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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (31 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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Teresa le seguía con la mirada mientras caminaba de un lado a otro.

—Ahorra aliento y deja de hacer preguntas. Lo único que tengo son vagos recuerdos… de que tú y yo éramos importantes, de que nos usaban de algún modo. De que vinimos aquí por alguna razón. Sé que provoqué el Final, sea lo que sea que signifique eso —refunfuñó, y se ruborizó—. Mis recuerdos son tan inútiles como los tuyos.

Thomas se arrodilló ante ella.

—No. Bueno, tú sabes que me han borrado la memoria sin preguntármelo… y todo lo demás. Estás por encima de mí y del resto.

Se miraron a los ojos durante un buen rato. Era como si la mente de la chica estuviera dando vueltas, intentando darle sentido a todo.

No lo sé
—dijo en su mente.

—Ya estás otra vez —se quejó Thomas en voz alta, aunque estaba aliviado de que su truco ya no le pusiera nervioso—. ¿Cómo lo haces?

—Lo hago y ya está. Me apuesto lo que sea a que tú también puedes.

—Bueno, no puedo negar que me muero de ganas de intentarlo —se sentó y flexionó las piernas como ella había hecho—. Me dijiste algo (en mi cabeza) justo cuando me encontraste aquí. Dijiste: «El Laberinto es un código». ¿A qué te referías?

Ella negó con la cabeza, despacio.

—Al principio, cuando me desperté, era como si me hubieran internado en un manicomio. Esos chicos extraños alrededor de mi cama, el mundo inclinándose sobre mí, los recuerdos arremolinándose en mi mente… Traté de agarrar unos cuantos y ese fue uno de ellos. Me acuerdo de por qué lo dije.

—¿Y había algo más?

—Pues la verdad es que sí —se remangó la manga izquierda y dejó el brazo al descubierto. Había algo escrito con letra pequeña y tinta negra.

—¿Qué es eso? —preguntó Thomas, inclinándose para verlo mejor.

—Léelo tú mismo.

La letra estaba borrosa, pero pudo distinguir lo que ponía cuando se acercó:

CRUEL es buena

El corazón de Thomas empezó a latir con fuerza.

—He visto esa palabra, «CRUEL» —buscó en su mente, tratando de averiguar qué significaría aquella frase—. En las pequeñas criaturas que viven aquí. Las cuchillas escarabajo.

—¿Qué son? —preguntó la chica.

—Unas maquinitas con forma de lagarto que nos espían para los creadores, los que nos enviaron aquí.

Teresa lo consideró un momento con la vista fija en la distancia y, después, se centró en su brazo.

—No recuerdo por qué escribí esto —dijo mientras se chupaba el pulgar y empezaba a frotar las palabras para borrarlas—. Pero no dejes que lo olvide; debe de significar algo.

Aquellas tres palabras recorrieron la mente de Thomas una y otra vez.

—¿Cuándo lo escribiste?

—Cuando me desperté. Tenían un bolígrafo y un bloc al lado de la cama. En medio del jaleo, lo apunté.

Aquella chica tenía a Thomas desconcertado. Primero, la conexión que había sentido hacia ella desde el principio; luego, que le hablara mentalmente y, ahora, esto.

—Todo lo relacionado contigo es raro. Lo sabes, ¿no?

—A juzgar por el lugar donde te escondes, diría que tú tampoco eres muy normal. Te gusta vivir en el bosque, ¿eh?

Thomas intentó poner mala cara y luego se rió. Le parecía patético y hasta se avergonzaba de esconderse en el bosque.

—Bueno, me resultas familiar y dices que somos amigos. Supongo que puedo confiar en ti.

Le ofreció la mano para volver a estrechársela, Teresa la aceptó y, esta vez, se quedó sujetándola un rato. Un escalofrío sorprendentemente agradable recorrió el cuerpo de Thomas.

—Lo único que quiero es volver a casa —dijo la chica, y al final le soltó la mano—. Igual que todos vosotros.

A Thomas se le cayó el alma a los pies al volver a la realidad y recordar lo desalentador que se había vuelto el mundo.

—Sí, bueno, ahora las cosas están bastante mal. El sol ha desaparecido y el cielo se ha puesto gris, no nos envían las provisiones semanales… Parece que las cosas van a terminar de un modo u otro.

Pero, antes de que Teresa pudiera responder, Newt llegó corriendo al bosque.

—¿Cómo…? —exclamó cuando se paró delante de ellos. Alby y unos cuantos más estaban justo detrás. Newt miró a Teresa—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? El mediquero dijo que estabas allí y, al segundo, habías desaparecido.

Teresa se levantó con una seguridad que sorprendió a Thomas.

—Supongo que se le olvidó la parte en que le di una patada en la entrepierna y salí por la ventana.

Thomas casi se rió cuando Newt se volvió hacia un chico mayor que había por allí cerca, al que se le había sonrojado la cara.

—Felicidades, Jeff—dijo Newt—. Oficialmente, eres el primer chico de aquí al que una chica da una paliza.

Teresa no se detuvo:

—Sigue hablando así y tú serás el próximo.

Newt se dio la vuelta hacia ellos, pero su cara reflejaba cualquier cosa menos miedo. Se quedó allí en silencio, observándolos. Thomas le miró, preguntándose qué le pasaría al chico por la cabeza. Alby se acercó.

—Ya me he hartado —señaló el pecho de Thomas, casi dándole unos golpecitos—. Quiero saber quién eres, quién es esta pingaja y por qué os conocéis.

Thomas casi se acobardó.

—Alby, te juro…

—¡Ha venido directa a ti nada más despertar, cara fuco!

La ira se apoderó de Thomas y también la preocupación por que Alby se pusiera como Ben.

—¿Y qué? La conozco, me conoce o, al menos, antes nos conocíamos. ¡Eso no significa nada! No me acuerdo de nada. Ni ella tampoco.

Alby miró a Teresa.

—¿Qué has hecho?

Thomas, confundido por la pregunta, miró a Teresa para ver si ella sabía a lo que se estaba refiriendo. Pero no contestó.

—¡Qué has hecho! —gritó Alby—. Primero, el cielo y, ahora, esto.

—He provocado algo —respondió con la voz calmada—. No lo he hecho adrede, lo prometo. El Final. No sé qué significa.

—¿Qué pasa, Newt? —preguntó Thomas, sin querer hablar con Alby directamente—. ¿Qué ha ocurrido?

Pero Alby le agarró por la camiseta.

—¿Qué ha ocurrido? Yo te diré lo que ha ocurrido, pingajo. ¿Estás demasiado ocupado mirando a tu enamorada para ver lo que hay a tu alrededor? ¡Para molestarte en darte cuenta de la hora que es!

Thomas miró su reloj y advirtió aterrorizado algo en lo que no había caído. Supo lo que Alby estaba a punto de decir antes de que lo dijera.

—Los muros, foder. Las puertas. No se cierran esta noche.

Capítulo 37

Thomas se quedó sin habla. Ahora todo sería distinto. No había sol ni provisiones, ni estaban protegidos de los laceradores. Teresa había tenido razón desde el principio: todo había cambiado. Thomas notó como si su respiración se hubiese solidificado hasta quedarse atascada en la garganta.

Alby señaló a la chica.

—Quiero que la encerremos. Ya. ¡Billy! ¡Jackson! Metedla en el Trullo e ignorad cualquier palabra que salga de su fuca boca.

Teresa no reaccionó, pero Thomas ya lo hizo por ambos:

—¿Qué dices? Alby, no puedes… —se calló cuando los encendidos ojos de Alby le lanzaron una mirada de ira que afectó a los latidos de su corazón—. Pero… ¿cómo puedes echarle la culpa de que no se cierren los muros?

Newt dio un paso adelante y colocó suavemente una mano en el pecho de Alby para empujarle hacia atrás.

—¿Por qué no, Tommy? Lo ha admitido ella misma.

Thomas se volvió hacia Teresa, pálido por la tristeza que reflejaban sus ojos azules. Era como si algo se le hubiera metido en el pecho y le oprimiera el corazón.

—Alégrate de no acompañarla, Thomas —dijo Alby. Les lanzó una mirada asesina a los dos antes de marcharse. Thomas nunca había tenido tantas ganas de darle un puñetazo a alguien.

Billy y Jackson avanzaron y cogieron a Teresa por ambos brazos para llevársela, aunque, antes de que cruzaran por entre los árboles, Newt les detuvo.

—Quedaos con ella. Pase lo que pase, nadie va a tocar a esta chica. Juradlo por vuestras vidas.

Los dos guardias asintieron y, después, se marcharon con Teresa a la zaga. A Thomas le dolió incluso más ver que ella no oponía resistencia. No podía creerse lo triste que se sentía; quería seguir hablando con ella.

«Pero la acabo de conocer —pensó—. Ni siquiera sé quién es».

Sin embargo, él sabía que aquello no era cierto. Sentía que tenían una estrecha relación y eso sólo podía ser porque la conocía de antes de que le borraran la memoria al enviarlo al Claro.

Ven a verme
—le dijo ella en su mente.

No sabía cómo hacerlo, cómo hablar con ella de ese modo. Pero lo intentó de todas formas:

Iré. Al menos, allí estarás a salvo.

No contestó.

¿Teresa?

Nada.

Los siguientes treinta minutos fueron un estallido de confusión en masa.

Aunque no se había producido ningún cambio perceptible en la luz desde que el sol y el cielo azul no habían aparecido aquella mañana, era como si la oscuridad se extendiera por el Claro. Mientras Newt y Alby reunían a los guardianes para que asignaran las tareas y metieran a sus grupos en la Hacienda en una hora, Thomas no se sentía más que como un espectador, sin estar seguro de si podía ayudar.

A los constructores —sin su líder, Gally, que seguía perdido— les ordenaron que levantaran barricadas a ambos lados de cada puerta abierta; obedecieron, aunque Thomas sabía que no quedaba tiempo suficiente y no había materiales que sirvieran de mucho. Casi le parecía que los guardianes querían que la gente estuviera ocupada, que querían retrasar los inevitables ataques de pánico. Thomas ayudó a los constructores a reunir todas las cosas sueltas que pudieron encontrar para apilarlas en los espacios vacíos y las aseguraron tanto como fue posible para que no se cayeran. Tenían muy mala pinta y le parecían patéticas, además de darle un miedo de muerte, pues de ningún modo iban a impedir que los laceradores entraran.

Mientras Thomas trabajaba, alcanzó a ver el resto de actividades que tenían lugar en el Claro.

Juntaron todas las linternas que había y las repartieron entre todos los que pudieron; Newt dijo que habían previsto que todo el mundo durmiera en la Hacienda esa noche y que apagarían las luces, salvo en caso de emergencia. La tarea de Fritanga era sacar toda la comida no perecedera de la cocina y almacenarla en la Hacienda, en caso de que se quedaran allí atrapados. Thomas se imaginó lo horrible que sería aquello. Otros estaban recogiendo provisiones y herramientas. Thomas vio a Minho llevando armas del sótano al edificio principal. Alby había dejado claro que no podían arriesgarse: iban a convertir la Hacienda en su fortaleza y debían hacer lo que fuese necesario para defenderla.

Al final, Thomas se escabulló de los constructores y ayudó a Minho a llevar unas cajas de cuchillos y unos palos envueltos en alambre de espino. Entonces Minho dijo que Newt le había mandado hacer algo especial; más o menos, le ordenó a Thomas que se perdiera y se negó a contestar a ninguna de sus preguntas.

Aquello hirió los sentimientos de Thomas, pero se marchó de todos modos, pues quería hablar con Newt sobre otra cosa. Finalmente, le encontró mientras cruzaba el Claro hacia la Casa de la Sangre.

—¡Newt! —le llamó, corriendo para alcanzarle—. Tienes que escucharme.

Newt se paró tan de pronto que Thomas casi chocó con él. El chico mayor se volvió y le miró con tal desdén que se lo pensó dos veces antes de decir nada.

—Rapidito —dijo Newt.

Thomas casi enmudeció, pues no estaba seguro de cómo decir lo que estaba pensando.

—Tienes que soltar a la chica. Teresa —sabía que ella sólo iba a ayudar y que aún podía recordar algo valioso.

—Ah, me alegra saber que ahora sois colegas —Newt empezó a caminar—. No me hagas perder el tiempo, Tommy.

Thomas le agarró del brazo.

—¡Escúchame! Hay algo en ella… Creo que nos enviaron para ayudar a terminar con todo esto.

—Sí, ¿ayudar a que entren los laceradores y nos maten a todos? He oído planes malísimos, verducho, pero este se lleva la palma.

Thomas resopló para que Newt viera lo frustrado que sentía.

—No, no creo que el hecho de que los muros estén abiertos sea para eso.

Newt se cruzó de brazos; parecía exasperado.

—Verducho, ¿de qué estás hablando?

Desde que Thomas había visto las palabras escritas en la pared del Laberinto, «CATÁSTROFE RADICAL: UNIDAD DE EXPERIMENTOS LETALES», no había dejado de pensar en ellas. Sabía que si alguien podía creerle, ese era Newt.

—Creo… Creo que estamos aquí como parte de algún extraño experimento, prueba o algo parecido. Pero se supone que tiene que terminar de algún modo. No podemos vivir aquí para siempre. Los que nos han enviado quieren que acabemos. De un modo u otro —Thomas se sintió aliviado al sacárselo del pecho.

Newt se frotó los ojos.

—¿Y se supone que así vas a convencerme de que todo está bien para que suelte a la chica? ¿Porque la tenemos aquí y, de repente, todo es «haz algo o muere»?

—No, no me estás entendiendo. No creo que tenga nada que ver con que nosotros estemos aquí. No es más que un peón. Nos la han enviado como nuestra última herramienta o pista, o lo que sea, para ayudarnos a salir —Thomas respiró hondo—. Y creo que a mí también me enviaron con ese propósito. Sólo porque haya provocado el Final no significa que sea mala.

Newt miró hacia el Trullo.

—¿Sabes qué? Ahora mismo no me importa una clonc. Puede pasar una noche ahí. En cualquier caso, estará más a salvo que nosotros.

Thomas asintió; estaba de acuerdo.

—Vale, pasaremos esta noche como sea. Mañana, cuando sea de día y estemos a salvo, ya veremos qué hacemos con ella. Averiguaremos lo que se supone que tenemos que hacer.

Newt resopló.

—Tommy, ¿qué tendrá mañana de diferente? Llevamos aquí dos malditos años, ¿sabes?

Thomas tenía el presentimiento de que todos aquellos cambios eran un estímulo, un catalizador para el final.

—Que ahora tenemos que resolverlo. Nos han obligado. No podemos seguir viviendo así, día a día, pensando en que lo más importante es regresar al Claro antes de que se cierren las puertas para estar cómodos y seguros.

Newt lo pensó un segundo allí de pie, con el ajetreo de los preparativos de los clarianos a su alrededor.

—Tenemos que ir más allá. Quedarnos ahí fuera mientras las paredes se mueven.

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