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Authors: Francis Fukuyama
Los estadounidenses están inclinados a considerar que no hay legitimidad democrática más allá del Estado-nación constitucional y democrático. Si las organizaciones internacionales tienen legitimidad es porque unas mayorías democráticas debidamente constituidas se la han conferido mediante un proceso contractual negociado. Y las partes contratantes pueden retirarles esa legitimidad en cualquier momento. No hay legislación ni organización internacional con existencia independiente de ese tipo de acuerdo voluntario entre Estados-nación soberanos.
Los europeos, por el contrario, están inclinados a creer que la legitimidad democrática está relacionada con la voluntad de una comunidad mucho más amplia que un Estadonación individual. Dicha comunidad internacional no
orden mundial constitucional y democrático, pero
toma cuerpo concreto en un único transmite la legitimidad a unas instituciones internacionales ya existentes que se considera que la encarnan en parte. Así, las fuerzas de paz en la ex-Yugoslavia no son simplemente fruto de unos acuerdos intergubernamentales ad hoc, sino la expresión moral de la voluntad de la comunidad internacional en su más amplio sentido y de los principios en los que se basa. Alguien podría verse tentado a decir que la testaruda defensa de la soberanía nacional como la practicada por el senador Jesse Helms es sólo característica de una parte de la derecha estadounidense, y que la izquierda es tan internacionalista como lo son los europeos. Sería bastante cierto en el ámbito de la política exterior y de seguridad, pero totalmente falso en lo que respecta al aspecto económico del liberalismo internacional. Así, la izquierda no confiere a la OMC ni a ningún otro organismo en este sector un estatus especial desde el punto de vista de la legitimidad. Desconfía mucho de la OMC que, en nombre del libre comercio, elude la legislación sobre medio ambiente o la legislación laboral. En estos temas, se muestra tan celosa de la soberanía democrática como Elms.
La UE representa una población de 375 millones de personas con un PNB de cerca de 10 billones de dólares, frente a una población de 280 millones y un PNB de 7 billones de doláres de EE UU. Aunque Europa podría gastar en defensa el mismo dinero que EE UU, ha optado por no hacerlo y apenas gasta en conjunto 130.000 millones de dólares. El incremento del gasto de defensa que pidió Bush para estados Unidos tras el 11-S, es superior que todo el gasto de defensa de Reino Unido. A pesar del giro conservador que Europa ha dado en el 2002, ningún candidato de la derecha ha hecho campaña a favor de un fuerte incremento del presupuesto de defensa.
Si bien la capacidad de los europeos para desarrollar su potencial de poder está en gran medida limitada por los problemas que el actual sistema de toma de decisiones de la UE plantea a la hora de una acción colectiva, el no crear un poder militar más útil es claramente una opción política. Por otra parte, las diferencias que separan Estados Unidos del resto de los países democráticos en lo referente al Eestado de bienestar, el crimen, la educación o la política exterior son una constante. Estados Unidos es claramente más antiestatalista, más individualista, más favorable al laissez-faire, y más igualitario que otras democracias.
Los europeos consideran que la violenta historia de la primera mitad del siglo XX es consecuencia directa de un ilimitado ejercicio de la soberanía nacional. La casa común que los europeos están edificando desde los años 50 tiene deliberadamente el objetivo de imbricar esas soberanías en múltiples estratos de reglas, normas y regulaciones a fin de impedir que se vuelvan a descontrolar. Pese a que la Unión Europea podría convertirse en un mecanismo de aglutinación que proyectara su poder más allá de las fronteras de Europa, lo que la mayoría de los europeos espera de ella es que trascienda a la política de poder.
Muchos estadounidenses consideran que, tras el 11-S, el mundo es fundamentalmente más peligroso. Que, si posee armamento nuclear, un dirigente como Sadam Husein se lo pasará a los terroristas, y que ello constituye una amenaza para toda la civilización occidental. La gravedad de dicha amenaza ha provocado la nueva doctrina de anticipación y la voluntad de Estados Unidos de utilizar la fuerza de modo unilateral en todo el mundo. Por el contrario, muchos europeos piensan que los atentados del 11-S constituyen un acontecimiento aislado, y que Osama Bin Laden tuvo mucha suerte y dió en el blanco. Pero, según ellos, hay pocas probabilidades de que Al Qaeda tenga un éxito similar en el futuro, dado el estado de máxima alerta y las medidas defensivas y preventivas establecidas a partir del 11-S. Los europeos consideran también que el riesgo de que Sadam Husein entregue armas nucleares a los terroristas es mínimo, que es posible disuadirle de que lo haga y que, por lo tanto, no es necesaria la invasión de Irak. Finalmente, tienden a pensar que los terroristas musulmanes no representan una amenaza para Occidente en general, sino que está muy centrada en Estados Unidos, debido a la política que este país lleva a cabo Oriente Próximo y en la región del Golfo.
Las diferencias de criterio que han aparecido entre Estados Unidos y Europa en el 2002 no son simplemente un problema pasajero provocado por el estilo de la Administración Bush, o por la situación mundial tras el 11-S. Es el reflejo de la existencia de una concepción diferente de la legitimidad democrática en el seno de una civilización occidental más amplia.
Este texto ha sido adaptado por el International Herald Tribune de una conferencia pronunciada por F. Fukuyama en el Center for Independent Studies de Sydney.
Cuando en 1992 apareció el libro El fin de la historia y el último hombre, del cientista político estadounidense Francis Fukuyama, inmediatamente se produjo un revuelo en los círculos intelectuales de todo el mundo. Realmente provocador resultó para muchos pensadores su tesis de que la historia habría acabado. Esto porque, según Fukuyama, la caída del comunismo y el triunfo a escala mundial del liberalismo político y de la economía de mercado han traído como consecuencia el que ya no exista espacio para nuevas grandes batallas ideológicas.
Como especialista en la relación entre democratización y política económica internacional, desde su cátedra en la George Manson University, Fukuyama ha centrado sus estudios en el rol de la cultura y el capital social en la vida económica moderna. En la siguiente entrevista, el profesor de ascendencia japonesa analiza el impacto que ha tenido sobre la economía, la cultura y la política, el fenómeno que más ha marcado este fin de milenio: la globalización.
P.
¿Hasta qué punto ha sido realizada la globalización?
R.
En muchos aspectos, la globalización es aún muy superficial. Aunque se ha hablado mucho sobre el punto, la verdad es que la economía global todavía es muy limitada. Creo que el verdadero estrato de la globalización está restringido a los mercados de capital. En la mayoría de las otras áreas, las instituciones siguen siendo intensamente locales.
El comercio, por ejemplo, es predominantemente regional: los asiáticos comercian mayoritariamente con asiáticos, los latinoamericanos lo hacen mayoritariamente con latinoamericanos. Incluso en regiones más desarrolladas. Así, el comercio intraeuropeo representa prácticamente el 60 % de todo el comercio europeo. Esta limitación regional es cierta en todas partes, muchas compañías son predominantemente nacionales y los gobiernos continúan siendo muy nacionales. Los mercados de consumo no son sólo nacionales, pero éstos se están segmentando, yendo más allá de las regiones, en tanto la educación de los consumidores mejora.
P.
¿Existen aspectos de la globalización que pueden llevar a una homogeneización aún mayor?
R.
Creo que simultáneamente va a ocurrir una homogeneización y una afirmación de las identidades culturales. En términos de las instituciones económicas y políticas, las culturas son cada vez más homogéneas, puesto que no existen muchas alternativas. Ya no es posible tener un cierto nacionalismo económico “peronista” o un cierto tipo de socialismo. Dada la naturaleza de la economía global, sólo existe una cierta cantidad de maneras en que un sistema político o económico puede ser organizado, ser viable y competitivo. Para llegar a ser una sociedad avanzada, un país tiene que ser democrático y tiene que estar conectado al mercado global. En relación con esto, existe una mayor homogeneización de las instituciones y de las ideologías. En el nivel cultural, no está claro que la homogeneización proceda tan rápido. En cierto sentido, existe una resistencia a la homogeneización cultural.
P.
¿Cree usted que la homogeneización podrá ocurrir en un nivel más profundo?
R.
Podría suceder que la cultura finalmente se homogeneice, al igual que las instituciones políticas, pero pienso que será un proceso más lento. Mucha gente cree que, porque tenemos una avanzada tecnología de las comunicaciones y porque se proyecta mundialmente la cultura global de la televisión, esto podría llevar la homogeneización a un nivel cultural más profundo. Creo que ha ocurrido exactamente lo contrario. Por ejemplo, actualmente es probable que exista una mayor desconfianza y un énfasis mayor en las diferencias entre las culturas de los Estados Unidos y Asia que hace 40 años. En los Œ50 y en los Œ60, Asia miraba a los Estados Unidos como un modelo de modernización. Ahora, los asiáticos observan la decadencia urbana estadounidense y el debilitamiento de la familia y sienten que Estados Unidos ya no es un modelo atractivo. La tecnología de las comunicaciones ha permitido, tanto a asiáticos como estadounidenses, mirarse más claramente, y al final resulta que tienen sistemas de valores muy distintos.
P.
¿Pueden las corporaciones globales tener un efecto de homogeneización sobre la cultura?
R.
Creo que existe una cultura global del consumidor que ha sido esparcida por compañías como McDonald's y la Coca Cola. Sin embargo, si se mira debajo de la superficie y se le pregunta a la gente de diferentes países en dónde tienen puestas sus lealtades, cómo valoran sus familias o cómo evalúan a la autoridad, uno se encuentra con enormes diferencias. Cuando se examina una cultura determinada, se le presta mucha atención a aspectos como el tipo de bienes de consumo que la gente compra, pero eso es muy superficial. En realidad, una cultura consiste en profundas normas morales que afectan la manera en cómo la gente se vincula entre sí.
P.
¿Podría aclarar un poco más el punto?
R.
En mi segundo libro, Confianza: las virtudes sociales y la creación de la prosperidad, una de las tesis centrales dice que estas calidades profundas, las llamadas normas morales, definen la actividad económica. Por ejemplo, en la cultura china la familia es central y limita las transacciones de negocios a la familia extendida. Este hecho tiene muchas consecuencias. Significa que los negocios en China tienden a no ser muy grandes, probablemente porque ellos se resisten a tener “managers” que no son familiares. También significa que es muy difícil construir instituciones que permanezcan más allá de dos o tres generaciones. En el ejemplo de China, la cultura es la que empuja a la economía.
P.
¿Qué es lo que constituye a estas identidades culturales más profundas?
R.
Obviamente, el lenguaje, la religión y la raza son importantes componentes de la identidad local. Mi interés particular tiene que ver con lo que llamo redes de confianza. Creo que para comprender realmente cómo operar en cualquier región del mundo, se necesita conocer las redes de confianza que se dan en esa área. Una vez que se ha establecido una relación de confianza, puede iniciarse una relación de negocios. Por ejemplo, en muchos países de Latinoamérica, muchas de las empresas más grandes son casi siempre controladas por un grupo de familias. Obviamente, las oportunidades de negocios dependerán de la comprensión que se tenga de cómo están entretejidas esas redes sociales. Las únicas personas que entienden bien cómo funcionan son los autóctonos. Es por eso que los “outsiders” encuentran difícil tener negocios en países en donde no tienen relaciones sociales preexistentes y en donde no se tiene el grado esperado de transparencia.
P.
¿Existen atributos humanos universales que crucen las culturas y las naciones?
R.
Sí. El deseo por el progreso material es obviamente una tendencia universal. Creo que existe una cantidad de evidencias que indica que el deseo de intercambiar en el mercado es también un atributo universal. En aquellos lugares en que no es practicado el intercambio mercantil, casi siempre es el Estado o alguna otra forma de autoridad de gobierno la que lo impide.
P.
¿Podría dar ejemplos?
R.
El libro de Hernando de Soto sobre Perú otorga un buen ejemplo. El texto muestra el tremendo deseo de los campesinos peruanos pobres, que se han mudado a Lima, para intercambiar. Los campesinos no pueden establecer un negocio formal porque les lleva hasta 25 días obtener un permiso y una gran cantidad de dinero les es necesaria para coimear a los funcionarios. Para poder realizar intercambios mercantiles, ellos han creado una enorme economía informal, la cual incluso tiene su propio sistema judicial.
P.
¿Qué ocurre con el espíritu emprendedor?
R.
También se puede argumentar muy bien a favor de la universalidad del espíritu emprendedor. Incluso, durante los últimos años, el Banco Mundial ha abogado por el concepto de micropréstamos. Antes, su política había sido prestarles a los bancos centrales y a grandes instituciones. Sin embargo, un examen más cerrado de las redes sociales reveló que la verdadera energía emprendedora se encuentra a un nivel más bajo. Un ejemplo de esto son los servicios de taxi y transporte informales que se han creado en muchos países. En Sudáfrica, el gobierno garantizaba el monopolio del transporte a unas pocas compañías, pero éstas fracasaron al satisfacer la demanda. Así, los servicios de taxi informales se convirtieron en la fuente de ingresos más grande para los negros durante el apartheid.
P.
¿Llevará la globalización al desarrollo de otros universales culturales?
R.
Creo que existe un conjunto de atributos culturales que deben acompañar a la modernización económica. Estos incluyen un mayor grado de individualismo, entendido en el sentido de que la gente debe ser evaluada más por sus logros que por su status heredado. Lo que me preocupa de las recientes discusiones sobre la globalización es que se piensa que ésta va a ser más homogeneizadora de lo que es en realidad. De hecho, creo que tendrá el efecto contrario. Québec es un ejemplo, ahí existe mucha división por el tema de la separación. Creo que nadie habría pensado en separarse sin la existencia del Nafta y sin la modernización económica de los 60. Actualmente, Québec está más integrada a la economía estadounidense que con el resto de Canadá. Si llegan a separarse, no les costará nada en términos económicos. La prosperidad aparejada con la globalización les permite a las culturas enfatizar sus rasgos propios.