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Authors: Arundhati Roy

Tags: #Drama

El dios de las pequeñas cosas (9 page)

BOOK: El dios de las pequeñas cosas
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—Y, por lo que respecta a nosotros, queridos míos, todo lo que somos o lo que podamos llegar a ser no será nunca más que un destello en los ojos de la Señora Tierra dijo Chacko en tono grandilocuente, tumbado en la cama y con la mirada clavada en el techo.

Cuando Chacko estaba en aquella especie de trance, utilizaba el tono de Leer en Voz Alta. En su habitación se hacía un ambiente como de iglesia. No le importaba que le escucharan o no. Y, si alguien le escuchaba, no le importaba que comprendiera lo que decía o no. Ammu denominaba aquellos trances sus «Estados de Ánimo Oxonienses».

Más adelante, a la luz de lo que sucedió,
destello
resultó ser una palabra totalmente inapropiada para describir la expresión de los ojos de la Señora Tierra. Porque destello es una palabra con bordes ondulados y alegres.

Aunque la Señora Tierra impresionó durante mucho tiempo a los gemelos, lo que realmente los fascinó fue la Casa de la Historia, que era algo que estaba mucho más a mano. Pensaban a menudo en ella. La casa al otro lado del río.

Que se levantaba vaga y levemente ominosa en el Corazón de las Tinieblas.

Una casa en la que no podían entrar, llena de susurros que no podían comprender.

Lo que entonces no sabían era que pronto
entrarían
en ella. Que cruzarían el río y estarían donde se suponía que no debían estar, con un hombre al que se suponía que no debían querer. Que observarían todo con unos ojos como platos mientras la historia se iba desvelando ante ellos en la galería trasera.

Mientras otros chicos de su edad aprendían otras cosas, Estha y Rahel aprendieron cómo la historia negocia sus condiciones y ajusta las cuentas a aquellos que violan sus leyes. Oyeron su ruido sordo y nauseabundo. Olieron su olor y nunca lo olvidaron.

El olor de la historia.

Como el de las rosas marchitas traído por la brisa.

Un olor que desde entonces acecharía para siempre en las cosas comunes. En los percheros. En los tomates. En el alquitrán de las carreteras. En ciertos colores. En los platos de un restaurante. En la ausencia de palabras. Y en los ojos de mirada vacía.

Crecerían tratando de encontrar maneras de convivir con lo que había sucedido. Intentarían convencerse de que, considerado en términos del tiempo geológico, no había sido más que un hecho insignificante. Apenas un pestañeo de los ojos de la Señora Tierra. Que habían sucedido Cosas Peores. Que seguían sucediendo Cosas Peores. Pero no encontrarían ningún consuelo al pensarlo.

Chacko dijo que ir a ver
Sonrisas y lágrimas
era una manifestación de anglofilia muy intensa.

Ammu dijo:

—¡Por favor! Todo el mundo va a ver
Sonrisas
y
lágrimas.
Es un Éxito Cinematográfico Mundial.

—A pesar de todo, querida mía —dijo Chacko en el tono de Leer en Voz Alta—. A pesar de todo.

Mammachi solía decir que Chacko era, con mucho, uno de los hombres más inteligentes de la India. «¿Quién lo dice?», decía Ammu. «¿Y en
qué
te basas?» A Mammachi le encantaba contar la anécdota (la anécdota que había contado Chacko) de que uno de sus profesores en Oxford había dicho que, en su opinión, Chacko era brillante y tenía madera de primer ministro.

A lo que Ammu siempre respondía «¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!», como los personajes de los cómics.

Decía:

a)
Que ir a Oxford no hacía necesariamente que una persona fuera inteligente.

b)
Que la inteligencia no era requisito fundamental para ser un buen primer ministro.

c)
Que si una persona no era ni siquiera capaz de dirigir una fábrica de conservas de modo que resultase rentable, ¿cómo iba a dirigir un país? Y lo más importante de todo:

d)
Que todas las madres de la India idolatraban a sus hijos y, por lo tanto, no estaban capacitadas para juzgarlos.

Chacko contestaba:

a)
No se
va
a Oxford. Se
estudia
en Oxford. Y:

b)
Que después de
estudiar
en Oxford te dan un
título.

—Un título de chapucero, ¿no? —preguntaba Ammu, y añadía—: De
eso
no cabe duda. No hay más que ver cómo se
caen
tus famosos aviones en miniatura.

Ammu decía que el desgraciado destino, totalmente previsible, de los aviones de Chacko daba una idea objetiva de su verdadero talento.

Una vez al mes (excepto durante la época de los monzones) llegaba un paquete contra reembolso para Chacko. Siempre contenía un avión en miniatura para armar, de madera de balsa. Chacko tardaba normalmente entre ocho y diez días en armarlo, con su diminuto tanque de combustible y su motor de hélice. Cuando estaba montado, llevaba a Estha y a Rahel a los arrozales de Nattakom para que le ayudaran a probarlo. Nunca volaba más de un minuto. Un mes tras otro, los aviones que Chacko construía con tanto cuidado se estrellaban en los arrozales verdes y fangosos, hacia los que Estha y Rahel salían disparados, como perros de caza bien adiestrados, para rescatar los restos.

Una cola, un tanque, un ala.

Una máquina herida.

La habitación de Chacko estaba atiborrada de aviones en miniatura rotos. Y todos los meses llegaba uno nuevo. Chacko nunca echó la culpa de los accidentes al estado de las piezas.

Después de la muerte de Pappachi, Chacko renunció a su puesto de profesor en la Universidad Cristiana de Madrás y volvió a Ayemenem con su remo del equipo de Balliol y sus sueños de futuro rey de los encurtidos. Rescató su fondo de pensiones y lo invirtió en comprar una máquina Bharat de embotellado al vacío. Colgó su remo (con los nombres de sus compañeros de equipo escritos en letras de oro) de unos aros de hierro en una pared de la fábrica.

Hasta que llegó Chacko, la fábrica había sido una empresa pequeña, pero rentable. Mammachi la dirigía como si se tratase de una cocina inmensa. Chacko la registró como sociedad en comandita e informó a Mammachi de que era socia comanditaria. Él invirtió en equipo (máquinas de enlatado, calderos, cocinas) y amplió el número de trabajadores. Muy poco después comenzó la caída financiera, pero la situación se mantuvo a flote gracias a unos ruinosos préstamos bancarios que Chacko obtuvo hipotecando los arrozales que tenía la familia alrededor de la casa de Ayemenem. Aunque Ammu trabajaba en la fábrica tanto como Chacko, siempre que éste trataba con los inspectores de alimentos o de sanidad hablaba de
mi
fábrica,
mis
piñas,
mis
encurtidos. Lo cual era verdad desde un punto de vista legal, ya que Ammu, por ser hija, no tenía ningún derecho sobre la propiedad.

Chacko les decía a Rahel y a Estha que Ammu ni siquiera tenía derecho a reclamar ante los tribunales.

—Gracias a nuestra maravillosa sociedad machista —decía Ammu.

—Lo que es tuyo es mío, y lo que es mío, es sólo mío —contestaba Chacko.

Tenía una risa sorprendentemente penetrante para un hombre de su tamaño y gordura. Y cuando se reía, todo su cuerpo se sacudía sin que pareciera moverse.

Hasta la llegada de Chacko a Ayemenem, la fábrica de Mammachi no tenía nombre. Todo el mundo se refería a sus conservas y encurtidos como los Mangos Tiernos de Sosha o la Mermelada de Plátano de Sosha. Sosha era el nombre de Mammachi. Soshamma.

Fue Chacko el que bautizó la fábrica con el nombre de Conservas y Encurtidos Paraíso y mandó diseñar e imprimir las etiquetas en la imprenta del camarada K. N. M. Pillai. Primero quiso llamarla Conservas y Encurtidos Zeus, pero la idea fue vetada porque todos dijeron que Zeus era poco conocido y no tenía ninguna relevancia en la zona, mientras que Paraíso sí. (La sugerencia del camarada Pillai, Conservas Parashuram, fue vetada por lo contrario: tenía
demasiada
relevancia en la zona.)

Fue idea de Chacko lo de pintar un cartel e instalarlo en la baca del Plymouth.

Ahora, camino de Cochín, vibraba y hacía un ruido que parecía que se iba a caer.

Tuvieron que parar cerca de Vaikom para comprar una cuerda y atarlo con más firmeza a la baca. Eso hizo que se retrasaran otros veinte minutos. Rahel empezó a preocuparse porque iban a llegar tarde a
Sonrisas y lágrimas.

Entonces, cuando ya estaban cerca del extrarradio de Cochín, el brazo blanco y rojo de la barrera del tren empezó a bajar. Rahel sabía que eso pasaba porque estaba deseando que no ocurriera.

Todavía no había aprendido a controlar sus deseos. Estha dijo que aquello era una mala señal.

Así que iban a perderse el comienzo de la película. Cuando Julie Andrews aparece como un puntito sobre la colina y va creciendo y creciendo hasta que irrumpe en la pantalla cantando con su voz que es como el agua fresca y su aliento que huele como la menta.

En la señal roja que había sobre el brazo blanco y rojo ponía
STOP
en blanco. Rahel dijo
POTS
.

En una valla publicitaria amarilla ponía
SEA INDIO, COMPRE PRODUCTOS INDIOS
en rojo. Estha dijo
SOIDNI SOTCUDORP ERPMOC, OIDNI AES
.

Los gemelos habían aprendido a leer muy pronto. Hacía tiempo que ya habían superado libros como
Tom, el perro viejo, Janet y John
y los
Cuadernos de ejercicios de Ronald Lee Envozalta.
Por la noche Ammu les leía trozos de
El libro de la selva
de Kipling.

Suelta la noche Mang, el murciélago,

que trajo en sus alas Chil, el milano…

El vello de los bracitos se les ponía de punta, dorado a la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Cuando leía, Ammu podía hacerlo con voz grave, como la de Shere Khan, o muy fina, como la de Tabaqui.

«¡Si se nos antoja! ¡Si se nos antoja! ¿Qué es eso de que se os antoje? ¡Por el toro que maté! ¿Hasta cuándo he de estar oliendo vuestra perruna guarida para obtener lo que en justicia se me debe? ¡Soy yo, Shere Khan, quien os habla!»

«Y soy yo, Raksha [el Demonio], quien te contesta»,
gritaban los gemelos con voces chillonas. No al unísono, pero casi.

«¡El cachorro humano es
mío
Lungri,
mío
y muy
mío/
No se le matará. Vivirá para correr junto con nuestra manada y para cazar con ella; y, al final, tendrá que cuidarse usted, señor cazador de desnudos cachorrillos, devorador de ranas, matador de peces. ¡Tendrá que cuidarse o será él quien le cace a
usted!»

Bebé Kochamma, a la que se le había asignado la educación formal de los gemelos, les había leído
La tempestad
en la versión abreviada de Charles y Mary Lamb.

«Donde liba la abeja, libo yo»,
repetían Estha y Rahel.
«Y en el cáliz de una prímula me tumbo.»

Así que cuando la señorita Mitten, la misionera australiana amiga de Bebé Kochamma, les regaló a Estha y Rahel un libro para niños pequeños,
Las aventuras de la ardilla Susie,
al ir de visita a Ayemenem, se sintieron profundamente ofendidos. Primero lo leyeron al derecho. La señorita Mitten, que pertenecía a una secta de cristianos renacidos, dijo que la habían desilusionado un poco cuando le leyeron el libro en voz alta, pero al revés.
«saL sarutneva ed al allidra eisuS. aL allidra eisuS es ótrepsed anu anañam ed arevamirp.»

Le enseñaron a la señorita Mitten que palabras como
malayalam
y
madam
se podían leer al derecho y al revés y seguían significando lo mismo. Aquello no pareció hacerle ninguna gracia, y al final resultó que ni siquiera sabía lo que era el malayalam. Le dijeron que era el idioma que hablaba todo el mundo en Kerala. Les contestó que siempre le había parecido que se llamaba keralés. Estha, que para entonces ya sentía una evidente antipatía hacia la señorita Mitten, le contestó que le parecía que era tontísima.

La señorita Mitten se quejó a Bebé Kochamma de la mala educación de Estha y de que los dos niños leyesen al revés. Le dijo a Bebé Kochamma que había visto a Satanás en sus ojos.
sánataS ne sus sojo.

Les hicieron escribir
No volveremos a leer al revés. No volveremos a leer al revés.
Cien veces. Al derecho.

Unos meses más tarde la señorita Mitten murió atropellada por un camión de reparto de leche en Hobart, frente a un campo de criquet. A los gemelos les pareció que había un justo castigo en el hecho de que el camión que la atropelló fuera
marcha atrás.

A ambos lados del paso a nivel había más autobuses y coches parados. Una ambulancia en la que ponía
HOSPITAL DEL SAGRADO CORAZÓN
estaba llena de gente que iba a una boda. La novia miraba hacia fuera por la ventanilla de atrás, con la cara parcialmente oculta por la enorme cruz roja medio despintada.

Todos los autobuses tenían nombres de chicas. Luckykutty, Mollykutty, Beena Mol. En malayalam,
Mol
quiere decir Niña Pequeña, y
Mon,
Niño Pequeño. Beena Mol estaba lleno de peregrinos a los que habían afeitado las cabezas en Tirupati. Rahel vio una fila de cabezas calvas en las ventanillas del autobús, por encima de churretes de vómitos situados a intervalos regulares. Aquello de vomitar despertaba una gran curiosidad en ella. Nunca lo había hecho. Ni una sola vez. Estha sí, y cuando vomitó la piel se le puso caliente y brillante, y los ojos desvalidos y hermosos, y Ammu lo quiso más que de costumbre. Chacko decía que Estha y Rahel tenían una buena salud indecente. Y Sophie Mol también. Decía que era porque no sufrían las consecuencias de la endogamia, como la mayoría de los cristianos sirios. Y los parsis
[7]
.

Mammachi decía que sus nietos sufrían algo mucho peor que la Endogamia. Se refería a que sus padres estaban Divorciados. Como si ésas fuesen las dos únicas posibilidades que se ofrecían a la gente: Endogamia o Divorcio.

Rahel no estaba segura de qué sufría, pero a veces ponía caras tristes y suspiraba delante del espejo.

«Lo que hago hoy es infinitamente mejor que cuanto haya hecho antes»,
decía para sí en voz muy triste, imitando a Sydney Cartón cuando, después de hacerse pasar por Charles Darnay, espera en el cadalso para ser guillotinado, según la versión con viñetas de
Historia de dos ciudades,
de la colección Clásicos Ilustrados.

Se preguntaba por qué razón los peregrinos calvos habrían vomitado tan uniformemente y si lo habrían hecho al mismo tiempo, en una arcada única y bien orquestada (quizá al ritmo de la música, al ritmo de un
bhajan
de autobús), o por separado, uno tras otro.

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