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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales (43 page)

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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Sentía el aliento de McUik junto a mi oreja derecha, agitado, tenso, reprimido. Rápidamente me volví hacia él y murmuré:

—¡Muévase, hombre! Yo me ocuparé de este extremo…

Pero el sargento no se movió. En lugar de ello, con un inesperado gemido, invocó a su Salvador. Y luego, con un gesto convulsivo de su mano, dijo:

—¡Mire! ¡Allá! ¿No ve…? ¡Dios Bendito!

Miré, y vi. Pero no sé qué vi. Todo lo que puedo decir es que en un punto, sobre nuestras cabezas, en medio de aquella cortina de cuentas transparentes, algo blanco flotó, se deslizó y viró como un espectro aéreo… Tenía forma, pero no podía decir qué forma tenía… Tenía algo del movimiento alado y ondulante de una gaviota, pero era veinte veces mayor que ningún pájaro… y no tenía alas… y al pasar por sobre nuestras cabezas, a treinta pies o menos de nosotros, lanzó un grito agudo, un alarido que también podría haber sido una carcajada frenética…

Pero cuando otro relámpago iluminó el cielo no era ya más que una pequeña mancha blanca, muy lejana, hacia el sudeste.

14

McUik se movió por fin, deslizándose como una sombra junto a la pared exterior del ala oriental. Me quedé solo, la frente húmeda de sudor frío más que de lluvia. Tenía en cambio la boca tan reseca que apenas podía tragar, tan seca que debí decir mentalmente mis plegarias entrecortadas, puesto que no podía articularlas…

Un momento o un siglo más tarde, pues había perdido toda noción del tiempo, advertí de pronto que había abandonado el abrigo de la pared oriental y que estaba en medio del espacio abierto, frente a los ventanales de los cortinajes de color petunia. No tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí ni por qué. Tal vez la luz me había hecho presa del mismo sortilegio que a las mariposas nocturnas.

Entonces, por segunda vez, una sombra oscura apareció en la habitación, y alguien pasó entre los cortinajes y el foco de luz. Pero esta vez no fue el simple paso de un punto a otro…

Y en el momento en que comprendí lo que estaba a punto de suceder, mi cerebro se despejó y se refrescó instantáneamente. Siempre he sabido actuar con rapidez frente a una emergencia, y un salto bastó para colocarme completamente pegado a la pared. Siempre que los ventanales se abriesen hacia afuera, estaría seguro. Contuve la respiración y oculté el rostro bajo el brazo. Las barbas tienen su utilidad, en el sentido de que sólo tuve que ocultar la parte superior.

Los ventanales se abrían hacia afuera; pero…

Entre truenos, una voz dijo con tono petulante:

—Entre, por favor. Debe estar medio ahogado ahí…

Ni hablé ni me moví. Sorprendido como estaba, pasó por mi mente la idea de que quizás estuviese hablando al azar. A menos que tuviese facultades verdaderamente sobrehumanas, no era posible que me hubiese visto u oído…

—Mi querido Poynings, es inútil —la voz era siempre petulante, pero tenía además cierto matiz burlón—. Sería mucho más conveniente que entrase como un hombre razonable en lugar de ponerme a mí en la dificultad, y a usted en la situación humillante, de… digamos, traerle por la fuerza. Sus compañeros no llegarán hasta dentro de diez minutos por lo menos, aun cuando su mensajero logre localizarles inmediatamente con este tiempo inclemente. Y diez minutos son suficientes para que yo termine mis preparativos para… para lo que debo hacer…

¿Humano o sobrehumano? ¿Hechicero o espíritu? ¿Clarividencia o participación parcial en la divina omnisciencia? ¿Pillo o demonio?

—¡No sea tonto, Poynings! —la voz era brusca ahora, y llena de arrogancia—. No va a sacar nada quedándose allí, y le será mucho menos doloroso y humillante entrar espontáneamente que obligarme a que… le traiga. No le veo, Poynings, pero en este momento tiene la mano derecha en el bolsillo, con el dedo en el gatillo de una pistola automática. Se está preguntando cómo maniobrar hasta llegar a una posición que le permita disparar sin sacar el arma del bolsillo. Como usted prefiera, desde luego. Pero debo advertirle que es inútil. Debo decirle que también yo estoy armado, no con nada tan crudo como un revólver, Poynings, sino con mi Poder —reconocí el uso de la mayúscula tan claramente como si lo hubiera escrito—, y ni la más sólida de las balas de plata consagradas por la tradición podría penetrar la cortina protectora invisible con la cual me he rodeado —la voz era incisivamente cínica ahora—. Temo que mis puntos de vista no coincidan a menudo con los de su muy reverendo tío, mi querido Poynings, pero en este sentido, por lo menos, le dio buenos consejos.

Con que listo, ¿eh?… Si no era más que eso… Impresionante, pero lejos de ser convincente: pues Andrea Gilchrist nos había oído, y Andrea había estado en contacto…

—¡Sí, tengo Poder! —la arrogancia del hombre era incontenible, y sonaba como el eco del Orgullo Primitivo que precediera a la Caída—. O mejor dicho, ¡
soy
el Poder! Una vez más, Poynings, su tío adivinó correctamente cuando me comparó a una Planta de Fuerza.

En realidad, había sido el canónigo Flurry, lo cual era prueba adicional de que los conocimientos de Drinkwater provenían del inexacto informe de Andrea y no de una percepción infalible y directa.

—En presencia del Poder, Poynings, la obstinación no es sólo tonta, sino que además puede fácilmente ser fatal. ¿No puede aprender su lección? Puella Stretton fue obstinada, Poynings. Se resistió a mi Voluntad, se rebeló contra mi Poder. Y así, como su detective no del todo incapaz infirió, muy directamente, el Poder que se utilizara para sostenerse se… cortó, se retiró. Y eso es sólo una cosa pequeña, Poynings. Mi Poder es capaz de proezas mucho mayores que ésta…

Mis oídos escuchaban su voz con una atención sobrehumana. ¿Me había engañado, o bien aquellas últimas palabras habían sonado como si las pronunciara alguien afectado de vegetaciones adenoideas, o que hablaba con la nariz apretada? ¿Eran aquellos simples deseos míos o bien se trataba de una falla de su parte?

—No hay nadie tan ciego como quien se niega a ver —prosiguió la voz desdeñosa e insolente. Usted llegó aquí, Poynings, en medio de una tormenta inusitadamente violenta. Estaba llegando a su punto culminante. Los truenos eran incesantes, los relámpagos, ininterrumpidos. Dos minutos más, y habría llegado al máximo de su furia… ¿Quién controlará los elementos, Poynings? ¿Quién, en verdad, a menos que tenga Poder? Seguramente no habrá dejado de advertir, Poynmgs, que desde el momento en que abrí estas ventanas de par en par y comencé a hablar, habiendo visto primero un Signo, invisible para usted, no se han registrado más truenos ni más relámpagos. Hasta la lluvia ha cesado…

En aquel preciso momento respiré profundamente, hice un Signo propio, la Señal de la Cruz, extraje mi pistola, quité el resorte cíe seguridad, y bajando la cabeza, avancé.

15

Era una automática de ocho tiros, de calibre 32, lo cual significa que una vez apretado el gatillo continúa arrojando plomo hasta que cesa la presión sobre el gatillo o bien se descarga totalmente.

Apreté el gatillo en el instante mismo en que el cuerpo de Drinkwater se hizo visible. Hasta entonces, como se recordará, no había visto más que su sombra, pues habíamos estado situados perpendicularmente el uno respecto al otro, y el primer movimiento de mi avance había sido, por lo tanto, una vuelta brusca hacia la izquierda. Seguí apretándolo mientras salvaba de un salto la yarda o dos que nos separaban aún. Oí sonar tres disparos, y luego… bueno, seguiré la línea de menor resistencia y diré que el mecanismo se trabó, si bien no había indicios de ello cuando revisé la pistola al día siguiente, pues los cinco tiros restantes salieron con rapidez mortal tan pronto como apreté el gatillo. Lo que interesa por el momento es que sólo tres balazos rasgaron el aire hacia Drinkwater mientras su silueta se recortaba contra el marco iluminado de la puerta de su casa, y que ninguno de los tres dio en el blanco. No quiero dar ninguna opinión sobre si erraron el blanco por mucha distancia, o bien rozaron su cabeza o pasaron entre sus piernas. Nunca he sido un gran tirador, pero la tercera de aquellas balas apenas debió recorrer unas pocas pulgadas… No obstante, se trataba de un blanco en movimiento, pues al disparar yo, Drinkwater dio un salto hacia atrás y hacia un lado, en el esfuerzo por eludir el choque con mi cuerpo.

Pero lo logró sólo a medias. Su salto le permitió evitar toda la fuerza de mi embestida, pero mi brazo derecho, en cuya mano aferraba aún la pistola inutilizada, chocó como un pistón contra su hombro derecho, haciéndole perder el equilibrio y caer de espaldas. Mi propia velocidad inicial había sido tal que no pude contener mi caída, y caí sobre él. Y al caer, nuestros pies debieron enredarse en el borde de una alfombra pequeña, la cual se deslizó por el piso encerado y empujó hasta derribar la frágil mesita auxiliar que sostenía la única lámpara antigua, alimentada al aceite, que alumbraba la habitación.

He dicho que caí encima de Drinkwater, y en efecto creo que ocurrió eso, pero cuando llegué al suelo él había conseguido deslizarse fuera de mi alcance, y sólo hallé debajo de mi cuerpo los tablones pulidos del piso. Con la pistola en la mano, golpeé el suelo en la dirección en que suponía que estaba, pero sin resultado. Oía, no obstante, su respiración, en realidad, sonidos sibilantes, furiosos, como los de una serpiente que se dispone a atacar…

Entonces, en medio de las tinieblas de la habitación se produjo aquel primer resplandor, cuando las lenguas de fuego de la lámpara volcada inflamaron una alfombra, sobre cuya esquina caían los vuelos de cretona de un sofá tapizado, como una irresistible tentación.

El principio de incendio había comenzado a mi derecha y a mi espalda, mientras yo yacía en el suelo, algo sofocado y medio atontado por la caída. Drinkwater no estaba entre mi persona y las llamas. Ello no me sorprendió, pues había oído su respiración al otro lado, junto a los ventanales. Sin embargo, había dejado de oírla ahora.

Cauteloso y alerta, en previsión de un ataque, me arrodillé lentamente y miré en la dirección opuesta. La alfombra empapada en aceite ardía como un campo de paja. La cretona en aceite ardía como un campo de paja. La cretona se había incendiado también. Sentí un intenso dolor en el tobillo izquierdo. Apenas podía estar de rodillas, y supe entonces que no podría ponerme de pie…

En aquel instante vi nuevamente a Drinkwater.

Si hubiera estado de pie en una pose infernal junto a mí, disponiéndose a matarme, ya fuera con un arma mortífera de este mundo o bien con el Poder oculto de sus Artes, seguramente me habría sentido aterrado, pero por lo menos, no me habría sorprendido. Si por otra parte le hubiese visto atravesar la habitación para ocuparse primero del incendio por considerarlo más urgente que mi destrucción inmediata, también lo habría hallado razonable. Lo que me sorprendió es que no estaba haciendo ninguna de estas dos cosas, que había vuelto la espalda a mi persona y al incendio, como si ni las llamas ni yo mereciéramos un instante de atención en comparación con otro objetivo para mí invisible que él estaba contemplando.

Efectivamente, la última visión fugaz que tuve de Drinkwater fue la siguiente: estaba de pie en el lugar donde se había jactado de su Poder, antes de entrar yo en la habitación, es decir, delineado dentro del marco de los ventanales abiertos, su rostro dirigido hacia afuera, su espalda delgada e inusitadamente angulosa reflejando el rojo y el anaranjado de las llamas que lamían todo el mobiliario. Estaba de puntillas, con el cuerpo tenso. Y mientras lo miraba, levantó lentamente los brazos por encima de la cabeza, con los puños cerrados, pero los pulgares vueltos hacia adentro, entre los dedos índice y corazón, como un director de orquesta que se dispone a dirigir un estupendo
sforzando
. Hasta la más íntima porción de sus fuerzas parecía estar encerrada en ese gesto, pues a la luz cambiante veía que sus músculos vibraban y temblaban con el esfuerzo. Era la personificación viva de un esfuerzo creciente.

El suspenso, si bien infinitesimal en cuanto a su duración real, era tan intolerable que quise gritar. Pero no pude hacerlo. Apenas podía respirar, mucho menos emitir ningún sonido. No me quedaba otra alternativa que esperar algo que era inevitable, y a la vez desconocido… Y afuera, en la noche cálida, oscura, húmeda, todavía silenciosa, todavía inmóvil, lo Desconocido esperaba, también…

Por fin, como un movimiento hacia abajo y hacia adentro, como si literalmente quisiese arrastrar consigo todo el Cosmos, Drinkwater bajó los brazos, pronunciando, al hacerlo, algunas palabras en un idioma desconocido para mí.

Y al llegar sus puños crispados y palpitantes a la altura de sus caderas, cayó el rayo.

Si fue en señal de Obediencia, o de venganza, no lo sé.

Optemos por la cautela, y digamos que fue un Acto de Dios.

Lo único que supe a la sazón fue que, cuando al cabo de lo que me pareció una eternidad, aquel rayo cegador, ardiente, arrollador, se introdujo en la tierra, dejando al mundo atontado y ciego a merced de las ensordecedoras descargas de truenos, Drinkwater había desaparecido. En qué dirección, en qué forma, o en qué preciso instante, no tenía medios para establecerlo. En verdad, sigue siendo un misterio hasta el día de hoy…

No podía preocuparme menos, en aquel momento. A los pocos segundos de producirse el resplandor, advertí que, en verdad, el rayo había caído sobre Pest House y que la superestructura de madera ardía en llamas en comparación con las cuales el incendio del piso inferior no tenía ninguna importancia. El techo amenazaba derrumbarse sobre mí. Las vigas comenzaban a ceder…

En fin, tenía el tobillo fracturado o, por lo menos, dislocado.

Y finalmente, cuando por la misericordia de Dios logré llegar," en medio de intensos sufrimientos, hasta la ventana abierta, sin otros desperfectos adicionales que una barba chamuscada como la del Rey de España, entraron hombres del negro mundo exterior y me arrastraron a la húmeda seguridad de la lluvia. Sir Piers y McUik de los brazos, Adam y Thrupp de las rodillas…

Todo lo cual fue muy oportuno. A pesar de la lluvia, al amanecer no quedaba nada de lo que fuera Pest House. O, por lo menos, nada fuera de las ruinas ennegrecidas de las paredes exteriores de granito, y unos pocos escombros de metal fundido, obscenamente retorcidos e irreconocibles entre las cenizas todavía humeantes.

16

De esta manera llega a su fin esta vigorosa narración. Y si el lector declara desdeñosamente que no cree en una palabra de ella, replicaré arrancándome grandes puñados de pelo de mi nueva barba y arrojándolos por su hiperescéptico gaznate, exigiéndole, al mismo tiempo, con los pocos fragmentos de paciencia que pueda reunir, cómo puede explicar, si esta historia no es verídica y exacta en todos sus pormenores, el hecho de que el cuerpo desnudo de Andrea Gilchrist fuera recogido a la mañana siguiente en mitad del Canal de la Mancha por la barca pesquera
Jezebel Cheesemonger
(2.875 toneladas. Capitán, John Thomas Mustchin), en las circunstancias relatadas con inusitada extensión en el correspondiente número de
South Kent Cornet and Advertiser
.

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