Read El enigma de la Atlántida Online

Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (23 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
12.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Estás sonriendo —comentó Leslie, sentada a su lado en el banco. De vez en cuando los golpes de las olas hacían que sus cuerpos se acercaran de una forma demasiado agradable y tentadora.

—¿Sí? —Se tocó la cara para comprobarlo, pero sí, lo estaba haciendo—. Será por la compañía.

Leslie sonrió también.

—Me sentiría halagada si así fuera, pero es una tontería pensar que ésa es la razón.

—Es esta ciudad —confesó Lourds—. Algunas de las mejores mentes de este mundo vivieron aquí. Escribieron libros, obras de teatro y poesía que todavía se estudian en nuestros días. Familias de la realeza, casas de mercaderes e imperios nacieron y murieron aquí —dijo Lourds, pero se calló antes de dar comienzo a un sermón.

—¿Has estado alguna vez en algún sitio que no te haya maravillado?

Lourds negó con la cabeza.

—Nunca. Al menos no en los lugares que tienen historia. He estado en sitios de los que sabía muy poco, pero al conocer la lengua de las personas que los habitaban pude encontrar historias y sueños con los que asombrarme. Las sociedades y las culturas son únicas y extraordinarias, pero aún son mejores cuando se yuxtaponen, cuando chocan o compiten.

—¿Te refieres a guerras? Eso no parece muy agradable.

—La guerra no lo es, es simplemente parte del proceso de civilización del mundo. Si no hubiera guerras, la gente no tendría oportunidad de aprender nada de otra gente. No intercambiarían ideas, pasiones e idiomas. Todo el mundo conoce el impacto que tuvieron las cruzadas en la civilización de aquellos tiempos, en cuestión de alimentos, matemáticas y ciencia. Pero pocos se dan cuenta de que los chinos, con sus enormes juncos, algunos de hasta casi doscientos o doscientos cincuenta metros de largo, tuvieron relación con muchas culturas en su apogeo.

—Pero ¿esa yuxtaposición no destruía las lenguas y las adulteraba haciendo que ya no fueran puras?

—Seguramente, pero las raíces de la lengua original seguían allí, y la superposición de lenguas permite estudiarlas mejor. Sus semejanzas, sus diferencias. Consigue aumentar la comprensión que un lingüista pueda tener de ellas.

—Me fío de lo que dices. —Leslie parecía un tanto sombría—. En otro orden de cosas, he hablado esta mañana con mi 184 productor. Nos ha concedido más tiempo para seguir con esta historia, pero empieza a presionarme para que le enseñe algo.

Lourds pensó un momento.

—¿Le has hablado del címbalo?

—Me dijiste que no lo hiciera.

Se dio cuenta de que no había contestado su pregunta, pero lo dejó pasar.

—Quizá deberías contárselo.

—¿Y que vamos camino del Instituto Max Planck para estudiar la trata de esclavos?

—Sí, pero eso tendrá que mantenerlo en secreto de momento.

—Muy bien —aceptó mientras contemplaba la ciudad—. ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí?

—Saldremos hacia Leipzig enseguida. Halle está a menos de una hora en coche desde Leipzig, pero alquilar una habitación allí puede ser más problemático. Josef también me dijo que en un sitio tan pequeño como Halle sería muy fácil encontrarnos, así que lo ha arreglado todo. Se supone que habrá un coche esperándonos en tierrafirme.

—¿Señor Lourds?

Lourds estudió a la mujer de mediana edad que estaba sentada en la terraza de una cafetería, con un helado en forma de flor y adornado con una galleta.

—Le he reconocido por la foto que me ha enviado Josef —dijo abriendo una carpeta para enseñarle la fotografía que Danilovic le había sacado la noche anterior.

En la imagen, Lourds sujetaba una copa de coñac y un puro. No parecía un fugitivo, ni en la foto ni en persona, pero se le había helado la sangre al oír pronunciar su nombre.

—Se parece mucho, es un hombre guapo —aseguró la mujer.

—Gracias.

Leslie se colocó suavemente a su lado y le cogió por el brazo.

La mujer miró primero a Lourds y luego a Leslie. Volvió a sonreír, pero esa vez no de forma tan amistosa.

—Josef quería que le entregara este paquete.

Lourds cogió el sobre de papel Manila que le ofrecía.

—En el interior están las llaves de un coche de alquiler e instrucciones para localizarlo. —Se levantó y cogió su helado—. Espero que tengan un viaje seguro y productivo.

—Gracias —se despidió Lourds.

—Y si alguna vez viene a Venecia y no tiene que hacer de canguro, avíseme. —La mujer le entregó una tarjeta de visita y, tras darse la vuelta elegantemente, se alejó de una forma que hizo que Lourds y Gary no le quitaran los ojos de encima.

Lourds olió la tarjeta, estaba perfumada con lilas.

Leslie se la quitó de las manos.

—Créeme, no la vas a necesitar —dijo tirándola en la primera papelera que encontró después de sacarlo de la terraza hacia la calle.

Lourds no le dio importancia. Tenía una memoria fotográfica para los números de teléfono, incluso los internacionales.

Leipzig, Alemania

28 de agosto de 2009

A pesar de no haber conducido nunca por una autopista alemana, Natashya demostró saber hacerlo muy bien. A Lourds no le sorprendió, porque ya la había visto conducir en Moscú. Gary y Leslie iban en el asiento trasero del coche alquilado y maldecían o gritaban respectivamente cuando Natashya serpenteaba entre el rápido y frenético tráfico.

El hotel Radisson SAS de Leipzig estaba situado en el centro, en Augustusplazt. Dejaron el vehículo en el garaje y entraron en el vestíbulo.

—Voy a comprobar las habitaciones. ¿Por qué no buscáis algo de comer? —sugirió Leslie.

Habían estado conduciendo unas cuantas horas y sólo habían parado para repostar gasolina. Lourds tenía hambre, pero como era bastante tarde —pasadas las once de la noche— dudó mucho que encontraran un restaurante abierto en el que quisieran servirles. Sus miedos se vieron confirmados cuando apareció la recepcionista.

—Me temo que el restaurante Orangerie está cerrado —dijo la joven sonriendo para disculparse—. Pero el bar del salón y el del vestíbulo están abiertos, aunque su menú es muy limitado.

—Gracias —dijo Leslie. Las cosas mejoraban. Al menos no se morirían de hambre.

La recepcionista sonrió a Lourds.

—Si necesita alguna otra cosa, hágamelo saber, cualquier cosa. —Un montón de posibilidades brillaban en sus ojos.

—¿Siempre consigues una respuesta tan genial con las mujeres, tío? —le preguntó Gary en voz baja mientras se alejaban de la recepción—. Porque si es así, no lo entiendo.

—No —respondió Lourds sin darle más explicaciones.

Más tarde, después de haber tomado unos aperitivos, entrantes y postres, Lourds se recostó en uno de los grandes sillones y miró los televisores. Había muy poca gente en el salón.

La conversación era superficial y cansada, pero se centraba en la reunión con el catedrático Joachim Fleinhardt del Instituto Max Planck. Lourds se había puesto en contacto con él de camino y había concertado una cita para la mañana siguiente.

—Bueno, creo que he disfrutado de toda la diversión que soy capaz de disfrutar en un día. Me voy a la cama. Parece que mañana va a ser un día muy especial —se despidió Leslie.

—Seguramente. En una investigación nunca se sabe lo que se puede descubrir —comentó Lourds.

Leslie le dio un golpecito en el hombro.

—Tengo fe en ti. La catedrática Hapaev creía tener una respuesta acerca del origen del címbalo y depositó su confianza en ti. Creo que estamos en buenas manos.

Lourds agradeció el cumplido, pero sabía por experiencia que, si se habían hecho ilusiones, las universidades y los periodistas tendían a enfadarse cuando alguien no les mostraba algo increíble.

—Yo también me voy a la cama —dijo Gary.

—¿Tú? ¿A dormir? —preguntó Lourds. De todos ellos, Gary parecía el que menos dormía.

—Tienen televisión por cable —contestó éste sonriendo—. Eso significa o animación para adultos en Cartoon Network o porno. Cualquiera de las dos opciones estará bien.

Lourds se volvió hacia Natashya.

—¿Y tú?

—¿Yo qué? —replicó. Estaba sentada frente a él. A pesar de que parecía relajada, sabía que estaba continuamente alerta. Controlaba todo y a todo el que se movía por el vestíbulo.

—¿Demasiado cansada para una copa? Pago yo.

—¿Intentando ser amable, señor Lourds?

Éste se encogió de hombros.

—Que te vayas a tu habitación y te quedes allí mirando a las paredes me preocupa un poco. No has podido dormir en el coche.

—Dormir es necesario cuando te persiguen. Me siento más segura cuando nos movemos.

La idea de ser cazados lo desconcertó; su cara debió mostrarlo.

—Tienes los ojos tan fijos en el trofeo que te olvidas de que otros hacen lo mismo. El problema es que el trofeo somos nosotros. Somos una amenaza para todo lo que hagan.

—¿Y no pueden conseguirlo?

Natashya negó con la cabeza.

—Parece que no. Si no, no habrían enviado a Gallardo para que nos persiguiera.

—¿Cómo nos encontraron en Odessa?

Una triste y forzada sonrisa se dibujó en los labios de la inspectora.

—Ésa es la cuestión, ¿verdad? ¿Cómo crees que nos encontró Gallardo?

—Si estuviéramos en una novela de espías uno de nosotros llevaría un dispositivo que pudieran rastrear, pero no hemos tenido el suficiente contacto con Gallardo o sus secuaces para que pasara algo así.

—Estoy de acuerdo.

—Y su presencia en Odessa no fue una coincidencia.

—Si pensaras algo así, aunque fuera por un momento, creería que eres peligrosamente ignorante. Para ser catedrático de universidad, tu habilidad para la supervivencia es impresionante.

—Aunque no tengo la suficiente como para evitar que me maten.

—Probablemente no.

—Eso es cruelmente sincero —protestó Lourds.

—Vivirás más si te trato así.

—Eso sólo deja una posibilidad, y me niego a aceptarla.

—Entonces eres más tonto de lo que creía —dijo mostrando decepción en su hermoso rostro.

—¿Estás insinuando que alguien, Leslie, Gary o Josef, nos ha traicionado?

—Gallardo y sus hombres se acercaron demasiado a nosotros. Eso es algo más que decirles simplemente que estábamos en Illichivsk.

Lourds aceptó el hecho en silencio.

—Ha de haber otra respuesta.

—La hay. Puedo ser yo la que nos haya delatado.

Aquello sorprendió a Lourds.

Natashya lo miró y ladeó la cabeza, parecía confusa.

—¿Eso no te entraría de ninguna forma en la cabeza?

—No —contestó Lourds con sinceridad.

—¿Por qué?

—Eres la hermana de Yuliya. No harías algo así.

—Eres un hombre de mundo, Lourds, pero ¿sabes lo que más le gustaba a mi hermana de ti?

Se encogió de hombros.

—Tu ingenuidad. Siempre me decía que eras uno de los hombres más inocentes que había conocido —dijo al tiempo que se levantaba—. Nos toca madrugar mucho. Te aconsejo que descanses un poco. Buenas noches.

—Buenas noches.

Observó cómo se alejaba. Tenía una hermosa forma de andar y una figura de la que presumir. Se fijó en ambas cosas de un modo que no le pareció nada inocente.

13
Capítulo

Instituto Max Planck de Antropología Social

Halle del Saale, Alemania

29 de agosto de 2009

C
onoce la labor que lleva a cabo el Instituto de Antropología Social, señor Lourds?

Joachim Fleinhardt resultó ser una persona muy interesante. Por su conversación telefónica, breve y concisa, Lourds esperaba que fuera un tipo patoso y corpulento que pasaba demasiadas horas en el laboratorio.

Resultó medir uno ochenta como poco y ser un sorprendente ejemplo de energía híbrida. Les confesó que su padre se había casado con una piloto militar negra de Estados Unidos. Los genes de aquella mezcla eran evidentemente superiores. El puesto de Fleinhardt en el instituto y su reputación indicaban que era una persona brillante. Su piel mostraba una hermosa mezcla de colores, oscura y suave, y era esbelto y apuesto. Se movía como un atleta profesional. Sólo eso ya era intimidante.

También iba vestido de forma impecable, lo que hizo que Lourds se sintiera extraño con vaqueros cortos y la camisa suelta desabrochada sobre una camiseta de fútbol. Iba vestido de acuerdo con la estación, pero no para un entorno de investigadores.

—He de admitir que no lo conozco como me gustaría.

Fleinhardt avanzaba por los prístinos pasillos del instituto con autoridad y la gente le cedía el paso.

—Mi grupo trabaja en integración yconflicto —les explicó.

—¿Estudio de guerras tribales?

—Y de la trata de esclavos. Me temo que no hay una sin otra. Cuando los europeos llegaron a África, sobre todo a África del Norte, e introdujeron unos mercados que los yoruba y el resto de las tribus no conocían, cambiaron por completo sus vidas.

—Normalmente es lo que hace el comercio, para bien o para mal.

—Investigamos y documentamos la integración y los conflictos porque creemos que esos elementos designan mejor la identidad y diferencia entre culturas.

—Debido a su visión del parentesco, la amistad, la lengua y la historia.

—Exactamente. —Fleinhardt sonrió encantado—. La necesidad de las culturas de rituales y creencias nos da muchas claves para saber quiénes eran sus poseedores y con quién entraron en contacto.

—No sólo eso, sino que ayuda a establecer una línea en el tiempo.

—Me impresiona, está al día. En la actualidad hay mucha gente que no está a favor de la formación o las actividades multidisciplinarias —aseguró Fleinhardt asintiendo.

—De hecho, el proyecto me interesó. Además, los lingüistas, arqueólogos y antropólogos suelen beber de las mismas fuentes. En la actualidad resulta muy difícil estar al día en todo lo relacionado con la ciencia, pero intento complementarlo tanto como puedo.

—Ya. —Fleinhardt frunció el ceño con pena—. Me temo que estamos perdiendo el conocimiento básico. El lenguaje básico que utilizan los científicos para comunicarse. Pero las lenguas son su especialidad, ¿no es así?

—Sí. El problema del conocimiento básico es al que se enfrenta finalmente toda civilización en expansión. Incluso hace dos y tres mil años la tecnología avanzaba con demasiada rapidez como para que la gente pudiera acostumbrarse. El nacimiento de las bibliotecas, lugares en los que podía conservarse y compartirse el conocimiento, ayudó en cierta forma, pero hasta que apareció Gutenberg y su primitiva imprenta, compartir y distribuir seguían siendo un problema.

BOOK: El enigma de la Atlántida
12.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Project Reunion by Ginger Booth
The Warden by Anthony Trollope
The Cradle in the Grave by Sophie Hannah
The Alexandrian Embassy by Robert Fabbri
Otherwise Engaged by Amanda Quick
Such is love by Burchell, Mary