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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (49 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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No supo si aquello era bueno o malo. Lo único que sabía era que todos iban armados. Una rebelión podría producir numerosas bajas, de las que no se librarían los testigos. Pensó que, de momento, no era un buen plan enfrentarlos. Quizá más tarde, si cundía la desesperación.

—¿Puedes leerlo? —volvió a preguntar Murani.

Miró el texto.

—No lo sé, hasta anoche no sabía cómo traducir esa lengua.

—¿Qué dice?

Se preguntó si Murani, cuyos finos labios habían dibujado una sonrisa, podría leer la inscripción.

—Deja que parafrasee esa sección por ti. Después de que Dios creara el Paraíso y la Tierra, los océanos y los cielos, cuando finalmente creó al hombre y poco después a la mujer de una de sus costillas, envió a su hijo para que caminara con Adán y Eva.

—Puede ser correcto —aceptó.

Murani no había leído la inscripción.

—Lo es.

Miró la historia escrita en la piedra. A pesar de algunos errores y alteraciones, era lo que decía.

—Pero es una equivocación. La Biblia dice que Jesús nació de María miles de años después y que era el único hijo de Dios.

—Eso es lo que te ha hecho creer la Iglesia —dijo Murani—. Es uno de los secretos que han protegido todos estos años. Dios tuvo dos hijos, a los que envió a la Tierra. La humanidad los mató a los dos.

Miró a Sebastian.

Su silencio fue elocuente.

—Si puede leerlo, ¿para qué me necesita? —preguntó a Murani.

—Porque no puedo hacerlo. Sólo sé de qué trata la historia, parte del secreto. Necesito que me digas el resto. El primer hijo de Dios vino a la Tierra, al jardín del Edén, con un regalo maravilloso: el Libro del Conocimiento. No era ni un árbol ni una fruta ni nada de eso. Eso fue otra de las cosas que ocultó la Iglesia. Ese libro contenía la palabra de Dios y tiene el poder de transformar nuestra realidad. Fue el libro que destruyó la Atlántida.

23
Capítulo

Excavaciones de la Atlántida

Cádiz, España

14 de septiembre de 2009

A
vanzando con cuidado entre las sombras, Natashya subió por el lado de la colina en el que la valla se unía a la roca. La luz que salía de la boca de la cueva quedaba a pocos pasos.

Gary la siguió. Natashya agradeció que la seguridad del lugar no fuera extrema. Si alguien hubiera prestado atención realmente, lo habría oído dar traspiés en la oscuridad. Permaneció detrás de ella.

Agachada, sacó el móvil que había comprado al poco de aterrizar en Cádiz. Se lo había proporcionado el mismo traficante que le había vendido las dos pistolas de nueve milímetros que escondía en la trinchera que llevaba puesta.

—Lo que va a ocurrir puede ser peligroso —le previno mientras apretaba las teclas del teléfono—. A lo mejor deberías pensarte mejor lo de acompañarme.

Gary parecía tenso, tragó saliva y movió la cabeza.

—No puedo dejar que vayas sola.

Lo miró un momento y vio la determinación que había en sus ojos. Asintió al tiempo que apretaba el botón para hablar. Miró hacia la costa, donde el muro de contención detenía el embravecido mar. El ruido de las olas que lo golpeaban retumbaba continuamente por toda la zona.

La llamada tardó unos segundos en establecerse a través de una operadora internacional.

Con todo, Ivan Chernovsky contestó a la primera.

—Chernovsky.

—Soy Natashya.

—Vaya, sigues viva.

—De momento.

—Es lo que me he estado preguntando. Al parecer el catedrático Lourds y otros miembros de tu grupo han estado muy ocupados.

—En cierta forma, sí.

—Tiroteos en Odessa, Alemania y África. Menudo itinerario.

—Imaginaba que te enterarías de lo de Odessa, pero ¿cómo has sabido todo lo demás?

Chernovsky suspiró.

—He tenido que contestar muchas llamadas de otros países en las que me preguntaban por mi compañera. Nuestro supervisor cree que sé todo lo que estás haciendo y los puso en contacto conmigo. Después de decirme que lo negara todo y que mi trabajo está en juego, por supuesto.

—Lo siento, no tenía intención de que nada de esto te causara problemas.

—Bah.

Lo imaginó encogiéndose de hombros en su oficina.

—Lo superaremos, Natashya. Siempre lo hemos hecho. ¿Dónde estás? Los periodistas de Londres creen que no sigues allí. Hay mucha gente a la que le gustaría hablar con Lourds, y la empresa para la que trabaja la señorita Crane ha anunciado su desaparición.

—En Cádiz.

Chernovsky se quedó en silencio un momento.

—Así que era verdad, la Atlántida estaba allí.

—No lo sé. Secuestraron a Lourds en Londres, yo escapé antes de que pudieran capturarme. Sabía que lo traerían aquí.

—¿Por qué?

—Por los instrumentos.

—¿Los instrumentos musicales a los que se refería la señorita Crane en la entrevista?

Natashya dudó un momento Volvió a recordar a Yuliya y lo interesada que estaba en el antiguo címbalo en el que había estado trabajando.

—Eso espero.

—Pero me has llamado por otra razón, ¿verdad?

—Las cosas se han complicado aún más. No cabe duda de que la Iglesia católica ha estado ocultando más de lo que parece. Han metido en la cueva a Lourds y a Leslie.

—¿Qué buscan?

—No lo sé.

—¿Y Lourds lo sabe?

—Seguramente sí.

Chernovsky hizo una pausa y Natashya oyó el roce de su mano en la barba. Imaginó que si no se había afeitado era porque estaba sometido a una gran tensión.

—Ha de saberlo. Si no, no hay razón para que esos hombres lo secuestraran y lo llevaran allí.

—Eso tiene sentido, pero no tengo ni idea de lo que sabe.

—¿Qué quieres que haga?

Natashya sonrió.

—En este momento me buscan para interrogarme, ¿verdad?

—Sí —respondió Chernovsky con cautela—. En varios sitios. ¿En qué estás pensando?

—En que deberías notificar a las autoridades locales que hay una potencial amenaza terrorista en esta zona.

—¿Tú?

—Sí. —Chernovsky guardó silencio—. Ivan, no tenemos tiempo.

—Lo que sugieres es muy peligroso. Sobre todo para ti.

—Lo sé —aseguró mirando hacia la cueva. Hasta ese momento no había visto a ningún guardia en la entrada. También había camiones y casetas prefabricadas, que nadie parecía vigilar tampoco—. Pero necesito a la Policía para salvar a Lourds, y la necesito ahora. Si todavía quieren cogerme y les dices dónde estoy, enviarán el suficiente número de efectivos. No tengo otra opción, creo que corremos peligro. Si Lourds tiene razón, lo que destruyó la Atlántida sigue aquí.

—¿Después de llevar miles de años sumergida?

—Eso cree. La Iglesia católica ha intervenido. Con toda su fuerza, he de añadir. Y ahora resulta que parte de ella nos ha estado persiguiendo todo el tiempo —le informó mirando la valla—. Tengo que irme. Dime que harás la llamada.

—La haré.

—Deséame buena suerte.

—Buena suerte, Natashya.

Le dio las gracias y colgó. Entonces se puso de pie.

—No he entendido nada de lo que has dicho —protestó Gary.

—Era mi compañero. Va a llamar a las autoridades españolas para que intervengan.

—Estupendo, entonces sólo tenemos que quedarnos aquí y ver lo que pasa. —Gary parecía contento con aquella idea.

—No, vamos a entrar. La gente que envíen vendrá a buscarnos a nosotros.

Gary frunció el entrecejo.

—Te dije que no sería fácil ni seguro —dijo Natashya mirándolo—. Es mejor que te quedes.

—No puedo —aseguró con un gesto de cabeza.

—Entonces, sígueme.

Se volvió hacia la valla y pasó por encima de ella.

Lourds iba leyendo las inscripciones en voz alta conforme pasaba por su lado. Llevaba una potente linterna para iluminarlas. A pesar de que lo hacía encañonado y de que se dirigía hacia una audiencia presidida por un loco, parte de él se sentía orgulloso por su capacidad para poder descifrar una lengua desaparecida hacía siglos.

Aunque en los instrumentos no había una amplia muestra de significantes de la lengua, la traducción había sido relativamente fácil una vez descifrados. No conseguía reconocer todas las palabras, pero sí hacer suposiciones bien fundamentadas con las que rellenar las lagunas. Su voz sonaba fuerte en el pasillo frente a los pictogramas.

—«Adán y Eva y sus hijos se volvieron egoístas incluso en el jardín del Edén. Tenían el mundo a sus pies, pero querían más. El primer hijo los acompañaba e intentaba enseñarles las obras de Dios, pero no lescomunicó todo el conocimiento sagrado de Dios y lo culparon de ello. Al final decidieron buscar el conocimiento ellos mismos».

La siguiente imagen era desagradable. Mostraba a un hombre en la profunda corriente de un río bajo una cascada. En las dos orillas, otros hombres lo alejaban con unos largos palos.

—«Los hijos de Adán que tenían el corazón más avieso llevaron al primer hijo a la corriente de agua que alimentaba el Edén y lo ahogaron. Eso fue lo que hizo que Dios los expulsara de allí y más tarde los arrojara a la maldad del mundo».

En la siguiente piedra, los hombres sostenían el Libro del Conocimiento con evidente júbilo.

—«Los hijos de Adán se llevaron el Libro del Conocimiento. Celebraron su triunfo, pero no admitieron su ignorancia. A pesar de que lo estudiaron, no lo entendieron. Tres días después de su muerte, el primer hijo resucitó».

En la siguiente escena se veía al primer hijo vestido con una túnica y llevaba una aureola alrededor de la cabeza, caminando por la selva entre hombres y mujeres atemorizados. Alrededor de ellos varios animales estaban listos para atacar.

—«Cuando el primer hijo regresó, llevó con él la cólera de su padre. Ningún arma fabricada por los hijos de Adán podía atravesarle. Ninguna piedra le hacía daño. Los hijos de Adán se encogieron de miedo delante de él, que…». —Lourds dudó mientras intentaba descifrar la palabra.

—«Alejó a los animales de los hijos de Adán» —acabó la frase el padre Sebastian.

Lourds miró al sacerdote.

—¿Puede leerlo?

Sebastian asintió.

—¿Dónde aprendió esta lengua?

El anciano ladeó la cabeza.

—Jamás la había visto.

—¿Es lingüista?

—No, soy historiador. Las lenguas nunca se me han dado bien. Casi no sé latín.

—Pero ¿puede leerla?

Sebastian asintió.

—¿Y cómo explica que pueda hacerlo?

—No puedo explicarlo.

Observó al anciano con curiosidad. «No voy a empezar a creer en la intervención divina a estas alturas», se dijo. Pero no había otra forma de entender lo que afirmaba el viejo sacerdote, a menos que estuviera mintiendo, cosa que no estaba dispuesto a pensar.

Se volvió hacia la última imagen de la serie y dijo:

—«Adán, Eva y sus hijos fueron expulsados del jardín del Edén».

La imagen era muy similar a muchas de las interpretaciones que había visto en varias Biblias ilustradas. Un ángel alado con una espada flamígera bloqueaba la entrada. Pero en esa ocasión el primer hijo estaba junto al ángel.

—«Con su justa cólera, Dios dejó el Libro del Conocimiento entre los hombres». —continuó Lourds—. «Advirtió que si era hallado debería permanecer sin leer hasta que volviera a llevárselo de este mundo».

—Pero el Libro del Conocimiento no se perdió —intervino Sebastian—. Uno de los descendientes de Adán lo escondió durante generaciones. Trajo a su familia aquí para fundar la Atlántida y la civilización que atraería la ira de Dios.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Lourds, que en ese momento estaba tan perdido intentando descifrar la historia que no se había fijado en que Murani y sus soldados los rodeaban.

—Porque esa historia está aquí —dijo Sebastian iniciando la marcha. Su linterna iluminó más piedras con inscripciones.

Lourds lo siguió, al igual que Murani y la Guardia Suiza.

El corazón de Gary latía con fuerza cuando siguió a Natashya.

«Colega, esto no tiene nada que ver contigo. Vas a conseguir que te maten. Deberías sacar el culo de aquí», se dijo.

Pero no pudo. En parte porque sentía que tenía que hacer algo por Lourds y Leslie, pero también porque había crecido alimentándose con héroes de ficción y videojuegos. Se suponía que era un hombre de acción. Matar al malo, conseguir a la chica y todo eso. Aunque, tal como había aprendido en las últimas semanas, ser un héroe no era tan fácil; además, normalmente no había ninguna celebración después de comportarse como tal.

Siguió a Natashya a una de las casetas prefabricadas que había frente a la entrada de la cueva y se metió dentro. Encontraron monos como los que llevaban la mayoría de los trabajadores para protegerse del frío.

—Ponte uno —le ordenó Natashya en voz baja en la oscuridad. También le dio unas botas de trabajo—. Y esto también.

—Son pesadas y bastas —protestó.

—A menudo se identifica a los criminales porque no se cambian de calzado. —Natashya se puso el mono y escondió las pistolas que llevaba—. Dadas las condiciones en el interior de las cuevas, los supervisores seguramente comprueban que todo el mundo lleve botas de trabajo y cascos. Si no los llevas, se fijarán en ti —aseguró, y le dio un casco.

Gary se lo puso y se quitó los zapatos.

—Son pesadas y bastas.

Natashya hizo caso omiso a sus palabras, se recogió el pelo, se puso el casco encima y salió por la puerta. Gary tuvo que darse prisa para alcanzarla. Se colocó a su lado cuando entraba en la cueva.

—No tengo intención de ponerte nerviosa, pero ¿tienes un plan?

—Sí. Encontramos a Lourds y a Leslie. Cogemos lo que esté buscando todo el mundo y nos vamos, vivos. ¿Te ha quedado claro? —preguntó mirándolo.

—Como el agua. Creo que la parte de seguir vivos es la mejor.

—Estupendo, no me obligues a tener que darte una patada en el culo por dejarte matar.

Gary intentó encontrar una respuesta heroica, pero no lo consiguió, y siguió a su lado en silencio.

—«El hombre que tenía el Libro del Conocimiento fundó la isla que se conocería a través de las leyendas como la Atlántida.

Sabía que el poder que esperaba conseguir a través del libro haría que otros hombres intentaran arrebatárselo».

Lourds se detuvo al lado del padre Sebastian. El haz de luz de la linterna del sacerdote iluminó la piedra que tenía delante, aunque otras luces se unieron rápidamente a la suya.

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