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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö
El inspector Beck está a punto de empezar sus vacaciones cuando un importante periodista sueco llamado Alf Matsson desaparece de repente. Matsson fue visto por última vez en Hungría, así que es ahí donde Beck empieza su investigación. Pero una vez que llega a Budapest, descubre que se trata de una pista falsa. Beck sospecha que se trata de un caso de espionaje comunista, pero ¿por qué le sigue la policía y por qué le insisten que no hay nada extraño en la desaparición de Matsson?
El hombre que se esfumó
(1966) es una excepcional novela de suspense de acción trepidante, fina ironía y una magistral captación de ambientes, elementos que enmarcan de manera singular una trama admirablemente construida.
Maj Sjöwall y Per Wahlöö
El hombre que se esfumó
Martin Beck, 2
ePUB v1.1
ErikElSueco17/10/2011
Prólogo
La primera vez que fui a Estados Unidos, en 1979, tuve que comprar otra maleta para traerme todos los libros a casa. Descubrir que había libreros especializados en literatura de misterio fue, de alguna manera, como ir al cielo sin tener que morir primero. Había numerosos autores de literatura negra cuyos libros sólo podían adquirirse allí —irónicamente, algunos de ellos británicos— y, en aquellos días anteriores a Internet, la única manera de conseguirlos consistía, al parecer, en ir allí físicamente y comprarlos. Cosa que hice. En cantidades industriales.
Entre los libros de la bolsa de viaje había diez
paperbacks,
editados en el formato negro de Vintage Press. Se trataba del decálogo de novelas policíacas escritas por el matrimonio sueco formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö.
Habían estado en mi lista de libros de lectura obligada desde el momento en que supe de ellos gracias a
Bloody Murder,
el libro en el que Julian Symonds ofrece una insuperable visión panorámica del género negro. Dice allí: «Se les podría clasificar de novelas policíacas, pero los autores se interesan más por las implicaciones filosóficas del crimen que por el mero procedimiento policial... Tienen un carácter marcadamente individual y son muy buenas». Supongo que fue una jugada un tanto arriesgada comprar las diez novelas sin más recomendación que ésa. Pero es una jugada de la que nunca me he arrepentido.
Cuando se lee la serie de Martin Beck con ojos del siglo XXI, es casi imposible advertir lo revolucionarios que resultaban en el momento de su primera aparición, hace más de cuarenta años. Son muchos los elementos que aparecen por primera vez en estas novelas que luego se han hecho esenciales, hasta el punto de convertirse en lugares comunes del subgénero del procedimiento policial. Numerosos componentes que damos por descontados y que nos hacen incluso suspirar de tedio, tienen sus raíces en la obra de una pareja de periodistas metidos a escritores de novela negra.
A mediados de la década de 1960, cuando Sjöwall y Wahlöö comenzaron a escribir, eran ya numerosos los ejemplos de novela de procedimiento policial. Si retrocedemos hasta la época dorada de la década de 1930, encontramos, entre los pioneros, al inspector Alleyn de Ngaio Marsh y al inspector French, de Freeman Wills Crofts. Tras ellos vinieron, en rápida sucesión, personajes como el Gideon de J. J. Marric y, al otro lado del Atlántico, Ed McBain.
Común a todos estos ejemplos de
roman policier
es su compromiso con el
statu quo.
Su mundo se divide en negro y blanco, el bien y el mal, la razón y la sinrazón, sin perturbadoras áreas grises intermedias. Hombres malos —y, excepcionalmente, mujeres malas— hacen cosas malas y, con ello, quedan necesariamente abocados a un mal fin. Los oficiales de policía son honrados y respetables padres de familia que creen en el imperio de la ley y en la justicia administrada por su propia mano. Un policía corrupto es casi impensable. Un policía incompetente, sólo un poco menos.
El protagonista de la serie puede tener un compañero, invariablemente de menos talento y a menudo más fornido, pero apenas se hace mención del resto de la brigada, cuya labor rutinaria pasa, en su mayor parte, desapercibida (MacBain, más adelante, se convirtió en una excepción a esta regla, pero en las primeras novelas de la serie sobre el Distrito 87, Steve Carella ocupa invariablemente el centro de la escena). El procedimiento policial era siempre patrimonio de un héroe particular. No había espacio para compartir el candelero.
Los libros de Sjöwall and Wahlöö son diferentes. Aunque generalmente conocidos como las novelas de Martin Beck, en realidad no tratan de un individuo. Son piezas de coral.
Beck no es una especie de inconformista solitario que actúa enteramente al margen de las reglas y con mal disimulado desprecio hacia los pobres mortales que le rodean. Y tampoco es un genio portentoso dotado de un talento extraordinario, ante el cual los mortales retroceden estupefactos, contemplando cómo inexorablemente los conduce a la resolución del desconcertante misterio.
Tampoco tiene glamour. Ni es vástago de familia noble, ni marido de una famosa retratista, ni un personaje extravagante que resuelve misterios incomprensibles arqueando una de las dos cejas.
No, Martin Beck no es ninguna de estas cosas. Es un hombre incansable, de mediana edad, con problemas de estómago, cuyo matrimonio se va desintegrando lentamente a lo largo de la serie. Y no por una turbulenta infidelidad o por un choque de los sistemas de creencias, sino más bien por la especie de callada desesperación que surge entre dos personas que una vez se amaron pero que de repente ya no tienen nada en común, además de los hijos y el domicilio.
Es también una especie de idealista, obligado por su oficio a afrontar el abismo entre lo que realmente existe y lo que debería existir en un mundo ideal.
Su vida está impregnada por la conciencia de este abismo, que le lleva a deprimirse y, en ocasiones, al fatalismo sobre si lo que hace sirve, en realidad, de algo.
Además, forma parte de un equipo cuyos miembros son personajes plenamente caracterizados. Sus fuerzas y flaquezas quedan contrapesadas por las de sus colegas. Él se apoya en ellos de la misma manera que ellos en él. Se trata de un mundo en el que las ideas se ponen en común, en el que ningún individuo tiene el monopolio de la perspicacia, de la ocurrencia brillante. Las tareas monótonas, tediosas, no se realizan fuera de escena, encomendadas a subalternos irrelevantes. Martin Beck y sus subordinados comparten la acción y la rutina. A lo largo de las diez novelas, se ponen a prueba tanto las amistades como las enemistades, y todos los personajes quedan retratados como individuos dotados de virtudes y vicios, en distinta medida.
Todo esto sería, por sí mismo, suficiente para distinguir estos libros, diferenciándolos del montón. Pero Sjöwall y Wahlöö añaden además otros elementos que ponen de manifiesto la singularidad de su visión.
Las tramas, por ejemplo, no tienen nada que envidiar a las de nadie, tanto en temática como en estructura. A veces es el punto de partida lo que resulta sorprendente: una situación aparentemente anómala que conduce, sutilmente, al corazón de algo mucho más tenebroso. Otras veces, en cambio, es la elección de la cuestión de fondo lo que nos desconcierta: somos inducidos a creer que estamos ante un determinado tipo de historia, pero, de repente, nos hallamos en un lugar completamente distinto. Sea cual sea el rumbo que tome la historia, Sjöwall y Wahlöö siempre encuentran maneras para coger desprevenido al lector, obligándonos a revisar nuestra forma de ver el mundo.
Y luego está ese aspecto que Julian Symonds captó tan sagazmente: su interés por los aspectos filosóficos del crimen. Actualmente, se da por hecho que la novela negra es capaz de analizar la sociedad, de arrojar luz sobre nosotros mismos. La mejor novela negra contemporánea nos enseña cómo funciona nuestra sociedad, poniendo de manifiesto los estratos y patrones sociales.
Puede retirar la superficie, dejando al descubierto lo bueno y lo malo, y puede valerse tanto de los personajes como de las tramas para fustigarnos por nuestros pecados.
Pero en los tiempos en que Sjöwall y Wahlöö comenzaron a escribir, todas estas tareas estaban encomendadas a los novelistas de la literatura de prestigio.
De los escritores de género negro sólo se esperaba entretenimiento. El dúo sueco demostró así que había una forma distinta de escribir sobre el crimen. La mirada de Martin Beck y sus colegas es un espejo en el que se refleja la sociedad sueca de la época, en la que los ideales del estado de bienestar comenzaban a ceder bajo el peso de la realidad de la vida diaria. Tratan incansable e inquebrantablemente sobre lacras y problemas sociales, aunque sin olvidar nunca que están escribiendo novelas, no panfletos. Saben revestir sus preocupaciones sociales en tramas de acción trepidante, sin perder nunca de vista la necesidad de mantener enganchado al lector.
El resultado final, aunque serio en sus pretensiones, dista mucho de ser lúgubre. Sjöwall y Wahlöö tienen el don del humor. Éste se pone de manifiesto en el ingenio de Beck, negro y malicioso, pero también en la farsa disparatada que estalla de vez en cuando, generalmente protagonizada por Kristiansson y Kvant, un par de agentes tan estúpidos como desafortunados. Sus interludios bufonescos resultan tan divertidos para el lector como frustrantes para los detectives. Antes de Sjöwall y Wahlöö, una pareja semejante de «Keystone Kops» hubiera sido impensable, pues vienen a minar la seriedad de la investigación policial, trasladándola directamente al ámbito de la conducta humana normal.
En muchos aspectos, no obstante,
El hombre que se esfumó
constituye una excepción respecto de las otras novelas. En su mayor parte, la acción se desarrolla fuera de Suecia, en Budapest, en un momento en que la Guerra Fría seguía siendo un inquietante rumor de fondo en la vida de todo el mundo. En buena parte del libro, Beck está solo en un país extraño, sin apoyo y sin una comprensión visceral de la sociedad en la que intenta operar. Su investigación sobre la desaparición de un periodista sueco parece estrellarse a cada momento contra un muro, y se hace cada vez más desconcertante a medida que se producen nuevas revelaciones.
Pronto caemos en la cuenta de que Beck no va a poder resolver el caso por sí mismo. Y para conseguir que las piezas encajen, revelando una verdad que consigue ser a la vez banal y original, se ve obligado a recurrir a la ayuda de sus colegas en Suecia y de fuentes inesperadas en la propia Budapest.
En 1971, con
El alegre policía,
Sjöwall y Wahlöö ganaron el premio Edgar a la mejor novela, concedido por la Asociación de Escritores de Misterio de EE. UU.
Sigue siendo, todavía hoy, la única novela traducida que ha obtenido este galardón. Para mí, esto no es particularmente sorprendente. Y les puedo asegurar que, si leen sus libros, acabarán dándome la razón. A mí, y a los demás escritores de serie negra, que somos plenamente conscientes de cuánto le debemos a esta pareja de periodistas suecos, metidos a novelistas.
V
AL
M
C
D
ERMID
La habitación era pequeña y destartalada. La ventana carecía de cortinas, y fuera se veía una pared contra incendios, gris, con armazones oxidados y un anuncio de margarina Pellerin, ya descolorido. El cristal de la mitad izquierda de la ventana había desaparecido, sustituido por un trozo de cartón mal cortado. El empapelado tenía un dibujo floral, pero tan desvaído por el hollín y las manchas de humedad que apenas era visible. En algunos sitios estaba despegado, y habían intentado repararlo con cinta adhesiva y papel de envolver.