Había un persistente olor a pimiento en la casa silenciosa, y fuera era de noche.
—¿Puedes decir quién está aquí?
Sus fosas nasales se dilataron y cerró los ojos. Luego sonrió y suspiró con felicidad.
—Sólo Sarah y Em, y tú y yo. Ninguno de los niños.
Dejé escapar una risita tonta y lo atraje más cerca de mí.
—Si esta casa sigue llenándose de gente, va a reventar. —Matthew metió su cara en mi cuello para luego apartarse—. Todavía tienes la venda. Eso quiere decir que cuando viajamos en el tiempo no dejamos de ser quienes somos en el presente ni olvidamos lo que nos pasó aquí. —Sus manos frías se deslizaron por debajo del dobladillo de mi jersey de cuello alto—. Con tu recién descubierto talento como viajera en el tiempo, ¿con cuánta precisión puedes medir el paso del tiempo?
Aunque permanecimos felices en el pasado, estuvimos de regreso en el presente antes de que Emily terminara de hacer la ensalada.
—Viajar en el tiempo te sienta bien, Matthew —dijo Sarah al observar su cara relajada. Lo premió con un vaso de vino tinto.
—Gracias, Sarah. Estaba en buenas manos. —Levantó su copa hacia mí a modo de brindis.
—Me alegra oír eso —dijo secamente Sarah, en un tono semejante al de mi fantasmal abuela. Arrojó algunos rábanos cortados en la ensaladera más grande que jamás había visto.
—¿De dónde ha salido eso? —Miré dentro de la ensaladera para esconder mis labios enrojecidos.
—La casa —explicó Em, preparando el aliño para la ensalada con un batidor—. Le encanta tener tantas bocas para alimentar.
A la mañana siguiente, la casa nos hizo saber que estaba esperando nuevos invitados.
Sarah, Matthew y yo estábamos hablando sobre si mi próximo viaje en el tiempo debía ser a Oxford o a Sept-Tours cuando Em apareció con un montón de ropa sucia en los brazos.
—Alguien viene.
Matthew dejó su periódico y se puso de pie.
—Bien. Estaba esperando una entrega hoy.
—No es una entrega, y no han llegado todavía. Pero la casa está lista para ellos. —Desapareció en el lavadero.
—¿Otra habitación? ¿Dónde la ha puesto esta vez? —le gritó Sarah mientras se alejaba.
—Junto a la de Marcus. —La respuesta de Em resonó desde las profundidades del lavadero.
Hicimos apuestas para ver de quién se trataba. Las conjeturas iban desde Agatha Wilson hasta a los amigos de Em de Cherry Valley, a quienes les gustaba aparecer sin anunciarse para la fiesta de Halloween que precedía a la asamblea de brujas.
Aquella misma mañana, un poco más tarde, se oyó una autoritaria llamada a la puerta. Ésta se abrió para mostrar a un hombre pequeño y oscuro con ojos inteligentes. Era rápidamente identificable gracias a las fotografías tomadas en fiestas de famosos en Londres y en conferencias de prensa para la televisión. Cualquier duda que pudiera quedarme sobre su identidad fue borrada por los golpecitos habituales en mis pómulos.
Nuestro misterioso huésped era Hamish Osborne, el amigo de Matthew.
—Tú debes de ser Diana —dijo sin placer ni preámbulo, con su acento escocés que alargaba las vocales. Hamish iba vestido formalmente con un traje negro de raya diplomática que había sido cortado exactamente a su medida, una camisa rosa pálido con pesados gemelos de plata y una corbata color fucsia bordada con diminutos lunares negros.
—Soy Diana. Hola, Hamish. ¿Matthew estaba esperándote? —Me aparté para dejarlo entrar.
—Probablemente no —dijo Hamish resueltamente, sin moverse de la entrada—. ¿Dónde está?
—Hamish. —Matthew se movió con tal rapidez que sentí la brisa detrás de mí antes de oír que se acercaba. Le dio la mano—. Qué sorpresa.
Hamish detuvo su mirada en la mano extendida, luego volvió sus ojos hacia su propietario.
—Sorpresa? Hablemos de las sorpresas. Cuando me uní a tu… empresa familiar me juraste que esto no llegaría nunca. —Blandió un sobre con su sello negro roto pero todavía colgando de la solapa.
—Así fue. —Matthew dejó caer su mano y miró a Hamish con cautela.
—¿Qué puedo decir de tus promesas, entonces? Se me da a entender en esta carta, y por la conversación que he tenido con tu madre, que hay algún tipo de problema. —Hamish me miró a mí primero y luego otra vez a Matthew.
—Sí. —Matthew tensó los labios—. Pero tú eres el noveno caballero. No tienes que participar de manera activa.
—¿Hiciste noveno caballero a un daimón? —Miriam había llegado desde el comedor con Nathaniel.
—¿Quién es? —Nathaniel agitó un puñado de fichas de Scrabble en su mano ahuecada mientras observaba al nuevo visitante.
—Hamish Osborne. ¿Y quién es usted? —preguntó Hamish, como si se estuviera dirigiendo a un empleado impertinente. Lo que menos necesitábamos en ese momento era más testosterona en la casa.
—Oh, no soy nadie —respondió Nathaniel despreocupadamente, apoyado sobre la puerta del comedor. Miró a Marcus cuando éste pasó.
—Hamish, ¿qué haces tú aquí? —Marcus parecía confundido, hasta que vio la carta—. ¡Ah!
Mis antepasados se estaban congregando en el salón principal y los cimientos de la casa estaban inquietos.
—¿Podríamos continuar con esto dentro? Es por la casa. Está un poco incómoda, dado que tú eres un daimón… y estás enfadado.
—Ven, Hamish. —Matthew trató de sacarlo de la entrada—. Marcus y Sarah todavía no han agotado la provisión de whisky. Vamos a tomar un trago y a sentarnos junto al fuego.
Hamish no se movió de donde estaba y siguió hablando:
—Cuando visité a tu madre, quien se mostró mucho más dispuesta a responder a mis preguntas que tú, me enteré de que querías algunas cosas de tu casa. No valía la pena que Alain hiciera un viaje tan largo, ya que yo venía aquí para ver qué te proponías. —Levantó un gran maletín de cuero con los laterales blandos y un formidable candado, y una caja más pequeña de duros bordes.
—Gracias, Hamish. —Las palabras fueron bastante cordiales, pero Matthew estaba evidentemente molesto por los cambios hechos en las órdenes que él había dado.
—Y ya que hablamos de explicaciones, es una gran suerte que a los franceses no les interese la exportación de tesoros nacionales ingleses. ¿Tienes idea del papeleo que habría sido necesario para sacar esto de Inglaterra? Si me hubieran permitido sacarlo, cosa que dudo.
Matthew cogió el maletín de entre los dedos de Hamish, tomó a éste por el codo, y arrastró a su amigo hacia dentro.
—Después hablamos —dijo apresuradamente—. Marcus, lleva a Hamish y preséntaselo a la familia de Diana mientras guardo esto.
—¡Ah, es usted! —dijo Sophie, encantada, mientras salía del comedor. El bulto de su vientre se destacaba claramente debajo de una estirada sudadera de la Universidad de Carolina del Norte— . Usted es como Nathaniel, no un despistado como yo. Su cara también está en una de mis jarras. — Le dirigió a Hamish una radiante sonrisa que expresaba a la vez alegría y sorpresa.
—¿Hay más todavía? —me preguntó él, con una inclinación de su cabeza que lo hacía parecer un pequeño pajarillo de ojos brillantes.
—Muchos más —respondió Sophie alegremente—. Pero usted no podrá verlos.
—Ven a conocer a mis tías —me apresuré a decir.
—¿Las brujas? —Era imposible saber qué estaba pensando Hamish. Su vista aguda no dejaba nada sin escudriñar y su cara era casi tan impasible como la de Matthew.
—Sí, las brujas.
Matthew desapareció escaleras arriba con el maletín mientras Marcus y yo le presentábamos a Em. Se mostró menos irritado con ella que con Matthew y conmigo, y Em se dedicó de inmediato a atenderlo. Sarah nos recibió en la puerta de la despensa, preguntándose a qué se debería todo aquel alboroto.
—Ahora ya somos una asamblea secreta de criaturas como corresponde, Sarah —observó Sophie mientras estiraba su mano hacia la pirámide de galletas recién horneadas de la encimera de la cocina—. Un total de nueve: tres brujas, tres daimones y tres vampiros…, todos presentes y contados.
—Eso parece —coincidió Sarah, evaluando a Hamish. Observó a su pareja, que se agitaba en la cocina como una abeja desconcertada—. Em, no creo que nuestro nuevo invitado quiera té mi café. ¿El whisky está en el comedor?
—Diana y yo lo llamamos la «sala de guerra» —le confió Sophie, cogiendo con familiaridad a Hamish por el antebrazo—, aunque parece improbable que podamos librar una guerra sin que los humanos se enteren. Es el único lugar lo suficientemente grande como para reunirnos a todos. Y algunos de los fantasmas se las arreglan para meterse también.
—¿Fantasmas? —Hamish subió una mano y se aflojó la corbata.
—Al comedor. —Sarah cogió a Hamish por el otro codo—. Todo el mundo al comedor.
Matthew ya estaba ahí. El aroma de la cera caliente llenaba el aire. Una vez elegidas nuestras bebidas y ocupados nuestros asientos, él se hizo cargo de la situación.
—Hamish tiene muchas preguntas que hacer —comenzó Matthew—. Y Nathaniel y Sophie también. Y supongo que yo debo contestarlas, Diana y yo debemos contestarlas.
Dicho eso, Matthew respiró hondo y se lanzó de lleno a dar explicaciones. No dejó nada sin mencionar: el Ashmole 782, los caballeros de Lázaro, los robos en Oxford, Satu y lo que ocurrió en La Pierre, incluso la cólera de Baldwin. Y tampoco faltaron las muñecas de trapo, el pendiente y las jarras con rostros. Hamish miró a Matthew atentamente cuando habló de viajar en el tiempo y de los tres objetos que yo iba a necesitar para retroceder a un tiempo y un lugar determinados.
—Matthew Clairmont —dijo Hamish entre dientes, apoyado sobre la mesa—, ¿es eso lo que he traído de Sept-Tours? ¿Diana lo sabe?
—No —confesó Matthew, mostrándose un tanto incómodo—. Lo sabrá en Halloween.
—Bien, tendría que saberlo antes de Halloween, ¿no? —Hamish dejó escapar un suspiro de exasperación.
Aunque el diálogo entre Hamish y Matthew fue acalorado, hubo sólo dos momentos en que la tensión amenazó con crecer hasta convertirse en una auténtica guerra abierta. También Nathaniel se vio implicado en la discusión, algo que no sorprendió a nadie.
El primero fue cuando Matthew le explicó a Sophie cómo iba a ser la guerra que se avecina: los ataques inesperados, las viejas y contenidas enemistades heredadas entre vampiros y brujas que entrarían en ebullición, las muertes brutales que inevitablemente iban a ocurrir cuando las criaturas lucharan entre sí usando magia, brujería, fuerza bruta, velocidad y astucia sobrenatural.
—Las guerras ya no se hacen así. —La voz profunda de Nathaniel se abrió paso entre el bullicio generalizado.
Matthew enarcó una ceja y su rostro adquirió una expresión de impaciencia.
—¿No?
—Las guerras se libran en los ordenadores. No estamos en el siglo XIII. No es necesario el combate cuerpo a cuerpo. —Señaló su ordenador portátil, sobre el aparador—. Con los ordenadores uno puede destruir a su enemigo sin hacer un solo disparo ni derramar una gota de sangre.
—Puede que éste no sea el siglo XIII, Nathaniel, pero algunos de los combatientes seguramente han sobrevivido desde aquellos tiempos y tienen un apego sentimental por el estilo antiguo de destruir a la gente. Deja que Marcus y yo nos preocupemos de eso. —Matthew creyó que con eso zanjaba el asunto.
Nathaniel sacudió la cabeza, mirando fijamente la mesa.
—¿Tienes algo más que decir? —preguntó Matthew mientras un peligroso ronroneo comenzaba en la parte de atrás de su garganta.
—Has dejado perfectamente claro que tú harás lo que quieras. —Nathaniel levantó sus francos ojos castaños como desafío y luego se encogió de hombros—. Haz lo que quieras. Pero estás cometiendo un error si crees que tus enemigos no van a usar métodos más modernos para destruirte. Al fin y al cabo, hay que tener en cuenta a los humanos. Ellos se percatarán si los vampiros y las brujas empiezan a pelear entre sí en las calles.
El segundo enfrentamiento entre Matthew y Nathaniel no tuvo que ver con la guerra, sino con la sangre. Comenzó de manera bastante inocente, cuando Matthew hablaba de la relación de Nathaniel con Agatha Wilson y sobre los padres brujos de Sophie.
—Es importantísimo que su ADN sea analizado. Y el del bebé también, después de que nazca.
Marcus y Miriam asintieron, sin la menor sorpresa. El resto de nosotros se sintió algo sobresaltado.
—Nathaniel y Sophie ponen en cuestión tu teoría de que las características de los daimones son el resultado de mutaciones imprevisibles más que de la herencia —dije, pensando en voz alta.
—Tenemos muy pocos datos. —Matthew miró a Hamish y a Nathaniel con la mirada penetrante e imparcial de un científico que examina a dos nuevos especímenes—. Nuestras conclusiones actuales podrían ser erróneas.
—El caso de Sophie también plantea el tema de si los daimones están más estrechamente emparentados con las brujas de lo que habíamos pensado. —Miriam dirigió la mirada hacia el vientre de la daimón—. Nunca he sabido de una bruja que dé a luz a un daimón, y menos todavía de una daimón que dé a luz a una bruja.
—Creéis realmente que voy a entregar la sangre de Sophie… y la sangre de mi hijo… a una banda de vampiros? —Nathaniel parecía estar peligrosamente cerca de perder el control.
—Diana no es la única criatura en esta habitación a la que la Congregación va a querer estudiar, Nathaniel. —Las palabras de Matthew no sirvieron en absoluto para calmar al daimón—. Tu madre se dio cuenta del peligro al que tu familia se estaba enfrentando, o no os habría enviado aquí. Un día podrías encontrarte con que tu esposa y tu hijo han desaparecido. Y si eso ocurriera, sería muy poco probable que volvieras a verlos.
—¡Basta! —interrumpió Sarah con brusquedad—. No hay necesidad de amenazarlo.
—Mantén tus manos lejos de mi familia —exclamó Nathaniel con la respiración agitada.
—Yo no soy un peligro para ellos —replicó Matthew—. El peligro viene de la Congregación, de la posibilidad de una situación de abierta hostilidad entre las tres especies, y sobre todo de fingir que esto no está ocurriendo.
—Vendrán a por nosotros, Nathaniel. Lo he visto. —La voz de Sophie era firme, y su rostro tenía la misma súbita agudeza que mostró Agatha Wilson en Oxford.
—¿Por qué no me lo dijiste? —dijo Nathaniel.
—Quise contárselo a Agatha, pero cuando comencé ella me detuvo y me ordenó que no dijera una palabra más. Estaba muy asustada. Luego me dio el nombre de Diana y la dirección de la casa de las Bishop. —La cara de Sophie adquirió su característica expresión de estar confundida—. Me alegra que la madre de Matthew todavía esté viva. A ella le van a gustar mis jarras. Pondré su rostro en una de ellas. Y tú puedes tener mi ADN cuando quieras, Matthew…, y el del bebé también.