El discípulo de la Fuerza Oscura (38 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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En la parte inferior de Bahía Tafanda había hileras de motores que proyectaban rayos repulsores difusos para mantener suspendida la estructura de la ciudad sobre las copas de los árboles, con lo que ésta arrojaba una sombra elíptica sobre la superficie de hojas y ramas. La ciudad ithoriana flotaba lentamente a la deriva en un viaje continuo sin meta definida, y no tocaba el suelo sagrado nunca.

Wedge tecleó su petición de coordenadas de descenso, y fue respondido por una extraña voz hueca y envuelta en ecos que Qwi pensó recordaba a la de alguien que estuviera hablando a través de un tubo muy largo. Pasados unos momentos el sistema de comunicaciones volvió a emitir la misma voz —¿o sería otra?— cambiando las coordenadas.

—Disculpe nuestro descuido, señor. Un representante especial le recibirá en el hangar de atraque. Esperamos que disfruten de su estancia en nuestro mundo.

Wedge lanzó una mirada llena de suspicacia a la unidad de comunicaciones.

—¿Qué razón pueden tener para querer darnos un tratamiento especial? —murmuró volviéndose hacia Qwi—. Se supone que nadie sabe quiénes somos en realidad.

Qwi miró a su alrededor, y la cabina del yate espacial pareció empequeñecerse de repente.

—¿Crees que corremos peligro? Quizá deberíamos dar la vuelta y buscar otro sitio donde pasar estas vacaciones.

La expresión de Wedge parecía indicar que eso era precisamente lo que quería hacer.

—No, todo va bien —respondió por fin intentando tranquilizarla—. Puedo protegerte, Qwi. No te preocupes.

Se posaron en la pista indicada y Wedge desplegó la rampa de pasaje. Bajó primero y se volvió para tomar de la mano a Qwi, ayudándola a bajar. Qwi podría haber bajado por la pasarela sin ninguna dificultad aunque no hubiese contado con su ayuda, pero le encantaban las atenciones de que Wedge la hacía objeto continuamente.

El yate espacial estaba rodeado por árboles de grandes troncos y corteza grisácea con ramas bastante bajas que se desplegaban para formar una especie de plataforma alargada. Flores blancas y azules brillaban entre las hojas. Qwi recorrió lo que la rodeaba con la mirada y aspiró una profunda bocanada de aquella atmósfera húmeda y limpia. Todo olía a vida y a frescor, y todo parecía estar impregnado por una sinfonía de perfumes tan sorprendente que su imaginación casi se negaba a aceptarla.

—Saludos.

Qwi giró sobre sí misma para ver a un alienígena de aspecto muy extraño que venía hacia ellos flanqueado por dos niños humanos de diez años de edad. El alienígena tenía una gran joroba y vestía una capa blanca adornada con trencillas doradas. Su cabeza recordaba un poco a un cucharón para la sopa, como si alguien hubiera cogido un rostro modelado en arcilla y lo hubiera estirado hasta darle una forma curva de S. haciendo subir la frente y tirando de los dos ojos hasta dejarlos al extremo de dos pedúnculos. La boca quedaba escondida debajo de la curvatura de la cabeza. Qwi contempló en silencio al alienígena, y la criatura de aspecto torpe y lento siguió avanzando hacia ellos moviéndose con una gracia sorprendente llena de fluidez y delicadeza.

Los dos niños humanos que flanqueaban a la criatura llevaban capas blancas parecidas a la suya sobre monos de vuelo de color verde. Los niños tenían el cabello rubio y los ojos azules y la misma expresión beatífica en el rostro, pero ninguno dijo nada.

Wedge debió de darse cuenta de lo mucho que había sorprendido a Qwi el extraño aspecto del alienígena.

—Supongo que tendría que haberte advertido —dijo—. Los ithorianos son conocidos en casi toda la galaxia como cabezas-de-martillo.

Qwi asintió lentamente y pensó en otras criaturas extrañas que había visto, desde el almirante Ackbar con su cara de pez hasta Tol Sivron, el administrador científico de cabeza tentaculada que dirigía la Instalación de las Fauces. Qwi se dijo que quizá no todas las criaturas inteligentes de la galaxia podían ser tan atractivas como algunos humanos..., por ejemplo Wedge.

—En realidad no nos gusta nada que nos llamen cabezas-de-martillo —dijo el alienígena deteniéndose delante de ellos—. Nos parece insultante.

—Le pido disculpas, señor —dijo Wedge haciéndole una pequeña reverencia.

—Soy Momaw Nadon, y es un gran honor para mí poder servirles, Qwi Xux y Wedge Antilles.

Wedge retrocedió un paso, visiblemente asustado.

—¿Cómo se ha enterado de quiénes somos? —preguntó. Momaw Nadon emitió un burbujeo hueco que surgió de los dos extremos de su boca creando una especie de eco estereofónico. —Mon Mothma me ha pedido que les trate como invitados especiales de Ithor.

—¿Y qué razón ha podido tener Mon Mothma para avisarle que veníamos hacia aquí? —preguntó Wedge—. Se suponía que debíamos pasar totalmente desapercibidos y no hacer nada que pudiera atraer la atención hacia nosotros.

Nadon se inclinó ante Wedge, y su curiosa cabeza llena de curvas osciló con el movimiento de bajada y subida de la reverencia.

—He simpatizado con la Alianza Rebelde desde mis días de exilio en Tatooine, hace ya más de una década —explicó—. Mi pueblo me exilió al planeta de los desiertos, donde sólo tendría arenas que cuidar en vez de nuestros hermosos bosques. El Imperio había exigido cierta información agrícola, y yo se la proporcioné para salvar nuestros bosques de la destrucción..., pero mi pueblo decidió exiliarme a pesar de mis motivos. Volví aquí después de la muerte del Emperador, y he estado intentando reparar mi falta desde entonces.

Nadon se volvió hacia los dos chicos y movió una mano.

—Coged su equipaje —dijo—. Les enseñaremos sus aposentos.

Los chicos se movieron al unísono sin la más leve sombra del apresuramiento un poco frenético habitual en su edad, y entraron en el yate espacial y salieron poco después con las maletas plateadas llenas de prendas de vacaciones que habían traído Wedge y Qwi.

Nadon les llevó fuera del hangar de atraque, agachando la cabeza para pasar por debajo de las ramas de los árboles que rodeaban la pista. El camino que siguieron parecía un túnel de verdor vivo.

—También estaba en la cantina de Mos Eisley cuando Luke Skywalker y Obi-Wan Kenobi tuvieron su primer encuentro con el capitán Solo —dijo—. Por aquel entonces no sabía que estaba viviendo un momento histórico, pero lo recuerdo con toda claridad a pesar de que en esos días tenía... otras preocupaciones.

—Me asombra que aún pueda recordarlo después de tantos años —dijo Wedge.

Nadon señaló un turboascensor camuflado en la pared que parecía una gran vaina recubierta de hojas. Entraron en la cabina y empezaron a descender hacia las profundidades de Bahía Tafanda.

—Los ithorianos tienen una memoria excelente —dijo Nadon después de haber permanecido en silencio durante bastante rato.

Les guió por corredores serpenteantes en los que dejaron atrás cúpulas que contenían especimenes de vida vegetal procedentes de distintas partes del planeta. Nadon acabó deteniéndose junto a los delicados surtidores de una fuente y señaló dos puertas, una a cada lado del pasillo.

—Les he asignado estos aposentos, y les ruego que se pongan en contacto conmigo si desean cualquier otra cosa tanto en lo referente a alojamiento como a distracciones —dijo—. Estoy aquí para servirles.

La misteriosa pareja de chicos depositó el equipaje en el pasillo y retrocedió para volver a flanquear a Nadon.

—No nos ha presentado a los niños —dijo Qwi por fin—. ¿Están encomendados a su cuidado?

Las dos gargantas de Nadon emitieron un ruidoso burbujeo.

—Son... sembrados que han crecido de la carne de mi enemigo —explicó—. También son un recordatorio de los días que pasé en Tatooine —añadió inclinando su enorme cabeza.

Los dos chicos permanecieron inmóviles sin inmutarse, y Nadon acabó despidiéndoles con un gesto de la mano. Después dejó a Wedge y Qwi delante de la puerta de sus aposentos, y se marchó sin mirar hacia atrás ni una sola vez mientras ellos le seguían con la mirada y se preguntaban qué podía haber querido decir.

Después de haber presenciado el anochecer en la cubierta de observación superior de Bahía Tafanda, Qwi fue con Wedge a ver la salida de las lunas. Los cielos color lavanda se habían vuelto de un violeta oscuro puntuado por brillantes estrellas que parecían formar una pincelada esparcida a través de la bóveda celeste.

Una pequeña luna en fase de llena trepó por encima del horizonte en el este mientras el creciente en forma de uña de otra luna mucho más grande flotaba en el oeste siguiendo los brillantes colores del crepúsculo por encima del confín del mundo. Dos lunas más mostraban sus hinchadas fases de cuarto a una altura bastante mayor en el cielo.

Qwi aspiró una profunda bocanada de aire húmedo y sus fosas nasales percibieron un sinfín de potentes aromas procedentes de las plantas y las flores que se abrían durante la noche, como si estuviera envuelta por una compleja mezcla de todos los perfumes y agradables aromas de las especias y condimentos de cocina que había olido a lo largo de toda su existencia.

La brisa se volvió paradójicamente más cálida con la llegada del anochecer, y Qwi sintió cómo los plumosos mechones de su cabellera oscilaban lentamente de un lado a otro. Los alisó con sus esbeltos dedos, sabiendo que a Wedge le gustaba ver cómo brillaban en la noche con destellos perlinos. Se había puesto una holgada túnica de colores pastel con la que había envuelto su cuerpo, acentuando todavía más la belleza etérea de su frágil silueta.

La ecociudad ithoriana seguía avanzando lentamente sobre las copas de los árboles. El leve zumbido que brotaba de las hileras de motores repulsores de Bahía Tafanda se confundía con los sonidos nocturnos de la jungla que desfilaba bajo ellos. La brisa agitaba las hojas de los setos y los bosquecillos de árboles escama que rodeaban la cubierta de observación.

Unos cuantos ithorianos entraron en la cubierta y permanecieron en silencio o empezaron a conversar en su extraño y retumbante lenguaje estereofónico. Wedge y Qwi no se dijeron nada.

Qwi se acercó un poco más a Wedge. Primero le rozó, y después permitió que su cuerpo quedara sostenido por el suyo. Wedge deslizó un brazo alrededor de su cintura con un movimiento un poco nervioso y la joven alienígena —Qwi Xux, inventora del
Triturador de Soles
y cocreadora de la
Estrella de la Muerte
— se sintió muy honrada al poder estar bajo la protección del general Wedge Antilles.

Sabía que quienes seguían siendo leales al Imperio harían cualquier cosa para recuperar los conocimientos secretos encerrados en su cerebro, pero de repente Qwi se dio cuenta de que en aquellos momentos se sentía totalmente a salvo y segura.

26

Jacen y Jaina seguían su periplo por las oscuras y húmedas entrañas de Coruscant. No tenían forma alguna de saber si la tenue claridad que se filtraba desde las alturas correspondía al día o a la noche del planeta. La atmósfera estaba impregnada por el hedor pestilente de la basura podrida, los animales muertos, el metal corroído y los charcos de agua estancada. Caminaban por las calles más anchas evitando los escombros, y trepaban por encima de los montones de cascotes. Llevaban horas sin ver nada que les resultase familiar, y ninguno sabía qué debían hacer.

—Tengo hambre —dijo Jaina.

—Yo también —dijo Jacen.

Las profundidades del submundo estaban sumidas en un silencio saturado de estática. Criaturas que parecían hechas de sombras se asustaban de repente al ver aparecer a los gemelos, y huían en busca de un escondite más oscuro. Jacen y Jaina tropezaron con un montón de escombros y provocaron una avalancha aterradoramente ensordecedora. Los gemelos huyeron corriendo del ruido, generando nuevas avalanchas de restos y cascotes que cayeron desde una gran altura entre crujidos y truenos ahogados.

—Me duelen los pies —dijo Jacen.

—A mí no —respondió Jaina.

Por fin vieron aparecer lo que parecía un signo esperanzador: una especie de caverna construida con restos y cascotes cuyas paredes habían sido erigidas amontonando trozos de durocreto unidos mediante una pasta de algas secas, barro y otras sustancias imposibles de identificar. Unas luces humeantes brillaban dentro de la caverna, pareciendo todavía más atractivas debido al contraste con la impresionantemente lúgubre oscuridad de la ciudad subterránea.

Jacen y Jaina avanzaron al mismo tiempo.

—¿Comida? —preguntó Jacen.

Su hermana asintió.

Fuera de la caverna de forma extrañamente curva vieron cables que corrían a través de aros metálicos medio recubiertos de líquenes incrustados en varios puntos. A lo largo de las paredes y del techo había bandas metálicas unidas con trozos de cadena que parecían huesos de dedos muy largos, y que habían sido colgadas allí como adorno.

—Aquí dentro —dijo Jacen precediendo a su hermano.

La penumbra envolvió a los gemelos, y pareció guiarles hacia aquellas luces tan atractivas.

De repente Jacen oyó roces y crujidos surgiendo de entre las sombras. La niña volvió la mirada en esa dirección para ver una araña-cucaracha casi tan grande como su cabeza. Jacen chocó con ella y se inclinó hacia adelante para poder echar un vistazo a la criatura. La araña-cucaracha trepó velozmente por la irregular superficie de la pared, pero después se detuvo como si no supiera qué hacer y volvió tres ojos que brillaban con un vidrioso resplandor ambarino hacia ellos.

Una especie de puño metálico que colgaba del techo bajó bruscamente como una mano mecánica prensil suspendida de cadenas haciendo un ruido ensordecedor. Docenas de dedos de acero chocaron con la pared para atrapar a la araña-cucaracha, dejándola encerrada en una jaula metálica improvisada. La criatura se debatió locamente mientras hacía chasquear sus mandíbulas. Un diluvio de chispas salió despedido en todas direcciones cuando las patas quitinosas arañaron el metal impenetrable de los barrotes.

Jacen y Jaina sucumbieron al pánico y corrieron por el túnel yendo hacia las temblorosas luces anaranjadas, pero un instante después los gemelos se detuvieron de golpe al sentir una vibración de peligro. Jacen y Jaina alzaron la mirada justo a tiempo para ver cómo una jaula mucho más grande, una estructura que era toda pinchos y afilados cantos metálicos, caía sobre ellos. Garras mecánicas de metal rodearon a los gemelos como docenas de puños unidos por cadenas.

—¡Es una trampa! —gritó Jaina.

Oyeron un sonido de pies que se arrastraban por el suelo viniendo hacia ellos, y después hubo un golpe ahogado y un roce cuando una criatura enorme y muy corpulenta emergió de las oscuras profundidades de aquella guarida. Lo primero que vieron de ella fue sólo su silueta, con una enorme cabeza peluda y unos brazos tan gigantescos que casi llegaban al suelo. Un muslo lleno de músculos parecía tan grueso como el tronco de un árbol, pero la otra pierna era mucho más corta y estaba retorcida y marchita.

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