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Authors: Francis Fukuyama
Existe una satisfactoria simetría en los efectos de la Ritalina y del Prozac: el primero convierte a los niños en menos niños; el segundo supera las desventajas de ser mujer. Juntos nos conducen imperceptiblemente hacia la clase de ser humano andrógino que ha sido el objetivo igualitario de la política sexual contemporánea. Como dijo el Zaratustra de Nietzsche acerca del Ultimo Hombre: “todo el mundo quiere ser el mismo, todo el mundo es el mismo”. Uno se pregunta cómo habrían sido las carreras de genios atormentados como Blas Pascal o Nietzsche mismo si hubieran nacido de padres norteamericanos y hubieran tenido a su alcance Ritalina y Prozac desde una temprana edad.
Estos desarrollos en neurofarmacología son sólo un anticipo de lo que vendrá en el próximo siglo. Parece casi inevitable que vayamos a desarrollar la habilidad de manipular la línea germinal misma, y por lo tanto cambiar de una vez y para siempre el conjunto de comportamientos genéticamente controlados que han caracterizado ala raza humana desde la así llamada Era de Adaptación Evolutiva, cuando los seres humanos vivían en sociedades recolectoras-cazadoras. Las potenciales consecuencias tanto para la política como para la moral no deberían ser subestimadas. Porque hoy en día cualquier entendimiento que pudiéramos tener sobre arreglos políticos justos o de un orden moral universal están en definitiva basados en la comprensión de la naturaleza humana. Hasta el extremo de que la naturaleza es algo que nos es dado no por Dios o por nuestra herencia evolutiva sino por el artificio humano, entonces estamos entrando en el propio reino de Dios con todos los terribles poderes del mal y del bien que tal entrada implica.
Fragmento del artículo publicado en la Revista The National Interest, Washington, verano de 1999.
En la actualidad están ocurriendo dos revoluciones al mismo tiempo, una en tecnología de la información (TI) y la otra en biología. De las dos, la primera es más visible pero la segunda, una revolución de la ciencia básica más que de la tecnología, es probable que por último demuestre ser mucho más fundamental. Posiblemente estas revoluciones paralelas interactúen de modos que vayan a tener implicancia en la gobernabilidad global.
Como hemos visto, la revolución TI ha tenido efectos beneficiosos para causar el Fin de la Historia minando las jerarquías autoritarias y distribuyendo más ampliamente el poder. En la imaginación popular la TI es vista como algo bueno para las democracias, bueno para la economía, y (si uno es norteamericano) bueno para Estados Unidos también porque somos nosotros quienes dominamos la industria TI global. La biotecnología, por otra parte, al mismo tiempo que tiene efectos incuestionablemente beneficiosos, es considerada por muchos legos como más sospechosa. En Europa en general y en Alemania en particular, el legado Nazi ha hecho que las personas sean mucho más precavidas en relación a la investigación genética y la manipulación. Los alemanes han prohibido actividades como la investigación de línea germinal, y se han enzarzado en disputas con las compañías norteamericanas de biotecnología como Monsanto acerca de los alimentos genéticamente alterados. Como ya sugerí, en el futuro habrá desarrollos más radicales y, por 'lo tanto, más preocupantes.
Suponiendo que en algún momento en el futuro decidamos parar, prohibir o incluso desacelerar el desarrollo de ciertas tecnologías biológicas nuevas, digamos, por ejemplo, la clonación humana, ¿podremos hacerlo? La ortodoxia prevaleciente en el mundo de la TI dice que, primero, es ilegítimo imponer límites políticos a la investigación científica o al desarrollo tecnológico y, en segundo lugar, que incluso si quisiéramos establecer límites estos no podrían ser puestos en práctica.
El punto de vista normativo que sostiene que no deberíamos intentar controlar a la ciencia tiene un número de fuentes, incluyendo una indiscutida aceptación de muchos científicos del proyecto Baconiano-cartesiano de una ciencia natural moderna, la perspectiva libertaria que se ha vuelto dominante en la ultima generación y la natural tendencia de los americanos a tener un visión optimista sobre el futuro. Esta visión ha sido fuertemente reforzada por lo que se ha percibido como el éxito de la TI en apoyar valores políticos tales como el individualismo y la democracia. Los intentos por controlar el uso de la TI, por ejemplo la prohibición de la pornografía en internet, como intentó la Comunnications Decency Act (Ley de Decencia en las Comunicaciones) de 1996, han sido ridiculizados y tratados como puritanos y anticuados.
Existen por supuesto usos de la TI que incluso sus propulsores más libertarios no tratarán de defender, como la pornografía infantil y la difusión de la información sobre el armado de bombas. Entonces es ahí cuando el segundo argumento entra en escena, es decir, que si uno quisiera controlar los usos de la tecnología, no sería posible hacerlo. Insisto, la TI ha sido particularmente susceptible a esta línea de argumentación, porque contrariamente a ¡a tecnología de armas nucleares, no premia a las economías de escala. La naturaleza descentralizada de la tecnología de la información y la característica de no respetar fronteras que es inherente a las comunicaciones modernas, fomenta la globalización y crea una situación donde es virtualmente imposible para cualquier estadonación controlar los usos de la TI por sí mismo dentro de sus límites fronterizos. Estados como Singapur o la República Popular China, que han tratado de controlar el disenso político en Internet, se han dado cuenta de que esa lucha se les ha hecho muy cuesta arriba. Los intentos franceses de hacer obligatorio el uso del idioma francés en los sitios de la web dentro de sus fronteras han sido más ridículos que efectivos. Cualquier esfuerzo actual para imponer controles sobre el uso de la TI requiere un nivel de gobierno global que no existe en la actualidad y es políticamente muy poco probable que en el futuro vayan a existir.
Los mismos problemas se presentarán en cualquier intento por controlar la biotecnología. Los beneficios de la biotecnología serán tan grandes y tan evidentes para tanta gente que las reservas morales sobre sus desventajas -que en mi opinión son mucho menos serias que aquellas para la TI- tenderán a dejarlas de lado como prejuicios sin fundamento. Los ejemplos de la Ritalina y el Prozac son instructivos en este respecto: en la década pasada se lanzó una gran revolución en el control del comportamiento social sin bombos y platillos y sin debate, impulsada por el exclusivo interés de las compañías farmacéuticas privadas. Además, los esfuerzos por controlar la biotecnología se toparán con los mismos obstáculos que los intentos por controlar la TI. La globalización significa que cualquier estado soberano que busque imponer límites a, digamos, la clonación o la creación de bebes de diseño, no podrá hacerlo; las parejas que se enfrenten a una prohibición del Congreso de los Estados Unidos, por ejemplo, podrían ir discretamente a las islas Cayman o a México para que les clonen sus hijos. Incluso más aún, la competencia internacional podría inducir a las naciones a dejar de lado sus reparos: si un país o región del mundo estuviera produciendo individuos genéticamente superiores gracias a sus leyes laxas sobre la biotecnología, habría presión de los otros países para ponerse a la par. El modo de pensar libertario y la ausencia de mecanismos internacionales de gobierno, que parecían apropiados para la revolución TI en buena medida benevolente podrían ser menos apropiadas para, una revolución biotecnológica más siniestra. Pero a esa altura, los esfuerzos para cerrar la puerta pueden llegar a ser infructuosos.
Es por supuesto imposible predecir el curso futuro del desarrollo tecnológico, por mucho que “el Fin de la Historia” fuera atacado por ser un ejercicio en futurología, ése nunca fue su propósito. La biotecnología puede resultar no ser tan poderosa como he sugerido, o puede ocurrir que la revulsión moral hacia la ingeniería genética demuestre ser tan fuerte que los desarrollos en esa dirección sean parados en seco (nadie, después de todo, está presionando para construir armas nucleares personales, a pesar de que es tecnológicamente posible). Aquellos que intentaron encontrar la falla clave del “Fin de la Historia” en los acontecimientos políticos y económicos de la década pasada erraban el tiro. No hay nada, como ya he dicho, que haya ocurrido en la política mundial desde el verano de 1989 que invalide el argumento original: la democracia liberal y el mercado hoy en día siguen siendo las únicas alternativas realistas para cualquier sociedad que quiera formar parte del mundo moderno. El defecto clave del “Fin de la Historia” se halla en un nivel completamente diferente. La posibilidad de tal fin depende de la existencia de una antropología humana que esté basada en la naturaleza. El período que comenzó con la Revolución Francesa ha visto el ascenso de diferentes doctrinas que esperaban superar los límites de la naturaleza humana por medio de la creación de una nueva clase de ser humano, uno que no estaría sujeto a los prejuicios y limitaciones del pasado. El fracaso de esos experimentos a finales del siglo XX nos enseñó los límites del constructivismo social y refrendó un orden liberal basado en el mercado sustentado en las verdades autoevidentes sobre la “Naturaleza y la Naturaleza de Dios”. Pero podría ser que las herramientas que los construccionistas sociales del siglo XX usaron, desde la temprana socialización de los niños y el psicoanálisis hasta la propaganda de agitación y los campos de trabajo forzado, fueran simplemente demasiado crudos para alterar efectivamente el sustrato natural de la conducta humana. El carácter abierto de la ciencia natural moderna sugiere que dentro de las próximas dos generaciones dispondremos del conocimiento y la tecnología que nos permitirá lograr lo que los ingenieros sociales no pudieron hacer en el pasado
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. A esa altura, habremos abolido definitivamente la Historia Humana porque habremos abolido a los seres humanos como tales. Y entonces una nueva historia posthumana comenzará.■
FRANCIS FUKUYAMA
Osama Bin Laden, Al Qaeda, los talibanes y el islamismo radical en general, representan para las democracias liberales un desafío ideológico en cierto modo mayor que el que representó el comunismo. Pero, a largo plazo, es difícil imaginar el islamismo como una alternativa real de gobierno en las sociedades del mundo actual. No sólo su atractivo para los no musulmanes es muy limitado sino que tampoco responde a las aspiraciones de la gran mayoría de los propios musulmanes. Ha quedado claro que, en los países que han tenido recientemente experiencia de lo que es vivir bajo una teocracia musulmana -Irán y Afganistán-, ésta ha terminado siendo enormemente impopular. Si bien los fanáticos islamistas en posesión de armas de destrucción masiva representan, a corto plazo, una seria amenaza, a largo plazo, en lo que a la batalla de las ideas respecta, la amenaza no provendrá jamás de ellos. Los ataques terroristas del 11-S han significado un importante giro, pero al final, la modernización y la globalización seguirán siendo los principios estructurantes fundamentales de la política mundial. Lo que sí ha surgido es una cuestión importante: la de saber si 'Occidente' es realmente un concepto coherente. Tras el 11-S hubo en todo el mundo muchas manifestaciones espontáneas de apoyo a Estados Unidos y los Gobiernos europeos se alinearon inmediatamente con él en su 'guerra contra el terrorismo'.
Pero una vez que quedó clara la total dominación militar de Estados Unidos con la expulsión de Al Qaeda y los talibanes de Afganistán, el antiamericanismo volvió a surgir.
Cuando en enero de 2002, Geaorge Bush denunció en su discurso del Estado de la Unión a Irak, Irán y Corea del Norte como el 'eje del Mal', no fueron sólo los intelectuales europeos sino también los políticos y, la opinión pública en general, quienes empezaron a criticar a Estados Unidos en una amplia variedad de frentes.
¿Qué pasó para que así fuera? Se suponía que el fin de la historia señalaba la victoria de los valores e instituciones occidentales - no sólo estadounidenses- lo que hacía de la democracia liberal y de la economía de mercado las únicas opciones viables. La guerra fría se había desarrollado mediante unas alianzas basadas en los valores comunes de libertad y democracia, pero desde entonces, se ha abierto un inmenso foso entre la concepción del mundo estadounidense y la europea, y el sentimiento de compartir los mismos valores se debilita progresivamente. ¿Sigue teniendo sentido el concepto de Occidente en esta primera década del siglo XXI? ¿Dónde se sitúa la línea divisoria de la globalización: entre Occidente y el resto del mundo, o entre Estados Unidos y el resto del mundo?
Los temas que, desde el discurso del 'eje del Mal', ponen de manifiesto las entre Estados Unidos y Europa giran fundamentalmente en torno al unilateralismo estadounidense frente a la legislación internacional. Es bien sabida la lista de las críticas de los europeos a la política estadounidense: la retirada de la Administración Bush del protocolo de Kyoto sobre el calentamiento del planeta, su negativa a ratificar el Pacto de Río sobre la biodiversidad, su retirada del Tratado ABM, y la prosecución de una defensa con misiles, su oposición a la prohibición de las minas antipersonas, el trato dado a los prisioneros de Al Qaeda en la bahía de Guantánamo, su rechazo a nuevas claúsulas fricciones supuesto respecto a la guerra biológica y, más recientemente, su oposición a la creación de una Corte Penal Internacional. Pero el acto más grave de unilateralismo estadounidense, es, para los europeos, el anuncio por parte de la Administración Bush de su intención de cambiar el régimen en Irak, incluso invadiendo el país en solitario.
El discurso del 'eje del Mal' marcó un hito en la política exterior estadounidense, que pasó de ser una política de disuasión a ser una política de prevención activa del terrorismo. Esta doctrina fue ampliamente desarrollada en el discurso que Bush pronunció en Westpoint, el mes de junio, en el que declaró que 'la guerra contra el terror no debe ganarse desde un punto vista defensivo', para continuar diciendo que 'debemos dar la batalla al enemigo, deshacer sus planes y enfrentarnos a sus peores amenazas antes de que surjan. Hemos entrado en un mundo en el que la única vía para lograr la seguridad es la vía de la acción'. Europa está en la posición de instaurar un orden internacional que se base en unas reglas adaptadas al mundo de la posguerra fría. Ese mundo, libre de conflictos ideológicos agudos y de un enfrentamiento militar a gran escala, deja mucho más espacio al consenso, al diálogo y la negociación como vías de solucionar los conflictos. A los europeos les escandaliza la anunciada adopción de una política frente a los terroristas o los Estados que los apoyan casi ilimitada en el tiempo y en la que sólo Estados Unidos decidirá cuándo y dónde utilizar la fuerza. Ello plantea una importante cuestión de principios que, con toda seguridad, provocará que las relaciones trasatlánticas sigan siendo un tema neurálgico en los próximos años. No se trata de s un desacuerdo sobre los principios de la democracia liberal, sino sobre los límites de la legitimidad liberal democrática.