El hombre sombra (43 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
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—¿Dónde está el tipo al que disparó en la mano?

—Aquí —respondo—. Lo han trasladado también al quirófano. Tratan de restituirle los dos dedos.

—Que le den —rezonga Jones.

Con el rabillo del ojo veo a Bonnie asentir con la cabeza. Lo cual me deja pasmada.

—¿Y los otros tres? —pregunta Jones—. ¿Han muerto?

—Sí.

—¿Quién los mató?

Eso tiene que incluirse en el informe, haciendo constar cada bala que haya sido disparada.

—Yo maté al tipo del aparcamiento. Elaina disparó contra uno de los que entraron en su casa. Alan y Callie mataron al hombre que empuñaba la pistola.

El director adjunto Jones mira a Elaina. La expresión de sus ojos se ha suavizado.

—Lo lamento —dice. Lamento que usted, una civil, tuviera que matar a un hombre, le dice Jones con la mirada. Elaina lo comprende.

—Gracias.

—¿Creen que esos tipos son los seguidores de Jack Jr.?

—No tenemos ninguna duda al respecto, señor.

—¿Qué me dice del sospechoso que atrapó esta noche? ¿Era uno de ellos? ¿Está segura?

—No del todo hasta que él mismo o las pruebas lo confirmen, pero sí… encaja en el esquema.

Jones asiente en un gesto de conformidad.

—Eso ha estado bien. Muy bien. —Guarda silencio unos momentos, meditando sobre el asunto. Nos mira a todos. Cuando vuelve a hablar, lo hace con un tono más suave—. Escuchen, esperaremos aquí hasta saber si Callie va a salir de ésta. Sólo podemos confiar en que así sea. Cuando todo haya terminado, tanto si Callie logra sobrevivir como si no, nos pondremos de nuevo a trabajar. Primero la furia, luego la tristeza.

Nadie le contradice. Lo único que observo en todos es una firme determinación. Al parece Jones también se percata, porque asiente con la cabeza y dice:

—De acuerdo.

De pronto suena un móvil. Todos comprobamos si es el nuestro y veo a Tommy llevarse el suyo a la oreja. Casi me había olvidado de él. Es el intruso, y se ha sentado un tanto alejado del resto, dispuesto a esperar.

—Aguilera. —Tommy arruga el ceño—. ¿Quién es usted?

Observo en él una inquietante calma. No es una calma relajada. No, desea matar a quienquiera que esté al otro lado de ese teléfono. Me mira y dice:

—Un momento.

Tommy se acerca a mí, tapando el micrófono con una mano.

—Es él —dice.

Me levanto de un salto, seguida por prácticamente todos los demás. Las burbujas se disipan, suplantadas por el fogonazo cegador de la sorpresa.

—¿Te refieres a Jack Jr.? —pregunto incrédula.

—Sí. Dice que quiere hablar contigo.

En mi mente bullen un millón de pensamientos. Eso se aparta de su modus operandi, no tiene sentido.

—¿Es posible rastrear la llamada? —pregunto a Tommy por ser el experto en sistemas de vigilancia electrónica.

—Si no lo hemos preparado con antelación, no.

Durante unos instantes me siento perdida.

El director adjunto Jones suspira.

—Hable con él, Smoky. No puede hacer otra cosa.

Alargo la mano y tomo el móvil. Después de respirar hondo una vez me lo llevo a la oreja.

—Soy Smoky.

—¿Cómo está, agente especial Barrett? —Jack Jr. utiliza un artilugio electrónico para distorsionar su voz. Tengo la sensación de conversar con un robot.

—¿Qué quiere?

—He pensado que deberíamos hablar al menos esta vez. Si no cara a cara, móvil a móvil. Los correos electrónicos y las cartas son muy impersonales, ¿no cree?

—Yo creo que ha convertido este asunto en algo muy personal. Además, es un cochino embustero.

Jack se ríe. El aparato para alterar su voz le da un tono siniestro.

—¿Se refiere a los visitantes que les he enviado? Bien, es cierto. Pero no se trata de mentir. Es que me aburría. En muchos aspectos, estos jueguecitos que me llevo con usted son tan satisfactorios como los trabajos que les hago a mis putas.

Deseo hacerle daño. Destruir su arrogante autocomplacencia.

—¿Ha visto mi pequeño spot en la televisión, Jack?

Se produce un prolongado silencio. Cuando responde, siento una feroz satisfacción al comprobar que su voz suena apagada.

—Sí, Smoky. He visto sus mentiras.

—¿Mentiras? —replico con una carcajada breve y despectiva—. ¿Por qué iba yo a mentir? Lo que ocurre es que no quiere aceptarlo. No existe ningún «legado», ni el útero de Annie Chapman, ninguna misión sagrada. El mentiroso es usted, Jack. ¡Toda su vida es una mentira! ¡Ni siquiera es capaz de imitar el modus operandi del Destripador! El Destripador mataba a putas, no a policías. Usted no sabe lo que quiere. Al menos el Destripador elegía a un tipo de víctima y no cambiaba de criterio. ¿Qué le ocurre, Jack, no puede afrontar la verdad? ¿No se da cuenta de lo patético que es?

Le oigo respirar trabajosamente, enfurecido. Incluso eso suena artificial, irreal.

—¿Sigue ahí, Jack?

Tras otra larga pausa contesta:

—Un truco muy ingenioso, Smoky. La aplaudo y felicito. ¿Por qué iba usted a mentir? Por un motivo muy simple: para hacer que me enzarce en una lucha psicológica con usted. Para desestabilizarme. —Jack se detiene; casi siento su ira—. Jamás dije que yo fuera el Destripador, estúpida zorra. Dije que descendía del Destripador. Pero he evolucionado. Le he superado. ¿Quiere saber por qué la persigo a usted y a sus colegas al igual que a las putas? Porque soy genial. Porque me da la gana. Por la misma razón que me divierte crear a mis acólitos. Porque puedo hacerlo.

Durante unos breves instantes siento la tentación de informarle de que hemos capturado a su colega. Pero consigo refrenar ese impulso.

—No, porque es usted un imbécil, Jack. ¿Dice que ha evolucionado? No lo creo. Al Destripador original jamás lo atraparon. Pero yo voy a atraparle a usted. Se lo aseguro.

Se produce una larga pausa. Cuando Jack toma de nuevo la palabra, la furia ha desaparecido de su voz. Se expresa con calma. Ha recuperado el control.

—Hablando de putas, ¿cómo está la pequeña Bonnie?

Me esfuerzo en dominarme. Necesito que Jack siga hablando. Decido probar otra táctica. Bajo mi voz, procurando adoptar un tono razonable.

—¿Por qué no deja de fingir, Jack? Los dos sabemos a quién desea atrapar, ¿no es cierto?

Él hace una pausa antes de responder.

—¿A quién se refiere, agente especial Barrett?

—A mí.

El director adjunto Jones hace un gesto simulando cortarse el cuello.

—¡No! ¡Maldita sea, Smoky!

Yo no le presto atención

—¿Me equivoco?

Jack suelta otra risotada.

—Ay, Smoky, Smoky, Smoky… —dice con tono paternalista—. Quiero atraparlos a todos, cariño. A las putas, a usted y a todas las personas que usted quiere. A propósito, ¿cómo está nuestra estimada Callie? ¿Va a superar el trance?

Una rabia incontenible hace presa en mí.

—¡Que le den!

—Le concedo un día —dice Jack ignorando mi furia, restándole importancia—. Luego morirá otra puta. Y usted y los suyos también se divertirán un rato largo.

Tengo la sensación de que Jack se dispone a colgar.

—Espere

—No. Esta vez no he podido resistir la tentación de llamarla, pero es una forma arriesgada de comunicarnos. Al menos para mí. No espere otra llamada mía. La próxima vez que oiga mi voz, será en persona, y usted gritará como una posesa. —Una breve pausa—. Una última cosa: si la agente Thorne muere, le aconsejo que la incineren. De lo contrario quizás exhume su cadáver para… jugar con ella. Como hice con la dulce Rosa.

Jack Jr. cuelga, dejando sus palabras grabadas en mi mente.

—Pero ¿estás loca? —me espeta James. Su tono airado me sorprende, y le miro estupefacta. Me parece increíble que se haya atrevido a decirme eso aquí, en estos momentos, en este lugar. Me choca la intensa ira que veo en sus ojos. Está temblando, invadido por una furia que emana por cada uno de sus poros.

—¿A qué viene esto? —replico, incrédula.

—¿Cómo se te ha ocurrido burlarte de él? No pudiste resistir la tentación, ¿no es así? —Las palabras de James destilan veneno—. Ese tipo va a por nosotros, y no se te ocurre otra cosa que estimular su ira. Siempre haces lo mismo. A nosotros nos dices que somos invencibles y a ellos lo mismo. ¡Menuda gilipollez!

James prosigue sin apenas detenerse, las palabras brotan de sus labios atropelladamente, inexorables.

Le miro atónita.

—¿Qué, no te acuerdas que apareciste en televisión por la época en que perseguíamos a Joseph Sands? Dijiste que era un cretino patético, te burlaste de él, confiando en que mordiera el anzuelo. —James se detiene mirándome con los ojos centelleantes, indignado—. Sands se tragó el anzuelo, mató a tu familia y estuvo a punto de matarte a ti, y ahora ese psicópata está empeñado en matarnos a todos. ¿No has escarmentado? Keenan y Shantz han muerto, ¿o no lo sabías? ¿Es que tiene que morir Callie también para que lo comprendas? —James se acerca a mí—. ¿No te has dado cuenta de que cada vez que te haces la dura mueren otras personas? —Se detiene. Tengo la sensación de que una goma elástica está tensada al máximo y a punto de romperse, soy consciente del tembloroso silencio que se produce justo antes de un trueno. James rompe el silencio—: ¿Ni siquiera la muerte de tu marido y tu hija te ha hecho escarmentar?

Lo miro boquiabierta, dispuesta a abofetearle. No una tímida bofetada, sino un bofetón asestado con el dorso de la mano, capaz de saltarle un par de dientes y partirle la nariz. Experimento un deseo tan intenso de hacerlo que siento el sabor a sangre en la boca. Dos cosas me lo impiden. Una la casi instantánea expresión de vergüenza que veo en sus ojos. La otra es Bonnie, que se ha colocado junto a James y le tira de la mano.

—¿Qué quieres? —le pregunta. Parece tan aturdido como yo.

Bonnie le indica que se arrodille junto a ella. Observo a James obedecer a la niña mientras tiemblo y me estremezco.

La niña le propina una bofetada con la palma de la mano. Y aunque sólo tiene diez años y es menuda para su edad, la bofetada suena como un trallazo en la sala de espera.

James la mira pasmado, boquiabierto, y cae sentado al suelo. Yo contemplo la escena con incredulidad. Bonnie me mira brevemente, asiente con la cabeza y regresa junto a Elaina.

Todos callan. Siento su silencio y su asombro. James se levanta lentamente, acariciándose la mejilla, con una expresión de vergüenza, dolor y estupor.

Cuando me dispongo a decir algo, ocurren de nuevo dos cosas que me lo impiden. La hija de Callie entra apresuradamente y al cabo de unos instantes aparece un cirujano, sudoroso, rendido. Durante unos momentos no sé a quién dirigirme, pero Marilyn resuelve el problema acercándose al cirujano.

—Vamos por partes —dice éste con voz grave y cansina—. La agente Thorne está viva.

—¡Gracias a Dios! —exclama Elaina.

Siento un alivio tan profundo que estoy a punto de desplomarme de rodillas. Pero me controlo.

El cirujano alza la mano para imponer silencio.

—La bala le pasó rozando el corazón. Y está entera. Pero su trayectoria fue un poco tortuosa y acabó incrustándose cerca de la parte superior del hombro izquierdo, rozando, desgraciadamente, la columna vertebral

La temperatura de la habitación parece descender varios grados cuando el doctor pronuncia las palabras «columna vertebral».

—La espina dorsal no está seccionada. Pero está dañada y un poco hinchada. Además, se ha producido una hemorragia interna.

—¿Cuál es el pronóstico, doctor? —pregunta Jones.

—El pronóstico es que la agente Thorne ha perdido mucha sangre y ha sufrido un importante traumatismo. Su estado es crítico. Parece estable, pero el peligro no ha pasado aún. —El cirujano se detiene, como si buscara la forma más delicada de decir lo que va a decir—. Aún existe la posibilidad de que muera. No es probable, pero no podemos descartarla.

Marilyn formula la otra pregunta. La que todos tememos.

—¿Y el problema de la espina dorsal…?

—Yo creo que la agente Thorne se recuperará. La inflamación que afecta a la columna bajará sin causar una parálisis permanente. Pero… —El médico suspira—. No podemos estar completamente seguros. Siempre cabe la posibilidad de que se produzca una parálisis permanente.

Marilyn se tapa la boca con la mano y abre los ojos desmesuradamente.

Yo rompo el silencio:

—Gracias, doctor.

El cirujano asiente con gesto cansado y se marcha.

—Dios, qué horror… —se queja Marilyn—. Justamente ahora que la he conocido y…

Rompe a llorar. Me acerco a ella y la abrazo mientras sus sollozos se intensifican.

Mis ojos están secos. El golpe me ha hecho tambalear, pero no voy a caerme.

48

E
STAMOS de regreso en la oficina, hechos polvo. Elaina y Bonnie se han ido a mi casa, puesto que la de Alan se ha convertido en el escenario del crimen. Marilyn se ha quedado en el hospital esperando que le den más noticias sobre el estado de Callie. No le ha molestado que nos fuéramos.

—Atrapad a ese tipo —fue lo único que dijo.

James está de pie junto a la ventana, mirando a través de ella. Evita mirarme a los ojos.

Siento deseos de ocultarme en un agujero, hecha un ovillo, y dormir durante un año. Pero no puedo.

—¿Sabes qué es lo peor de todo esto, James? —pregunto con gesto pensativo.

Él no responde. Yo espero.

—¿Qué? —pregunta por fin sin apartar los ojos de la ventana.

—Que el estrés provoca pequeñas fracturas. Al principio son muy pequeñas, pero se van extendiendo y agrandando hasta que al final se rompe algo. —Mido bien mis palabras, procurando no dar la impresión de que le estoy acusando de algo—. ¿Es eso lo que quieres, James? ¿Que me rompa? ¿Que me rompa y desaparezca?

Él se vuelve bruscamente.

—¿Qué? No. Yo… —Su voz suena como si le estuvieran estrangulando—. Es que… lo de Callie… —Crispa las manos, las relaja y respira hondo, tratando de recobrar la compostura. Luego me mira a los ojos—. No tengo miedo por mí, Smoky, sino por Callie. ¿Comprendes?

—Por supuesto —respondo suavemente—. Yo temía por mi familia. Continuamente. Tenía miedo de que pudiera ocurrirles algo, exactamente como lo que ocurrió. —Me encojo de hombros—. Pero una vez Matt me dijo la verdad. Dijo que yo hacía lo que me gustaba. Y tenía razón. Odio perseguir a esos cabrones, pero me encanta atraparlos, ¿comprendes?

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