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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales (39 page)

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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Se reunió con nosotros en el vestíbulo, y Carmel repitió su historia. Con un gruñido y una maldición, Thrupp regresó a la habitación, volviendo en seguida con Adam y tío Piers.

—Vamos a asegurarnos de que no hay nadie más —murmuró, luego de explicar rápidamente la situación. Dejando, pues, a Carmel, salimos los cuatro, Thrupp y Adam por la puerta principal, tío Piers y yo por la trasera. Rápida y silenciosamente escudriñamos todo el jardín bañado por la luz de la luna, examinando detenidamente los arbustos y cercas. No descubrimos ni un gato, siquiera. En menos de cinco minutos nos encontramos otra vez reunidos bajo la sombra espesa de nuestro gran árbol de sequoia.

En este punto el lector deberá recordar que no una vez, sino dos, durante la conversación de aquella noche, me había hallado cambiando miradas breves pero llenas de significado con los tres hombres que me acompañaban en este momento. No se había dicho una palabra, ni formulado ningún plan. A pesar de ello había surgido un entendimiento entre nosotros, indefinido hasta ahora, pero no por ello menos explícito. Y en este momento, cuando nos miramos nuevamente en la oscuridad, no fue necesaria una definición. Sólo faltaba un detalle.

Thrupp fue el primero en hablar, pero aparentemente no hablaba ya como el lógico director de operaciones, como el profesional entre aficionados, sino más bien como un oficial de estado mayor que pide a su comandante que le oriente.

—¿Y ahora? —preguntó en voz baja. El estribillo de Barbary había probado ser sumamente contagioso. Noté asimismo, sin mayor sorpresa, que la pregunta se había dirigido a Sir Piers.

—Que los curas y las mujeres vayan a acostarse inmediatamente —ordenó el mariscal de campo—. Wycherley, usted tiene su automóvil aquí. Lleve al canónigo Flurry de regreso a la Doncella Verde
y
luego siga el viaje hasta el pueblo con su amiga. Y apresúrese. ¡Nada de detenerse para zalamerías o besos en el trayecto!

—Verdaderamente, señor… —comenzó a decir el ofendido Adam.

—Es peligroso —interrumpí con ansiedad—. No podemos permitir que Carmel duerma cerca de Andrea después de…

—¡Calla! ¡No he terminado! —dijo Sir Piers lacónicamente—. Cuando llegue a la Vicaría —prosiguió, dirigiéndose a Adam—, entren los dos y hagan un reconocimiento, para asegurarse de que Andrea no está allí. No estará, pero quiero estar seguro de ello. Luego vuelvan los dos, y no pierdan tiempo. Deje a Carmel con Barbary y que se acuesten. Luego vuelva a su automóvil y reúnase con nosotros junto a la cantera de yeso al pie de Burting Hill lo más pronto posible. Le esperaremos… Roger, di a Barbary que deje preparados café y sandwiches para nosotros, para cuando regresemos… Thrupp, ¿qué piensa usted? ¿Será de la partida?

—Por supuesto que sí —fue la respuesta decidida—. Extraoficialmente, sin duda, pero…

—¡Muy bien, muchacho! —dijo Sir Piers, dándole un fuerte golpe en la espalda—. Bueno, comencemos la marcha —añadió y se dirigió hacia la casa—. Roger… esa pistola de que hablabas. Tráela, y cuida que esté cargada. ¿Tienes otras armas?

—Tengo una pistola del Ejército, además —dije—. Traeré las dos, pero me temo que se me han agotado las balas de plata —añadí.

—No sé, pero… —murmuró Thrupp junto a mi oído mientras me seguía—… me sentiría más feliz si fueran al menos de níquel…

10

Las órdenes de mi tío de que las mujeres y los curas se acostasen no eran tan fáciles de cumplir como sonaban, dada la circunstancia, pero sus etapas iniciales, por lo menos, no tardaron en realizarse. Adam se alejó en la oscuridad con sus dos pasajeros. Tío Odo y Barbary mostraron algunos signos de amotinamiento, y durante algunos minutos hubo peligro de choque en las esferas superiores de la Iglesia y del Ejército, para no mencionar una violenta muestra de insubordinación conyugal en contravención flagrante a un famoso precepto del Apóstol Pablo. La dificultad en la familia de los Poynings es que hasta sus mujeres y sacerdotes provienen de una casta de guerreros y no se resignan a permanecer al margen de cualquier batalla, aunque sea potencial. No obstante, se llegó por fin a un acuerdo según el cual mi mujer y tío Odo accedieron a regañadientes a quedarse en casa, aunque no a ir a acostarse. Y en realidad lo primero era lo único que nos interesaba.

Desenterré mis armas de fuego y las cargué hasta su máxima capacidad. Entregué el revólver a Sir Piers y me guardé la pistola, y por último movilicé a mi Fiel Coche. Tres minutos más tarde nuestra pequeña fuerza expedicionaria avanzaba dando tumbos por un sendero apropiado en dirección a nuestro punto de reunión. Llevaba solamente las luces laterales encendidas, aprovechando la luminosidad de la noche, para seguir el sendero. Un siniestro velo de nubes oscurecía ya la órbita de la luna, y la tensión sofocante de la atmósfera indicaba que la tormenta no tardaría en estallar. A pesar de la hora avanzada de la noche, el calor era intenso.

Apenas habíamos terminado de situar mi Fiel Coche detrás de un macizo de arbustos cerca del borde de la cantera de yeso, cuando avistamos las luces del automóvil de Adam que se aproximaba por el sendero. Poco después estaba con nosotros y nos informó, en primer término, que no habían hallado rastro de Andrea en la Vicaría, ni, en verdad, de ningún otro ser viviente, pues, como se presumía, el vicario y el ama de llaves se habían retirado ya. Segundo, que Carmel había sido devuelta sana y salva a los cuidados de Barbary. Thrupp, quien para entonces se había despojado del último vestigio de actitud oficial y había adoptado en lugar de ello el aspecto de un escolar que parte en busca de aventuras, me dijo, en un entusiasta murmullo, que esperaba que tuviesen una escoba adicional en la Vicaría, por cuanto no había podido devolver aún la que robara algún tiempo atrás, con el objeto de examinarla. Imbuido del mismo espíritu, le aseguré haber visto por lo menos dos escobas en el jardín, además de la utilizada por el jardinero para castigar a la gata Grimalkin durante su ataque al señor Obispo…

Estábamos remontando ahora el empinado y tortuoso sendero que conducía a la parte superior de las mesetas.

Desde los días de mi incorregible juventud en que me dedicaba a andanzas de mujeriego, no había vuelto a frecuentar los Downs a estas horas de la noche; pero cuando comenzamos a ascender, la antigua magia del lugar me trajo destellos de recuerdos y ecos de conversaciones olvidadas durante largo tiempo, susurradas en noches ahora lejanas, cuando el mundo y yo éramos mucho más jóvenes. Y si el lector me acusa de estar realizando tontos esfuerzos por crear una atmósfera apropiadamente misteriosa para las escenas finales de esta poderosa narración, le embutiré esta falsedad por su embustera garganta invitando a todos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, a acompañarme en un paseo a la luz de la luna por estos nuestros viejos Downs, a fin de que juzguen por sí mismos. Es, en efecto, un hecho ampliamente conocido entre los habitantes locales que nuestros benditos Downs están poblados de duendes, y espectros, y suspiros, y murmullos, y leves trinos de música olvidada, y cadencias de palabras susurradas en horas de la noche, cu la misma forma en que un Budín de Sussex está repleto de azúcar. Y todos estos rumores son totalmente diferentes de las visiones y sonidos de la infinidad de Personas Diminutas que habitan allí, sólo perceptibles para los puros de corazón, y particularmente para los Ancianos y las Hadas, y Aquellos sobre quienes sólo los niños saben…

Debido a todos estos factores no es fácil hablar en voz alta en los Downs durante la noche, aun cuando se haya uno tendido cómodamente sobre una suave pendiente cubierta de pasto con sólo la caricia de una mujer estática para quitarnos la serenidad. Y cuando estos deleites juveniles son simples fantasmas y ya la madurez comienza a señalarnos con un dedo tembloroso, la abstención de todo intento de hablar queda impuesta, además, por factores respiratorios, aparte de los metafísicos. Del cuarteto masculino que ascendió hacia Burting Clump aquella noche, sólo Adam era suficientemente joven como para conservar el aliento, y él pertenecía a un arma en la cual no se aprueba que un subalterno charle en presencia de mariscales de campo. De cualquier manera, no era el tipo de muchacho, tan frecuente hoy en día, a quien han vacunado aparentemente con una púa de gramófono. Sólo cuando llegamos a la cumbre de la colina, algo jadeantes todos, y buscamos el refugio oscuro del bosquecillo de Burting, se inició una conversación coherente, y ello una vez que nuestros pulmones se recobraron un poco. Protegidos por la espesa maraña de retamas y espinos y con la mitad del bosquecillo entre nosotros y nuestro punto de destino, Sir Piers permitió que encendiéramos un solo fósforo, que utilizamos para tres cigarrillos y un cigarro, con la mayor cautela.

—La una y diez —anunció mi tío, examinando la esfera luminosa de su reloj—. Si nos apresuramos y no dejamos de movernos, debemos llegar allí a las dos y media, aproximadamente. Antes de reanudar la marcha, quiero decirles dos o tres palabras. Debo hacer una confesión.

El resplandor rojizo de su cigarro iluminaba su rostro curtido.

—La verdad es que no me interesaban los diablos y demás —dijo—, ni tampoco las hechiceras, rameras, escolias o bobas. No están dentro de mi especialidad. Dejemos esas cosas a Odo, o a quienes conciernan… En cambio me interesa Drinkwater. Me interesa mucho, en verdad. Puede ser un mago, o un yogui, o un fantasma, o el Diablo en persona. No sé. No me importa lo más mínimo. Al parecer, es un canalla en cuanto a mujeres se refiere. Tampoco ello me preocupa en modo alguno. Las muchachas de hoy saben cuidarse, y seguramente no nos darían las gracias si le diésemos de latigazos a este individuo. Quizás se indignarían, y nos dirían que no nos entremetiéramos con su forma de vivir la vida —prosiguió sardónicamente—. ¡Hombre apuesto, ese! El sueño de las doncellas; y con seguridad sabe lo que quiere.

Cuando resopló con desprecio, su nariz despidió dos columnas de humo acre.

—El motivo por el cual me interesa Drinkwater es muy distinto —prosiguió—. Se aproxima la guerra, como ustedes saben. Es inútil cerrar los ojos. El Primer Ministro no sabía lo que decía cuando habló al regresar de Munich, o bien ocultaba la verdad, lo que es en definitiva lo mismo. ¡Paz en nuestra época! ¡Qué esperanza! Guerra después de la cosecha, tan seguro como que estamos aquí. Nadie está preparado para ella, salvo ese matón de Hitler. Francia está podrida, con un gobierno corrompido… Su Estado Mayor cree que vive todavía en 1066, con su condenada línea Maginot, que servirá tanto como el Castillo de Arundel contra las armas modernas. Los Países Bajos esperan mantenerse al margen del conflicto, y son demasiado débiles para resistir si se ven obligados a entrar. América está demasiado lejos para molestarse. Rusia… está jugando a las prendas con Adolfo. No nos quiere. No levantaría un dedo para ayudarnos. No hay nada que ganar con ello, de todos modos. Nos esperan momentos difíciles, no lo duden ustedes. Ganaremos si tenemos suerte, pero será muy duro. Sumamente duro…

»Con todo, debemos mantener a los alemanes fuera de nuestro territorio. Todo depende de ello. Tenemos que contar con armas modernas, métodos modernos. Invasión por mar, no es posible mientras esté a flote nuestra Armada. El nuevo negocio es la invasión aerotransportada. Excelente negocio, dicho sea de paso. Debemos destrozar primero la fuerza aérea enemiga. La Fuerza Aérea sufriría un duro castigo, pero es posible. Debemos considerar el factor posibilidad. Debemos prever tentativas de aterrizaje de aviones cargados de tropas. No hay un lugar más apropiado para ello que los Downs, con sus mesetas, en especial en este sector. Hacia el sur, los Downs suben suavemente desde el mar; su superficie es plana como la palma de la mano, no hay cerca ni zanjas, no hay tampoco pendientes bruscas hasta llegar al límite norte. Sería posible aterrizar con dos mil planeadores entre Brighton y Cocking con la mayor facilidad. Bajar al atardecer o al amanecer, tomar el límite norte, y ya está…

Tío Piers despidió humo como un dragón.

—En los últimos días he estado mirando esto. No es estrictamente mi especialidad. En este momento no desempeño funciones oficiales, pero nunca sabemos qué nos tocará en el futuro. Le prometí a Curley Antrobus echar una ojeada tan pronto como viniese por estas regiones, Curley tiene varios muchachos ocupados en esta tarea que hacen el trabajo minucioso, en su mayor parte oficiales subalternos y suboficiales, zapadores y señaleros que estudian los puntos de posible aterrizaje y marcas de navegación, localizando extranjeros y elementos de poca confianza que pueden ayudar a los alemanes, cuando llegue el momento, con luces ocultas, puestos de radio y demás. Los muchachos de Curley están trabajando sigilosamente. El que estudia esta región es un individuo a quien todos ustedes conocen, pero les apuesto diez contra uno a que no adivinan quién es. No es fácil para un forastero permanecer en un pueblo sin llamar la atención, a menos que invente una buena excusa. Este muchacho ha actuado muy bien…

Por mi parte no recordaba a ningún forastero, misterioso o no, cuya presencia hubiese advertido en Merrington recientemente. No obstante…

—Ya le conocerás —prosiguió mi tío—, y entonces verás quién es. No tiene el aspecto de serlo, pero en realidad es un sargento del Cuerpo de Señales, y su misión es localizar toda onda radial sospechosa captada en esta región. Tiene un precioso equipo portátil… Bueno, para resumir, este muchacho ha descubierto algo que aparentemente proviene del lado de Bollington, un «transmisor intermitente», que no sé qué es, en verdad. Alguien está enviando mensajes por radio. El sargento dice que de pronto puede transformarse en una estación radial completa, o bien quedar como está. Quizás no se atreverán a utilizarla hasta la hora cero, por temor a que les descubran, pero este transmisor indicaría que están preparando las cosas para
Der Tag
.

—¡Drinkwater otra vez! —exclamamos Thrupp y yo a la ver.

—¡Un espía! ¡Con que era ese su oficio!… —murmuró Adam.

—En marcha —dijo mi tío, poniéndose de pie—. No fumar desde este momento —dijo, y abrió la marcha, alejándose del bosquecillo en dirección al campo abierto. Estaba más oscuro ahora, y la atmósfera más pesada que nunca. Las nubes eran más espesas y bajas, y comenzábamos a ver relámpagos fugaces en el oeste—. Tendremos tormenta —observó mi tío en forma superflua—. Nos conviene, hasta cierto punto. Protegerá nuestra llegada, pero será muy incómodo si llueve demasiado, y además las descargas eléctricas entorpecerán el funcionamiento del detector del sargento McUik…

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