El discípulo de la Fuerza Oscura (34 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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A lo largo de la calle había una hilera de postes medio oxidados que medían un metro de altura más que los gemelos. Encima de cada poste había un viejo cristal de luz con facetas de aumento, pero todos se habían vuelto de un gris traslúcido y ya no proyectaban ninguna claridad sobre las calles sumidas en la penumbra. Algunos postes se habían soltado de las conexiones del suelo y estaban inclinados hacia un lado.

El androide de reparaciones llegó al final de la calle, se detuvo en una posición adecuada y fue subiendo su torso mediante sus articulaciones de acordeón para que sus brazos pudieran llegar hasta el cristal de luz estropeado. El androide quitó el cristal quemado manipulándolo cautelosamente con sus pinzas segmentadas. Lo colocó en la parte de atrás de su depósito, y sacó un cristal de luz de un compartimiento abierto. Después siguió las instrucciones de su compleja programación, colocando el cristal de repuesto encima del poste y activándolo.

El nuevo cristal de luz siguió tan muerto y oscuro como el primero, pero el androide no pareció percatarse de ello.

Jacen se plantó delante de la máquina y decidió utilizar su mejor imitación de la voz de su padre.

—Nos hemos perdido —dijo.

Jaina se puso a su lado.

—Ayúdanos a encontrar nuestra casa, por favor —dijo.

El androide de reparaciones estiró sus articulaciones de acordeón como si estuviera muy alarmado y después se fue inclinando sobre los gemelos para estudiarlos con el único sensor óptico que le quedaba.

—¿Perdido? —preguntó con voz metálica y rechinante.

—Queremos volver a casa —insistió Jaina.

—Mi programación no cubre eso —dijo el androide—. No es mi tarea principal. —Volvió a estirar sus articulaciones y avanzó hacia un tercer poste cuyo cristal de luz estaba tan apagado como todos los demás—. Mi programación no cubre eso.

Jaina y Jacen se echaron a llorar, pero oírse sollozar no sólo no reforzó sus temores sino que sirvió para que se calmaran.

—Tenemos que ser valientes —dijo Jaina.

—Sí, tenemos que ser valientes —dijo Jacen.

Estaban agotados y se sentaron sobre un trozo de aceroconcreto alisado por el tiempo caído en el medio de la calle. Vieron cómo el androide de reparaciones seguía quitando cristales de luz quemados de los postes y los sustituía por cristales igualmente inservibles.

El androide llegó hasta el final de la calle sin haber conseguido volver a poner en funcionamiento ni un solo poste de iluminación. Después aceleró de repente y volvió a toda velocidad por el pasillo que llevaba cien años recorriendo incesantemente, deteniéndose en el punto donde había empezado su trayecto.

El androide volvió a colocarse delante del primer cristal de luz quemado, subió sobre sus articulaciones de acordeón y sustituyó el cristal apagado que había colocado no hacía mucho al extremo del poste por otro cristal de luz quemado.

22

La almirante se apoyó en la barandilla del puente de mando. Aún no se había recuperado del horrible golpe que había supuesto la destrucción del
Mantícora
, y contempló cómo la batalla seguía desarrollándose en la superficie de Calamari sintiéndose totalmente incapaz de hablar.

—Acaben con ellos —logró decir por fin—. Abran fuego con todas las baterías turboláser desde la órbita actual. Todas las ciudades flotantes deben ser consideradas como objetivos a aniquilar. —Daala se volvió hacia la ventana de observación del
Gorgona
y contempló el espacio con ojos vidriosos—. Destrúyanlo todo...

No podía entender qué había ido mal. Había seguido la táctica del Gran Moff Tarkin con la máxima exactitud posible. Tarkin la había adiestrado meticulosamente y le había proporcionado toda la información que Daala podía llegar a necesitar, pero desde que salió de la Instalación de las Fauces no había hecho más que tropezarse con un desastre detrás de otro. El
Triturador de Soles
en manos de los rebeldes, el
Hidra
destruido, el
Mantícora
hecho añicos ante sus ojos hacía tan sólo unos momentos... Cierto, había conseguido destruir un pequeño navío de suministros y había aniquilado una colonia insignificante en Dantooine, pero en su primer ataque a gran escala contra un mundo rebelde había vuelto a perder un Destructor Estelar debido a un exceso de confianza en sí misma.

Había fracasado. Por completo.

El
Basilisco
volaba en un rumbo paralelo al del
Gorgona
. Los dos Destructores Estelares siguieron lanzando andanadas turboláser contra los océanos, incinerando las estructuras sumergidas de los calamarianos. Dentro de unos instantes cruzarían el terminador que separaba el día de la noche, y podrían descargar un diluvio de fuego sobre otras dos ciudades flotantes. Vaporizarían todas las estructuras y harían que todos sus habitantes muriesen entre las aguas recalentadas.

—Envíen el último escuadrón TIE —ordenó mientras contemplaba el campo de batalla lleno de llamas y destrucción en que se había convertido el planeta acuático que tenían debajo—. Quiero que todo ese planeta quede aniquilado.

—¡Almirante! —El comandante Kratas avanzó a la carrera por entre los puestos de sensores y sistemas tácticos y subió los dos peldaños que llevaban a la plataforma de observación—. Navíos de combate rebeldes acaban de emerger del hiperespacio... Es una flota entera, muchas más naves de las que podemos derrotar...

Daala giró sobre sí misma y le contempló con incredulidad.

—¿Cómo pueden haber respondido tan deprisa a una llamada de auxilio?

Un instante después vio las siluetas resplandecientes de navíos de combate de grandes dimensiones que avanzaban hacia ellos moviéndose a lo largo de una órbita planetaria como cometas lanzados a toda velocidad.

Daala sintió que se le cortaba la respiración. Los astilleros apenas habían sufrido daños. Los complejos espaciales eran el objetivo principal a destruir durante su ataque a Calamari, y no habían logrado acabar con ellos. Sin embargo, habían destruido como mínimo una ciudad flotante, habían causado daños muy graves en otra y habían provocado averías de consideración en un par más.

—Den orden de regresar a todos los escuadrones TIE —dijo—. Tracen un vector directo hasta la Nebulosa del Caldero a través del hiperespacio. Volveremos allí, llevaremos a cabo una reevaluación táctica y haremos un recuento de bajas. —Daala hizo una pausa, y cuando volvió a hablar alzó la voz en un estallido de ira—. ¡Y después prepararemos nuestro próximo ataque!

Los cazas TIE fueron volviendo a los hangares de los Destructores Estelares. Las fuerzas defensivas de los rebeldes entraron en órbita como una manada de carnívoros. Daala no se atrevía a correr el riesgo de presentarles combate, aunque en aquellos momentos nada le habría gustado más que desgarrar las gargantas de sus comandantes con las manos desnudas.

—Preparados para la entrada en el hiperespacio —dijo antes de que los refuerzos pudieran iniciar el ataque.

Daala vio cómo los puntitos del panorama estelar se alargaban de repente, convirtiéndose en líneas luminosas que formaron un embudo terminado en un punto de fuga colocado al otro lado del universo.

Sus Destructores Estelares entraron en el hiperespacio, escapando de las fuerzas de la Nueva República sin que éstas pudieran hacer nada para alcanzarlos.

Han Solo y Lando Calrissian avanzaban a toda velocidad por los cielos de Mon Calamari a bordo del
Halcón Milenario
, buscando columnas de humo que brotaran de las metrópolis flotantes devastadas.

Habían encontrado la Ciudad de la Espuma Vagabunda sin demasiadas dificultades, pero cuando se posaron en una de las pistas de emergencia se enteraron de que el almirante Ackbar, Leia y la embajadora Cilghal ya habían partido en una misión de rescate con destino a la ciudad hundida de Arrecife del Hogar.

Han, que estaba consternado ante la devastación que habían provocado las fuerzas de la almirante Daala, no sentía ningún júbilo especial al volver a verse convertido en piloto y propietario del
Halcón
. Toda la alegría que había experimentado al recuperar su nave se había evaporado en cuanto contempló la terrible destrucción infligida al planeta oceánico.

Lando estaba sentado en el puesto de Chewbacca y examinaba las cartas de navegación.

—Bueno, creo que Arrecife del Hogar debería de aparecer debajo de nosotros en cualquier momento —dijo—. Detecto una gran cantidad de masas metálicas dispersas, pero no hay nada que pueda ser una metrópolis.

—No, ya sólo quedan restos —murmuró Han.

Han hizo descender el
Halcón
y clavó la mirada en las ventanillas, contemplando los fragmentos metálicos que flotaban sobre las olas. Las señales ennegrecidas que eran las cicatrices dejadas por los desintegradores resaltaban entre las masas metálicas. Trozos desprendidos de la ciudad flotante que habían conseguido mantenerse presurizados gracias a los mamparos antiinundaciones continuaban flotando sobre las aguas como ataúdes insumergibles. Cuadrillas de calamarianos y quarrens iban y venían por encima de aquellos segmentos, intentando abrirse paso a través de las planchas metálicas para llegar hasta los supervivientes atrapados en el interior.

—Hubo un tiempo en el que esa estructura flotante recordaba mucho a la Ciudad de las Nubes —dijo Han—. Ahora parece las sobras de un triturador de basuras... —Señaló un fragmento del casco exterior de Arrecife del Hogar cuya superficie era bastante más lisa que la de los demás—. ¿Crees que podíamos posarnos sobre esa sección de allí?

Lando se encogió despreocupadamente de hombros.

—Hay tanta chatarra que nadie se fijará en el
Halcón
.

—¡Eh! —exclamó Han.

Lando le miró.

—Es tu nave, Han —dijo—. Por mi parte... Bueno, me conformaría con recuperar el
Dama Afortunada
, ¿sabes? Han posó el
Halcón
sobre la oscilante estructura de plastiacero, bloqueó los estabilizadores y abrió los sellos de la escotilla. Después bajó por la rampa de salida y recorrió los grupos de rescate con la mirada intentando dar con Leia. Llevaba tanto tiempo sin tenerla entre sus brazos...

Como solía ocurrirle siempre que se veían obligados a separarse. Han estaba pensando en todas las cosas que quería decirle, las promesas y las pequeñas naderías llenas de amor y dulzura que Leia se merecía, pero que normalmente Han no lograba hacer surgir de sus labios porque le parecía que no encajaban demasiado bien con su imagen de hombre duro.

Lando le siguió y los dos vieron a los heridos que habían sido evacuados al exterior de los restos de la ciudad calamariana. Las olas se deslizaban sobre los bordes de las masas metálicas, pero por el momento los segmentos habían sido convertidos en zonas de enfermería improvisadas, ya que ofrecían plataformas relativamente estables donde los médicos podrían trabajar atendiendo a los heridos.

El aire estaba impregnado por los olores de la sangre y la sal, a los que se mezclaba la pestilencia química de las quemaduras láser, el metal fundido que flotaba a la deriva en el mar y el humo de los incendios que aún no habían sido apagados.

Quarrens de rostros tentaculados emergían de las olas. El agua goteaba de sus cabezas mientras sacaban del mar los componentes más importantes del núcleo de ordenadores de Arrecife del Hogar o las pertenencias personales rescatadas de los módulos de alojamiento destruidos. Los quarrens ejercerían sus derechos de salvamento sobre el inmenso naufragio y después venderían sus objetos personales a los calamarianos, obligándoles a pagar para recuperarlos.

Han permanecía inmóvil sobre un fragmento que flotaba a la deriva, manteniendo las piernas lo más separadas posible para no perder el equilibrio. El oleaje hacía que la plataforma se bamboleara lentamente de un lado a otro mientras subía y bajaba sobre las aguas. De repente Han vio un deslizador acuático que se acercaba a los restos avanzando a gran velocidad. El vehículo estaba pilotado por Leia, que iba acompañada por Ackbar y una calamariana.

Han empezó a agitar frenéticamente las manos, y el deslizador viró hacia él y acabó deteniéndose junto al fragmento en el que se encontraba. Leia saltó del vehículo mientras Ackbar lo ataba a una protuberancia de metal desgarrado. Al principio Leia fue hacia Han con paso decidido, pero enseguida echó a correr manteniendo ágilmente el equilibrio y se arrojó en sus brazos. Han la estrechó contra su pecho mientras la besaba una y otra vez.

—¡Me alegra tanto que estés bien!

Leia le miró.

—Lo sé.

—Eh, basta —replicó Han—. Hablo en serio, ¿entiendes? Esto ha sido obra de Daala, ¿verdad?

—Creemos que sí, pero todavía no tenemos pruebas de que... Han la interrumpió.

—Pues yo estoy totalmente seguro de que ha sido ella. Daala no tiene motivos políticos. Lo único que quiere es causar la mayor destrucción posible.

La calamariana bajó del deslizador acuático, fue hacia la zona de selección y contempló a los calamarianos que sangraban mientras un número excesivamente reducido de médicos intentaba atenderlos. Después empezó a ir y venir por entre los heridos hablando con frases cortas y rápidas, como si tuviera alguna forma de averiguar cuales eran las probabilidades de supervivencia de cada uno.

Dos médicos estaban trabajando desesperadamente en un intento de salvar a un quarren que había perdido un brazo y tenía el pecho aplastado. La calamariana contempló al quarren agonizante durante un momento.

—No sobrevivirá, y no podéis hacer nada para conseguir que se salve —dijo.

Los dos médicos calamarianos la miraron, y la convicción inquebrantable que había en su rostro hizo que dejaran morir al quarren y se dedicaran a otro paciente.

La calamariana siguió caminando entre los heridos como si fuera un ángel con poderes sobre la vida y la muerte, bajando la mirada hacia ellos, volviendo la cabeza a derecha e izquierda y haciendo girar sus enormes ojos redondos a un lado y a otro.

Han la siguió con la mirada mientras se movía.

—¿Quién es? —preguntó.

—Se llama Cilghal, y es la embajadora calamariana —respondió Leia—. Creo que tiene poderes Jedi —añadió bajando la voz—. Ella aún no lo sabe, pero voy a asegurarme que vea a Luke. —Leia volvió a abrazar a su esposo—. Oh, me alegro tanto de que hayas venido...

—Me puse en camino apenas me enteré de lo que ocurría —dijo Han, y enarcó una ceja mientras contemplaba a Lando—. Por cierto, durante el trayecto jugamos otra partidita de sabacc y esta vez gané yo. —Le ofreció el brazo a su esposa—. ¿Te gustaría volver a casa en mi nave, Leia?

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