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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El dragón en la espada (15 page)

BOOK: El dragón en la espada
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—Bien —dijo Von Bek más tarde, mientras se secaba con la toalla—, si no me esperasen asuntos urgentes con el canciller de Alemania, pensaría que Barobanay es un lugar excelente para pasar unas vacaciones, ¿verdad?

—Oh, desde luego —respondí, distraído—. Sin embargo, amigo mío, creo que pronto estaremos muy ocupados. Estas mujeres opinan que traernos aquí era una cuestión urgente, pero sigo sin comprender por qué llamaban a Sharadim y no a mí. ¿Le ha dado Alisaard más explicaciones?

—Me parece que para ella se trataba de una cuestión de principios. No quería creer que un hombre les fuera de alguna utilidad. Supongo que se basa en su propia experiencia. Además, estaba el asunto del asesinato, o del probable asesinato.

—¿Cuál? ¿El que dicen que planeé? ¿Piensan ahora que conseguí asesinar a mi hermana gemela?

—Oh, no, desde luego que no. —Von Bek se frotó el cabello—. ¿No estaba usted presente cuando Alisaard lo mencionó? Por lo visto, es muy probable que el príncipe Flamadin haya muerto. La historia que nos contaron en Maaschanheem es el reverso de la verdad. ¡Parece que Flamadin fue asesinado siguiendo instrucciones de la mismísima Sharadim! —Von Bek lo encontraba divertido. Rió y me palmeó el hombro—. El mundo da muchas vueltas, ¿eh, amigo mío?

—Oh, sí —corroboré, notando que el corazón se me aceleraba de nuevo. —El mundo da muchas vueltas...

2

—Lo primero que debemos deciros —empezó lady Phalizaarn, poniéndose de pie entre las mujeres sentadas— es que nos hallamos en grave peligro. Hemos intentado durante muchos años localizar a nuestro pueblo, los Eldren, y reunimos de nuevo con él. Nuestro método de perpetuar la raza, como ya os imaginaréis, nos resulta muy desagradable. No hace falta decir que tratamos bien a los hombres seleccionados y que les concedemos casi todos los privilegios de la comunidad, pero el proceso global es contrario a la naturaleza. Preferiríamos procrear mediante la unión con alguien que accediera de buen grado. Últimamente, nos hemos embarcado en una serie de experimentos destinados a localizar a nuestra raza. Una vez conseguido, creemos que estaremos en condiciones de reunimos con ella. Sin embargo, hemos hecho una serie de descubrimientos inesperados. Aún más, nos hemos visto obligadas a transigir y, por último, algunas de nosotras han tomado direcciones equivocadas. Ahora, por ejemplo, vuestra hermana Sharadim sabe mucho más de lo que habríamos permitido, de haber conocido su carácter.

—Tendréis que aclararme muchos puntos oscuros respecto del asunto —dije.

Von Bek y yo estábamos sentados, con las piernas cruzadas, frente a las mujeres, la mayoría de las cuales eran de edad similar a la de Phalizaarn, aunque había algunas más jóvenes y dos más ancianas. Alisaard no estaba presente, ni tampoco ninguna de las que nos habían rescatado del casco de Armiad.

—Lo haremos —prometió la Anunciadora Electa.

Sin embargo, antes pasó a describir brevemente la historia de su pueblo. Un puñado de supervivientes habían conseguido ocultarse de las numerosas fuerzas de bárbaros humanos. Por fin, decidieron escapar a un reino al que no pudieran seguirles los Mabden. Allí empezarían una nueva vida. Habían explorado otros planos, pero deseaban encontrar uno no colonizado por los humanos. Idearon un medio de llegar a un mundo que poseyera tal característica. Los primeros exploradores habían traído consigo dos grandes animales, cuya curiosidad les había impulsado a seguir a los exploradores. Se sabía ya que estos animales poseían medios de volver a su mundo, creando un nuevo portal entre las barreras. Los Eldren decidieron dejarlos en libertad a seguirlos. Aquellas bestias no eran hostiles con los Eldren. Existía cierto respeto mutuo entre ellos, difícil de precisar. Los Eldren pensaban que no les resultaría difícil vivir en el mismo mundo que los animales. Un grupo siguió al macho por el portal que había creado. El segundo grupo, formado por mujeres, se preparó para seguirles un poco después, cuando los hombres hubieran comprobado que no existía peligro. Esperaron y, al enterarse de que no lo había, enviaron por la brecha a la hembra. Sin embargo, cuando la estaban siguiendo desapareció de repente. Presintieron que tenía lugar una lucha, que el animal trataba de prevenirlas, y se encontraron de improviso en este mundo. De alguna manera, el animal que les guiaba hacia la seguridad se había perdido, o lo habían secuestrado.

—El portal se había desplazado —prosiguió Phalizaarn—. Los planos del multiverso se intersecan como los dientes de las ruedecillas en un reloj. Una oscilación del péndulo y te encuentras en un mundo por completo diferente, quizá distante muchas épocas del que buscabas. Eso fue lo que nos ocurrió. Hasta hace poco no supimos qué había sido del animal que iba a guiarnos. Para sobrevivir, nos vimos forzadas a utilizar nuestros conocimientos de alquimia, a fin de poder reproducirnos con los varones venidos de dimensiones humanas. A la larga, descubrimos que podíamos comprar esos varones a varios comerciantes de los Seis Reinos. Los reinos sólo se cruzan en la Asamblea. En ocasiones, sin embargo, no es difícil visitar uno o dos cuando queremos. Entretanto, nos hemos consagrado al estudio de lo que constituye el multiverso, de cómo y cuándo se intersecan las órbitas de ciertos reinos. Gracias a nuestras médiums, las mismas que contactaron con vos, confundiéndoos con Sharadim, nos hemos comunicado contadas veces con los hombres de nuestro pueblo. Llegamos a la conclusión de que la única manera de llegar hasta ellos era encontrar al animal que nos iba a guiar. Después, hace algunos años, nos topamos con un problema todavía más inquietante. Descubrimos que las hierbas que utilizamos en nuestros procesos alquímicos para perpetuarnos comenzaban a escasear. Ignoramos por qué. Tal vez un cambio climático. Cultivamos plantas muy similares en nuestros jardines especiales, pero no tienen exactamente las mismas propiedades. Cada vez nos quedan menos reservas. Casi no tenemos hijas. Pronto no tendremos ninguna. Nuestra raza peligrará. Por eso la búsqueda de ayuda se hizo más perentoria. Después, un hombre nos dijo que sabía dónde encontrar al animal, pero que un solo ser en todo el multiverso estaba destinado a encontrarlo. Llamó a ese ser el Campeón Eterno.

—No sabíamos si era hombre o mujer, humano o Eldren —intervino otra consejera, que estaba sentada en el suelo—. Sólo contábamos con la Actorios. La piedra.

—Dijo que os encontraríamos por medio de esta piedra —siguió Phalizaarn. La sacó de una bolsa que llevaba colgada de la cintura y la sostuvo sobre la palma de la mano—. ¿La reconocéis?

Algo de mí reconoció la piedra, pero el recuerdo no acudió a mi mente. Hice un gesto de impotencia.

—Bien, ella parece conoceros —sonrió Phalizaarn.

La gema, oscura como el humo, salpicada de colores indefinibles e inquietantes, casi parecía agitarse en su palma. Experimenté una urgente necesidad de poseerla. Quise alargar la mano y arrebatársela, pero me contuve.

—Tuya es —dijo una voz detrás de mí. Von Bek y yo nos volvimos—. Tuya es. Cógela.

El gigante negro Sepiriz, que ya no iba ataviado de negro y amarillo, sino de púrpura, me miró con una especie de divertida compasión.

—Siempre te pertenecerá, dondequiera que la veas —continuó—. Cógela. Te será de ayuda. Aquí ya ha cumplido su misión.

La piedra estaba caliente. Parecía carne. Me estremecí cuando la encerré en mi puño. Tuve la impresión de que me llenaba de energía.

—Gracias. —Me incliné ante la Anunciadora Electa y Sepiriz. Guardé la gema en la bolsa de mi cinturón—. ¿Eres su oráculo, Sepiriz? ¿Las abrumas de misterios, como a mí?

Sólo podía hablar con afecto.

—La Actorios se sentará algún día en el Anillo de los Reyes —dijo el gigante—. Y tú la llevarás. De momento, tendrás que participar en un juego. Un juego, John Daker, en el que podrás ganar al menos una parte de lo que más deseas.

—No es una promesa muy concreta, señor caballero.

—Sólo me atrevo a ser concreto en algunos asuntos. Ahora mismo, la balanza se encuentra singularmente equilibrada. No quiero moverla ni un ápice. En esta fase no. ¿Te ha descrito mi señora Phalizaarn el animal hembra?

—Recuerdo muy bien el conjuro —le dije—. Era un dragón. Y creo que lo retienen prisionero. Querían que yo, o Sharadim, liberase al monstruo. ¿Está atrapado en un mundo que sólo yo puedo visitar?

—No exactamente. Se encuentra atrapado en un objeto que sólo tú estás calificado para empuñar...

—¡La maldita espada! —Retrocedí, meneando la cabeza con violencia—. ¡No! No, Sepiriz, no la volveré a llevar. La Espada Negra es perversa. No me gusta la transformación que opera en mí.

—No es la misma espada —repuso Sepiriz con calma—. En este plano no. Algunos dicen que las espadas gemelas son la misma. Otros que posee un millar de formas. Yo no lo creo. La hoja fue forjada para acoger lo que llamaríamos un alma; un espíritu, un demonio, como quieras, y por una desdichada coincidencia el dragón hembra quedó atrapado en ella, llenando el vacío que existe en el interior de la hoja.

—Seguro que esos dragones son monstruosos. Y la espada...

—El tiempo y el espacio son detalles sin importancia, irrelevantes para las fuerzas de las que hablo, y de las que debes saber algo —prosiguió Sepiriz, irguiendo la cabeza—. No hace mucho tiempo que se forjó la espada. Los que la hicieron aún no habían concluido su trabajo, y la hoja se estaba enfriando, cuando se produjo un gigantesco movimiento que conmocionó el multiverso. Incluso entonces, el Caos y la Ley lucharon por la posesión de la espada y su gemela. Las dimensiones se deformaron, historias enteras quedaron alteradas en cuestión de momentos, las mismas leyes de la naturaleza cambiaron. Fue entonces cuando el dragón, el segundo dragón, trató de atravesar las barreras que separaban los reinos e irrumpió en su propio mundo. Una coincidencia inexplicable. Como resultado de aquellas inmensas conmociones, quedó atrapado en el interior de la espada. Ningún conjuro logró liberarlo. La espada fue diseñada para ser habitada. Consumada la posesión, tan sólo bajo portentosas circunstancias sería posible liberar aquello que la habita. Únicamente tú puedes liberar al dragón. Es un objeto muy poderoso, aun sin ti. En otras manos podría dañar todo cuanto estimamos, tal vez destruirlo para siempre. Sharadim cree en la espada. Oyó las voces que la llamaban. Formuló ciertas preguntas y recibió ciertas respuestas. Ahora, desea poseer ese objeto poderoso. Su plan es gobernar los Seis Reinos de la Rueda. No le costaría mucho con la Espada del Dragón.

—¿Cómo has averiguado que se trata de una mujer malvada? —pregunté a Sepiriz—. Los habitantes de los Seis Reinos, al menos la mayoría, creen que es la virtud personificada.

—Muy sencillo —intervino lady Phalizaarn—. Lo descubrimos hace muy poco, después de una expedición comercial a Draachenheem. Compramos un grupo de varones; todos habían trabajado en la corte. Muchos eran nobles. Sharadim nos los vendió para asegurarse de su silencio. Como se supone que nos comemos a los hombres que compramos, es frecuente que nos utilicen para desembarazarse de personas indeseables. Varios de esos hombres habían sido testigos de que Sharadim envenenó el vino que os ofreció cuando regresasteis de alguna aventura. Sobornó a unos cuantos cortesanos para que la secundaran. A los demás los arrestó bajo la acusación de conspiradores y secuaces de Flamadin, y luego nos los vendió.

—¿Por qué quiso envenenarme?

—Os habíais negado a casaros con ella. Odiabais sus intrigas y su crueldad. Alentó durante años vuestras aventuras allende las fronteras del reino. Convenía a vuestro temperamento, y ella os aseguraba que el reino estaba a salvo en sus manos. Poco a poco, sin embargo, empezasteis a daros cuenta de lo que hacía, de que corrompía todo cuanto vos considerabais noble, preparando a Draachenheem para la guerra contra los otros reinos. Jurasteis que lo contaríais todo en la siguiente Asamblea. En el ínterin, comprendió algo de lo que habían dicho las mujeres Eldren. Se dio cuenta de que era a vos a quien invocaban. Tenía varios motivos para asesinaros.

—Entonces, ¿cómo es que me encuentro aquí?

—Convengo en que es desconcertante. Algunos de los hombres que compramos os vieron muerto. Rígido y exangüe, dijeron.

—¿Qué fue de mi cadáver?

—Algunos creen que todavía sigue en poder de Sharadim, que practica los ritos más execrables con él...

—Si no soy el príncipe Flamadin, la pregunta pertinente es: «¿Quién soy yo?».

—Eres el príncipe Flamadin —afirmó Sepiriz—. Todos estamos de acuerdo en ese punto. Lo que aún está por decidir es cómo escapaste...

—¿Deseas, pues, que vaya en busca de esa hoja? Y después ¿qué?

—Es preciso llevarla al Terreno de la Asamblea. Las mujeres Eldren sabrán lo que debe hacerse.

—¿Tenéis idea de dónde se halla la espada? —pregunté a lady Phalizaarn.

—Nuestros únicos datos se reducen a simples rumores. Ha cambiado de manos más de una vez. Casi todos los que han intentado utilizarla para sus propósitos particulares han encontrado una muerte horrible.

—¿Por qué no dejamos que Sharadim dé con ella? Cuando haya muerto, os traeré la espada...

—Las bromas nunca han sido tu fuerte, Campeón —dijo Sepiriz, casi con tristeza—. Es posible que Sharadim cuente con medios para controlarla. Puede que haya ideado un método para volverse invulnerable a su maldición. No es estúpida ni ignorante. Cuando encuentre la espada, conocerá la mejor forma de utilizarla. Ya ha enviado a sus esbirros a recabar información.

—¿Sabe, pues, más que tú, lord Sepiriz?

—Sabe algo. Y eso es más que suficiente.

—¿He de apoderarme de la hoja antes que ella, o debo detenerla como sea? No acabas de explicar con claridad lo que esperas de mí, mi señor.

Sepiriz sabía que le estaba oponiendo resistencia. No tenía el menor deseo de poner mis ojos en otra arma como la Espada Negra, y mucho menos la mano.

—Espero que cumplas tu destino, Campeón.

—¿Y si me niego?

—Jamás disfrutarás de una pizca de libertad, eternidad tras eternidad. Sufrirás mucho más que aquellos a quienes tu egoísmo condenará a un horror infinito. El Caos desempeña un papel importante en todo esto. ¿Has oído hablar del archiduque Balarizaaf? Es el más ambicioso Señor del Caos. Sharadim está negociando con él; le ofrece una alianza. Si el Caos reclama los Seis Reinos, significará la destrucción más espantosa, una agonía pavorosa para los pueblos conquistados, Eldren o humanos. A Sharadim sólo le importa el poder, por medio del cual se librará a sus perversos caprichos. Es el instrumento perfecto para el archiduque Balarizaaf, quien comprende mejor que ella el significado de la espada.

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