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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El fin de la eternidad (25 page)

BOOK: El fin de la eternidad
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»Dos años pasaron de aquella forma. Periódicamente, yo estudiaba la probabilidad de supervivencia de mi hijo (ahora ya estaba acostumbrado a infringir las normas) y me alegré de saber que no se presentaban efectos perniciosos en la Realidad vigente, con aproximación de una diezmilésima. El niño aprendió a andar y empezó a hablar con su deliciosa media lengua. No le enseñaron a llamarme “papá”. No sé que pensarían las gentes de la institución que cuidaba del niño. Aceptaron mi dinero y nunca me preguntaron nada.

»Entonces, pasados dos años, un proyecto de Cambio que incluía al Siglo Quinientos setenta y cinco fue presentado al Gran Consejo Pantemporal. Yo había sido ascendido recientemente a Ayudante Programador y me confiaron aquella misión— Era el primer Cambio que debía realizar bajo mi sola responsabilidad.

»Estaba orgulloso de ello, pero en el fondo de mi corazón había un doloroso temor. Mi hijo era un intruso en aquella Realidad. Yo no podía esperar que tuviera homólogos. Me entristecía pensar que mi hijo desaparecía completamente de la Realidad.

»Me dediqué a preparar el Cambio, y aún ahora estoy seguro de que hice un trabajo impecable. Mi primer Cambio. Pero sucumbí a una tentación. Quizá cedí a ella más fácilmente porque ya estaba acostumbrado. Yo ya era un criminal empedernido, un delincuente habitual. Preparé un nuevo análisis para mi hijo bajo la nueva Realidad, sintiéndome seguro de lo que iba a encontrar.

»Luego pasé veinticuatro horas en mi despacho, sin comer ni dormir, luchando con el análisis terminado, tratando desesperadamente de encontrar algún error.

»No había ningún error.

»Al día siguiente, reteniendo mi solución del Cambio, preparé un programa espacio-temporal propio, usando una aproximación sencilla, ya que aquella Realidad no iba a durar mucho, y entré en el Tiempo a unos treinta y cuatro años del nacimiento de mi hijo.

»Ahora tenía treinta y cuatro años, mi misma edad. Me presenté como un pariente lejano, utilizando mi conocimiento de la familia de su madre. No sabía quién era su padre, ni recordaba mis visitas cuando él era niño.

»Era ingeniero de aviación. El Siglo Quinientos setenta y cinco estaba muy adelantado en casi media docena de formas de viaje aéreo, como aún lo está en la presente Realidad. Mi hijo era un miembro feliz y próspero de aquella sociedad. Estaba casado con una muchacha a quien amaba, pero no tenían hijos. Si mi hijo no hubiera existido, aquella muchacha no se habría casado. Lo sabía desde el principio. Siempre había sabido que no tendría efecto pernicioso sobre la realidad. De otro modo, quizá no me habría decidido a dejarle vivir. No he renegado por completo de los principios de la Eternidad.

»Pasé el día con mi hijo. Hablé tranquilamente, sonriendo con cortesía y al final me despedí en el momento indicado por las instrucciones de mi programa espaciotemporal. Pero por debajo de las apariencias de cortesía yo le contemplaba con amor, tratando de retener su imagen y el recuerdo del día vivido con él en aquella Realidad que a la mañana siguiente ya no existiría.

»Ansiaba también volver a visitar a mi esposa una vez más regresando al Tiempo en que ella había vivido, pero ya había consumido todos los segundos que me estaban permitidos. Ni siquiera me atrevía a entrar en el Tiempo para verla sin que ella me viese a mí.

»Regresé a la Eternidad y pasé una noche horrible debatiéndome inútilmente contra lo inevitable. A la mañana siguiente presenté mis recomendaciones para el Cambio.

La voz de Twissell había ido bajando de tono hasta que no fue más que un susurro, y ahora guardó silencio. Quedó sentado, allí, en el cuarto de mandos de la cabina especial, con los hombros hundidos, los ojos fijos en el suelo entre sus rodillas, retorciéndose las manos sin darse cuenta.

Harlan tosió, esperando a que el anciano continuara su relato. Sentía lástima por aquel hombre, a pesar de todas sus faltas contra la Eternidad.

—¿Esto es todo? —preguntó.

—No. Aún falta lo peor... Lo peor... En la nueva Realidad apareció un homólogo de mi hijo..., paralítico desde los cuatro años. Vivió cuarenta y dos años en la cama, en circunstancias que me impidieron aplicarle los procedimientos de regeneración de nervios descubiertos en el Siglo Novecientos, o al menos disponer que su vida terminase rápidamente y sin dolor.

»Aquella nueva Realidad aún existe. Mi hijo sigue allí viviendo los años correspondientes de su Siglo. Yo tengo la culpa de ello. Mi cerebro y mis cálculos hicieron posible aquella vida atormentada, y fue mi palabra la que ordenó el Cambio. He cometido muchos crímenes, pero aquella última acción, aunque era la única que se ajustaba exactamente a mi juramento de Eterno, siempre me ha parecido que era mi verdadero crimen, el único.

No había nada que decir, y Harlan guardó silencio.

Twissell dijo:

—Ahora ya sabe por qué comprendo su caso, y por qué estoy dispuesto a dejar que siga viviendo con su chica. No puede hacer ningún daño a la Eternidad y, en cierto modo, servirá para expiar mi crimen.

Y, de repente, Harlan comprendió. En un solo momento tuvo fe en las palabras del anciano.

Harlan cayó de rodillas y levantó sus puños hasta las sienes. Inclinó la cabeza y se balanceó lentamente, mientras una salvaje desesperación se apoderaba de él.

Había destruido la Eternidad y perdido a Noys, cuando, si no fuera por su golpe de Sansón, podía haber salvado a la primera y conservado la segunda.

15
Perdidos en los Tiempos Primitivos

T
wissell sacudía a Harlan tomándole por los hombros. El anciano le llamaba con ansiedad.

—¡Harlan! ¡Harlan! ¡Por el Gran Tiempo, Harlan!

Harlan emergió lentamente de aquella negra profundidad.

—¿Qué podemos hacer?

—Todo lo contrario de esto. No debemos desesperar. Para empezar, escúcheme. Olvídese de su punto de vista de la Eternidad como Ejecutor y contémplela a través de los ojos de un Programador. Es mucho más complicado. Cuando usted altera algo en el Tiempo normal y crea un Cambio de Realidad, el Cambio puede ocurrir inmediatamente. ¿Por qué debe ser así?

Harlan dijo, confuso:

—Porque la alteración ha hecho el Cambio inevitable.

—¿Lo cree así? Usted podría volver de nuevo al Tiempo y revocar su propia modificación, ¿no es cierto?

—Supongo que sí. Yo nunca lo he hecho. Nadie lo ha hecho, que yo sepa.

—En efecto. No nos proponemos revocar nuestras acciones, y por eso todo continúa tal como se había planeado. Pero aquí nos encontramos en una situación distinta.

Una alteración de la Realidad cometida sin plena intención. Usted envió a Cooper a un Siglo equivocado, y yo ahora firmemente decido revocar esta alteración y traer de nuevo a Cooper.

—Pero, ¿cómo? —gritó Harlan.

—Todavía no estoy seguro de cómo hacerlo, pero debe existir el medio. Si no hubiese forma de corregirla, la alteración sería irreversible; el Cambio se efectuaría inmediatamente. Pero el Cambio no ha llegado todavía hasta aquí. Esto significa que la alteración causada por usted es todavía reversible, y será revocada.

—¿Cómo? —Harlan se sentía inmerso en una pesadilla cada vez más profunda y oscura.

—Hemos de buscar el modo de volver a unir el círculo en el Tiempo, y hemos de intentarlo bajo una máxima probabilidad de éxito. Mientras exista nuestra Realidad, podemos estar seguros de que la solución sigue siendo posible. Si en cualquier momento usted o yo tomamos una decisión equivocada, si la posibilidad de volver a cerrar el círculo cae por debajo de un valor crítico, la Eternidad desaparecerá. ¿Me comprende?

Harlan no estaba seguro de entenderlo. No podía ver claro. Lentamente se puso en pie y se tambaleó hasta una silla.

—¿Quiere decir que si podemos traer de nuevo a Cooper...?

—Y podemos reexpedirlo al lugar adecuado, todo se arreglará. Debemos encontrarlo en el momento en que abandone su cabina, para que pueda llegar a su destino en el Siglo Veinticuatro sin que hayan transcurrido sino algunas horas de fisio-tiempo, o unos fisio-días como mucho. Será una alteración, desde luego, pero, sin duda, no eficiente para producir un Cambio. La Realidad se tambaleará, pero no quedará destruida.

—¿Cómo podemos localizarle?

—Sabemos que existe un medio, o, de lo contrario, la Eternidad ya no existiría en este momento. En cuanto a cuál sea este medio, para eso le necesito y he luchado por volver a traerlo a mi lado. Usted es experto en Tiempos Primitivos. Dígame la solución.

—No lo sé —gimió Harlan.

—Lo sabe —dijo Twissell.

De repente, todo rastro de cansancio o de vejez desapareció de la voz del anciano. Sus ojos estaban encendidos con el ardor de la lucha y agitaba su cigarrillo como si fuese una espada. Incluso para los sentidos embotados de Harlan, aquel hombre parecía disfrutar en realidad, sentirse feliz en medio de aquella lucha.

—Podemos reconstruir el accidente —dijo Twissell—. Aquí está la palanca del indicador de Siglos. Usted se encuentra a su lado, esperando la señal. El momento crucial ha llegado. Usted establece el contacto y al mismo tiempo coloca la palanca en dirección al hipotiempo. ¿Hasta dónde?

—No lo sé, ya lo he dicho. No lo sé.

—Usted no lo sabe, pero sus músculos conservan la memoria de lo que hizo. «Póngase aquí y tome la palanca en sus manos. Concéntrese. Cójala. Está esperando la señal. Me está odiando. Está odiando a todo el Gran Consejo. Odia a la Eternidad. Tiene el corazón lleno de dolor por Noys. Sitúese de nuevo en aquel momento. Reviva lo que sentía en aquel instante. Ahora pondré de nuevo en marcha el cronómetro. Le doy un minuto, muchacho, para recordar sus emociones y lanzarlas de nuevo a través de su sistema nervioso. Luego, cuando se acerque el cero, deje que su mano derecha mueva la palanca como lo hizo antes. Luego ¡quite la mano! No la mueva de nuevo. ¿Está preparado?

—No creo que pueda hacerlo.

—¡Cómo! ¡Por el Gran Cronos! ¡No tiene otro remedio! ¿Acaso existe otro medio de volver a ver a Noys?

No había otro. Harlan se acercó a los mandos, y al hacerlo sintió que volvían sus pasadas emociones. No tuvo que buscarlas. El repetir los movimientos de aquellos instantes fue suficiente. La roja aguja del cronómetro empezó a moverse.

Pensó si aquél sería el último minuto de su vida.

Menos treinta segundos.

Pensó: «No sentiré dolor. No es la muerte».

Trató de pensar solo en Noys.

Menos quince segundos.

¡Noys!

La mano izquierda de Harlan cerró un conmutador estableciendo el contacto.

Menos doce segundos.

¡Contacto!

Su mano derecha se movió.

Menos cinco segundos.

¡Noys!

Su mano derecha se mo... CERO... vió convulsivamente.

Se apartó de un salto, anhelante.

Twissell se acercó y miró el indicador.

—El Siglo Veinte —dijo—. Diecinueve coma treinta y ocho, para ser exactos.

Harlan trató de hablar.

—No estoy seguro. He tratado de hacer el mismo movimiento, pero esta vez fue distinto. Sabía lo que estaba haciendo y es posible que me haya equivocado.

—Ya lo sé. Ya lo sé —dijo Twissell—. Quizá todo esto es un error. Llamémoslo una primera aproximación.

Hizo una pausa, sumido en cálculos mentales; luego sacó una calculadora de bolsillo, pero volvió a guardarla.

—Dejemos los decimales. Digamos que la probabilidad de que usted lo haya enviado al segundo cuarto de Siglo es cero noventa y nueve. En alguna parte entre Diecinueve, coma, veinticinco y Diecinueve, coma, cincuenta. ¿Conforme?

—No lo sé.

—Bien, entonces fíjese. Si tomo la decisión final de buscar en esa parte de los Tiempos Primitivos con exclusión de las demás y estoy equivocado, lo más probable es que hayamos perdido la oportunidad de volver a unir el círculo, y entonces la Eternidad desaparecerá. Esta decisión que voy a tomar es el punto crucial, el Cambio Mínimo Necesario, el CMN que puede provocar el Cambio. Ahora tomo esta decisión. Decido, irrevocablemente...

Harlan miró a su alrededor, temeroso, como si la Realidad se hubiera convertido en algo tan frágil que un movimiento repentino pudiera derribarla.

Harlan dijo:

—Estoy plenamente consciente de la Eternidad.

Las ideas de Twissell le habían convencido de tal forma, que su voz sonaba ahora firme a sus propios oídos.

—Por tanto, aún existe —dijo Twissell con decisión—, y hemos tomado una decisión acertada. Ya no tenemos nada más que hacer aquí por el momento. Vamos a mi despacho, y dejemos que la Comisión del Gran Consejo venga a curiosear por aquí, si ello ha de hacerles más felices. En lo que a ellos respecta, nuestro proyecto ha terminado con éxito. Si no es así, nunca lo sabrán. Y nosotros tampoco.

Twissell contempló su cigarrillo y dijo:

—La cuestión con que nos enfrentamos ahora es la siguiente: ¿Qué hará Cooper cuando se encuentre en un Siglo distinto del que esperaba hallar?

—No lo sé.

—Estamos seguros de algo. Cooper es un muchacho brillante, inteligente, con imaginación, ¿no es cierto?

—Bien, él es Mallansohn.

—Exactamente. Y ya pensó en la posibilidad de que algo fuese mal. Una de sus últimas preguntas fue: «¿Qué pasará si no llego al sitio indicado?». ¿Lo recuerda?

—¿Y bien? —Harlan no comprendía adónde conducía aquella conversación.

—Por tanto, está mentalmente preparado para encontrarse desplazado en el Tiempo. Hará algo. Tratará de llegar hasta nosotros. Tratará de dejar un rastro. Recuerde que durante parte de su vida ha sido un Eterno. Eso es importante.

Twissell hizo un anillo de humo azulado, pasó un dedo por su centro y contempló cómo se deshacía.

—Está acostumbrado a la idea de la comunicación a través del Tiempo. No se rendirá a la idea de hallarse aislado en el Tiempo Primitivo. Sabe que le buscamos.

—En el Siglo Veinte, sin cabinas ni Eternidad, ¿cómo podrá comunicarse con nosotros? —preguntó Harlan.

—Con usted, Ejecutor, con usted. Use el singular. Usted es nuestro experto sobre los Primitivos. Ha enseñado a Cooper lo que sabe de aquellos Tiempos. Usted es el único que él creerá capaz de encontrarle.

—¿Cómo, Programador?

—Se pretendía dejar a Cooper en el Primitivo. —La inteligente faz de Twissell miró fijamente a Harlan—. Se encuentra sin la protección del escudo electrónico de fisiotiempo. Toda su existencia se encuentra ahora unida al curso del tiempo normal, y permanecerá así hasta que usted revoque la alteración. Igualmente unido al curso del Tiempo Normal se hallará cualquier instrumento, señal o mensaje que haya dejado para nosotros. Deben existir ejemplares antiguos, que habrán usado en sus estudios del Siglo Veinte. Documentos, archivos, películas, utensilios, libros de referencia. Me refiero a ejemplares originales, procedentes de aquella época.

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