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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (86 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Jadeó, respirando entrecortadamente, temblando.

¿Qué demonios ha sido eso?
, pensó, incorporándose, llevándose las manos a la cabeza.

Y entonces se dio cuenta. Ya no sentía a los koloss. En la distancia, las enormes criaturas azules dejaron de correr. Para horror de Elend, se dieron la vuelta.

Y empezaron a atacar a sus hombres.

Marsh la agarró.

—¡La hemalurgia es su poder, Vin! —exclamó—. ¡El Lord Legislador lo utilizó sin saberlo! ¡El muy idiota! ¡Cada vez que construía un inquisidor o un koloss, creaba otro sirviente para su enemigo! ¡Ruina esperó con paciencia, sabiendo que cuando finalmente se liberara, tendría un ejército entero esperándolo!

Yomen miraba por otra ventana, jadeando en silencio.

—¡Enviaste a mis hombres! —dijo el obligador—. ¡Los koloss se han vuelto para atacar a su propio ejército!

—Después irán a por tus hombres, Yomen —repuso Vin, aturdida—. Y destruirán tu ciudad.

—Es el fin —susurró Ruina—. Todo tiene que encajar en su sitio. ¿Dónde está el atium? Ésa es la última pieza.

Marsh la sacudió. Vin por fin consiguió alcanzar el cinturón, y metió dentro los dedos. Dedos entrenados por su hermano, y por toda una vida en la calle.

Los dedos de una ladrona.

—No puedes engañarme, Vin —se regodeó Ruina—. Soy Dios.

Marsh alzó una mano, soltando su brazo, y alzó un puño como para golpearla. Se movía de forma poderosa, obviamente quemando peltre en su interior. Era alomántico, como todos los inquisidores. Lo cual significaba que guardaba metales en su persona. Vin alzó la mano y apuró el frasquito de metales que le había robado del cinturón.

Marsh vaciló, y Ruina guardó silencio.

Vin sonrió.

El peltre se avivó en su estómago, devolviéndola a la vida. Marsh se dispuso a completar su golpe, pero ella se apartó, y entonces le hizo perder el equilibrio tirando de su otro brazo, con el que aún la sujetaba. Marsh resistió, a duras penas, pero cuando se volvió para enfrentarse a Vin, le encontró sosteniendo su pendiente en una mano.

Y le dio un empujón de duralumín directamente contra la frente. Era un trozo de metal diminuto, pero le arrancó una gota de sangre al golpearlo, le atravesó la cabeza y salió por el otro lado.

Marsh se desplomó, y Vin cayó de espaldas por su propio empujón. Chocó contra la pared, haciendo que los soldados se dispersaran y gritaran, alzando sus armas. Yomen se volvió hacia ella, sorprendido.

—¡Yomen! ¡Trae a tus hombres de regreso! ¡Fortifica la ciudad!

Ruina había desaparecido en el caos de su escapada. Tal vez estaba fuera supervisando el control de los koloss.

Yomen parecía indeciso:

—Yo… No. No perderé la fe. Debo ser fuerte.

Vin apretó los dientes y se puso en pie.
Casi tan frustrante como Elend en ocasiones
, pensó, mientras se acercaba al cuerpo de Marsh. Rebuscó en su cinturón, y sacó el segundo y último frasquito que tenía allí guardado. Lo apuró, restaurando los metales que había perdido con el duralumín.

Saltó al alféizar de la ventana. La niebla revoloteó a su alrededor: el sol seguía brillando en el exterior pero las brumas llegaban cada vez más pronto. Vio las fuerzas de Elend asediadas por los koloss a un lado; los soldados de Yomen sin atacar, pero bloqueando la retirada, al otro. Se dispuso a saltar y unirse a la lucha, y entonces advirtió algo.

Un pequeño grupo de koloss. Un millar, lo bastante pequeño para haber sido ignorado por las fuerzas de Elend y las de Yomen. Incluso Ruina parecía no haberles prestado atención, pues simplemente estaban allí de pie, parcialmente enterrados en la ceniza, como una colección de piedras silenciosas.

Los koloss de Vin. Los que Elend le había dado, con Humano a la cabeza. Con una sonrisa taimada, les ordenó avanzar.

Y atacar a los hombres de Yomen.

—Te lo estoy diciendo, Yomen. —Vin saltó del alféizar y regresó a la habitación—. A esos koloss no les importa de qué bando están los humanos: matarán a quien sea. Los inquisidores se han vuelto locos ahora que el Lord Legislador está muerto. ¿No prestaste atención a lo que éste dijo?

Yomen parecía pensativo.

—Incluso admitió que el Lord Legislador estaba muerto, Yomen —dijo Vin, exasperada—. Tu fe es encomiable. ¡Pero a veces hay que saber cuándo hay que dejarlo y pasar a otra cosa!

Uno de los capitanes gritó algo, y Yomen se volvió hacia la ventana. Maldijo.

Inmediatamente, Vin sintió algo. Algo que tiraba de sus koloss. Gritó cuando los arrancaron de su control, pero el daño ya estaba hecho. Yomen parecía preocupado. Había visto a los koloss atacar a sus soldados. Miró a Vin a los ojos, silencioso durante un instante.

—¡Retiraos a la ciudad! —gritó por fin, volviéndose hacia sus mensajeros—. ¡Y ordenad a los hombres que permitan que los soldados de Venture se refugien dentro también!

Vin suspiró aliviada. Y entonces algo la agarró de la pierna. Vio con sorpresa cómo Marsh se ponía de rodillas. Le había atravesado el cerebro, pero los sorprendentes poderes curativos del inquisidor parecían capaces de soportar incluso eso.

—¡Idiota! —dijo Marsh, poniéndose en pie—. Aunque Yomen se vuelva contra mí, puedo matarlo, y sus soldados me seguirán. Les ha dado fe en el Lord Legislador, y yo detento esa fe por derecho de herencia.

Vin inspiró profundamente, y golpeó a Marsh aplacándolo con duralumín. Si funcionaba con los koloss y los kandra, ¿por qué no con los inquisidores?

Empujó, empujó con todo lo que tenía. En un estallido de poder, estuvo a punto de controlar el cuerpo de Marsh, pero no lo consiguió del todo. La muralla de su mente era demasiado fuerte, y ella sólo tenía un frasco para usar. La pared la repelió. Gritó de frustración.

Marsh extendió una mano, gruñendo, y la agarró por el cuello. Vin jadeó, abriendo mucho los ojos mientras Marsh empezaba a crecer de tamaño. Se hacía más fuerte, como…

Un feruquimista
, advirtió.
Tengo graves problemas.

La gente de la sala gritaba, pero ella no podía oírlos. La mano de Marsh, ahora grande y carnosa, le agarró la garganta, estrangulándola. Sólo el peltre avivado la mantenía con vida. Recordó aquel día, muchos años atrás, en que estuvo en manos de otro inquisidor. En la sala del trono del Lord Legislador.

Aquel día, el propio Marsh le había salvado la vida. Parecía una retorcida ironía que tuviera que debatirse ahora contra su estrangulamiento.

No. Todavía no.

Las brumas empezaron a girar a su alrededor. Marsh se sobresaltó, pero continuó apretando. Vin recurrió a las brumas.

Sucedió de nuevo. No supo cómo, ni por qué, pero sucedió. Inspiró las brumas en su cuerpo, como había hecho aquel remoto día en que había matado al Lord Legislador. De algún modo, las atrajo hacia sí y las usó para insuflar su cuerpo con una increíble vaharada de poder alomántico.

Y, con ese poder, empujó las emociones de Marsh.

La muralla se resquebrajó en su interior, luego estalló. Por un momento, Vin experimentó una sensación de vértigo. Vio las cosas a través de los ojos de Marsh; de hecho, le pareció comprenderlo. Su amor por la destrucción, y su odio hacia sí mismo. Y a través de él vio un atisbo de algo. Un ser odioso y destructivo que se ocultaba bajo una máscara de civismo.

Ruina no era lo mismo que las brumas.

Marsh gritó, soltándola. Su extraño estallido de poder se disipó, pero no importaba, porque Marsh saltó por la ventana y se impulsó a través de las brumas. Vin se levantó, tosiendo.

Lo hice. Recurrí de nuevo a las brumas. Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué, después de tanto intentarlo, sucedió ahora?

No había tiempo para pensar en eso, no con los koloss al ataque. Se volvió hacia el aturdido Yomen.

—¡Continuad la retirada hacia la ciudad! —dijo—. Voy a ayudar.

Elend luchaba a la desesperada, abatiendo a un koloss tras otro. Era un trabajo difícil y peligroso, incluso para él. Estos koloss no podían ser controlados: no importaba cuánto empujara o tirara de sus emociones, no podía recuperar a ninguno bajo su poder.

Sólo podía luchar. Y sus hombres no estaban preparados para la batalla: los había forzado a abandonar el campamento demasiado rápido.

Un koloss atacó, y su espada pasó silbando peligrosamente cerca de la cabeza de Elend. Maldijo, lanzó una moneda, y se empujó hacia atrás por el aire, sobre sus combatientes y de vuelta al campamento. Habían conseguido retirarse a la posición de su fortificación original, lo que significaba que tenían una pequeña colina para defenderse y no tenían que luchar en la ceniza. Un grupo de lanzamonedas (sólo tenía diez) disparaba oleada tras oleada de monedas hacia el grueso de los koloss, y los arqueros lanzaban andanadas similares. La línea principal de soldados era apoyada por los atraedores desde atrás, que tiraban de las armas de los koloss para desequilibrarlos, dando a sus compañeros la oportunidad de intervenir. Los violentos corrían por el perímetro en grupos de dos o tres, localizando puntos débiles y actuando como reservas.

Aun así, tenían serios problemas. El ejército de Elend no podía resistir contra tantos koloss mucho más de lo que podría haberlo hecho el de Yomen. Elend aterrizó en mitad del campamento a medio levantar, respirando entrecortadamente, cubierto con sangre koloss. Los hombres gritaban sin dejar de luchar, manteniendo el perímetro del campamento con la ayuda de los alománticos de Elend. El grueso del ejército koloss estaba aún contenido en la sección norte del campamento, pero Elend no podía retirar a sus hombres hacia Fadrex sin exponerlos a los arqueros de Yomen.

Trató de recuperar el resuello mientras un sirviente le traía un vaso de agua. Cett estaba sentado cerca, dirigiendo las tácticas de la batalla. Elend arrojó al suelo el vaso vacío y se acercó al general, que tenía sobre una mesa un mapa de la zona, pero sin marcas. Los koloss estaban tan cerca, y la batalla apenas a unos metros de distancia, que no era realmente necesario llevar un mapa abstracto.

—Nunca me gustó tener a esos bichos en el ejército —dijo Cett mientras bebía también un vaso de agua. Un sirviente se acercó, guiando a un cirujano que sacó un vendaje para empezar a atender el brazo de Elend. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que estaba sangrando.

—¡Bueno, al menos moriremos en batalla, y no de hambre! —exclamó Cett.

Elend hizo una mueca y volvió a coger su espada. El cielo estaba casi oscuro. No tenían mucho tiempo antes…

Una figura aterrizó en la mesa ante Cett.

—¡Elend! —dijo Vin—. Retiraos hacia la ciudad. Yomen os dejará entrar.

Elend se sobresaltó.

—¡Vin! —sonrió—. ¿Por qué has tardado tanto?

—Me entretuvieron un inquisidor y un dios oscuro —contestó—. Ahora, daos prisa. Iré a ver si puedo distraer a algunos de esos koloss.

Capítulo 66

Los inquisidores tenían pocas posibilidades de resistirse a Ruina. Tenían más clavos que ninguna otra de sus creaciones hemalúrgicas, y eso los ponía completamente bajo su dominio.

Sí, habría hecho falta ser un hombre de voluntad suprema para resistirse a Ruina incluso levemente si llevabas los clavos de un inquisidor.

Sazed trató de no pensar en lo oscura que era la ceniza en el cielo, ni en el terrible aspecto que tenía la tierra.

He sido un necio
, pensó, mientras seguía cabalgando.
De todas las ocasiones en que el mundo necesitaba creer en algo, ésta es la más importante. Y yo no estaba allí para ofrecérselo.

Se sentía dolorido de tanto cabalgar, pero se aferraba a la silla, aún sorprendido por la criatura que montaba. Cuando Sazed decidió acompañar a TenSoon al sur, le preocupaba el viaje. La ceniza caía como los copos de una nevada, y se amontonaba terriblemente en algunos lugares. Sazed sabía que viajar sería difícil, y temía refrenar el ritmo de TenSoon, quien obviamente viajaba mucho más rápido con su forma de sabueso.

TenSoon consideró su preocupación, y entonces pidió que le trajeran un caballo y un cerdo grande. Ingirió primero el cerdo para darse masa extra, y luego moldeó su piel como gelatina alrededor del caballo para digerirlo también. En menos de una hora, había dado a su cuerpo forma de caballo… pero con más músculos y peso, creando la enorme y fortísima maravilla que Sazed cabalgaba ahora.

Llevaban cabalgando sin parar desde entonces. Por fortuna, Sazed tenía algo de desvelo almacenado en una mente de metal desde hacía un año, tras el asedio de Luthadel. Lo usó para impedir quedarse dormido. Todavía le sorprendía que TenSoon pudiera mejorar tanto el cuerpo del caballo. Se movía con facilidad a través de la densa ceniza, mientras que un caballo real, y desde luego un humano, habrían tenido dificultades.
Otra cosa en la que he sido un necio. Estos últimos días podría haberle preguntado a TenSoon por sus poderes. ¿Cuántas más cosas hay que desconozco?

Sin embargo, pese a su vergüenza, Sazed sentía algo de paz en su interior. Si hubiera continuado enseñando religiones después de creer en ellas, habría sido un auténtico hipócrita. Tindwyl creía que había que dar esperanza a la gente, aunque hubiera que mentir para hacerlo. Así consideraba las religiones: mentiras que hacían que la gente se sintiera mejor.

Sazed no podía haber actuado de la misma forma; al menos, no podía haberlo hecho y seguir siendo la persona que quería ser. No obstante, ahora tenía esperanza. La religión de Terris era la que había enseñado sobre el Héroe de las Eras en primer lugar. Si alguna contenía la verdad, era ésta. Sazed necesitaba interrogar a la Primera Generación de kandra y descubrir qué sabían.

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