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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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Roger Poynings ha terminado de escribir una novela y se promete unas breves pero apacibles vacaciones. Desea abandonar por un tiempo el intrincado mundo de la invención literaria. La realidad le depara, empero, aventuras aún más misteriosas y extrañas que las de su propia imaginación. Alguien ha robado las trompetas de los ángeles del templo. La hija del vicario ha visto brujas volando en la noche. Una mujer aparece muerta en forma misteriosa. ¿Qué fuerza maligna hay detrás de todo esto? ¿Es humana o sobrehumana? ¿Hechicero, espíritu o demonio?

Michael Burt

El Caso de las Trompetas Celestiales

ePUB v1.0

Ariblack
02.05.12

Título original:
The Case of the Angel's Trumpet
.

Autor: Michael Burt.

1ª Ed 1950.

Traducción: Lucrecia Moreno de Sáenz.

Editorial: Alianza Emecé.

Colección: El Séptimo Círculo.

Para las dos mujeres de mi familia

PARTE I

BUDÍN DE SUSSEX

«Por el temblor de mis pulgares,

siento que algo malo se aproxima.»

MACBETH

1

Había una vez un hombre malvado a quien oí decir —aunque puede que lo haya leído en un libro— que todos los hombres son iguales. Tal afirmación es no sólo la más condenable de las herejías, sino, lo que es mucho peor, un flagrante absurdo. Afirmar que todos los hombres son iguales es apenas un grado menos presuntuoso que afirmar que todos los hombres son semejantes: se trata de un ejemplo lamentable de empirismo falaz que apenas puedo refutar con la paciencia necesaria.

Sea como fuere, el ejemplo más próximo y oportuno será suficiente para refutarlo, pues es preciso examinar para ello el inmenso e insalvable abismo que se extiende —o bien, se abre, si usted, lector, lo prefiere— entre usted y yo. Veamos, pues. Usted es evidentemente rico, puesto que ha adquirido, o bien obtenido por otros medios, este magnífico pero costoso libro. Yo, en cambio, soy evidentemente pobre, puesto que he debido sufrir la terrible agonía y el trabajo de escribirlo para usted. Segundo, su nombre no es probablemente Poynings, y si lo es, probablemente no es Roger Poynings. Y si por una fantástica y apenas tolerable infracción a los derechos de autor, es Roger Poynings, no es usted el mismo Roger Poynings que se dispone en este instante a relatar esta vigorosa narración. Tercero, quizá usted lleva el rostro afeitado, o, por lo menos, adornado tan sólo en el labio superior con esa tímida concesión denominada bigote, en tanto que yo, por la misericordia de Dios, tengo barba, una barba de la cual oirá usted mucho más en el curso de estas páginas, le guste o no. Cuarto, usted tiene la pro-babilidad de haber nacido y estar residiendo actualmente en cualquier parte del mundo, desde Lhasa hasta Llandudno Junction, de cuyos dos puntos, habiendo visitado ambos, prefiero infinitamente el primero. Yo, por gracia especial de mi Creador, fui engendrado, nacido y criado junto a las estribaciones septentrionales de las mesetas de Sussex, como lo fueron diez mil generaciones de an-tepasados de ambos sexos. Y hasta el día de hoy continúo residiendo en este paraíso sagrado que se extiende entre Arun y Adur, los dos riachuelos de gratas y poderosas reminiscencias.

Por último, bien puede suceder que usted haya sido bendecido o castigado con tíos de uno u otro tipo, pero es sumamente improbable que pueda contar entre ellos, al mismo tiempo, como yo, a un Mariscal de Campo del Ejército Británico y a un ejemplar mucho menos común, un Arzobispo-Obispo genuino, ungido, con calcetines de color púrpura, de la Santa Iglesia Católica y Apostólica Romana.

Tampoco tiene usted, y sobre ello le apuesto un millón, una mujer hermosa llamada Barbary, que, al mismo tiempo, sea su prima.

Es evidente, pues, que, aún dentro de estos pocos aspectos elementales, usted y yo somos totalmente desemejantes o desiguales. Y puesto que los objetos desemejantes no pueden ser iguales, según lo postulara y demostrara de una vez por todas el filósofo Euclides, alrededor de 297 a. J. C, todo el argumento presentado por el mencionado heresiarca cae derrumbado con un gemido de agonía, al someterse a la primera prueba.

No quiero oír nada más a este respecto, pues de lo contrario disputaremos, y para conjurar semejante calamidad en una etapa tan temprana de nuestra relación, elevaremos nuestra comunión a un plano más elevado, y uniendo el interés con la instrucción, consideraremos el método mejor, y por tradición más susceptible de éxito, de elaborar un Budín de Sussex.

2

Para preparar un Budín de Sussex según la receta de Old Gumber, deben reunirse los siguientes ingredientes en una mesa de cocina bien fregada: una cantidad de fina harina de Petworth; un buen trozo de mantequilla de Amberley; un tazón de grasa de vaca de óptima calidad, finamente desmenuzada; unos cuantos huevos muy frescos; un recipiente muy grande de azúcar de Demerara; un limón excepcionalmente hermoso; una botella de ron de Jamaica, y su penúltimo barrilito de coñac traído de contrabando. A continuación, entonando la antífona
Propitious esto, Domine
, seleccionar los citados ingredientes en sus proporciones correctas y preparar una masa con grasa muy flexible, en cantidad tal que resulte abundante para todos los comensales.

Con la mayor parte de esta masa, se recubrirá la budinera más grande que sea posible hallar: una budinera de porcelana, se entiende, y nada de esos recipientes modernos de hierro esmaltado. Una vez generosamente recubierta la budinera, se coloca en el medio una gigantesca esfera o bolo que tendrá como núcleo el limón, entero y con cáscara, y luego una pared espesa de manteca dura, fuertemente impregnada con ron. Esta esfera o bolo debe adaptarse bien dentro de un grueso almohadón de azúcar morena, con más azúcar —montañas y moles de azúcar— acolchándolo en todos sus lados y ocultándolo totalmente, de modo que la budinera quede llena de azúcar hasta el borde. Luego de apretar bien el azúcar y cuando se tiene la seguridad de no poder añadir ni un grano más, se tapa la budinera con el resto de la masa de grasa, se envuelve todo en una servilleta bien limpia, y se hierve durante dos horas y media, según el reloj de la cocina.

Si usted me pregunta ahora en qué punto intervienen los huevos y el coñac de contrabando, me veré obligado a replicar que éste es un secreto que por ley y por tradición sólo puede ser murmurado por labios oriundos de Sussex directamente junto a oídos oriundos también de Sussex. Mucho menos es permisible escribirlo, por temor de que algún celta depredador, o un nativo de Kent se apodere de la receta y usurpe nuestra capacidad de hacer un excelente Budín de Sussex, si bien es verdad que muy pocos entre estos bárbaros saben leer, y si lo saben, sólo en caracteres de gran tamaño. Pero semejante contingencia es demasiado terrible para que la contemplemos aquí.

Se necesitará, más tarde, un litro o dos de crema muy gorda.

Si usted, o bien los pedantes y amigos de la legalidad entre el resto de mis lectores, oponen la objeción de que no es posible preparar un Budín de Sussex en época de guerra o inmediatamente después de ella, a menos que se sea un almacenero sin escrúpulos o un negociante del mercado negro, aplaudiré su discernimiento, pero reprocharé su impetuosidad, defendiendo a la vez mi integridad literaria al declarar que mi historia comienza en aquellos días de oro en que la Paz conseguía sobrevivir en forma precaria mediante excursiones a Munich o con medidas semejantes; cuando, en resumen, 10 Downing Street estaba aún ocupado por el Viejo Pollo del paraguas, en tanto que el Caballo de Batalla ocupaba su banca vociferante, pero todavía no oficial, en la Oposición. En verdad, si usted es uno de esos individuos obsesionados por la precisión, que exigen que todo esté minuciosamente fechado y documentado, complaceré dicha obsesión estadística revelando que fue el 8 de mayo de 1939 cuando Barbary Poynings hizo un Budín de Sussex de dimensiones tan magníficas y de excelencia tan inigualada, que su sabor y su aroma permanecen hasta hoy en la memoria de quienes lo consumieron hasta la última migaja. El sol salió a las 5,21 hora estival británica, y se puso a las 20,33. La luna había pasado su máximo volumen hacía unas horas. Mercurio estaba en conjunción superior con el sol, y la tierra estaba en afelio. El nivel de la marea a la altura de London Bridge era de 11,38. Era, en fin, la fiesta de la Aparición de San Miguel Arcángel, fecha que de cualquier manera ofrece un pretexto más que adecuado para permitirse ciertos lujos culinarios.

Barbary preparó el Budín, además, en presencia de
testigos notables, pues mientras mezclaba y moldeaba
, la observaban dos pares de ojos avizores y benévolos, dos pares de ojos avunculares. Contra una esquina del alto y anticuado fregadero estaba apoyada la figura delgada y vestida de franela gris del Mariscal de Campo Sir Piers Poynings, O. M., G. C. B., G. C. S. I., G. C. M. G., K. C. V. O., C. I. E., D. S. O., con un fino cigarro negro entre los labios y una palmeta matamoscas que colgaba perezosamente de su muñeca derecha. Al mismo tiempo, desde un ventajoso punto de observación junto a la despensa de roble, su hermano, el Reverendísimo Odo Poynings, D. D., Ph. D., S. T. D., Arzobispo-Obispo de Arundel, dejó de jugar con el crucifijo que pendía sobre su pecho el tiempo suficiente como para echar una bendición sobre la budinera, mientras Barbary anudaba repetidamente el paño que la envolvía.

—Saldrá un Budín excelente —observó el mariscal, con el tono conciso y decisivo de un experto—. Nada hay mejor que un Budín de Sussex. Te lo digo yo, Barbary. Veo con satisfacción que Roger te mantiene diestra en el arte culinario, y no permite, como ciertos individuos, ser alimentado de latas.

Barbary echó hacia atrás sus rizos oscuros, cambiando una sonrisa socarrona con su tío militar y un guiño con su tío arzobispo.

—Lo que no soporto —dijo el segundo pensativamente—, es un budín escaso. Quiero decir, el budín que despierta nuestro interés e inmediatamente se acaba antes de que le hayamos tomado el gusto. Tienes una budinera decente, Barbary… El único inconveniente del Budín de Sussex es que conduce a la somofagia.

—¡Historias! —dijo su hermano concisamente—. Debes aprender a dominar tus apetitos, hermano. La disciplina es esencial en la Iglesia tanto como en el Ejército; más aún, en realidad. ¡Somofagia! ¡Historias!

—Creo que el hábito de comer hasta las migajas nace con las personas, pero que no se adquiere —comentó Barbary, terciando en el debate—. Es un hábito repugnante, de todos modos, así que deben cuidarse mucho todos de incurrir en él.

Era evidente que ni Barbary ni Sir Piers conocían el significado del término empleado por el Arzobispo de modo que frente a su aplicación demostraron una vez más ser dignos miembros de la gran dinastía de Poynings. Esta familia posee sin duda el vocabulario más extenso en West Sussex, y, por consiguiente, en el mundo civilizado.

—Hablando de Roger —dijo el Mariscal al cabo de una pausa—, ¿dónde diablos está? ¿Escribiendo otro libro lleno de tonterías?

—En este momento, no —repuso su sobrina mientras, abrumada por el peso, colocaba la budinera dentro de una cacerola gigantesca—. Acaba de terminar y despachar por correo uno, y ahora está un poco desorientado. Se alegrará mucho de veros a los dos. Iré a traerle dentro de un instante. La última vez que le vi estaba en su despacho, absorto en una conversación confidencial con la hija del vicario.

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