La vista se me había agudizado como nunca antes en mi vida. Era capaz de leer los nombres y las fechas de las lápidas desde varios metros de distancia. Llevaba la sangre del vampiro. Después de todo, ¿acaso no pasan los vampiros su vida entera en la oscuridad? Sabía que yo todavía era vampiro sólo a medias, pero todo lo que...
¡De repente, mientras pensaba en mis nuevos poderes, surgió una mano de detrás de una de las tumbas, me tapó la boca y me arrastró hacia el suelo, fuera del alcance de la vista de míster Crepsley!
Sacudí la cabeza y abrí la boca para gritar, pero entonces vi algo que me hizo parar en seco. Mi atacante, fuera quien fuese, tenía un martillo y una enorme estaca de madera, cuyo afilado extremo apuntaba ¡directamente a mi corazón!
—Si te mueves un solo milímetro –me advirtió mi atacante—, te atravesaré con esto sin pestañear.
Esas palabras no me sobrecogieron tanto como constatar a quién pertenecía la familiar voz que las había pronunciado.
—¡Steve! –balbuceé, recorriendo con la mirada desde la punta de la estaca hasta el rostro de Steve.
Era él, sin duda, intentando parecer valiente, pero en realidad bastante aterrorizado.
—Steve, ¿pero qué...? –empecé a decir, pero me atacó aguijoneándome con la estaca.
—¡Ni una palabra! –siseó, agazapado tras la columna de piedra—. No quiero que nos oiga tu “amigo”.
—¿Mi...? ¡Ah!, te refieres a míster Crepsley –dije.
—Larten Crepsley, Vur Horston –dijo con desprecio Steve—. Da igual cómo le llames. Es un vampiro. Eso es lo único que me preocupa.
—¿Qué estás haciendo aquí? –susurré.
—Caza de vampiros –masculló, pinchándome de nuevo con la estaca—. Y, ¡mira!: parece que he encontrado dos.
—Escucha –dije, más molesto que preocupado (si hubiera querido matarme, lo habría hecho de inmediato, no sentándose primero a charlar un rato, como pasa en las películas)—, si vas a clavarme esa cosa, hazlo. Si lo que quieres es hablar, suéltala. Ya tengo bastantes heridas como para que encima tengas que venir tú a hacerme más agujeros.
Me miró atentamente, luego apartó la estaca unos centímetros.
—¿Qué haces aquí? –pregunté—. ¿Cómo has averiguado el camino?
—Te he seguido –dijo él—. Te seguí todo el fin de semana, después de ver lo que le hiciste a Alan. Vi a Crepsley entrando en tu casa. Vi cómo te tiraba por la ventana.
—¡Entonces el que entró a hurtadillas en el salón eras tú! –dije con voz entrecortada, recordando al misterioso visitante de la noche anterior.
—Sí –asintió—. Los médicos se dieron demasiada prisa en firmar tu certificado de defunción. Quería comprobarlo personalmente, para ver si el corazón todavía te hacía tictac.
—¿El pedazo de papel que me pusiste en la boca? –pregunté.
—Papel de tornasol –dijo—. Cambia de color cuando lo colocas sobre una superficie húmeda. Cuando lo colocas sobre un cuerpo “vivo”. Eso y las marcas en los dedos me dieron la clave.
—¿Sabes lo de las marcas en los dedos? –pregunté, asombrado.
—He leído algo en un libro muy antiguo –dijo—. De hecho en el mismo libro en que encontré el retrato de Vur Horston. No mencionaban el tema en ningún otro sitio, así que pensé que no se trataba más que de otra leyenda relacionada con los vampiros. Pero entonces examiné tus dedos y...
Se interrumpió y ladeó la cabeza. Noté que ya no se oía cavar. Por un instante se hizo el silencio. Entonces la voz de míster Crepsley siseó desde el otro lado del cementerio.
—Darren, ¿dónde estás? –llamó— ¿Darren?
Steve palideció de miedo. Oía el latido de su corazón y veía las gotas de sudor que le rodaban por las mejillas. No sabía qué hacer. No se había parado a pensarlo.
—¡Estoy bien! –grité, haciéndole dar a Steve un brinco.
—¿Dónde estás? –preguntó míster Crepsley.
—Aquí –repliqué mientras me levantaba, sin hacer caso de la estaca de Steve—. Tenía las piernas cansadas y me he tumbado a reposar un momento.
—¿Estás bien? –preguntó.
—Perfectamente –dije—. Descansaré un poco más y luego probaré qué tal las piernas. Deme un grito cuando quiera seguir.
Volví a agacharme, de manera que quedé cara a cara frente a Steve. Ya no parecía tan valiente. La punta de la estaca apuntaba hacia el suelo, había dejado de ser una amenaza, y todo su cuerpo temblaba miserablemente. Me dio pena.
—¿Por qué has venido aquí, Steve? –le pregunté.
—Para matarte –dijo.
—¿Para matarme... a mí? Por amor de Dios, y ¿por qué? –pregunté.
—Eres un vampiro –dijo—. ¿No es razón suficiente?
—Pero si tú no tienes nada contra los vampiros –le recordé—. Eras tú quien quería convertirse en uno de ellos.
—Sí –gruñó—, yo “quería”, pero “tú” eres el que lo ha conseguido. Lo tenías todo planeado desde el principio, ¿no? Le dijiste que yo era malvado. Hiciste que me rechazara para así tú poder...
—No dices más que tonterías –suspiré—. Yo nunca he querido convertirme en vampiro. Accedí a unirme a él sólo para salvarte la vida. Habrías muerto si yo no me hubiera convertido en su aprendiz.
—Una historia de lo más inverosímil –bufó—. Y pensar que te creía amigo mío.¡Ja!
—¡Soy amigo tuyo! –chillé— Steve, tú no lo entiendes. Yo nunca haría nada para herirte. Detesto lo que me ha pasado. Sólo lo hice para...
—Ahórrame el cuento lacrimógeno –dijo sorbiendo por las narices—. ¿Durante cuánto tiempo has estado planeando esto? Debes de haber ido en su busca aquella noche del espectáculo freak. Así es como llegaste hasta Madam Octa, ¿no es cierto? Te la entregó a cambio de que te convirtieras en su aprendiz.
—No, Steve, eso no es verdad. No es posible que creas eso.
Pero él sí lo creía. Se lo notaba en los ojos. Nada que yo pudiera decir iba a hacerle cambiar de opinión. Por lo que a él respectaba, yo le había traicionado. Había robado la vida que en su fuero interno consideraba hubiera debido ser la suya. Nunca me perdonaría.
—Me voy –dijo, empezando a recular—. Creí que esta noche sería capaz de matarte, pero me equivocaba. Soy demasiado joven. No soy lo bastante fuerte ni lo bastante valiente.
“Pero presta atención a lo que voy a decirte, Darren Shan –prosiguió—. Creceré. Me haré mayor y más fuerte y más valiente. Pienso dedicarme en cuerpo y alma, mi vida entera, a desarrollar mi físico y mi mente, y cuando llegue el momento... cuando esté listo... cuando esté perfectamente entrenado y preparado como es debido...
“Te daré caza y te mataré –juró—. Me convertiré en el mejor cazador de vampiros que haya existido nunca, y no encontrarás un solo agujero donde ocultarte en el que yo no te encuentre. Ni un agujero, ni un peñasco, ni un sótano.
“Seguiré tu rastro hasta los últimos confines de la Tierra, si es necesario –dijo, con la cara resplandeciente de una furia demencial—. El tuyo y el de tu mentor. Y cuando te encuentre, ensartaré vuestros corazones con estacas de punta de acero, luego os decapitaré y llenaré vuestras cabezas de ajos. A continuación os quemaré hasta que quedéis reducidos a cenizas y os esparciré sobre las aguas de un río. No quiero correr ningún riesgo. ¡Me aseguraré de que jamás volváis a salir de vuestras tumbas!
Hizo una pausa, sacó un cuchillo y se hizo dos cortes en forma de cruz en la palma de la mano izquierda. La levantó para que yo viera la sangre goteando de la herida.
—¡Sello este juramento con sangre! –declaró. Luego dio media vuelta y echó a correr; en cuestión de segundos desapareció en las sombras de la noche.
Habría podido correr tras él, siguiendo su rastro de sangre. Si hubiera llamado a míster Crepsley, le habríamos podido seguir la pista fácilmente y poner fin tanto a la vida de Steve Leopard como a sus amenazas. Hacer eso hubiera sido lo más sensato.
Pero no lo hice. No fui capaz. Era mi amigo...
Míster Crepsley estaba aplanando el montículo de tierra cuando volví. Le observé trabajar. La pala era grande y pesada, pero él la manejaba como si fuera de papel. Pensé en lo fuerte que debía de ser y en lo fuerte que también yo llegaría a ser algún día.
Consideré la posibilidad de explicarle lo de Steve, pero tenía miedo de que fuera tras él. Steve ya había sufrido bastante. Además, su amenaza era inofensiva. En unas pocas semanas se habría olvidado de mí y de míster Crepsley, en cuanto volviera a entusiasmarse con alguna otra cosa.
Eso esperaba yo.
Míster Crepsley levantó la vista y frunció el ceño.
—¿Estás seguro de que te encuentras bien? –preguntó— Pareces muy tenso.
—También lo estaría usted si se hubiera pasado todo el día metido en un ataúd –repliqué.
Él se echó a reír a carcajadas.
—Señor Shan, ¡he pasado en ataúdes más tiempo del que llevan muchos de los que están realmente muertos!
Golpeó con fuerza la tierra una última vez, luego rompió la pala en mil pedazos y los lanzó por los aires.
—¿Se te va pasando la rigidez? –me preguntó.
—Estoy algo mejor –dije, mientras me estiraba para desentumecer los brazos y la cintura—. Pero no me gustaría tener que fingirme muerto demasiado a menudo.
—No –musitó pensativo—. Bueno, esperemos que no vuelva a ser necesario. Es una treta peligrosa. Muchas cosas pueden salir mal.
Le miré fijamente.
—Usted me dijo que estaría totalmente a salvo –le recriminé.
—Te mentí. A veces la pócima se lleva demasiado lejos a quienes la toman, demasiado cerca de la muerte, y nunca vuelven en sí. Y tampoco podía estar seguro de que no decidirían hacerte una autopsia. Y... ¿quieres oír todo esto? –preguntó.
—No –dije, sintiendo náuseas—. No quiero.
Enfadado, le lancé un golpe a la cara con todas mis fuerzas, pero lo esquivó fácilmente, riendo de aquella forma tan inconfundiblemente suya.
—¡Me dijo que era seguro! –grité— ¡Me ha mentido!
—Tuve que hacerlo –dijo él—. Era la única alternativa.
—¿Y qué pasa si me llego a morir? –le espeté.
Se encogió de hombros.
—Tendría un aprendiz menos. No es una gran pérdida. Estoy seguro de que habría encontrado otro.
—Maldito... maldito...¡Oh!
Di una patada al suelo, furioso. Podría haberle llamado montones de cosas, pero no me gustaba decir palabrotas con muertos de cuerpo presente. Ya le explicaría más tarde qué opinaba yo de sus artimañas.
—¿Estás preparado? ¿Podemos marcharnos? –preguntó.
—Deme un minuto –dije.
Subí de un salto a una de las lápidas más altas y me quedé mirando la ciudad. No veía gran cosa desde allí, pero aquélla iba a ser la última vez que pudiera echarle un vistazo al lugar en el que había nacido y vivido, así que me tomé mi tiempo, con la sensación de que hasta el último callejón oscuro era como un lujoso cul—de sac, todos los destartalados bungalows como el palacio de un jeque, cada edificio de dos pisos como un rascacielos.
—Te acostumbrarás a la idea de haberte marchado con el tiempo –dijo míster Crepsley.
Estaba de pie sobre otra lápida detrás de mí, encaramado a poco más que un hilo de aire. Su expresión era lúgubre.
—Los vampiros siempre están diciendo adiós. Nunca se quedan demasiado tiempo en ningún sitio. Continuamente debemos desarraigarnos y cambiar de vida. Es nuestro destino.
—La primera vez, ¿es la más dura? –pregunté.
—Sí –dijo, asintiendo—. Pero nunca resulta fácil.
—¿Y cuánto tiempo pasará hasta que me acostumbre? –quise saber.
—Quizá unas pocas décadas –dijo—. Quizá más.
¡Décadas! Lo decía como si estuviera hablando de meses.
—¿Nunca podemos hacer amigos? –pregunté— ¿Nunca podemos tener casa, ni esposa, ni familia?
—No –suspiró—. Nunca.
—¿No es una vida un poco solitaria? –pregunté.
—Terriblemente solitaria –admitió.
Yo asentí tristemente. Por lo menos estaba siendo honesto. Como ya he dicho, siempre prefiero la verdad –por desagradable que ésta pueda ser— a una mentira. Con la verdad, uno sabe el terreno que pisa.
—Vale –dije, bajando de un salto—, estoy listo.
Cogí mi bolsa y le sacudí el polvo del camposanto.
—Puedes montar detrás de mí si quieres –se ofreció míster Crepsley.
—No, gracias –repliqué educadamente—. Quizá más tarde, pero de momento prefiero andar, a ver si consigo desentumecer antes las piernas.
—Muy bien –dijo.
Me froté el estómago y oí cómo me sonaban las tripas.
—No he comido nada desde el domingo –le dije—. Tengo hambre.
—Yo también –dijo él. Luego me cogió de la mano y sonrió sanguinariamente—. Vamos a “comer”.
Respiré hondo e intenté no pensar en qué consistiría el menú. Asentí nerviosamente y le apreté la mano. Dimos media vuelta y dejamos atrás las tumbas. Luego, uno junto al otro, el vampiro y su aprendiz, echamos a andar...
...adentrándonos en la oscuridad.
Para:
Los abuelitos esos viejos duros y anticuados
La OES (Orden de las Entrañas Sangrientas):
Caroline "Rastreadora" Paul
Paul “El Salteador" Litherland
Los escurre-bultos:
Biddy "Jekyll" y Liam "Hyde"
Gillie "Ladrón de Tumbas" Russell
La horrible y estremecedora pandilla de Harper Collins
y
Emma y Chris (de "Los vampiros somos nosotros")
Era una noche seca y cálida, y Stanley collins había decidido ir andando hasta su casa tras la reunión de los Boy Scouts. No era una caminata muy larga (menos de una milla), y aunque la noche era oscura, conocía el camino paso a paso, como la palma de la mano.
Stanley había llegado a Jefe Boy Scout. Adoraba a los Boy Scouts. Había sido uno de ellos de pequeño y, de mayor, se había mantenido en contacto. Había apuntado a sus tres hijos en los Boy Scouts desde muy pequeños, y, ahora que ya se habían hecho mayores y vivían por su cuenta, él seguía ayudando a los niños de la localidad.
Stanley caminaba rápido para entrar en calor. Iba sólo en pantalones cortos y camiseta, y, aunque la noche era agradable, pronto se le pusieron brazos y piernas de carne de gallina. No le importó. Al llegar a casa encontraría esperándole una deliciosa taza de chocolate caliente y bollos con pasas que su esposa tendría preparados para él. Los disfrutaría aún más después de un buen y tonificante caminata.