El discípulo de la Fuerza Oscura (39 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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Jacen y Jaina sacudieron los afilados cantos metálicos de la jaula, pero las garras mecánicas reaccionaron como si fueran unas tijeras y se unieron todavía más de lo que ya estaban.

—¡Socorro! —gritó Jacen.

Su captor se hizo visible un instante después, y quedó iluminado desde un lado por los reflejos humosos de las luces. La criatura estaba cubierta por una gruesa capa de pelaje sucio e hirsuto, y no se veía ninguna distinción entre su enorme cabeza y el resto de su torso. Era como si la cabeza y el torso hubieran sido comprimidos hasta formar una sola masa con forma de barrica.

La boca de la criatura era una larga abertura de bordes irregulares que se torcía a un extremo y que parecía incapaz de cerrarse del todo. Su ojo izquierdo estaba recubierto por una gran masa de tumores y carne putrefacta; y el otro ojo, que era casi tan grande como los puños de los gemelos, estaba lleno de rayas rojizas y despedía un enfermizo brillo amarillento.

Jacen y Jaina se asustaron tanto que no pudieron decir palabra. La especie de ogro que los había capturado pasó tambaleándose junto a ellos, ignorándoles mientras se tambaleaba hacia atrás y hacia adelante sobre una pierna nudosa que parecía haberse encogido y resecado, y cogió la trampa para inspeccionar a la cada vez más frenética araña-cucaracha.

Un instante después los gemelos pudieron oler el hedor que brotaba del monstruo cuando se inclinó sobre los barrotes de la jaula acercando su enorme ojo amarillo a ellos. Jacen y Jaina se apresuraron a correr hacia el otro lado de la jaula.

El ogro separó unas largas cadenas de la pared, se las echó al hombro y arrastró ruidosamente la jaula de los gemelos por el pasillo hasta su guarida. La jaula oscilaba y chocaba con obstáculos invisibles, y los gemelos tuvieron que saltar de un lado a otro para no perder el equilibrio.

El suelo del cubil del monstruo estaba lleno de huesos mordisqueados que habían pertenecido a animales grandes y pequeños. Algunos habían sido amontonados en cestas, y otros habían sido partidos por la mitad y yacían dispersos por todos lados. Llamas de un rojo oscuro brotaban de marmitas humeantes llenas de grasa que olía a rancio.

Encadenada en una zona vacía del suelo había una especie de rata con colmillos de jabalí cubierta de pelaje erizado. Sus negros labios de aspecto gomoso se curvaban formando un gruñido perpetuo. El monstruo-rata rugió y se debatió, tirando de su cadena y lanzando un chorro de gotitas por la boca.

Un juego de grilletes rotos procedente de un área de detención colgaba de los clavos hundidos en las paredes de la cámara. El ogro fue de un lado a otro bajo aquella claridad más intensa, y la luz de las llamas permitió que los gemelos pudieran ver restos de un viejo uniforme de prisión entre los rizos y mechones grasientos de pelaje que cubrían su cuerpo.

El ogro separó los dedos metálicos de la trampa en la que había caído la araña-cucaracha. Después cogió al arácnido con sus nudosas manos desnudas y se la arrojó al monstruo-rata. El reluciente cuerpo negro de la araña-cucaracha agitó desesperadamente sus largas patas mientras volaba por los aires, y el monstruo-rata lo capturó al vuelo. Pero el arácnido logró agarrarse a aquellos labios gomosos mediante las afiladas puntas de sus patas, y las hundió con todas sus fuerzas.

El monstruo-rata chilló de dolor y movió sus colmillos curvos, mordiendo y masticando ferozmente hasta que consiguió partir el exoesqueleto de la araña-cucaracha con un chasquido casi metálico. Después engulló con satisfacción la carne jugosa y blanda y se lamió sus negros labios. Cuando hubo terminado de comer, el monstruo-rata empezó a jadear y volvió sus acuosos ojos rojizos hacia los dos niños.

Los dos gemelos lo contemplaron con expresiones esperanzadas desde dentro de su prisión.

—Nos hemos perdido —dijo Jaina, mirando al ogro por entre los barrotes de la jaula.

—Ayúdanos a encontrar nuestra casa, por favor —añadió Jacen.

El ogro clavó sus ojos amarillentos en los gemelos. Su boca emitía una pestilencia repugnante, como barro viscoso rascado del fondo de un millar de alcantarillas. Cuando habló su voz burbujeante deformó las palabras haciendo que sonaran pastosas y difíciles de comprender.

—No —dijo—. ¡Voy a comeros!

Después fue hacia una chimenea humeante avanzando con dificultad sobre su pierna reseca. El ogro hurgó entre las ascuas hasta que encontró unas tenacillas muy largas de puntas afiladas. Después las levantó sobre su cabeza y se volvió hacia los gemelos.

Jacen y Jaina alzaron la mirada hacia el techo de su jaula. Las articulaciones de los dedos estaban sujetas mediante pequeños remaches recubiertos de grasa y óxido, pero todavía conservaban la movilidad suficiente para que la jaula pudiera ser abierta y cerrada.

Cada gemelo sabía en qué remaches se estaba concentrando el otro, y los dos utilizaron su rudimentaria capacidad para emplear la Fuerza de la misma manera en que lo hacían cuando querían gastarle bromas a Cetrespeó o jugaban a los juegos que les enseñaba su tío Luke.

Los gemelos sacaron los remaches de la jaula, desplazándolos de dos en dos en rápida sucesión. Trocitos de metal salieron disparados en todas direcciones como un diluvio de diminutos proyectiles. Los largos dedos metálicos quedaron repentinamente desprovistos de apoyo y se abrieron, cayendo al suelo con un estrépito increíble.

—¡Corre! —gritó Jacen.

Jaina le cogió de la mano, y los gemelos huyeron hacia el túnel.

El ogro dejó escapar un rugido enfurecido y trató de perseguirles, pero sus piernas desiguales le impedían mantenerse en pie si intentaba correr. Miró a su alrededor, cogió la gruesa cadena que sujetaba la monstruosa rata a la pared y sacó de un tirón el tubo metálico que mantenía cerrado el collar.

El monstruo-rata quedó en libertad y reaccionó al instante. Giró sobre sí mismo y trató de morder al ogro, pero éste utilizó un brazo lleno de gruesos músculos para golpear a la criatura apartándola de él. Después movió la mano señalando a los niños que huían.

Y los gemelos corrieron y corrieron...

El monstruo-rata se lanzó en pos de ellos, aullando y babeando. Los gemelos salieron de la abertura iluminada y se metieron por un callejón. Podían oír los sonidos parecidos al resoplar de una vieja maquinaria de vapor que emitía la criatura mientras jadeaba y bufaba detrás de ellos, siguiendo el rastro de su olor. Sus garras repiqueteaban sobre el pavimento.

Jaina descubrió una pequeña hendidura en la pared, una especie de agujero abierto en las capas de duracreto.

—¡Aquí! —gritó.

Jaina se lanzó de cabeza a la diminuta abertura, y su hermano se apresuró a seguirla. El hocico provisto de enormes colmillos curvos del monstruo-rata chocó con el orificio apenas un segundo después, pero había tan poco espacio que no consiguió meter la cabeza por el agujero.

Jacen y Jaina ya se habían alejado a cuatro patas, y no tardaron en internarse por las profundidades de aquel laberinto de oscuridad jamás explorado.

—¡Oh, nunca tendríamos que haber accedido a cuidar de los niños! —gimoteó Cetrespeó—. Me pregunto con qué frecuencia se dan casos de cuidadores que pierdan a los niños que les han sido confiados...

Chewbacca le gruñó.

—¿Por qué no me escuchaste, Chewbacca? —preguntó Cetrespeó—. Ama Leia te hará afeitar de la cabeza a los pies para poder hacerse una alfombra nueva con tu pelaje... Serás el primer wookie calvo de la historia.

Chewbacca aulló una sugerencia mientras avanzaban a toda velocidad por los pasillos, continuando con su inspección del Zoo Holográfico para Animales Extinguidos.

—Si quieres puedes ir a la sala de control —siguió diciendo Cetrespeó—. Creo que deberíamos dar la alarma ahora mismo. Pedir ayuda es un recurso totalmente legítimo y aceptable, ¿no? Después de todo, se trata de una emergencia...

Cetrespeó encontró la alarma contra incendios y la activó con una mano dorada. Después buscó entre los dioramas holográficos hasta que descubrió una alarma de seguridad, y presionó el botón sin vacilar.

—Bien, con eso debería bastar —dijo.

Chewbacca pegó la boca al rostro de Cetrespeó y dejó escapar un gruñido lo suficientemente estrepitoso para que los sensores auditivos del androide tuvieran que llevar a cabo una recalibración. Después alzó en vilo a Cetrespeó cogiéndolo con sus peludas manazas de wookie y echó a correr por el pasillo llevándolo en brazos.

—De acuerdo, hazlo a tu manera —dijo Cetrespeó—. Iremos al centro de control y desconectaremos todos los hologramas.

Jacen y Jaina iban descendiendo por la viscosa superficie del túnel, moviéndose a tientas a lo largo de ella. No tenían ni idea de adónde iban, pero sabían que tenían que encontrar algún camino que los llevara de vuelta a su casa.

Jacen alzó los brazos, no encontró el techo y se puso en pie. Los gemelos no podían ver nada en la oscuridad, sólo una tenue claridad muy por delante de ellos. Fueron avanzando en esa dirección, pero esta vez con mucha más cautela que antes porque temían encontrarse con otro ogro. Jacen captó el olor de la carne asada y oyó voces guturales, las primeras voces humanas que habían oído desde que decidieron volver a casa sin Cetrespeó y Chewbacca.

Jacen se dispuso a avanzar hacia la luz, pero Jaina detuvo a su hermano poniéndole una mano sobre el brazo.

—Ten cuidado... —dijo.

Jacen asintió y se llevó un dedo a los labios como recordatorio de que no debían hacer ningún ruido. Los gemelos fueron avanzando poco a poco con los corazones latiéndoles a toda velocidad. Ya podían oler los deliciosos aromas de la comida. Y también podían oír el chisporroteo de las llamas y las voces que hablaban tranquilamente.

Llegaron a una esquina y asomaron la cabeza con mucha cautela para ver una gran sala medio en ruinas que había sido una sala de recepción de nivel inferior hacía miles de años. Jacen y Jaina pudieron ver una hoguera, siluetas vestidas con harapos que iban y venían por entre las luces y las sombras, hileras de cristales de luz que despedían una débil claridad, las masas oscuras salpicadas de lucecitas parpadeantes de unos ordenadores..., y de repente muchas manos silenciosas surgieron de la nada a su alrededor y los agarraron.

Los brazos eran fuertes y nervudos, y su presa era muy sólida. Cinco centinelas actuaron al unísono, sujetando a Jacen y Jaina y alzándolos en vilo antes de que tuvieran ninguna posibilidad de ofrecer resistencia.

Los centinelas rieron mientras los niños lanzaban chillidos de terror. Las siluetas congregadas alrededor de la hoguera saludaron a los centinelas con gritos de alegría cuando trajeron a los gemelos al interior del círculo de claridad.

Las alarmas parpadeaban y atronaban en el centro de control del Zoo Holográfico. Las luces rojas se encendían y se apagaban, y los guiños de las luces amarillas formaban pautas indescifrables.

Cetrespeó quedó bastante impresionado ante la conmoción que había logrado producir con sólo activar unos cuantos sistemas de seguridad.

El androide de control del zoo estaba sentado en el centro de un banco de ordenadores de forma octagonal. Tenía una cabeza esférica rodeada por sensores ópticos instalados a intervalos de treinta y seis grados. El androide de control contaba con ocho miembros segmentados que iban y venían por encima de los paneles, manipulando los botones en un revuelo de movimientos velocísimos que hacía pensar en una batería de cañones desintegradores automatizada lanzando andanadas.

—Permiso denegado —dijo el androide de control.

Chewbacca rugió, pero el androide de control se limitó a hacer girar su cabeza esférica e ignoró el estallido de ira del wookie.

—Me siento en la obligación de advertirte que es ampliamente sabido que un wookie enfurecido suele dedicarse a arrancar miembros del cuerpo más próximo —dijo Cetrespeó mirando al otro androide—. Bien, pues creo que mi amigo Chewbacca está a punto de perder el control de sí mismo...

Chewbacca se inclinó hacia adelante sobre uno de los paneles de control segmentados, lo agarró con sus peludas manos y volvió a rugir con las fauces pegadas a un conjunto de ojos múltiples.

—El permiso sigue siendo denegado —dijo el androide de control.

—¡Pero es que no lo entiendes! —insistió Cetrespeó—. Hay dos niños extraviados dentro de tu Zoo Holográfico. Si accedieras a desconectar los generadores de imágenes, podríamos inspeccionar los hábitats y encontrarlos.

—La petición es inaceptable —dijo el androide de control—. Desconectar los generadores de imágenes causaría molestias y perturbaciones excesivas a los otros usuarios de las instalaciones.

Cetrespeó le contempló con indignación y apoyó los brazos metálicos en las caderas.

—Pero cuando lo recorrimos el zoo parecía estar vacío. ¿Cuántos clientes están utilizando las instalaciones en este momento?

—Ese dato es irrelevante —replicó el androide de control—. Una acción semejante está estrictamente prohibida salvo en un estado de extrema emergencia.

Cetrespeó alzó sus manos doradas hacia el techo.

—¡Pero esto es una emergencia!

Chewbacca ya parecía haberse hartado de pedir las cosas con educación. El wookie tensó los puños y los dejó caer sobre la primera hilera de controles, haciendo añicos las relucientes planchas negras y destrozando las conexiones de los circuitos.

Las chispas brotaron del panel. La cabeza del androide de control giró sobre su eje como un planeta bruscamente arrancado a su órbita.

—Discúlpeme, pero debo pedirle que tenga la bondad de no tocar los controles —dijo.

Chewbacca fue hacia el segundo segmento del tablero octagonal y descargó sus puños sobre él. El androide de control agitó frenéticamente sus ocho miembros articulados e intentó pasar las funciones de los circuitos destrozados a los sistemas que todavía seguían funcionando.

—Debo admitir que tu entusiasmo compensa cualquier posible falta de delicadeza en la que puedas incurrir, Chewbacca —dijo Cetrespeó.

El wookie sólo necesitó unos segundos para destrozar todo el conjunto de controles. El androide de control se encontró con que ya no había ni un solo sistema generador de hologramas en funcionamiento, y dobló sus ocho brazos articulados como si fuese un insecto muerto, sumiéndose en lo que parecía una rabieta.

Chewbacca tiró de un brazo mecánico de Cetrespeó y llevó casi a rastras al androide de protocolo de vuelta a los hábitats holográficos. Todas las salas se habían convertido en recintos vacíos de paredes cubiertas por baldosas blancas con generadores de hologramas estratégicamente instalados en los ángulos de cada recinto. Algunos visitantes habían dejado caer desperdicios entre las ilusiones, y el suelo estaba cubierto de trozos de papel, envoltorios de caramelos y golosinas no orgánicas a medio consumir que no se habían descompuesto.

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