El clan de la loba (8 page)

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Authors: Maite Carranza

BOOK: El clan de la loba
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— ¡Y un melón con patas! Di la verdad, Selene te inició en la brujería desde que ibas al parvulario.

Y eso sí que fue como una bofetada. Anaíd balbuceó incrédula.

— La..., ¿la brujería?

— No te hagas la tonta, eres tan bruja como yo, como ellas y como lo fueron tu abuela y tu madre.

Y entonces muchas piezas que permanecían sueltas en el puzzle de Anaíd cobraron forma y significado, pero la palabra «brujería» le sonaba muy fuerte. Criselda la sostuvo a tiempo. Anaíd se estaba poniendo pálida y se sujetaba al brazo de su tía para no caer. La sinceridad de la mirada de horror de los azules ojos de la niña no parecía en absoluto producto del fingimiento.

— ¿Una... bruja?

Nadie lo negó. Anaíd se dirigió a su maestra:

— ¿Has dicho que soy una... bruja?

Gaya se ratificó sin palabras, pero Anaíd ladeó la ca¬beza una vez y otra.

— No es cierto..., es una broma... —murmuró la niña.

Cuatro pares de ojos la contemplaron sin negar ni confirmar que se tratase de ninguna broma. Anaíd las mi¬ró una a una, echó una ojeada a su alrededor percibiendo la fuerza del círculo mágico que formaban y... lo asimiló.

No era ninguna broma.

Era una bruja.

Luego, se desplomó en los brazos de su tía.

PROFECÍA DE OMA

Y yo os digo que llegará el día en que la elegida

pondrá fin a las discutas entre hermanas.

El hada de los cielos peinará su cabellera plateada

para recibida.

La luna llorará una lágrima para presentar su ofrenda.

Padre e hijo danzarán juntos en la morada del agua.

los siete dioses en fila saludarán su entronización.

Y se iniciará la guerra

cruel u encarnizada.

La guerra de las brujas.

Suyo será el triunfo,

suyo será el cetro,

suyo será el dolor,

suya la sangre

y la voluntad.

Capítulo VI: La leyenda de Od y OM

En el albor de los tiempos O, la madre bruja, reinaba  entre todas las tribus con la ayuda de la magia, imponiendo la paz a los guerreros, bendiciendo los frutos de la tierra y propiciando su unión con el fuego, el agua y el aire.

O era respetada por los hombres y los animales y su reinado era justo.

O era sabia y conocía los secretos que le permitían sanar a los enfermos y adivinar lo que aún no había acontecido.

O se comunicaba con los espíritus de los muertos, con los animales y las plantas del bosque.

O vivía en armonía con la naturaleza y con los hombres y era amada por todos.

O era fértil y tuvo dos hijas muy bellas, Od y Om, a quienes transmitió su saber.

Om quiso aprender de su madre el poder curativo de las platas y las raíces. Y a fuerza de paliar el sufrimiento de los mortales se familiarizó con la muerte y comprendió su piedad.

Od quiso aprender de su madre el arte de comunicarse con los espíritus del más allá. Y a fuerza de escuchar los lamentos de los muertos en pena, los que nunca hallaron la paz, concibió su miedo a morir.

Om amaba la vida puesto que no temía morir.

Od temía a la vida puesto que anhelaba vivir siempre.

Om fue fructífera y tuvo una hija, Omi, pero Od no quiso pasar por el trance del dolor del parto y se la robó una noche mientras Om dormía.

Od llevó a la pequeña ante su madre 0 para que la reconociera como suya, con el nombre de Odi.

O, que no quería que sus hijas se enfrentaran, aceptó la farsa con todo el dolor de su corazón puesto que Om era más generosa que su hermana y Od prometió criar y cuidar a Odi como hija suya.

Om estuvo triste un tiempo por la pérdida de Omi, pero pronto concibió otra niña, Orna, y perdonó la ofensa de Od.

Oma y Odi jugaron juntas, juntas aprendieron lo que sus madres les enseñaron y se intercambiaron sus conocimientos. Oma, gracias a Odi, se inició en las artes adivinatorias y aprendió a hablar con los espíritus. Odi, gracias a Orna, jugó con las pociones y los brebajes y aprendió el poder de las plantas, las raíces y las piedras.

Oma descubrió un día que los muertos habían confiado a Od el secreto de la inmortalidad si consumía la sangre sacrificada de los recién nacidos y de la niña que se transforma en mujer, y Oma, asustada, se lo explicó a su madre Om.

Om desconfió de la zalamería de su hermana y espió sus planes. Así supo que Od planeaba sacrificar a su hija Oma —en el tránsito de su paso a mujer— para beber su san-gre y acceder a la inmortalidad.

Ése era el secreto que finalmente Od había usurpado a los muertos.

Om se sintió llena de indignación contra su hermana Od y la maldijo, maldijo la hija que le dio para que fuese suya y maldijo la tierra que habitaba su hermana. Luego tomó a la joven Oms y, sin despedirse siquiera de su madre O para no apenarla, huyó lejos y se refugió en una cueva.

Mientras Om permaneció dentro de la cueva, escondida con su hija, la tierra dejó de fructificar. La nieve la cubrió con su manto, helando las cosechas, secando las hojas en los árboles y trayendo el hambre y el frío a la casa de Od.

O se sentía cansada y deseaba transmitir el mando a una de sus hijas, pero ambas se hallaban enfrentadas, por ello no quiso ceder su cetro de poder a ninguna.

Mientras tanto, los guerreros de las tribus, que deseaban la guerra y debían acatar la paz que O imponía, supieron que la madre bruja era vieja, que su poder se debilitaba, y la acusaron del hambre, del frío y del primer invierno que había azotado sus vidas.

Los guerreros se reunieron secretamente y decidieron que había llegado el tiempo de los hombres. Los hombres desbancarían por fin la sabiduría y la magia de las mujeres y retornarían el poder a las armas y a la fuerza.

Y Od, resentida con su vieja madre que se negaba a concederle el poder del mando, se alió con los hombres guerreros y junto a ellos urdió un complot para apartar a 0 de su reinado.

O fue destronada, pero los hombres, unidos por las armas, decidieron que en su lugar no se sentara Od, sino un mago sinuoso, Shh, un hombre que usó la fuerza y usurpó el saber y el conocimiento de la madre bruja gracias al favor de Od.

Od, rabiosa por no reinar, exigió a Shh que desposase a su hija Odi y le entregase a todos los hijos e hijas que engendrasen. Ése era el tributo que exigía.

O lloró y lloró y su llanto tibio acabó por fundir la nieve y permitir que de la tierra tornasen a asomar los brotes de la vida.

Ése fue el momento en que Om salió de la cueva con su hija Oma convertida en mujer y ése fue el momento en el que de nuevo reinó la abundancia, calentó el sol, rever-decieron las plantas, los animales se reprodujeron y los frutos maduraron. La naturaleza se resarció de su largo letargo.

Pero Shh, con el beneplácito de Od, transformó las ceremonias de renacimiento y de vida en ceremonias de guerra y muerte oficiadas por Od. Todos los hijos varones de Odi fueron sacrificados al nacer y su sangre fue consumida por Od. Todos excepto uno, el primogénito, destinado a reinar. Las hijas, las muchas hijas que concibió Odi, las Odish, fueron educadas por Od en el miedo a la muerte, el odio a los hombres y a sus primas hermanas, las Omar.

Od les enseñó el secreto de la inmortalidad y las obligó a jurar su fidelidad y su misión de apropiarse de las hijas adolescentes de Oma para servirse del poder de su sangre.

Y Om, viendo a su alrededor tanto odio y tristeza, decidió que el castigo que merecía el reinado de su hermana sería de nuevo el invierno, el frío y el hambre.

O murió de pena y de tristeza maldiciendo a su hija Od. Antes de su muerte, sin embargo, lanzó su cetro de poder a las entrañas de la tierra, para que nadie lo poseyese, y escribió con su propia sangre la profecía de la bruja del cabello rojo que pondría fin a la guerra de las brujas hermanas.

Odi murió de dolor tras haber sufrido la muerte de tantos hijos y haber desgastado su cuerpo con tantos nacimientos. Ella, también con su propia sangre, escribió los últimos versículos que alertaban sobre la traición de la elegida, puesto que había sufrido la traición de sus propias hijas, las Odish.

Om murió rodeada de sus hijas y nietas y las alentó para vivir con la esperanza de la llegada de la bruja del cabello rojo que las vengaría a ellas y a sus descendientes.

Unas y otras soñaron con el cetro de poder que O escondió en las entrañas de la tierra, pero que nunca hallaron.

Tras la muerte de O, las mujeres de la tierra fueron apartadas de los Consejos, de las Ceremonias, de los Templos, de los lugares públicos y hasta del lecho de los enfermos. Los guerreros recluyeron a las mujeres en las casas, las privaron de la música, de la danza, del conocimiento de los libros y del saber de la naturaleza; les prohibieron acercarse a las armas bajo pena de muerte y las obligaron a cubrir su cuerpo y su cabeza por considerarlas impuras. Se las vilipendió y castigó públicamente cuando no acataban las ór-denes de los hombres y se dictó un edicto para perseguir a las que practicaran la magia y se opusiesen a la voluntad de  Shh.

También las hijas de Odi, las Odish, sufrieron el desprecio, la reclusión y la persecución de su propio padre y su hermano. Y por eso las Odish envenenaron a su padre Shh y luego engañaron a su hermano enviándolo a la muerte a manos de otro guerrero ambicioso.

Y así se sucedió una guerra tras otra, una traición tras otra, una persecución tras otra.

Oma y sus muchas hijas, que fueron llamadas Omar, continuaron ocultas aplicando calladamente sus artes curativas y mitigando el dolor de los que sufrían. Se refugiaron en los bosques, en las cuevas, en los valles junto a los arroyos y en los cruces de los caminos, donde recogían cuantos regalos les brindaba la naturaleza. Las Omar preparaban pociones y remedios para los dolores del cuerpo y aplicaban la fuerza de su mente y sus hechizos benéficos para aplacar los sufrimientos del espíritu. Acostumbradas a la persecución, se ocultaban durante el día y se reunían por la noche en los claros del bosque, donde ce-lebraban sus ceremonias con las danzas y los cantos que les habían sido prohibidos. Se acogieron al poder de la luna, la que rige el ciclo femenino, fructifica la siembra y ordena las mareas, y prometieron ayudarse las unas a las otras sirviéndose de la telepatía y la lengua antigua para protegerse de la envidia de las Odish y del recelo de los hombres.

Las hijas de Oma fundaron las tribus Omar y a su vez sus nietas escogieron su clan entre los animales que pueblan la tierra. Aprendieron de sus tótems, su sabiduría, sus virtudes, su lengua y su espíritu. Las muchas biznietas de Om fundaron los clanes de las gallinas, las liebres, las osas, las lobas, las águilas, las oreas, las serpientes, las focas, las ratas y muchos más, se vincularon a sus linajes familiares y se dispersaron por el mundo. Allá donde llegaron fueron bien acogidas, puesto que dispensaban amor y sabiduría. Algunas fueron pitonisas, oráculos, músicas, poetisas, comadronas, herboristas o curanderas. Todas fueron fértiles, sabias y sensuales, y transmitieron su saber de madres a hijas ocultando su verdadera naturaleza a sus esposos y amantes para preservarse.

En los tiempos oscuros de persecuciones y ejecuciones, muchas perecieron en el fuego, pero otras, las que quedaron, suspiraban para que un día no muy lejano se cum-pliera la profecía do O y llegara la elegida, la bruja del cabello rojo, la que acabaría con las Odish y pondría fin a la guerra de las brujas.

El tiempo, se decían estudiando las constelaciones, estaba cerca.

Capítulo VII: La revelación

Anaíd no podía dar crédito.

— ¿Selene es la elegida de la profecía? Criselda le sonrió con orgullo mien-tras saboreaba un bombón de praliné de la caja que trajo Anaíd. Era delicioso.

— Las estrellas así lo han confirmado, el cometa anunció su próxima llegada, el meteorito cayó en el valle y la conjunción astral está a punto de consolidarse. Su cabello rojo y su poder son inconfundibles.

— Yo ya sabía que Selene era diferente, muy diferente...

— Yo soy la tía de la elegida y tú eres su hija. Es todo un honor pertenecer a su tribu, a su clan y a su linaje.

Anaíd recitó lo que acababa de aprender:

— Soy Anaíd, hija de Selene, nieta de Deméter, de la tribu escita, del clan de la loba, del linaje de las Tsinoulis.

Lo dijo en voz alta para creérselo. Todo era tan reciente que la incredulidad la dominaba veintitrés de las veinticuatro horas del día.

— Si tu madre te pudiese ver... -murmuró tía Criselda emocionada, pero enseguida un velo de tristeza nubló sus ojos.

Anaíd lo percibió.

— Entonces..., ¿Selene no huyó con Max?

— Probablemente Max no exista.

— Sí, sí que existe. Tengo su número de teléfono.

— ¿Lo conoces?

— No. Selene no me habló de él.

Anaíd y Criselda se miraron sin atreverse a expresar sus dudas en voz alta. Anaíd se preguntaba los motivos que podían haber llevado a Selene a ocultarle a Max. ¿Y Max? ¿Sabría algo de ella?

— ¿Dónde está Selene ahora? ¿Qué le pasará?

Criselda tomó aire, Anaíd era muy inteligente y le costaría engañarla, pero podía ocultar parte de sus emociones y confundirla. Nunca le diría a la niña que su tristeza pro-venía del miedo a la traición de Selene.

— No sabemos dónde está. Las Odish la han secuestrado.

Anaíd ya lo suponía y fue más lejos. Con vocecilla temerosa se atrevió a preguntar:

— ¿La matarán?

Criselda tardó en responder a la pregunta directa de la niña. ¿Entendería lo que encerraba su respuesta?

— A ella no.

Anaíd cazó al vuelo la insinuación, aunque a medias, listaba horrorizada.

— ¿Quieres decir que ELLAS mataron a la abuela?

Criselda dejó caer una lágrima. En efecto, Deméter, la matriarca Tsinoulis defendió con uñas y dientes a Selene antes de permitir que cayese en manos de las Odish. Criselda conocía a su hermana. Era dura como un pedernal, era una roca. Vencer a la gran mayoría debía de haber supuesto un gran desgaste para las Odish, por eso abandonaron y repusieron sus fuerzas para atacar un año después.

— Eso las mantuvo alejadas un tiempo. Tu abuela era muy poderosa y su hechizo de protección permaneció largo tiempo.

Anaíd no dejaba de pensar ni de atar cabos.

— Pero entonces, al morir la abuela, si mi madre estaba en peligro, ¿por qué no huyó? ¿Por qué no se escondió?

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