La expresión de disculpa que muestra el policía parece sincera y espontánea. Asiente con la cabeza.
—¿Qué plan tiene, señora? —inquiere el agente Decker retomando el asunto que nos ocupa.
Dejo de lado mi indignación.
—Es muy sencillo. Uno de ustedes vigilará desde el tejado. Otro junto al ascensor. Dos permanecerán aquí conmigo y la agente Thorne. El policía que vigile desde el tejado nos alertará si alguien entra desde la calle. El que esté apostado junto al ascensor podrá confirmar si esa persona se apea en esta planta. La misión de los policías que permanezcan aquí será capturar al asesino. ¿Han traído el material que necesitamos? —pregunto a Decker.
—Sí, señora. Auriculares y micrófonos sujetos al cuello. Y armas.
—Y un rifle de francotirador por si hay que disparar desde el tejado —tercia uno de los policías del SWAT.
Asiento con la cabeza.
—Bien. Quiero recalcar que deben esforzarse en no llamar la atención. Tenemos pruebas que confirman que uno de esos individuos me ha estado siguiendo. Si uno de ellos sospecha algo, se largarán a toda prisa. —Miro a cada uno de los agentes—. ¿Alguna pregunta?
Todos responden negativamente.
—En tal caso ocupen sus posiciones, y permanezcan atentos, la espera puede ser larga.
E
STO, pienso, refleja el tipo de trabajo que hago. Hace que mi vida esté gobernada por influencias ajenas, que me ponga en marcha en cuanto aparece una pista, por insignificante que sea. No deja de ser irónico, pienso. Odio que me obliguen a hacer algo, pero he elegido una profesión que implica justamente eso. Cuando persigo a un asesino, no tengo horario. El esquema es bien simple: cuanto más tiempo permanezca libre el asesino, más probabilidades existen de que mate a alguien. Por tanto hay que perseguirlo sin descanso hasta atraparlo.
En estos momentos me encuentro en el apartamento de una mujer que muestra sus habilidades eróticas para ganarse la vida, dispuesta a esperar lo que sea necesario confiando en que Jack Jr. o su compinche aparezcan.
Miro a Callie. Está sentada en el sofá, con los pies apoyados en la mesita de café, mirando un programa de entrevistas en televisión junto con Leona mientras comen palomitas. Es uno de los rasgos de Callie que admiro. Vive el momento, relajada, pero dispuesta a entrar en acción en un abrir y cerrar de ojos. Es una habilidad que yo no poseo.
Miro mi reloj. Son las nueve y media. Me comunico con el policía que está apostado en el tejado, que se llama Bob.
—¿Ha observado algo anormal, Bob?
Oigo su voz a través del auricular.
—Aún no, señora —contesta él.
Aguzo el oído, tratando de escuchar la conversación entre Callie y Leona.
—Permita que le haga una pregunta, cielo. ¿Qué ocurrirá cuando decida que desea rehacer su vida junto a un hombre?
—¿A qué se refiere?
—¿Cambiará el tipo de vida que lleva ahora?
Tras reflexionar unos instantes, Leona responde:
—Depende. Muchas personas se conocen en ambientes no monógamos. No es muy probable, pero ocurre. Si ése no fuera mi caso, supongo que esperaría hasta que decidiera dejar esta ocupación antes de ponerme a buscar un compañero. Me juré que jamás cambiaría mi vida radicalmente por un hombre. Nunca más.
—Es curioso el conjunto de problemas que comporta su ocupación.
—Son inherentes a la forma de vida que llevo.
Dejo de prestar atención a la conversación que mantienen. Callie siempre ha mostrado una curiosidad voraz por las vidas ajenas.
Éste es el plan que hemos trazado. Y no sólo aquí. En la oficina todos están manos a la obra. Todos comparten la tensión y la responsabilidad. Todos compartirán la sensación de culpa si Jack vuelve a matar antes de que le atrapemos.
Oigo de nuevo la voz de Bob a través de mi auricular, obligándome a dejar de lado mi aburrimiento y mis reflexiones.
—Ha entrado en el edificio un hombre, de aproximadamente un metro ochenta de estatura, con el pelo oscuro. Parece que lleva un uniforme, no lo distingo con claridad.
—Recibido —responde Dylan, el policía situado junto al ascensor.
Miro a Callie y a los agentes Decker y McCullough. Todos asienten con la cabeza. Indicándome que lo han oído. Pasan unos momentos.
—Un hombre de esa descripción acaba de salir del ascensor y se dirige hacia el apartamento —me informa Dylan—. Confirmo que lleva un uniforme, repito, confirmo que lleva el uniforme de una compañía de exterminación de plagas.
—Recibido —contesto. El corazón me late aceleradamente y el dragón se agita excitado en mi interior—. Quédese ahí para impedir que escape, Dylan.
—Recibido.
—Bob, si el individuo logra escapar del apartamento se lo comunicaré para que le dispare.
—Recibido. Estoy preparado.
—Es él —digo a Leona.
Ella asiente con la cabeza. Parece excitada, tensa. Observo que no parece asustada.
Suena el timbre de la puerta. Indico a Leona que abra. Ella se encamina hacia la puerta y mira a través de la mirilla, una última comprobación. Se vuelve hacia mí y mueve la cabeza. No conoce a Jack. Yo le indico que prosiga.
—¿Quién es? —pregunta.
—La compañía de exterminación de plagas ABC, señora. Lamento que sea tan tarde, pero el propietario del edificio nos llamó y dijo que era urgente. Al parecer tienen ratas. Necesito entrar para comprobar si tiene ratas en su apartamento. Es cuestión de unos minutos.
—Mmm… está bien. Espere un momento.
Leona me mira de nuevo. Yo le indico que entre en su dormitorio. Saco mi pistola, al igual que Callie, Decker y McCullough. Alzo una mano y cuento hasta tres con los dedos. Uno… dos… y al contar tres, abro la puerta de par en par.
—¡FBI! —grito—. ¡No se mueva!
Le apunto con la pistola a medio metro de su cara. Miro sus ojos y veo la vacuidad que imaginaba. El tipo deja caer el portafolios que sostiene y levanta las manos por encima de su cabeza.
—¡No dispare! —dice. Parece sorprendido, cosa lógica cuando tienes una pistola apuntándote a la cara, pero hay algo que me preocupa, porque sus ojos no traslucen el menor asombro. Por el contrario, muestran una expresión calculadora: escrutando, sopesando, pensando.
—No se mueva —digo—. Apoye las manos en la nuca y arrodíllese.
El tipo me mira al tiempo que se pasa la lengua por los labios.
—Lo que usted diga, Smoky.
Tengo una milésima de segundo para alarmarme al oírle pronunciar mi nombre. El tipo se mueve con la velocidad de un tornado, saltando a un lado y abalanzándose luego sobre mí. Mueve las manos en sentidos distintos, apartando mi pistola con una mano y asestándome un puñetazo en la cara con la otra. Retrocedo, viendo las estrellas, y la milésima de segundo pasa.
Caigo al suelo de espaldas y trato de levantarme. Aún empuño mi pistola.
El tipo no deja de moverse, ejecutando una especie de artes marciales, con unos movimientos potentes y decididamente devastadores. Al igual que ha hecho conmigo, se abalanza sobre sus otros objetivos propinándoles puñetazos y patadas brutales. No se mueve con elegancia, pero sí con gran eficacia. Le veo propinar al agente Decker un codazo en la mandíbula y observo, mareada pero con curiosidad, que éste pierde dos dientes, los cuales no se le caen, sino que salen disparados como dos balas. Entonces oigo decir a Callie con tono gélido:
—No te muevas o te mato.
Todo movimiento cesa de pronto. Como si el tiempo se hubiera detenido. Porque Callie tiene su pistola apoyada en la frente de ese tipo. Él mira de un lado a otro enfurecido mientras el agente McCullough y Dylan, que ha dejado su puesto junto al ascensor del vestíbulo para participar en la batalla, le reducen.
Me doy cuenta de que estoy sangrando y mareada. Muy mareada.
—¿Estás bien, cielo?
—Sí —respondo levantándome torpemente.
Luego me desplomo de nuevo. No pierdo el conocimiento, pero me caigo sentada de culo.
—¡Estúpida puta! —grita el tipo—. ¡Guarra, inútil! ¿Crees que esto significa algo? ¡No significa nada! ¡Nada! Todavía…
—¡Calla, joder! —grito—. Cállate o te meto un tiro en la pierna. Dylan, McCullough, leedle sus derechos y amordazadle.
Dylan me mira sonriendo, pero coloca las esposas al tipo y lo saca al pasillo para registrarle y leerle sus derechos.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta Callie preocupada.
—El mareo ya se me ha pasado —respondo moviendo la cabeza para asegurarme—. Creo que estoy bien. ¿Cómo tengo la cara?
—Ese tío te ha machacado los labios. Parece como si dijeras: «No utilizo colágeno, es que acabo de chocar con una pared».
Al oír eso me levanto de un salto, alarmada.
—¡Decker!
—Estoy aquí. Estoy bien.
Veo que está de pie, pero apoyado en la pared. Sostiene un pañuelo empapado en sangre sobre la boca.
—Caray —digo—, tiene que ir al médico.
—Querrá decir al dentista —se queja él—. Ese cabrón me ha saltado dos dientes.
—Callie.
—Voy a pedir una ambulancia —responde ella abriendo su móvil.
Se abre la puerta del dormitorio de Leona, sólo unos centímetros.
—¿Puedo salir? —pregunta con voz temblorosa—. ¿Están todos bien?
Echo un vistazo al cuarto de estar, la mesita de café está destrozada, y de pronto caigo en la cuenta.
—¡Le hemos atrapado! —grito.
Callie y Decker me miran sobresaltados. Callie sonríe. Decker trata de hacerlo sin éxito.
—Todo ha ido bien, Leona —digo volviéndome hacia la puerta—. Todo ha salido a pedir de boca.
Hago crujir mis nudillos. Me duelen los labios.
Pero el dragón no cesa de removerse, bramando y rechinando los dientes.
«Dame de comer —murmura—, deja que le triture los huesos.»
Me paso la lengua por el labio superior y siento el sabor de mi sangre. De momento tendrá que contentarse con eso.
E
NTRO con Callie en el edificio del FBI. Hemos dejado a un policía con Leona y nuestro sospechoso ha sido conducido a la comisaría de Wiltshire para empapelarlo. He ido para recoger a Alan y planear nuestra estrategia a la hora de interrogarle. Acabo de pulsar el botón de subida del ascensor cuando empieza a sonar mi móvil.
—¡Smoky!
Me tenso al instante. Es Elaina y parece aterrorizada.
—¿Qué ocurre?
—Hay tres hombres merodeando alrededor de la casa. En el jardín trasero. Parecen jóvenes.
Siento un escalofrío de pavor. Pienso en Ronnie Barnes. ¿Tiene esto algo que ver con él? ¿Ha creado Jack Jr. un pequeño ejército de psicópatas? ¿O me estoy comportando como una paranoica?
¿Paranoica? ¿Tratándose de Jack Jr.? ¡Ni hablar!
Pienso en lo que dije a Alan, que Elaina no corría ningún peligro, y me aterrorizan las consecuencias de este error.
Doy media vuelta, prescindiendo del ascensor, y echo a correr escaleras arriba. Callie me sigue a la carrera.
—Elaina, ¿dónde están los agentes que vigilan la casa?
Silencio.
—Veo su coche aparcado, pero a ellos no.
—¿Tienes un arma en la casa? ¿Una pistola?
—Sí. Arriba, en el armario.
—Cógela y enciérrate con Bonnie en el baño. Voy a recoger a Alan, tardaremos unos quince minutos en llegar.
—Tengo miedo, Smoky.
Cierro los ojos durante unos instantes mientras sigo corriendo.
—Llama a la policía, coge la pistola. No tardaremos en llegar.
Cuelgo, aunque a regañadientes. Pero lo hago para obligar a Elaina a reaccionar. Al cabo de unos momentos entro apresuradamente en nuestro despacho. Todos se sorprenden al ver la expresión de mi rostro.
—¡Elaina tiene visitas, Alan! —Señalo a Leo y a James—. Vosotros quedaos aquí. James, ponte en contacto con la policía de Los Ángeles para coordinar la acción con respecto al sospechoso que les hemos enviado para que empapelen. Callie y Alan, venid conmigo. ¡Apresuraos!
Alan ya se ha puesto en marcha. Su rostro refleja un montón de preguntas, sus ojos terror. Habla con tono sereno, incluso cuando bajamos corriendo la escalera hacia el aparcamiento.
—¿Cuántos son? —pregunta.
—Tres. Están merodeando alrededor de la casa. Le he dicho a Elaina que llame a la policía, que coja la pistola y que se encierre en el baño.
—¿Dónde coño se han metido los agentes que se supone que protegen a Bonnie?
—No lo sé.
Atravesamos la recepción a la carrera, salimos por la puerta de entrada del edificio y bajamos a toda velocidad los escalones. Elaina y Bonnie, Elaina y Bonnie, repito mentalmente como un mantra, una y otra vez. En cierto modo me choca no estar más asustada, pero lo único que me obsesiona es llegar lo antes posible, no tengo tiempo para sentir ni para pensar con claridad. Callie no ha dicho una palabra. Nos sigue sin hacer preguntas.
De pronto ocurre lo imprevisto.
—¡Muere, hijaputa!
Estamos en el aparcamiento, y el joven que ha gritado echa a correr hacia mí empuñando una navaja. Tiene la cara crispada en un rictus enloquecido. Sus ojos muestran un hambre voraz. El tiempo parece detenerse y todo se desarrolla secuencia por secuencia. Un metro ochenta, pienso de forma analítica. Echa a correr empuñando la navaja, lo que significa que se abalanzará sobre mí dentro de medio segundo…
Le disparo un balazo en la cabeza antes de terminar de analizar la situación. He desenfundado mi pistola y he disparado a una velocidad imposible de calcular. Es instintivo, un movimiento realizado con la rapidez del rayo.
La bala le salta la tapa de los sesos, el tiempo se reinicia a una velocidad normal. Me aparto a un lado cuando el tipo cae hacia delante y su cuerpo choca contra el pavimento con un golpe seco, haciendo que sus sesos y la navaja vuelen por el aire.
—¡Hostia, leche! —grita Alan.
Observo que ni él ni Callie han desenfundado aún sus pistolas. No se lo reprocho. Mi mirlo de acero negro y yo tenemos una relación especial.
Mi mente sigue funcionando a una velocidad increíble.
—Conduce tú, Callie. ¡No te detengas!
Veo a Tommy correr hacia nosotros. Pero no me detengo.
—¡Estamos bien! —grito—. ¡Pero hay unos tipos merodeando por la casa de Alan!
Tommy no se para, ni asiente con la cabeza, se limita a dar media vuelta y a echar a correr hacia su coche. Se nota que ha recibido entrenamiento del Servicio Secreto. Se mueve al instante, sin vacilar, con precisión.