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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (84 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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De repente, la respuesta le pareció obvia. Mientras examinaba sus pensamientos, advirtió que uno de sus principales motivos para buscar los depósitos había sido desacreditado varias veces por Elend. Sin embargo, Vin continuó con su búsqueda. No sabía explicar por qué, pero lo había considerado algo importante.

Aquello que había impulsado la economía imperial durante mil años. El más poderoso de los metales alománticos.

El atium.

¿Por qué estaba tan entusiasmada con él? Elend y Yomen tenían razón: el atium tenía poca importancia en el mundo actual. Sin embargo, sus sentimientos lo negaban. ¿Por qué? ¿Sería porque Ruina así lo quería, y Vin tenía alguna conexión no explicada con el metal?

El Lord Legislador había dicho que Ruina no podía leerle la mente. Pero Vin sabía que él podía influir en sus emociones. Cambiar su manera de considerar las cosas, impelerla. Impulsarla a buscar lo que él quería.

Analizando las emociones que se habían visto afectadas, pudo ver el plan de Ruina, la forma en que la había manipulado, su manera de pensar. ¡Ruina quería el atium! Y, con un escalofrío de terror, Vin advirtió que la había traído justo hasta él.
¡Con razón se mostraba tan complacido antes! ¡No era de extrañar que diera por hecho que había vencido!

¿Por qué una fuerza cuasidivina estaría tan interesada en algo tan simple como un metal alomántico? Esa cuestión la hizo dudar levemente de sus conclusiones. Pero en ese momento las puertas de la cámara se abrieron de golpe.

Y un inquisidor apareció tras ellas.

De inmediato, Yomen y los soldados se postraron de rodillas. Vin dio un involuntario paso hacia atrás. La criatura era alta, como la mayoría de su especie, y aún vestía las túnicas grises de su cargo anterior al Colapso. Tenía la cabeza calva arrugada con intrincados tatuajes, la mayoría negros y uno rojo. Naturalmente, también estaban los clavos de sus ojos. Uno de ellos estaba más enterrado en un ojo que en el otro, y aplastaba la cuenca en torno a la cabeza de metal. El rostro de la criatura, retorcido por una mueca inhumana, fue una vez familiar para Vin.

—¿Marsh? —susurró horrorizada.

—Mi señor —dijo Yomen, abriendo los brazos—. ¡Por fin has venido! Envié unos mensajeros a buscar…

—¡Silencio! —ordenó Marsh con voz rechinante mientras avanzaba—. ¡De pie, obligador!

Yomen se incorporó rápidamente. Marsh miró a Vin y sonrió levemente, pero luego la ignoró. En cambio, miró directamente a Ruina e inclinó la cabeza en sometimiento.

Vin se estremeció. Los rasgos de Marsh, retorcidos como estaban, le recordaban a su hermano. Kelsier.

—Estáis a punto de ser atacados, obligador —reveló Marsh, continuando su marcha y abriendo una gran ventana al otro lado de la habitación. A través de ella, Vin podía ver más allá de los salientes rocosos, hasta donde el ejército de Elend acampaba junto al canal.

Sólo que esta vez no había ningún canal. No había ningún saliente rocoso. Todo era de un negro uniforme. La ceniza llenaba el cielo, densa como una nevada.

¡Lord Legislador!
, pensó Vin.
¡Cuánto ha empeorado!

Yomen corrió a la ventana.

—¿Atacados, mi señor? ¡Pero si no han levantado el campamento!

—Los koloss atacarán por sorpresa —dijo el inquisidor—. No necesitan formar filas: simplemente, cargan.

Yomen vaciló un segundo, luego se volvió hacia sus soldados:

—Corred a las defensas. ¡Reunid a los hombres en los salientes más avanzados!

Los soldados salieron corriendo de la sala. Vin permaneció en silencio.
El hombre que yo conozco como Marsh está muerto
, pensó.
Trató de matar a Sazed, y ahora es completamente uno de ellos. Ruina ha…

Ha tomado el control sobre él…

Una idea empezó a cobrar forma en su mente.

—¡Rápido, obligador! —instó Marsh—. No he venido a proteger a tu insignificante ciudad. He venido a por lo que descubriste en ese depósito.

—¿Mi señor? —preguntó Yomen, sorprendido.

—Tu atium, Yomen —dijo el inquisidor—. Dámelo. No puede estar en esta ciudad cuando se produzca el ataque, por si caes. Lo llevaré a un lugar seguro.

Vin cerró los ojos.

—¿Mi… señor? —dijo Yomen por fin—. Puedes coger todo lo que poseo. Pero no había ningún atium en la caverna de almacenaje. Sólo las siete perlas que yo mismo recogí, como reserva para el Cantón de Recursos.

Vin abrió los ojos:

—¿Qué?

—¡Imposible! —rugió Marsh—. ¡Pero si antes le dijiste a la muchacha que lo tenías!

Yomen palideció:

—Una estratagema, mi señor. Ella parecía convencida de que yo tenía cierta cantidad de atium, así que le dejé creer que tenía razón.

—¡NO!

Vin dio un respingo ante el súbito grito. Yomen ni siquiera pestañeó, y un segundo más tarde ella comprendió por qué. Quien había gritado era Ruina. Se había vuelto confuso, y había perdido la forma de Reen; la figura estalló hacia fuera en una especie de tempestad de revuelta oscuridad. Casi como bruma, pero mucho, mucho más negra.

Vin había visto esa negrura antes. La había atravesado, en la caverna bajo Luthadel, camino del Pozo de la Ascensión.

Un segundo más tarde, Ruina regresó. Tenía otra vez el aspecto de Reen. Se cruzó las manos a la espalda, y no la miró, como si intentara fingir que no había perdido el control. Sin embargo, en sus ojos vio frustración. Ira. Se apartó de él, para acercarse a Marsh.

—¡Necio! —gritó Marsh, apartándose de ella y dirigiéndose a Yomen—. ¡Idiota!

Maldición
, pensó Vin, molesta.

—Y yo… —dijo Yomen, confuso—. Mi señor, ¿por qué te preocupa el atium? No vale nada sin alománticos y políticos que paguen por él.

—¡Tú qué sabrás! —replicó Marsh. Luego sonrió—: Pero estás condenado. Sí, realmente condenado…

Vin observó que, en el exterior, el ejército de Elend levantaba el campamento. Yomen regresó a la ventana, y Vin también se acercó, aparentemente para ver mejor. Las fuerzas de Elend se congregaban, hombres y koloss. Probablemente, habrían advertido las defensas de la ciudad y comprendido que habían perdido cualquier oportunidad de atacar por sorpresa.

—Va a saquear esta ciudad —dijo Ruina, situándose al lado de Vin—. Tu Elend es un buen sirviente, niña. Uno de los mejores. Deberías estar orgullosa de él.

—Tantos koloss… —oyó susurrar a Yomen—. Mi señor, es imposible combatir contra tantos. Necesitamos tu ayuda.

—¿Por qué iba a ayudaros? —preguntó Marsh—. ¿A ti, que no me entregas lo que necesito?

—Pero te he sido fiel —repuso Yomen—. Cuando todos los demás abandonaron al Lord Legislador, yo he continuado sirviéndole.

—El Lord Legislador está muerto —contestó Marsh con una mueca de desprecio—. También era un servidor indigno.

Yomen palideció.

—Deja que esta ciudad arda ante la ira de cuarenta mil koloss —dijo Marsh.

Cuarenta mil koloss
, pensó Vin. Elend había encontrado más, en alguna parte. Atacar parecía la acción lógica: por fin podría capturar la ciudad, quizá darle a ella la oportunidad de escapar en medio del caos. Muy lógico, muy inteligente. Y sin embargo, de repente, Vin estuvo segura de una cosa.

—Elend no atacará —anunció.

Seis ojos (dos de acero, dos de carne y dos incorpóreos) se volvieron hacia ella.

—Elend no soltará tantos koloss contra la ciudad. Está tratando de intimidarte, Yomen. Y deberías escuchar. ¿Prefieres seguir obedeciendo a esta criatura, este inquisidor? Te desprecia. Quiere que mueras. Mejor únete a nosotros.

Yomen frunció el ceño.

—Podrías combatirlo conmigo —dijo Vin—. Eres alomántico. Estos monstruos pueden ser derrotados.

Marsh sonrió:

—¿Idealismo por tu parte, Vin?

—¿Idealismo? —preguntó ella, mirando a la criatura—. ¿Te parece idealista creer que puedo matar a un inquisidor? Sabes que lo he hecho antes.

Marsh agitó una mano.

—No estoy hablando de tus necias amenazas. Estoy hablando de él. —Señaló al ejército de fuera—. Tu Elend pertenece a Ruina, igual que yo… igual que tú. Todos nos resistimos, pero todos acabamos por inclinarnos ante él tarde o temprano. Sólo entonces comprendemos la belleza que hay en la destrucción.

—Tu dios no controla a Elend —dijo Vin—. Sigue intentando sostener que lo hace, pero eso sólo lo convierte en mentiroso. O, tal vez, en un idealista.

Yomen observaba, confuso.

—¿Y si ataca? —preguntó Marsh con voz baja y ansiosa—. ¿Qué significaría eso, Vin? ¿Y si envía a sus koloss contra esta ciudad en un frenesí de sangre, los envía para que masacren y maten, para poder conseguir lo que él
cree
que tanto necesita? El atium y el alimento no pudieron hacerle venir… ¿pero tú? ¿Cómo te haría sentir eso? Mataste por él. ¿Qué te hace creer que Elend no hará lo mismo por ti?

Vin cerró los ojos. Recordó su ataque a la torre de Cett. Recordó las muertes al azar, con Zane a su lado. Recordó el fuego, y la muerte, y a un alomántico suelto.

Nunca había vuelto a matar así.

Abrió los ojos. ¿Por qué no atacaría Elend? Atacar tenía todo el sentido del mundo. Sabía que podía tomar la ciudad fácilmente. Sin embargo, también sabía que tenía problemas para controlar a los koloss cuando alcanzaban un frenesí demasiado grande…

—Elend no atacará —aseguró tranquilamente—. Porque es mejor persona que yo.

Capítulo 64

Cualquiera podría advertir que Ruina no envió a sus inquisidores a Fadrex hasta después de que Yomen confirmara, aparentemente, que había atium en la ciudad. ¿Por qué no enviarlos en cuanto se localizó el último depósito? ¿Dónde estuvieron sus lacayos todo el tiempo?

Hay que tener en cuenta que, para Ruina, todos los hombres eran sus lacayos, sobre todo aquellos a quienes podía manipular directamente. No envió a ningún inquisidor porque estaban ocupados haciendo otras tareas. En cambio, envió a alguien que, para él, era exactamente igual que un inquisidor.

Trató de introducir un clavo en Yomen, fracasó, y para entonces el ejército de Elend había llegado. Por tanto, utilizó a un peón diferente para que investigara el depósito y descubriera si el atium en verdad estaba allí. Al principio, no comprometió demasiados recursos en la ciudad, temiendo un engaño por parte del Lord Legislador. Como él, todavía me pregunto si los depósitos fueron diseñados, en parte, para este mismo propósito, para distraer a Ruina y mantenerlo ocupado.

—… y por eso debes enviar ese mensaje, Fantasma. Las piezas de todo este asunto están girando en el aire, arrojadas al viento. Tienes una pista que nadie más tiene. Hazla volar por mí.

Fantasma asintió, medio aturdido. ¿Dónde se encontraba? ¿Qué estaba pasando? ¿Y por qué, de pronto, todo parecía doler tanto?

—Buen chico. Hiciste bien, Fantasma. Estoy orgulloso de ti.

Trató de volver a asentir, pero todo era negrura y aturdimiento. Tosió, provocando algunos sonidos de sorpresa procedentes de un lugar lejano. Gimió. Había partes que le dolían mucho, aunque otras tan sólo le cosquilleaban. Y otras… bueno, no las sentía en absoluto, aunque creía que debería haber podido hacerlo.

Estaba soñando
, advirtió mientras recuperaba lentamente la consciencia.
¿Por qué me he quedado dormido? ¿Estaba de guardia? ¿Debería estar de guardia? El taller…

Sus pensamientos se dispersaron cuando abrió los ojos. Había alguien de pie ante él. Un rostro. Un rostro… bastante más feo que la cara que esperaba ver.

—¿Brisa? —trató de decir, aunque sólo consiguió emitir un graznido.

—¡Ja! —exclamó Brisa, con inesperadas lágrimas en los ojos—. ¡Está despertando!

Otro rostro flotó ante él, y Fantasma sonrió.
Ése
era el que había estado esperando. Beldre.

—¿Qué ocurre? —susurró Fantasma.

Unas manos le acercaron algo a los labios: un odre con agua. La sirvieron con cuidado, ofreciéndole un sorbo. Fantasma tosió, pero consiguió tragarla.

—¿Por qué… por qué no puedo moverme? —preguntó. Lo único que parecía poder menear era la mano izquierda.

—Tienes el cuerpo vendado y entablillado, Fantasma —dijo Beldre—. Órdenes de Sazed.

—Las quemaduras —señaló Brisa—. Bueno, no son tan malas, pero…

—¡Al diablo con las quemaduras! —croó Fantasma—. Estoy vivo. No me lo esperaba.

Brisa miró a Beldre, sonriendo.

Hazla volar…

—¿Dónde está Sazed? —preguntó Fantasma.

—Deberías tratar de descansar un poco —advirtió Beldre, acariciándole suavemente la mejilla—. Has sufrido mucho.

—Y dormido mucho más, parece —dijo Fantasma—. ¿Sazed?

—Se ha marchado, mi querido muchacho —informó Brisa—. Fue al sur con el kandra de Vin.

Vin.

Un sonido de pasos, y un segundo después el rostro del capitán Goradel apareció junto a los otros dos. El soldado de mandíbula cuadrada sonrió de oreja a oreja.

—¡Superviviente de las Llamas, en efecto!

Tienes una pista que nadie más tiene…

—¿Cómo está la ciudad? —preguntó Fantasma.

—A salvo en su mayor parte —respondió Beldre—. Los canales se inundaron, y mi hermano organizó brigadas de bomberos. De todas formas, la mayoría de los edificios que ardieron no estaban habitados.

—La salvaste, mi señor —dijo Goradel.

Estoy orgulloso…

—La ceniza cae aún más copiosamente, ¿verdad? —quiso saber Fantasma.

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