogada por las buenas o por las malas. Bien, debemos, sin embargo, contentarnos con lo que tenemos. De todas maneras hay tres puntos de partida.

Enarcando las cejas pregunté:

—¿Tres? ¿Quién es el tercero? ¿Seguro que no cuentas al obrero telefónico? Entonces tenemos solamente a Custerbell Lowe y a la
Bestia Rubia
, que en verdad no se llama Barker. Fui tan estúpido que ni siquiera pregunté a Bryony cómo se llamaba.

—No será difícil dar con él, con el cabello que tiene. Aunque pienso también que su nombre no ha de ser ni parecido a Barker. En cuanto al tercer punto de partida, lo llamaría por ahora el primero, por la simple razón que sabemos dónde buscarlo y que podrían dirigirse directamente allí. Me refiero a la enfermera de la que habló Bryony. Ann Yorke es su nombre.

Seguramente habré dejado traslucir mi sorpresa.

—¿Ann Yorke? Pero ¿qué diantre tiene que ver ella con todo esto? Bryony sólo la mencionó al azar.

—Ya lo sé, pero creo que resultará una pista más promisoria de lo que parece. Yo la conozca algo y, agregado eso a lo que Bryony os dijo, me hace creer que puede resultar bien útil. Escuchad: Bryony, si recordáis, la describió como «una chica bastante divertida» y dijo que «se llevaban bastante bien». Después (siempre basándome en tu declaración verbal, Roger) agregó que «no se ocultaban nada» y que era «muy reservada». Combina todos estos curiosos comentarios, Roger, analiza la mezcla resultante y creo que coincidirás en que la mucamita posiblemente sabe mucho del aspecto privado y más desprestigiado de la vida de Bryony. Es raro, pero he notado en repetidas ocasiones, que la muchacha que sigue mal camino y hace cosas que no debe, casi invariablemente tiene un confidente, por lo general una joven de su edad en quien se confía plenamente.

Puedo equivocarme, claro, al suponer que Ann Yorke y Bryony eran íntimas amigas, pero por lo menos existe la posibilidad de que lo hayan sido. Y no podemos desaprovechada, especialmente desde que hemos llegado a la conclusión de que no tenía amigos íntimos entre sus conocidos. Es un disparo al azar, admito, pero puede resultar.

—Comprendo —comenté sin prisa—. Bien, de cualquier modo, es una idea. Incidentalmente sugeriste, hace un instante, que ya sabes algo de esta moza.

—Ya lo creo. Nada importante, ten en cuenta, pero sugestivo. Como ya dije, nuestra más bien espasmódica observación de las andanzas y compañías de Bryony me dio la impresión de que posiblemente estaba en mejores términos con la bonita enfermera de su abuelo que con sus relaciones más copetudas. Por consiguiente, siguiendo la rutina, averiguamos los antecedentes y características de Miss Yorke. El resultado fue interesante, pero no decisivo. Nunca había caído en nuestras manos, ni nada por el estilo, pero tenía un pasado fecundo. No los molestaré con detalles, pero os diré que había tenido que abandonar el hospital donde comenzó a trabajar, por su familiaridad con un joven cirujano interno y que después permaneció un par de años en un sanatorio del
West End
, de reputación dudosa y, que, en efecto, después tuvo que cerrar. Pero Miss Yorke ya lo había abandonado. Durante algún tiempo figuró entre el personal de otro sanatorio de mejor fama, y, con excepción de uno o dos asuntos más bien apasionados, especialmente con ex pacientes, ha seguido un camino bastante derecho. Oficialmente no hay aún mancha en su reputación. Y no intento sugerir que sea una mala persona. Es una chica bonita, y no hay duda de que tiene sex appeal; ella lo sabe. Tiene veintiséis o veintisiete años según entiendo, pero parece menor. Accidentalmente es una dama por nacimiento, hija de un médico rural y huérfana desde los dieciocho años. Puedo equivocarme, pero me parece justamente la clase de chica ideal para confidente de Bryony, con su conocimiento del mundo y de la carne, si no también del demonio. Si sigues mi consejo, irías derecho a ella, Roger, y tratarías de sacarle algo. Haz uso de tu encanto masculino para convencerla y hazle ver que debe ser sincera. La manejarás mucho mejor que cualquiera de los hombres de la Yard, desde ese ángulo. Si no se muestra susceptible a tu seducción puedes atormentarla hasta un extremo que a nosotros nos está vedado. Pero no vaciles en mostrarte duro con ella, siempre dentro de lo razonable.

—Acepto. Ya veré qué puede hacerse. Pero antes de que me vaya, Thrupp, creo que podrías sincerarte, y revelamos qué era lo que ibas a decir hace un momento a nuestro consejo de guerra, antes de cambiar de parecer. Lo que digas o dejes de decir a la policía local es asunto tuyo, pero si Barbary y yo vamos a hacerte este trabajito sucio creo que merecemos conocer la verdad de las cosas.

Thrupp parecía la imagen de la inocencia.

—No alcanzo a comprenderte —mintió—. ¿Cómo supiste que había cambiado de parecer?

—Eso es elemental, hijito, declaré. Imprimis, Barbary y yo te expusimos una teoría esta mañana, una conclusión a la que cada uno de nosotros había llegado independientemente, siguiendo un proceso inductivo y de eliminación, y que, puede proveer una hipótesis con fundamento sólido para solucionar el misterio de la muerte de Bryony. Tú nos escuchaste con tu politesse de costumbre, pero tus esfuerzos por imitar al Gran Clan tuvieron relativo éxito. No me canso de repetir enfáticamente que no soy tonto y Barbary lo es menos aún. Notamos que, en cierto modo, te admiró oír nuestra explicación. Sin embargo admitimos que no te sorprendió la teoría en sí, sino la perturbadora muestra de inteligencia dada por estos dos lugareños rústicos. En otros términos, el hecho de que Barbary y yo hubiéramos llegado por nuestra cuenta a la misma conclusión a que tú arribaste, te tomó de sorpresa. Item, Barbary te descubrió media hora después, consultando furtivamente un volumen de Montague Summers que tenemos en la biblioteca. Item, luego te vieron camino a la Parroquia. Item, invitaste al Padre Párroco a asistir a tu conferencia, con el objeto obvio de que te sirviera de testigo si la policía local metía mucha bulla. Item, el Padre Párroco asistió a la conferencia pero no tuvo que decir una sola palabra. Ergo cambiaste de parecer, como lo han hecho antes otros detectives mejores que tú. Personalmente, admiro a los hombres que tienen fuerza de voluntad para cambiar de parecer cuando creen conveniente hacerlo. En este caso particular me parece que hiciste muy bien en archivar tu teoría por el momento. Pero, Thrupp —y éste es un pero digno de tenerse en cuenta—, Barbary y yo no estamos en la misma categoría que la policía local. A ésta, como tú señalaste con tanto tacto, le concierne solamente la mecánica del crimen en sí. Nosotros, por el contrario, vamos a hurgar en el pasado en beneficio tuyo, y es justo que sepamos qué buscamos.

—¡Hum! —dijo Thrupp.

—¡Hum! ¡Al diablo! —repliqué—. No te pedimos que reveles importantes secretos de Estado, viejo. Todo lo que queremos saber es si la teoría que sostenemos es acertada o no. Corresponde a ti decirnos si estamos equivocados y ponernos en el buen camino. Si estamos en lo cierto, los tres pensamos del mismo modo, y entonces no puede resultar perjudicial discutir el asunto abiertamente. Pues bien, ¿consideras acertada nuestra teoría?

—Sí —murmuró Thrupp atusándose el bigote pensativamente—. Como dices, ninguno de los dos son tontos y admito que lo que me dijiste esta mañana me sorprendió y a la vez me confortó. La idea coincide asombrosamente con la mía, y creo estar en lo cierto.

—Bien. Así por lo menos sabemos qué buscamos. Siempre es una ventaja. Para ir de lo general a lo particular, nuestra opinión es que se trata de alguna clase de club o de sociedad. ¿Coincides con nosotros?

—Sí.

—¿No tienes la menor idea de qué club se trata ni de dónde se encuentra?

—No.

—¡Charlatán!

—Lo siento, Roger. No es que trate de parecerme a la esfinge, pero toda la idea es tan nebulosa e hipotética que no quiero correr el riesgo de perjudicarlos, con un montón de nociones que no pueden probarse. Preferiría que siguieran su impulso. Pero te haré una insinuación, Roger. No sólo creo que debes buscar un club, sino un club dentro de otro club, ¿entiendes lo que quiero decir?

Asentí lentamente.

—Ya veo, y creo que posiblemente tengas razón —dije—. El mal no estará a la vista, ciertamente, y un club corriente e inofensivo serviría muy bien para ocultar otra cosa, siempre que estemos acertados. Dime una cosa, Thrupp: ¿tienes alguna razón para suponer que esta chica, Ann Yorke, es socia del grupo que buscamos?

—Ninguna, en absoluto. La verdad es que lo dudo. Si no estoy muy equivocado, veremos que esa sociedad está limitada a los ricos y bien nacidos, y que nadie que se gane la vida trabajando, como Ann Yorke, tiene oportunidad de entrar en ella. Además, nuestras averiguaciones no revelaron que acostumbrara a salir con Bryony Hurst. Ni siquiera puedo abrigar esperanzas de que sepa algo del club, o como quieran llamarlo. Tal vez Bryony se lo haya mencionado pero es muy probable que no lo hiciera. Te advierto que no vas a tener tarea fácil, Roger, y no debes creer que vas a hallar un cúmulo de pruebas concluyentes que te estén esperando. Lo más que puedes pretender es hallar una o dos pistas, pequeñas cosas sin importancia, que pueden o no llevarnos a algún lado, pero que deben seguirse con cuidado e inteligencia. Y no puede darte mucha ventaja. Les prometo el campo libre hasta mañana al mediodía. Después tendrán la competencia activa de la
Yard
.

—Lo que quiere decir —intervino Barbary— que cuanto antes salgamos, mejor. Roger, sube a aprontarte, mientras yo trepo al Viejo Fiel y arreglo algunas cosas con Mrs. Nye. Regresaré dentro de diez minutos y estaré lista para salir diez minutos después.

6

E
N ESTA
sucesión de acontecimientos surgió un nuevo incidente tan grave y de tanta magnitud que merece capitulo aparte. Aun ahora no puedo recordado sin estremecerme. Aunque el tiempo, el gran Nepente
[3]
hace mucho que reparó el daño, todavía recuerdo el horrendo suceso con una sensación deprimente en el plexo solar.

Solamente algunos pocos escogidos podrían apreciar el verdadero sacrificio que implicó. No obstante, a grandes males, grandes remedios, y yo no estaba dispuesto a apartarme de mi deber.

Soy un Poynings y la sagrada sangre de los antiguos reyes de Sussex corre en profusión por mis venas.

Así fue que con la mandíbula apretada y con los labios contraídos en gesto torvo me dirigí al baño, y allí, con una decrépita navaja en desuso y una brocha casi sin pelo por acción del tiempo, afeité mi hermosa barba.

7

C
UANDO
salí del baño sintiéndome tan desnudo como Susana junto, a su piscina rodeada de saúcos, me vestí apresuradamente y preparé mi equipaje. Barbary, que regresó de lo de Mrs. Nye con la promesa de que se haría cargo de sus tareas sin demora, dirigió una mirada de espanto a mi cara y rompió a llorar. Yo me sentía también lacrimoso mientras la consolaba.

No obstante, el mejor antídoto para la aflicción es hacer algo; después que nos despedimos de Thrupp… y que conducimos al Viejo Fiel hasta los confines de Merrington y emprendimos camino a Londres, nos encontramos ya mejor. En efecto, ahora que ya no tenía remedio, encontré mi espíritu de lucha acrecentado más que disminuído por efecto del sacrificio. La mirada de asombro de Thrupp y la exclamación poco pulida de «¡Caray!» que lanzó el Sargento Haste, sirvieron para neutralizar las lágrimas de mi prima. Sólo faltaba la asmática jaculatoria de Mrs. Nye («¡Dios me ampare!») para convertirme en un sanguinario implacable, estado de ánimo acorde con las tareas que me aguardaban.

Bajo su decrepitud exterior, el Viejo Fiel almacena aún una regular velocidad y en poco más de ochenta minutos habíamos cubierto las extrañas cincuenta millas que nos separaban de Londres. Estuve tentado de bajar en el
King of Sussex
y llevarme la Maraton amarilla de la pobre Bryony, pero, un poco de reflexión me demostró la imprudencia de emprender nuestra pesquisa en vehículo tan conspicuo. Thrupp había expresado ya su intención de someter la Maraton a un minucioso examen.

BOOK: El caso de la joven alocada
13.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sofia's Tune by Cindy Thomson
Master's Flame by Annabel Joseph
Hana's Handyman by Tessie Bradford
The Beauty of the Mist by May McGoldrick
Twelve by Nick McDonell
The Poisonwood Bible by Barbara Kingsolver
Terra Nostra by Carlos Fuentes
The Realest Ever by Walker, Keith Thomas
San Francisco Night by Stephen Leather