El dios de las pequeñas cosas (21 page)

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Authors: Arundhati Roy

Tags: #Drama

BOOK: El dios de las pequeñas cosas
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Margaret Kochamma le dijo que parara.

Así que paró.

—Rahel, ¿la ves? —preguntó Ammu.

Se volvió y vio a su hija, la de las crujientes bragas, comunicándose con los marsupiales de cemento. Fue a buscarla y, con una regañina, se la llevó adonde estaban los demás. Chacko dijo que no se la podía poner sobre los hombros porque ya sostenía algo: dos rosas rojas.

Orondo.

Cariñoso.

Cuando Sophie Mol entró en la sala de espera de llegadas, Rahel, llevada por la emoción y el resentimiento, pellizcó fuerte a Estha y le clavó las uñas. Estha le retorció la piel de la muñeca girando las dos manos, una en dirección contraria de la otra. A Rahel se le puso la piel colorada y le dolió mucho. Se la chupó y le supo salada. La saliva le dio una sensación de alivio y frescor.

Ammu no se dio cuenta de todo aquello.

Al otro lado de la gran barandilla de hierro que separaba a los que Esperaban de los Esperados, a los que Saludaban de los Saludados, Chacko, con una sonrisa radiante, a punto de reventar dentro de su traje y con la corbata ladeada, saludó a su nueva hija y a su ex mujer.

Estha dijo para sus adentros: «Saludo».

—¿Qué tal, señoras? —dijo Chacko en tono de Leer en Voz Alta (el tono de voz de la noche anterior, con el que dijo «Amor. Locura. Esperanza. Júbilo infinito»)—. ¿Cómo ha ido el viaje?

Y el Aire estaba plagado de pensamientos y Cosas que Decir. Pero en momentos como ésos sólo se dicen Pequeñas Cosas. Las Grandes Cosas permanecen dentro, sin decirse.

—Di hola y cómo estás —le dijo Margaret Kochamma a Sophie Mol.

—Hola y cómo estás —les dijo Sophie Mol a todos en particular, desde el otro lado de la barandilla de hierro.

—Una para ti y otra para ti —dijo Chacko al ofrecer sus rosas.

—¿Y las gracias? —le dijo Margaret Kochamma a Sophie Mol.

—¿Y las gracias? —le dijo Sophie Mol a Chacko imitando la entonación de su madre.

Margaret Kochamma la zarandeó un poquito, por impertinente.

—¡Bienvenidas! —dijo Chacko—. Y ahora permitidme que os presente a todos. —Y, después, sobre todo para que lo oyeran los que contemplaban la escena a su alrededor, porque, en realidad, Margaret Kochamma no necesitaba presentación, dijo—: Margaret, mi mujer.

Margaret Kochamma sonrió y señaló con su rosa hacia Chacko.
¡Ex mujer, Chacko!
Sus labios formaron esas palabras, aunque su voz no las dijera.

Cualquier persona podía darse cuenta de que Chacko estaba orgulloso y feliz de haber tenido una mujer como Margaret. Blanca, con un vestido de flores que le dejaba las piernas al descubierto. Y pecas en la espalda y los brazos.

Pero el aire que la envolvía era triste y, tras sus ojos sonrientes, el dolor era reciente e intenso. Por un calamitoso accidente de coche. Por un agujero con forma de Joe en el universo.

—¡Hola a todos! —dijo—. Me siento como si os conociera desde hace años.

¡Olatodos!

—Sophie, mi hija —dijo Chacko con una risilla nerviosa de preocupación por si Margaret Kochamma decía «ex hija». Pero no lo dijo. Era una risa fácil de entender, no como la risa del Hombre de la Naranjada y la Limonada que Estha no había podido entender.

—¡Hola! —dijo Sophie Mol.

Era más alta que Estha. Y más corpulenta. Tenía los ojos azules, de un azul grisáceo. Y su piel pálida era del color de la arena de la playa. Pero su pelo ensombrerado era precioso, de un castaño oscuro rojizo. Y sí (¡oh, sí!), tenía la nariz de Pappachi esperando dentro de la suya. Una nariz de Entomólogo Imperial dentro de la nariz. Una nariz de amante de las mariposas. Llevaba un bolsito a la última moda Made-in-England que adoraba.

—Mi hermana Ammu —dijo Chacko.

Ammu dijo un Hola de adulto a Margaret Kochamma y un Ho-la infantil a Sophie Mol. Rahel miró con ojos de lince intentando calibrar cuánto quería Ammu a Sophie Mol, pero no consiguió averiguarlo.

Una carcajada como una brisa repentina recorrió la sala de espera de llegadas. Adoor Basi, el actor más conocido y querido del cine malayalam, acababa de llegar (Bombay-Cochín). Agobiado por los innumerables paquetitos, imposibles de manejar, que llevaba, y por la abrumadora adulación popular, se había creído en la obligación de hacer una representación. Dejaba caer los paquetes y decía una y otra vez:
«Ende Deivomay! Eee sadhanangalf».

Estha, encantado, soltó una sonora carcajada.

—¡Mira, Ammu, a Adoor Basi se le caen las cosas! ¡No puede ni llevarlas!

—Lo hace a propósito —dijo Bebé Kochamma en inglés con un extraño acento británico, nuevo en ella—. No le hagas caso. Es
actor de cine
—les explicó a Margaret Kochamma y Sophie Mol. Lo dijo de tal modo que parecía que aquel hombre se llamaba Actorde y se apellidaba Cine—. Intenta llamar la atención —añadió, resuelta a no hacer caso de él.

Pero Bebé Kochamma estaba equivocada. Adoor Basi
no
intentaba llamar la atención. Sólo intentaba ser digno de la atención que le prestaban.

—Mi tía Bebé —dijo Chacko.

Sophie Mol se quedó perpleja. Miró a Bebé Kochamma con enorme interés. Había oído hablar de vaquitas bebé y de perritos bebé. Y de ositos bebé, claro. (Pronto le enseñaría a Rahel un murciélago bebé.) Pero lo de una
tía bebé
le causaba confusión.

—Hola, Margaret, y hola, Sophie Mol —dijo Bebé Kochamma.

Y luego dijo que Sophie Mol era tan guapa que le recordaba a un duendecillo del bosque. A Ariel.

—¿Sabes quién es Ariel? —le preguntó Bebé Kochamma a Sophie Mol—. ¿El de
La tempestad?

Sophie Mol dijo que no.

—¿El de «De donde liba la abeja, libo yo»? —preguntó Bebé Kochamma.

Sophie Mol dijo que no.

—¿El de «Y en el cáliz de una prímula me tumbo»?

Sophie Mol dijo que no.

—¿El de
La tempestad
de Shakespeare? —insistió Bebé Kochamma.

Naturalmente, lo decía, sobre todo, para presentar sus credenciales a Margaret Kochamma. Para demostrarle que no pertenecía a la casta de los barrenderos.

—Está tratando de impresionarlas —susurró el Embajador E. Pelvis al oído de la Embajadora I. Palo.

A la Embajadora Rahel se le escapó una risilla en forma de burbuja verde azulada (del color de las moscas de la fruta) que reventó en el aire cálido del aeropuerto haciendo «paf».

Bebé Kochamma la vio y se dio cuenta de que era Estha quien había empezado.

—Y ahora, los VIPs —dijo Chacko (todavía en tono de Leer en Voz Alta)—. Mi sobrino Esthappen.

—Elvis Presley —dijo Bebé Kochamma como venganza—. Me temo que aquí la moda llega con un poco de retraso.

Todos miraron a Estha y se rieron.

Desde las suelas de los zapatos beige puntiagudos al Embajador Estha le fue subiendo una sensación de rabia que se le detuvo alrededor del corazón.

—¿Cómo estás, Esthappen? —dijo Margaret Kochamma.

—Bien, gracias —dijo Estha con voz malhumorada.

—Estha —dijo Ammu en tono cariñoso—, cuando alguien te pregunta cómo estás debes responder «Bien, gracias,
¿y tú?»
y no sólo «Bien, gracias». Así que di «Bien, gracias,
¿y tú?».

El Embajador Estha miró a Ammu.

—Vamos —dijo Ammu—, di «Bien, gracias,
¿y tú?».

Los ojos somnolientos de Estha eran testarudos.

—¿No has oído lo que te he dicho? —le dijo Ammu en malayalam.

El Embajador Estha sintió los ojos azules, de un azul grisáceo, fijos en él, y también la nariz de Entomólogo Imperial. Pero no estaba de humor para decir: «Bien, gracias,
¿y tú?».

—¡Esthappen! —dijo Ammu. Y le fue subiendo una sensación de rabia que se le detuvo alrededor del corazón. Una sensación de Rabia Mucho Mayor Que La Necesaria. En cierto modo, se sentía humillada por aquella sublevación pública dentro de su jurisdicción. Había deseado una representación sin tropiezos. Un premio para sus niños en el Concurso de Comportamiento Indobritánico.

—Por favor, ahora no. Luego —le dijo Chacko a Ammu en malayalam.

Y los ojos furiosos de Ammu, clavados en Estha, dijeron
Está bien. Luego
.

Y «luego» se convirtió en una palabra terrible, amenazadora, escalofriante.

Luego.

Como una campana de sonido grave en un pozo cubierto de musgo. Fría y peluda. Como las patitas de una mariposa nocturna.

La Representación se había malogrado. Como los encurtidos con el monzón.

—Y mi sobrina… —dijo Chacko—. ¿Dónde está Rahel?

Miró a su alrededor, pero no la vio. La Embajadora Rahel, incapaz de enfrentarse a tantos cambios en su vida, se había envuelto como una salchicha en una sucia cortina del aeropuerto y no quería salir de allí. Era una salchicha con sandalias Bata.

—No le hagáis caso —dijo Ammu—. Sólo quiere llamar la atención.

Ammu también estaba equivocada. Lo que Rahel intentaba era que no le prestasen la atención que se merecía.

—Hola, Rahel —le dijo Margaret Kochamma a la sucia cortina del aeropuerto.

—Bien, gracias,
¿y tú?
—refunfuñó la sucia cortina.

—¿No vas a salir a decir hola? —dijo Margaret. Kochamma con la voz amable de una maestra de escuela. (Como la de la señorita Mitten antes de que viera a Satanás en sus ojos.)

La Embajadora Rahel no salía de la cortina porque no podía. Y no podía porque no podía. Porque Todo iba mal y pronto llegaría el Luego para Estha y para ella.

Todo estaba lleno de mariposas nocturnas peludas; y de mariposas heladas; y de campanas de sonido grave; y de musgo.

Y había un alechuza.

La sucia cortina del aeropuerto era un consuelo y una oscuridad y un escudo.

—No le hagáis caso —repitió Ammu con una sonrisa forzada.

La mente de Rahel estaba llena de piedras atadas al cuello con los ojos azules, de un azul grisáceo.

Ahora Ammu la querría aún menos. Y Chacko tendría que dar la cara.

—Aquí llegan los equipajes —dijo Chacko alegremente, contento de poder escapar—. Ven, Sophiekins, vamos a recoger tu maleta.

Sophiekins
.

Estha miró cómo caminaban a lo largo de la barandilla, abriéndose paso entre la multitud, que se echaba a un lado intimidada por el traje de Chacko y su corbata ladeada y su aspecto general de que iba a reventar de contento. Debido al gran tamaño de su vientre, Chacko se movía siempre como si estuviera subiendo una colina. Superando con entusiasmo las resbaladizas y empinadas cuestas de la vida. Él iba por el lado de acá de la barandilla, y Margaret Kochamma y Sophie Mol, por el de allá.

Sophiekins
.

El hombre que estaba sentado con gorra y charreteras, también intimidado por el traje y la corbata ladeada de Chacko, le permitió que entrase en la zona de recogida de equipajes.

Cuando ya no hubo barandilla entre ellos, Chacko le dio un beso a Margaret Kochamma y, después, cogió a Sophie Mol en brazos.

—La última vez que hice esto mis esfuerzos se vieron recompensados con una mojadura en la camisa —dijo riéndose.

La abrazó y la abrazó y la volvió a abrazar. Y besó sus ojos azules, de un azul grisáceo, su nariz de entomólogo y su pelo castaño rojizo ensombrerado.

Entonces Sophie Mol le dijo a Chacko:

—Mmm… perdona, ¿podrías bajarme? No… no estoy acostumbrada a que me lleven en brazos.

Así que Chacko la bajó.

El Embajador Estha vio (con ojos porfiados) que, de pronto, a Chacko el traje le iba más flojo, parecía menos a punto de reventar.

Y, mientras Chacko recogía las maletas, en la ventana que cubría la sucia cortina, el Luego se convirtió en Ahora.

Estha vio cómo el lunar del cuello de Bebé Kochamma se rechupeteaba los dedos y palpitaba de emoción anticipada,
pum, pum, pum, pum
y cambiaba de color como un camaleón. Pum, verde, pum, azul oscuro, pum, amarillo mostaza.

Se la van a cargar, se la van a cargar,

hoy tenemos gemelos para merendar.

—Bueno —dijo Ammu—. ¡Ya está bien! Os lo digo a los dos. Y tú, Rahel, ¡
sal
de ahí!

Dentro de la cortina, Rahel cerró los ojos y pensó en el río de aguas verdes, en los peces silenciosos que nadaban en el fondo y en las alas de tul de las libélulas (que podían ver lo que ocurría detrás de ellas) al sol. Pensó en la caña de pescar que le había hecho Velutha. De bambú amarillento con un flotador que se hundía cada vez que un pez tonto se ponía a investigar. Pensó en Velutha y deseó que estuviera con ella.

Y, después, Estha la desenrolló. Los canguros de cemento la estaban mirando.

Ammu los miró. El Aire estaba en silencio, a excepción del sonido del cuello palpitante de Bebé Kochamma.

—¿Os parece bonito…? —dijo Ammu.

Era toda una pregunta.

Y no tenía respuesta.

El Embajador Estha bajó los ojos y vio que sus zapatos (desde donde le subía la sensación de rabia) seguían beige y puntiagudos. La Embajadora Rahel bajó los ojos y vio que dentro de sus sandalias Bata los dedos de sus pies trataban de despegarse para irse con los pies de otra persona y no podía detenerlos. Pronto se quedaría sin dedos y le pondrían un vendaje como el del leproso del paso a nivel.

—Si volvéis a desobedecerme en público
una sola vez
más —dijo Ammu—, y
digo una sola vez
más, os mandaré a un sitio donde aprenderéis pero que muy bien cómo hay que comportarse. ¿Ha quedado claro?

Cuando Ammu estaba realmente furiosa, siempre decía «pero que muy bien». «Pero que muy bien» debía de ser un bien muy grande, pero a sus hijos les daba pavor oír aquella expresión.

—¿Ha quedado claro? —repitió Ammu.

Unos ojos llenos de miedo y una fuente miraron a Ammu.

Unos ojos somnolientos y un tupé sorprendido miraron a Ammu.

Dos cabezas asintieron tres veces.

Sí. Había quedado claro.

Pero Bebé Kochamma no estaba satisfecha de que una situación tan llena de potencial se zanjase de aquel modo. Sacudió la cabeza.

—¿Y ya está? —dijo.

¿Y ya está?

Ammu volvió la cabeza hacia ella, y aquel movimiento conllevaba una pregunta.

—No conseguirás nada —dijo Bebé Kochamma—. Estos niños son malos, son maleducados, son mentirosos. Cada vez son más salvajes. No puedes dominarlos.

Ammu se volvió de nuevo hacia Estha y Rahel y sus ojos eran unas joyas empañadas por lágrimas.

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