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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (45 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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—No sabía nada de todo esto —objetó.

La cámara enfocó una esquina cercana al hotel Hempel. Leslie parecía radiante con un micrófono en la mano: «Soy Leslie Crane, presentadora del programa
Mundos antiguos, pueblos antiguos
. Estoy segura de que muchos de ustedes han oído hablar del catedrático Thomas Lourds. Su traducción de
Actividades de alcoba
, todo un éxito de ventas, sigue siendo una de las obras más solicitadas en las librerías. Mientras rodábamos una sección de
Mundos antiguos, pueblos antiguos
, el catedrático Lourds descubrió una antigua campana que nos ha obligado a recorrer medio mundo. Pero fue aquí, en Londres, donde consiguió descifrar el código que ha ocultado los secretos de la Atlántida».

La imagen volvió al presentador: «La señorita Crane ha prometido ofrecernos más información en cuanto esté disponible. Pero hasta entonces aún nos queda por saber si el padre Sebastian y su equipo lograrán abrir la misteriosa puerta que conduce a las cuevas que afirma están conectadas con la Atlántida, o si la investigación del catedrático Lourds consigue darle un nuevo giro a esos trabajos».

Apagó el televisor. No quería ver más. Estaba herido en lo más profundo de su ser.

—¿No sabías nada de eso? —preguntó Wither.

—No, no lo sabía.

—¿Existe un código relacionado con la Atlántida?

—Creo que sí.

—Así que la historia es cierta.

—Que yo sepa, sí.

—Pero no sabías que iba a contársela a la CNN.

—No. Si me hubiera pedido permiso, no se lo habría dado. Lo sabía bien.

—Entonces, ¿por qué lo ha hecho?

—Para vengarse.

—¿Por qué iba a…? —Wither dejó la frase a medias, y Lourds se dio cuenta de que había hablado demasiado—. Por favor, Thomas, dime que no te has acostado con ella.

No contestó.

—¡Por Dios! ¡Si podría ser tu hija!

—Sólo si hubiera empezado a tener hijos muy joven —se defendió.

—Así pues, ¿voy a tener que enfrentarme a ese escándalo también?

—No habrá ningún escándalo.

—Por supuesto que lo habrá. ¿Cómo no va a haberlo? Eres el único catedrático lo suficientemente bien parecido como para salir en
Good morning, America
, lo suficientemente rápido como para intercambiar pullas con Jon Stewart en
The Daly Show
, y que consigue rebajarse a los peores intereses pueriles y travesuras juveniles en el
The Jerry Springer Show
, gracias a tus indiscreciones sexuales.

Personalmente no creía que el sexo tuviera que ser discreto; él siempre había sido responsable de sus escarceos. Pero la amonestación del deán le había sorprendido.

—No sabía que veías
The Jerry Springer Show
.

Wither inspiró profundamente y contó hasta diez.

—Deberías alegrarte de seguir conservando tu puesto.

—Lo hago, e incluso hay días en los que me sorprende.

—¿Te das cuenta de que va a dar la impresión de que intentas estar presente en todo lo que los medios de comunicación digan sobre las excavaciones?

—Sí.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—¿Tiene relación con la Atlántida?

—Eso creo.

—Entonces, por mucho que odie decirlo, ve allí y pruébalo. No se hace andar a mitad de camino.

Estaba seguro de que había mezclado los dichos, pero estaba demasiado cansado como para corregirle.

—De acuerdo.

—Asegúrate de que lo haces bien. Podemos conseguir muchas matrículas, y más subvenciones —le advirtió.

Bajó la cabeza. Aquello era a lo que se reducían las cosas para el deán. Se despidió y buscó los zapatos. Tenía que encontrar a Leslie; entonces iba a…

Se frenó, pues, en realidad, no sabía qué iba a hacer.

Se reunió con Natashya en el pasillo. La mujer rusa parecía lo suficientemente enfadada como para asesinar a alguien; Lourds sospechaba a quién.

—¿Has visto las noticias? —le preguntó en ruso mientras se dirigía hacia la puerta de Leslie.

—Sí, creo que debería hablar con ella.

—Creo que los dos deberíamos hablar con ella. Al contar toda esta historia habrá asustado a los responsables de la muerte de Yuliya.

Lourds no creyó que fuera el caso. Gallardo y sus secuaces habían demostrado que no tenían problemas a la hora de asesinar. Seguramente aquella pequeña intervención en la CNN no les preocupaba en absoluto.

—Esos tipos son duros, no se echan atrás en una pelea —aseguró.

—No, pero pueden escapar en todas direcciones como cucarachas. Será más difícil localizarlos —dijo Natashya al tiempo que se detenía en la puerta de Leslie para llamar con fuerza con los nudillos—. Tendríamos que haberla dejado en África.

Permaneció a su lado y esperó. Aquello se les estaba escapando de las manos. Casi sentía físicamente que desaparecía la posibilidad de descifrar las inscripciones.

—O en Odessa —añadió Natashya—. Deberíamos haberla dejado allí. —Volvió a llamar con más fuerza y lo miró—. ¿Qué has visto en ella?

Aquella pregunta lo desconcertó. Estaba seguro de que cualquiera respuesta actuaría en su contra. Prefirió seguir allí e intentar parecer una persona sabia y experimentada.

Natashya resopló furiosa.

—¡Hombres! —exclamó, como si fuera un insulto o un envase dejado en el frigorífico durante meses que se hubiera podrido y que apestara. Volvió a llamar.

Unas cabezas asomaron en la puerta de al lado y otras dos al otro lado del pasillo.

—Quizá deberían dejar de hacer ruido —les recomendó un hombre calvo.

—Asuntos de la Policía, señor —dijo Natashya en inglés, con ese oficioso tono policial que no le costaba adoptar—. Vuelva a su habitación, por favor.

Todos cerraron sus puertas a regañadientes.

Volvió a golpear y Lourds habría jurado que la puerta saltaba en las bisagras con cada golpe.

—¡Eh! —dijo Gary asomando la cabeza.

—Hola —lo saludó Lourds.

—¿Qué pasa? —preguntó Gary.

—¿Dónde está la arpía? —inquirió Natashya.

—Esto… No está aquí, se ha ido a casa.

—¿Cuándo?

—Después de grabar el tráiler para la nueva serie que quiere proponerle a su jefe.

—Acaba de salir en la CNN.

—¡Nooo!

—¡Sííí, tío!

—Se suponía que no iba a salir en televisión. Leslie los va a poner a parir.

—Grabó el tráiler para enseñárselo a su jefe, Philip Wynn-Jones. Pensaba que si la historia de la Atlántida salía bien, podría hacer otra serie, además de la que ya está haciendo.

—¿Sobre la Atlántida?

—Sí. Le envió las imágenes por Internet. Se suponía que sólo eran para uso corporativo. Era para darle algo en que apoyarse, a cambio del dinero que se ha gastado en llevaros por todo el mundo. Debe de haberla engañado.

—¿Y por qué iba a hacer algo así?

—Para obtener más publicidad para Leslie y para ti.

—¿Dónde vive? —preguntó Lourds.

Bookman House

Central London

13 de septiembre de 2009

Patrizio Gallardo estaba tenso en la furgoneta aparcada al otro lado de la calle donde estaba Bookman House. El vecindario era el normal en aquella zona, casas bajas y acceso cercano al metro. Era el tipo de sitio en el que viviría una joven profesional con ingresos modestos. Aunque las calles eran lo suficientemente oscuras como para que fuera una zona peligrosa.

Había conseguido la dirección en el fichero de personal de la empresa de Leslie. Cuando se enteró de que se había ido del hotel Hempel, confió en que apareciera por su casa.

Al fin y al cabo, ¿en cuántos sitios la recibirían bien?

—Ya la veo —dijo Cimino, que estaba sentado detrás del volante y vigilaba con unos anteojos de visión nocturna, e hizo un gesto con la cabeza hacia la parada de metro.

Creyó en la palabra de Cimino. En aquella oscuridad no 357 podía estar seguro. Se preguntó si Lourds seguiría sintiendo algo por ella después de la forma en que se había aprovechado de él con la entrevista para la CNN. Murani estaba hecho una furia con Leslie. El tiempo corría inexorablemente en su contra.

Y ni siquiera Murani podía detener el tiempo.

—Muy bien. ¿La ves? —preguntó Gallardo por el micrófono que llevaba junto a los auriculares.

—Sí —respondió inmediatamente DiBenedetto.

—Entonces, tráela —ordenó mientras observaba cómo Faruk y DiBenedetto salían de las sombras y se ponían a ambos lados de Leslie mientras ésta intentaba abrir la puerta.

La mujer se quedó inmóvil durante un momento y después asintió. DiBenedetto la cogió por el codo y la llevó hacia la furgoneta. Cualquiera que los hubiera visto habría pensado que eran unos enamorados que habían salido a dar un paseo.

Comprobó la hora. Pasaban seis minutos de las doce. Había comenzado otro día. Estaba satisfecho. Ya sólo le quedaba una cosa por hacer. Por suerte, tenía todas las de ganar.

DiBenedetto abrió la puerta, hizo entrar a Leslie y la empujó con fuerza hacia un asiento.

—Buenas noches, señorita Crane —la saludó Gallardo en inglés.

—¿Qué quieres de mí? —Intentó mostrarse desafiante, pero Gallardo vio que le temblaba el labio.

—Vas a hacer una llamada por mí —dijo afablemente volviéndose en su asiento para mirarla—. Después podrás irte.

—¿Esperas que me lo crea?

—Si no la haces, te sacaré las tripas y te tiraré al Támesis. ¿Me crees ahora? —dijo con tono amenazador y lanzándole una dura mirada.

—Sí —contestó con voz entrecortada. Las lágrimas se agolparon a sus ojos, pero consiguió contenerlas.

—Tu truquito en la televisión ha enfadado a mi jefe. Tu única forma de seguir viva es cooperar. —Sacó el móvil y se lo entregó—. Llama a Lourds.

Las manos le temblaban tanto que casi lo tira.

—No querrá hablar conmigo.

—Más te vale que lo haga.

Lourds estaba en su habitación cerrando la cremallera de la mochila cuando sonó el teléfono. Dudó si contestar, pero al final lo hizo. Seguramente el deán Wither no iba a llamarlo otra vez aquella noche.

Dio la vuelta a la cama y contestó.

—Sí.

—Thomas.

Reconoció inmediatamente la voz de Leslie. Sintió que la cólera le atravesaba como un destello al rojo vivo.

—¿Tienes idea de lo que…?

—Escucha, por favor.

La voz casi histérica que la atenazaba lo contuvo. La puerta se abrió y entró Natashya con la llave que le había dado. Lo miró medio enfadada. Evidentemente estaba lista para salir.

—Me han capturado, Thomas —susurró Leslie con voz ronca—. Gallardo y su gente. Me han secuestrado.

Sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Se sentó en la cama porque de pronto tuvo la impresión de que las piernas no iban a sostenerle.

—¿Estás bien?

Aquello atrajo la atención de Natashya. Se acercó a él y movió los labios sin hablar: «¿Leslie?».

Lourds asintió.

—No me han hecho daño.

«¿Quién la tiene?», preguntó Natashya moviendo los labios.

«Gallardo», contestó Lourds de la misma forma.

—¿Qué quieren? —preguntó.

—No lo sé, Thomas. Quiero que sepas que no tengo nada que ver con el reportaje de la CNN. No ha sido idea mía. No…

Enseguida se oyó una voz masculina.

—Señor Lourds, estoy en posición de hacerle una oferta.

—Le escucho.

—Mi jefe quiere los tres instrumentos que ha localizado.

—No tengo…

El sonido de un tajo en la carne lo dejó sin habla. Oyó que Leslie gritaba sorprendida y dolorida, y se echaba a llorar.

—Sé que sabe dónde están. Cada vez que me mienta le cortaré un dedo. ¿Me cree?

—Sí. —Lourds casi no consiguió oírse debido a lo tensa que salió su voz y repitió la respuesta—: Sí.

—Estupendo. Si actúa con rapidez podrá salvar la vida de la señorita Crane. Tiene una hora para conseguir los instrumentos y reunirse conmigo y con mis socios delante del hotel.

—No es suficiente tiempo.

La línea se cortó.

—¿Qué? —preguntó Natashya.

Dejó el auricular en el aparato.

—Gallardo me ha dado una hora para entregarle los instrumentos o matará a Leslie.

La cólera ensombreció la cara de Natashya. Por un momento pensó que iba a decir que dejara que la matara. Sabía que era una mujer de ideas fijas No podía imaginar qué haría si eso ocurría.

—Conseguiremos los instrumentos —le aseguró.

Lourds llamó a la puerta de Adebayo. Tuvo que repetir la llamada. Durante el tiempo que permaneció en el pasillo pensó que iba a vomitar en cualquier momento. Le consoló el hecho de que Natashya estuviera a su lado tan calmada y…

—¿Sí? —contestó Adebayo.

—Siento molestarle —empezó a decir.

—No tenemos tiempo para estas cosas —dijo Natashya después de soltar un enfadado suspiro.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó el anciano.

—Gallardo, el hombre que ha estado persiguiéndonos ha secuestrado a Leslie. Amenaza con matarla si no le entregamos los instrumentos.

—Eso es horrible —se lamentó con los ojos llenos de pena—, pero no puedes entregarles los instrumentos.

Lourds observó con incredulidad que el anciano empezaba a cerrar la puerta.

—¿Qué? No puede dejar que la maten.

Natashya puso el pie para impedir que cerrara, al tiempo que le ponía el cañón de la pistola entre los ojos.

—¡Abra la puerta! —le ordenó.

—¿Vas a dispararme?

—Sólo si me obliga. No tengo por qué matarlo, pero recibir un tiro es muy desagradable.

Adebayo se apartó y miró a Lourds.

—No puedes permitir que lo haga —le reprendió.

—¿Quieres intentar salvar a Leslie o no? —le preguntó Natashya sin mirarlo.

Su ronco tono de voz lo sacó del estado de paralización en que se encontraba.

—Por supuesto.

—Entonces hay que hacerlo —dijo, y le lanzó un rollo de cinta—. Ponlo en la cama. Lo menos que podemos hacer es que esté cómodo.

—Lo siento —se disculpó mientras sujetaba con la cinta las manos del anciano después de haberlo tumbado en la cama.

Adebayo no dijo nada. Se quedó quieto y dejó que Lourds se sintiera culpable.

Cuarenta y siete minutos después, Lourds salía del hotel con los tres instrumentos. Los había metido en una maleta con ruedas porque se sentía demasiado torpe como para cargarlos.

BOOK: El enigma de la Atlántida
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