—Difícilmente nos tropezaremos con tres daimones en el centro de Madison —dijo Matthew secamente—. Y ocurra lo que ocurra, lo que hemos hablado esta noche queda entre nosotros seis, ¿está claro? A nadie más le debe importar el ADN de Diana.
Hubo inclinaciones de cabeza alrededor de toda la mesa mientras el variopinto ejército de Matthew se alineaba detrás de él, listo para enfrentarse a un enemigo que no conocíamos y que no tenía nombre.
Nos dimos las buenas noches y fuimos arriba. Matthew mantuvo su brazo alrededor de mí, guiándome a través de la puerta y hacia el dormitorio cuando me resultó imposible dar la vuelta yo sola. Me deslicé entre las sábanas heladas con los dientes castañeteando. Cuando su cuerpo frío se apretó contra el mío, el castañeteo cesó.
Dormí profundamente y me desperté sólo una vez. Los ojos de Matthew brillaban en la oscuridad y él me giró de modo que nuestros cuerpos encajaran a la perfección.
—Duerme —dijo besándome detrás de la oreja—. Estoy aquí. —Su mano fría se curvó sobre mi vientre, protegiendo a los hijos que iban a nacer.
37
D
espués, durante varios días, el diminuto ejército de Matthew aprendió el primer requisito de la guerra: los aliados no deben matarse entre sí.
A pesar de que a mis tías les resultaba difícil aceptar vampiros en su casa, fueron los vampiros los que tuvieron más problemas para adaptarse. No sólo eran los fantasmas y la gata. Había que tener algo más que nueces en la casa si vampiros y seres de sangre caliente iban a estar tan cerca unos de otros. Ya al día siguiente, Marcus y Miriam tuvieron una conversación con Matthew en el camino de entrada para luego partir en el Range Rover. Varias horas más tarde regresaron con un pequeño frigorífico marcado con una cruz roja y suficiente sangre y material sanitario como para equipar un hospital militar de campaña. A petición de Matthew, Sarah eligió un rincón de la despensa para que sirviera de banco de sangre.
—Es sólo por precaución —le aseguró Matthew.
—¿Para el caso de que Miriam tenga un ataque de hambre? —Sarah cogió una bolsa de sangre 0 negativo.
—Ya he comido antes de salir de Inglaterra —dijo Miriam remilgadamente, moviendo sin hacer ruido sus pequeños pies descalzos sobre el suelo de piedras mientras ordenaba las cosas.
La entrega también incluía un envase burbuja de píldoras anticonceptivas dentro de una horrible caja de plástico amarilla con una flor moldeada en la tapa. Matthew me las entregó a la hora de acostarnos.
—Puedes comenzar ahora o esperar unos días hasta que empiece tu periodo.
—¿Cómo sabes cuándo va a empezar mi periodo? —Había terminado mi último ciclo el día antes de Mabon, el día antes de conocer a Matthew.
—Sé cuándo estás pensando en saltar una cerca del picadero. Puedes imaginar lo fácil que resulta saber cuándo vas a sangrar.
—¿Puedes estar cerca de mí mientras estoy menstruando? —Cogí la caja con mucha cautela, como si pudiera estallar.
Matthew se mostró sorprendido y luego se rió entre dientes.
—Dieu, Diana. No habría ni una mujer con vida si no pudiera. —Sacudió la cabeza—. No es lo mismo.
Empecé a tomar la píldora esa noche.
Mientras nos adaptábamos a vivir amontonados, nuevos esquemas de actividad se desarrollaron en la casa, muchos de ellos relacionados conmigo. Nunca estaba sola y nunca a más de tres metros de distancia del vampiro más cercano. Era un perfecto comportamiento de manada. Los vampiros cerraban filas a mi alrededor.
Mi día estaba dividido en periodos de actividad interrumpidos por las comidas, que Matthew insistió en que necesitaba a intervalos regulares para terminar de recuperarme de lo ocurrido en La Pierre. Se reunía conmigo para el yoga entre el desayuno y la comida, y después Sarah y Em trataban de enseñarme a usar mi magia y hacer los hechizos. Cuando comenzaba a arrancarme el pelo por la frustración, Matthew me arrastraba a una larga caminata antes de cenar. Nos quedábamos alrededor de la mesa en la sala después de que los seres de sangre caliente hubiéramos comido, hablando de los acontecimientos del día y de películas antiguas. Marcus desempolvó un tablero de ajedrez y él y su padre jugaban a menudo mientras Em y yo lavábamos los platos.
Sarah, Marcus y Miriam compartían su atracción por el cine negro, que entonces pasó a dominar la programación de la televisión de la casa. Sarah había descubierto esta feliz coincidencia cuando, durante uno de sus habituales ataques de insomnio, bajó en mitad de la noche y encontró a Miriam y a Marcus viendo
Retorno al pasado
. Los tres también compartían su afición por el Scrabble y las palomitas de maíz. Cuando el resto de la casa se despertaba, habían transformado la sala de estar en un cine y todo había sido barrido de la mesa de centro salvo el tablero del juego, un viejo tazón lleno de fichas con letras y dos maltrechos diccionarios.
Miriam resultó ser un genio para recordar palabras antiguas de muchas letras.
—¡Escoldo! —estaba exclamando Sarah una mañana cuando bajé—. ¿Qué clase de palabra es «escoldo»? Si te refieres a los antiguos poetas escandinavos, deberías escribir «escaldo».
—«Escoldo» significa «brasa resguardada por la ceniza» —explicó Miriam—. Es lo que hacíamos con el fuego para conservarlo toda la noche. Puedes buscarlo en el diccionario si no me crees.
Sarah se quejó con un gruñido y se retiró a la cocina a buscar café.
—¿Quién está ganando? —pregunté.
—¿Necesitas preguntarlo? —La vampira sonrió con satisfacción.
Cuando no jugaban al Scrabble ni miraban películas antiguas, Miriam daba clases sobre vampiros. En el espacio de unas pocas tardes, logró enseñarle a Em la importancia de los nombres, el comportamiento de manada, rituales de posesión, sentidos sobrenaturales y hábitos de alimentación. Últimamente, la charla había derivado hacia temas más avanzados, como, por ejemplo, las maneras de matar a un vampiro.
—No, ni siquiera el degüello es un método seguro, Em —le dijo Miriam pacientemente. Ambas estaban sentadas en la sala mientras yo hacía té en la cocina—. Hay que provocar la mayor pérdida de sangre posible. Es necesario un corte en la ingle también.
Matthew sacudió la cabeza al escuchar esa conversación y aprovechó la oportunidad (ya que todos los demás estaban ocupados en distintas tareas) para abrazarme detrás de la puerta del frigorífico. Tenía yo la camisa desarreglada y el pelo desordenado por detrás de las orejas cuando nuestro hijo entró con un montón de leña en los brazos.
—¿Has perdido algo detrás de la nevera, Matthew? —La cara de Marcus era la imagen de la inocencia.
—No —susurró Matthew. Sepultó su cara en mi pelo para poder aspirar el olor de mi excitación sexual. Traté de aplastarme en vano sobre sus hombros, y él simplemente me apretó con más fuerza.
—Gracias por traer más leña, Marcus —dije casi sin aliento.
—¿Quieres que traiga más? —Enarcó una ceja rubia en perfecta imitación de su padre.
—Buena idea. Hará frío esta noche. —Giré la cabeza para consultar con Matthew, pero él lo interpretó como una invitación a besarme otra vez. Marcus y el suministro de madera se desvanecieron como tema importante.
Cuando no estaba tendido a la espera en rincones oscuros, Matthew acompañaba a Sarah y a Marcus conformando el trío más profano de fabricantes de pociones desde que Shakespeare pusiera a tres brujas alrededor de un caldero. El vapor que Sarah y Matthew prepararon para la imagen de la boda química no había revelado nada, pero eso no los disuadió. Ocupaban la despensa a todas horas, consultando el grimorio de las Bishop y haciendo mezcolanzas extrañas que olían mal o explotaban, o ambas cosas. En una ocasión, Em y yo investigamos un fuerte estruendo seguido por un largo trueno.
—¿Qué estáis haciendo vosotros tres? —preguntó Em con las manos en las caderas. La cara de Sarah estaba cubierta de hollín gris y por la chimenea caían escombros.
—Nada —masculló Sarah—. Estaba tratando de partir el aire y el hechizo se ha salido de madre, eso es todo.
—¿Partir el aire? —Miré el desorden sin salir de mi asombro.
Matthew y Marcus asintieron solemnemente con la cabeza.
—Será mejor que limpies esta habitación antes de cenar, Sarah Bishop, o yo te enseñaré a partir el aire —espetó Em.
Por supuesto, no todos los encuentros entre los residentes eran felices. Marcus y Matthew caminaban juntos al amanecer, dejándome al cuidado de Miriam, Sarah y la tetera. Nunca iban lejos. Eran siempre visibles desde la ventana de la cocina, con las cabezas inclinadas, absortos en su conversación. Una mañana, Marcus giró sobre sus talones y regresó hecho una furia a la casa, dejando solo a su padre en el viejo huerto de manzanos.
—Diana —gruñó a modo de saludo antes de pasar como un rayo por la sala, derecho hacia la puerta principal—. ¡Soy demasiado joven para esto! —gritó mientras se marchaba.
Aceleró el motor —Marcus prefería los coches deportivos a los todoterrenos—, y los neumáticos chirriaron en la grava cuando dio marcha atrás y salió del sendero de la entrada.
—¿Por qué está tan disgustado Marcus? —pregunté cuando Matthew regresó, besándole la fría mejilla al tiempo que él cogía el periódico.
—Negocios —respondió brevemente mientras me besaba a su vez.
—¿No lo has nombrado senescal? —preguntó Miriam sin poder creérselo.
Matthew abrió el periódico con un solo movimiento.
—Debes de tener una opinión muy alta de mí, Miriam, si crees que la hermandad ha funcionado durante todos estos años sin un senescal. Ese cargo ya está ocupado.
—¿Qué es un senescal? —Puse dos rebanadas de pan en la maltrecha tostadora. Tenía seis compartimentos, pero sólo dos eran medianamente fiables.
—El que me sigue en el orden de mando —explicó Matthew escuetamente.
—Si no es el senescal, ¿por qué Marcus ha salido de aquí a toda velocidad? —insistió Miriam.
—Lo he nombrado mariscal —informó Matthew mientras revisaba los titulares.
—Es la persona menos indicada para ser mariscal que jamás he visto —dijo ella con severidad—. ¡Es médico, por el amor de Dios! ¿Por qué no Baldwin?
Matthew levantó la vista del periódico e inclinó la ceja en dirección a ella.
—¿Baldwin?
—Está bien, Baldwin no —se apresuró a responder Miriam—. Tiene que haber otra persona.
—Si yo tuviera dos mil caballeros entre los cuales escoger como en otros tiempos, tal vez hubiera alguna otra persona. Pero hay solamente ocho caballeros bajo mi mando en este momento, y uno que es el noveno caballero pero no tiene obligación de pelear, un puñado de oficiales y algunos escuderos. Alguien tiene que ser mariscal. Yo fui el mariscal de Philippe. Ahora es el turno de Marcus. —La terminología era tan anticuada que invitaba a la risa, pero la mirada seria en el rostro de Miriam me hizo guardar silencio.
—¿Le has dicho que debe empezar a levantar estandartes? —Miriam y Matthew continuaron hablando en un lenguaje bélico que yo no comprendía.
—¿Qué es un mariscal? —Las tostadas saltaron y volaron hasta la mesa de la cocina cuando mi estómago protestó.
—El principal oficial del ejército de Matthew. —Miriam miró la puerta del frigorífico, que se estaba abriendo sin ayuda visible.
—Aquí tienes. —Matthew atrapó con precisión la mantequilla al pasar por encima de su hombro y luego me la entregó con una sonrisa. Su rostro permanecía sereno a pesar de que su colega no dejaba de hostigarlo. Estaba claro por su actitud que Matthew, a pesar de ser vampiro, disfrutaba de las mañanas.
—Los estandartes, Matthew. ¿Estás formando un ejército?
—Por supuesto que sí, Miriam. Tú eres quien insiste en hablar de guerra. Si ésta estalla, no imaginarás que Marcus, Baldwin y yo vamos a luchar personalmente contra la Congregación, ¿verdad? —Matthew sacudió la cabeza—. Ya sabes cómo funcionan estas cosas.
—¿Y Fernando? Seguramente todavía está vivo y en forma.
Matthew dejó su periódico.
—No voy a hablar de mi estrategia contigo. Deja de interferir y permite que yo me ocupe de Marcus.
En ese momento, fue el turno de Miriam de retirarse. Apretó los labios y salió con paso majestuoso por la puerta trasera, rumbo al bosque.
Comí mis tostadas en silencio, y Matthew volvió a su periódico. Al cabo de algunos minutos, lo dejó otra vez e hizo un ruido de exasperación.
—Dilo, Diana. Puedo oler qué estás pensado y me resulta imposible concentrarme.
—Oh, no es nada —repliqué, masticando una tostada—. Un amplio despliegue militar se está poniendo en marcha, cuya exacta naturaleza no comprendo. Y seguramente no me lo vas a explicar porque es una especie de secreto de la hermandad.
—Dieu. —Matthew se pasó los dedos por la cabeza para dejar su pelo de punta—. Miriam provoca más problemas que cualquier criatura que haya conocido jamás, salvo Domenico Michele y mi hermana Louisa. Si quieres que te hable de los caballeros, lo haré.
Dos horas después, mi cabeza estaba abrumada con información sobre la hermandad. Matthew había esbozado un diagrama de la organización en la parte de atrás de mis informes de ADN. Era de una complejidad impresionante, y eso que no incluía el aspecto militar. Esa parte de la operación fue expuesta en un viejo papel con membrete de la Universidad de Harvard dejado por mis padres que sacamos del aparador. Me di cuenta de las muchas responsabilidades que Marcus acababa de asumir.
—No me sorprende que se sienta abrumado —murmuré, siguiendo las líneas que conectaban a Marcus con Matthew en el escalafón superior a él y a siete caballeros hacia abajo, y luego a la tropa de vampiros que se esperaba que cada uno podía reunir.
—Se adaptará. —Matthew masajeaba con sus frías manos los músculos tensos de mi espalda y detuvo sus dedos sobre la estrella entre mis omóplatos—. Marcus tendrá a Baldwin y a otros caballeros para que lo ayuden. Él puede asumir la responsabilidad; de otro modo no se lo habría pedido.
Seguramente era así, pero él nunca volvería a ser el mismo después de realizar este trabajo para Matthew. Cada nuevo desafío le iba a ir quitando poco a poco su encanto y sencillez. Era doloroso imaginar al vampiro en el que Marcus se iba a convertir.
—¿Y ese Fernando? ¿Ayudará a Marcus?
El rostro de Matthew expresaba reserva.
—Fernando era mi primer candidato para ser mariscal, pero rechazó el ofrecimiento. Fue él quien recomendó a Marcus.