—¿
El
William Shakespeare... que escribía obras de teatro?
Mr. Crepsley asintió.
—Obras de teatro y poemas. Pero no toda la obra poética de Shakespeare se recuerda; algunos de sus versos más famosos se han perdido. Cuando Shakespeare se estaba muriendo, Paris bebió de él... porque Shakespeare se lo pidió... y así pudo conservar en su interior esos poemas perdidos y anotarlos. El mundo habría sido un lugar más pobre sin ellos.
—Pero... —le interrumpí—, ¿sólo se hace con la gente que lo pide, y que se está muriendo?
—Sí —dijo—. Sería malvado matar a gente que goza de buena salud. Pero beber de amigos que están a punto de morir, y mantener vivos sus recuerdos y experiencias... —sonrió—. Eso es algo realmente hermoso.
"Vamos —dijo entonces—. Hablaremos de ello por el camino. Debemos irnos.
Salté a la espalda de Mr. Crepsley cuando estuvimos listos para partir, y nos marchamos cometeando. Todavía no me había explicado cómo conseguía moverse tan rápido. No es que corriera deprisa; más que correr, era más bien como si el mundo se deslizara bajo sus pies. Me dijo que todos los vampiros completos podían cometear.
Era una delicia ver cómo la campiña se alejaba como si flotara a la deriva a nuestras espaldas. Subimos colinas y atravesamos las vastas llanuras más veloces que el viento. El silencio era absoluto mientras cometeábamos y nadie advertía nuestra presencia. Era como si una burbuja mágica nos rodeara.
Mientras cometeábamos, pensé en lo que había dicho Mr. Crepsley, sobre perpetuar la memoria de las personas al beber de ellas. No estaba seguro de que eso funcionara, y decidí preguntarle más cosas sobre ese tema, más adelante.
Cometear era un arduo trabajo; el vampiro estaba sudando y me di cuenta de que comenzaba a flaquear. Para ayudarle, saqué una de sus botellitas de sangre humana, la destapé y la acerqué a sus labios para que pudiera beber.
Asintió en silencio, agradecido, se enjugó el sudor de la frente, y siguió adelante.
Finalmente, cuando el cielo empezó a clarear, aminoró el paso hasta detenernos. Salté al suelo y mire a mi alrededor. Estábamos en medio de una carretera rural, y los campos y los árboles nos rodeaban. No había una sola casa a la vista.
—¿Dónde está el Cirque Du Freak? —pregunté.
—A algunas millas más adelante —respondió, señalando al frente. Se había dejado caer de rodillas, jadeando sin aliento.
—¿Se ha quedado sin fuelle? —le pregunté, conteniendo la risa.
—No —respondió, lanzándome una mirada feroz—. Podría haber seguido, pero no quiero llegar allí con aspecto de haber corrido una maratón.
—Pues será mejor que no se entretenga demasiado descansando —le advertí—. Está a punto de amanecer.
—¡Sé exactamente qué hora es! —masculló—. Sé más de amaneceres y crepúsculos que cualquier ser humano viviente. Aún tenemos tiempo de sobra. Todavía quedan cuarenta y tres minutos.
—Si usted lo dice...
—Lo digo. —Se puso en pie, molesto, y empezó a andar. Esperé hasta que hubo avanzado un poco, y luego eché a correr, adelantándole.
—¡Deprisa, vejestorio! —me burlé—. ¡Se está quedando atrás!
—¡Sigue así —rezongó—, y ya verás la que te espera! ¡Un tirón de orejas y una patada en el culo!
Comenzó a correr tras un par de minutos, y así seguimos los dos, uno junto a otro. Me sentía de buen humor, más contento de lo que había estado en los últimos meses. Era estupendo volver a experimentar entusiasmo por algo.
Nos cruzamos con un grupo de desaliñados campistas por el camino.
Se estaban despertando, y ya se disponían a ponerse en marcha. Un par de ellos nos saludaron con la mano. Eran gente curiosa: cabellos largos, extrañas ropas, cargados de extravagantes pendientes y pulseras.
Había pancartas y banderas por todo el campamento. Intenté leer algunas, pero resultaba difícil hacerlo mientras corría, y no quería detenerme. Deduje que los campistas tenían algo que ver con una protesta en contra de una nueva carretera.
La carretera tenía muchas curvas. Después de la quinta, divisamos por fin el Cirque Du Freak, instalado en un claro, a orillas de un río. Estaba muy tranquilo (imaginé que todos estarían durmiendo) y si hubiéramos ido en coche, sin la idea de encontrar caravanas y tiendas, habría sido muy fácil pasar de largo sin reparar en él.
Era un lugar inusual para instalar un circo. No había ninguna sala o gran carpa en la que los freaks pudieran actuar. Imaginé que se estarían tomando un descanso entre el último pueblo y el siguiente.
Mr. Crepsley zigzageaba con confianza entre coches y caravanas. Sabía exactamente a dónde iba. Le seguí, menos seguro de mí, recordando la noche en que me arrastré sigilosamente entre los freaks y robé a Madam Octa.
Mr. Crepsley se detuvo ante una larga caravana plateada y llamó a la puerta. Se abrió casi inmediatamente y apareció la impresionante figura de Mr. Tall. Sus ojos parecían más oscuros que nunca en aquella tenue luz. Si no lo hubiera conocido mejor, habría jurado que en lugar de globos oculares no había más que dos huecos vacíos y negros.
—Oh, eres tú —dijo, en voz baja, sin mover apenas los labios—. Ya me parecía que te había sentido buscándome. —Estiró el cuello hacia Mr. Crepsley y miró hacia abajo, a donde estaba yo, temblando—. Veo que has traído al chico.
—¿Podemos entrar? —preguntó Mr. Crepsley.
—Por supuesto. ¿Qué se supone que debe uno decirle a un vampiro? —sonrió—. ¿Entra si quieres?
—Algo así —respondió Mr. Crepsley, y por la sonrisa que esbozó, comprendí que se trataba de alguna vieja broma entre ellos.
Entramos en la caravana y nos sentamos. El interior estaba bastante vacío, a excepción de algunos carteles y panfletos del Cirque, el sombrero de copa rojo y los guantes que le había visto llevar a Mr. Tall, un par de adornos y una cama plegable.
—No esperaba que volvieras tan pronto, Larten —dijo Mr. Tall. Incluso sentado seguía siendo enorme.
—No tenía previsto en mi agenda volver tan rápido, Hibernius.
¿Hibernius
? Era un nombre extraño. Sin embargo, de algún modo le venía bien. Hibernius Tall. Sonaba raro.
—¿Os habéis metido en algún lío? —preguntó Mr. Tall.
—No —dijo Mr. Crepsley—. Darren no estaba contento. Decidí que estaría mejor aquí, entre los de su propia clase.
—Ya veo. —Mr. Tall me estudió con curiosidad—. Has recorrido un largo camino desde la última ve que te vi, Darren Shan —dijo.
—Hubiera preferido quedarme donde estaba —rezongué.
—Entonces, ¿por qué te fuiste? —preguntó.
Le miré ferozmente.
—Usted sabe por qué —respondí con frialdad.
Asintió lentamente.
—¿Hay algún problema en que nos quedemos? —preguntó Mr. Crepsley.
—Claro que no —respondió Mr. Tall de inmediato—. La verdad es que me alegra que hayas vuelto. Andamos algo escasos de personal en estos momentos. Alexander
Calavera
, Sive y Seersa, y Gertha
Dientes
se han ido de vacaciones o por asuntos personales. Cormac
el Trozos
está en camino, pero aún tardará en llegar. Larten Crepsley y su maravillosa araña amaestrada serán una valiosa adición a la plantilla.
—Gracias —dijo Mr. Crepsley.
—¿Y qué hay de mí? —inquirí audazmente.
Mr. Tall sonrió.
—Tú no eres tan valioso —dijo—, pero te doy la bienvenida igualmente.
Solté un bufido, pero no dije nada.
—¿Dónde vamos a actuar? —preguntó Mr. Crepsley a continuación.
—Aquí mismo —respondió Mr. Tall.
—¿
Aquí
? —exclamé, sorprendido.
—¿Eso te extraña? —inquirió Mr. Tall.
—Estamos en medio de ninguna parte —dije—. Pensaba que actuaban en pueblos y ciudades, donde pudieran conseguir una gran audiencia.
—Nosotros
siempre
conseguimos una gran audiencia —dijo Mr. Tall—. No importa dónde actuemos, la gente vendrá. Normalmente escogemos zones más concurridas, pero estamos en temporada baja. Como ya he dicho, algunos de nuestros mejores artistas están ausentes, así como... algunos otros miembros de nuestra compañía.
Mr. Tall y Mr. Crepsley cruzaron una mirada extraña y reservada, y sentí que me estaba perdiendo algo.
—Así que nos estamos tomando un descanso —continuó Mr. Tall—. No actuaremos durante algunos días. Es bueno relajarse un poco.
—Nos cruzamos con un campamento por el camino —dijo Mr. Crepsley—. ¿Os han causado algún problema?
—¿Los soldaditos de a pie de la APN? —rió Mr. Tall—. Están demasiado ocupados defendiendo los árboles y las rocas para meterse con nosotros.
—¿Qué es la APN? —pregunté.
—“Antagonistas Protectores de la Naturaleza” —explicó Mr. Tall—. Son ecoguerreros. Recorren el país intentando detener la construcción de nuevas carreteras y puentes. Hace un par de meses que están aquí, pero pronto se marcharán.
—¿Son guerreros de verdad? —pregunté—. ¿Tienen pistolas, y granadas, y tanques?
Los dos adultos casi se parten de risa.
—¡A veces es un poco tonto —dijo Mr. Crepsley riendo a carcajadas—, pero no es tan estúpido como parece!
Sentí cómo la sangre se agolpaba en mi rostro, pero contuve mi lengua. Sabía por experiencia que no conduce a nada enfadarse con los adultos cuando se ríen de ti; eso sólo hace que se rían aún más.
—Se llaman guerreros a sí mismos —dijo Mr. Tall—, pero en realidad no lo son. Se encadenan a los árboles y vierten arena en los motores de las excavadoras y arrojan clavos en los caminos por donde pasan los coches. Ese tipo de cosas.
—¿Por qué...? —empecé a decir, pero Mr. Crepsley me interrumpió.
—No tenemos tiempo para preguntas —dijo—. Faltan unos minutos para que salga el Sol. —Se levantó y estrechó la mano de Mr. Tall—. Gracias por acogernos, Hibernius.
—Es un placer —repuso Mr. Tall.
—Confío en que hayas cuidado bien mi ataúd.
—Naturalmente.
Mr. Crepsley sonrió satisfecho y se frotó las manos.
—Es lo que más echo de menos cuando estoy fuera. Será estupendo volver a dormir en él.
—¿Y el chico? —preguntó Mr. Tall—. ¿Quieres que le hagamos un ataúd?
—¡Ni lo sueñe! —grité—. ¡No quiero volver a meterme en uno! —Recordaba muy bien cómo era estar en un ataúd (cuando me enterraron vivo) y pensar en ello me hizo temblar.
Mr. Crepsley sonrió.
—Aloja a Darren con alguno de los artistas —dijo—. A ser posible, con alguien de su edad.
Mr. Tall pensó un momento.
—¿Qué tal con Evra?
La sonrisa de Mr. Crepsley se hizo más amplia.
—Sí. Alojarle con Evra es una idea maravillosa.
—¿Quién es Evra? —pregunté, nervioso.
—Ya lo averiguarás —prometió Mr. Crepsley, abriendo la puerta de la caravana—. Te dejo con Mr. Tall. Él se ocupará de ti. Tengo que irme.
Y se fue, en busca de su querido ataúd.
Eché un vistazo por encima del hombro y vi a Mr. Tall justo detrás de mí. No sabía cómo había cruzado la habitación con tanta rapidez. Ni siquiera le había oído ponerse en pie.
—¿Vamos? —dijo.
Tragué saliva y asentí.
Él fue delante, atravesando el campamento. Estaba amaneciendo y vi un par de luces encenderse en algunas caravanas y tiendas. Mr. Tall me condujo hasta una vieja tienda gris, lo bastante grande para albergar a cinco o seis personas.
—Aquí tienes algunas mantas —dijo, entregándome unas cuantas mantas de lana—. Y una almohada. —No sé de dónde las había sacado (no las tenía cuando salimos de la caravana), pero estaba demasiado cansado para preguntárselo—. Duerme todo lo que quieras. Vendré a buscarte cuando te hayas despertado y te explicaré en qué consistirá tu trabajo. Evra cuidará de ti hasta entonces.
Levanté el faldón de la tienda y miré adentro. Estaba demasiado oscuro para ver nada.
—¿Quién es Evra? —pregunté, volviéndome hacia Mr. Tall. Pero él ya se había ido, desapareciendo en silencio con su habitual rapidez.
Suspiré y entré, apretando las mantas contra mi pecho. Dejé que el faldón volviera a su lugar, y me quedé quieto allí dentro, esperando a que mis ojos se habituaran a la oscuridad. Podía oír a alguien respirando suavemente, y en la oscuridad distinguí una vaga forma en una hamaca, más allá del centro de la tienda. Busqué algún lugar donde hacerme la cama. No quería que mi compañero de tienda cayera sobre mí cuando se despertara.
Avancé unos pasos a ciegas. Repentinamente, algo se deslizó hacia mí en la oscuridad.
Me detuve y mire fijamente delante de mí, deseando fervientemente poder ver algo (sin la luz de las estrellas o la Luna, incluso a un vampiro le cuesta distinguir las cosas).
—¿Hola? —susurré—. ¿Eres Evra? Yo soy Darren Shan. Soy tu nuevo...
Me detuve. El ruido deslizante había llegado hasta mis pies. Y mientras yo permanecía allí plantado, algo carnoso y viscoso se enroscó en mis piernas. Al instante supe lo que era, pero no me atreví a mirar hacia abajo hasta que sobrepasó en su escalada la mitad de mi cuerpo. Finalmente, mientras se enrollaba en espiral alrededor de mi pecho, reuní el valor para mirarla y me encontré mirando a los ojos a una enorme, gruesa y siseante... ¡serpiente!
Me quedé allí quieto, helado de miedo, durante más de una hora, mirando a los ojos mortalmente fríos de la serpiente, esperando su ataque.
Al final, con la fuerte luz del Sol de la mañana brillando a través de la lona de la tienda, la figura durmiente de la hamaca se movió, bostezó, se sentó, y miró a su alrededor.
Se trataba del niño-serpiente, y pareció sorprenderse muchísimo cuando me vio. Inmediatamente, volvió a hundirse en su hamaca, cubriéndose con las mantas, como para protegerse. Entonces vio a la serpiente enrollada en torno a mí, y respiró con alivio.
—¿Quién eres tú? —inquirió con dureza—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Sacudí la cabeza lentamente. No me atrevía a hablar por miedo a que el movimiento de mis pulmones provocara el ataque de la serpiente.
—Será mejor que respondas —me advirtió—, o le diré que te saque los ojos.
—S... s... soy D-Darren Sh-sh-Shan —tartamudeé—. Mr. T-Tall me dijo que e-entrara. Dijo que yo s-s-sería tu nuevo c-c-c-compañero...
—¿Darren Shan? —El niño-serpiente frunció el ceño, y luego apuntó con complicidad—: Eres el asistente de Mr. Crepsley, ¿verdad?
—Sí —dije en voz baja.
El niño-serpiente sonrió ampliamente.