Yo asiento con la cabeza.
—Sí.
Charlie arruga el ceño.
—¿A qué os referís?
—Veamos, cuando conduces un coche, ¿tienes que pensar en ello? —le pregunto.
—No. Conduzco y punto.
—Bien, pero a Jack Jr. y a su compinche no les basta con conducir. Necesitan admirar lo bien que conducen. Lo magistralmente que lo hacen. Ese tipo de narcisismo consiste en admirar lo que se hace al tiempo que se lleva a cabo la acción. —Me encojo de hombros—. Si uno se dedica a observarse mientras conduce, no puede estar atento a la carretera.
—De ahí las huellas que encontramos en la cama —dice James—. No es un error insignificante. No estamos hablando de pelos o fibras. Estamos hablando de cinco huellas dactilares. Esos tipos estaban demasiado ocupados admirando lo listos que eran.
—Ya entiendo —responde Charlie.
—Cuando dije que constituían una amalgama, no es del todo cierto. —Frunzo los labios mientras reflexiono—. Tenemos a un Jack Jr. Creo que ésa es una sola identidad. Es demasiado importante para compartirla. —Miro a James—. ¿Estás de acuerdo?
—Sí.
—Entonces, ¿el otro tipo quién es? —pregunta Alan.
—No estoy segura. ¿Quizás un estudiante? —pregunto meneando la cabeza—. No lo veo con claridad. Al menos no todavía. Creo que Jack Jr., sea quien sea, es la parte dominante.
—Eso coincide con otros equipos formados por dos personas —comenta Callie.
—En efecto. De modo que son inteligentes, precisos y narcisistas. Pero uno de los motivos que les hace tan peligrosos es su voluntad de llevar a cabo sus monstruosidades. No tienen ningún problema con eso. Lo cual es negativo para nosotros, porque significa que no se complican demasiado la vida. Proceden de forma limpia y sencilla. Llaman a la puerta, irrumpen violentamente, cierran la puerta y asumen el control de la situación. A, B, C, D. Por regla general, ésa no es una habilidad natural. Es posible que uno de ellos o ambos hayan servido en el ejército o en la policía, lo cual les ha enseñado a reducir a otro ser humano sin vacilaciones.
—Está claro que disfrutan violando y asesinando —dice James.
—¿No es ése un hecho reconocido? —pregunta Jenny.
Yo niego con la cabeza.
—No —contesto—. Algunos tratan de ocultar un asesinato normal y corriente bajo la guisa de un asesinato en serie. Pero lo que hicieron a Annie, la forma en que lo hicieron fue… real. Esos tipos son unos auténticos asesinos en serie.
—Tienen una victimología dual —dice James.
Callie arruga el ceño y suspira.
—¿Te refieres a que nosotros somos sus objetivos al igual que las mujeres que persiguen?
James asiente con la cabeza.
—Sí. La selección de la víctima, en este caso, era específica y razonada. Annie King encajaba en dos perfiles para ellos. Gestionaba una página web para adultos y era amiga de un miembro de este equipo. Se tomaron muchas molestias para atraer tu atención, Smoky.
—Y lo han conseguido. —Me reclino en la silla unos instantes mientras lo repaso todo mentalmente—. Creo que hemos revisado todos los aspectos. No olvidemos que lo más importante en estos momentos es lo que sabemos sobre esos tipos.
—¿A qué se refiere? —pregunta Leo.
—Que volverán a hacerlo. Y seguirán haciéndolo hasta que les atrapemos.
H
ABÍA pedido a Jenny que me acompañara en coche al hospital para visitar a Bonnie mientras los demás llevaban a cabo sus respectivas tareas.
Cuando llegamos a la puerta de su habitación, el policía que monta guardia junto a ella me muestra un sobre voluminoso.
Lo cual me produce de inmediato mala espina.
—Han dejado esto para usted, agente Barrett.
No hay motivo de que nadie me deje nada aquí. Tomo el sobre de manos del policía y lo miro. Hay escrita una sola frase con tinta negra: «A la atención de la agente especial Barrett».
Jenny mira irritada al policía.
—¡Dios! ¡Utilice la cabeza, Jim! —Jenny lo ha captado al instante—. El policía tarda unos segundos en reaccionar. Me doy cuenta porque el hombre se pone pálido.
—Mierda… Lo siento.
Debo decir en descargo de Jim que su primera reacción es levantarse de un salto de la silla y abrir la puerta de la habitación de Bonnie al tiempo que se lleva la mano a la pistola. Yo entro tras él y experimento un gran alivio al ver a la niña dormida, sana y salva. Indico a Jim que salga y yo hago lo propio.
—Ese sobre probablemente lo ha traído el asesino, ¿verdad? —pregunta el policía cuando nos reunimos de nuevo con Jenny en el pasillo.
—Sí, Jim, probablemente —replico. No sé si tengo la suficiente energía para emplear un tono mordaz. Mi voz suena cansada. Jenny no tiene ese problema y clava un dedo acusador en el pecho del policía con la suficiente energía para hacer que éste la mire cohibido.
—¡La ha cagado, Jim! Lo cual me cabrea porque sé que es usted un buen policía. ¿Sabe por qué sé que es un buen policía? Porque pedí que fuera usted quien cumpliera con este cometido y sabía que en caso necesario no se andaría con contemplaciones. —Jenny está que trina, parece realmente cabreada. El policía encaja la bronca sin resentimiento ni afán de justificarse.
—Tiene usted razón, inspectora Chang. No tengo justificación. La enfermera que estaba en el mostrador de recepción me entregó este sobre. Vi que llevaba escrito el nombre de la agente Barrett, pero no lo relacioné con el caso y seguí leyendo el periódico. —El policía se muestra tan cariacontecido que casi me compadezco de él. Casi—. ¡Maldita sea! ¡No caí en la cuenta! He cometido un error imperdonable. ¡Soy un imbécil!
Jenny también parece sentir cierta lástima del policía mientras éste no cesa de machacarse por lo ocurrido.
—Es usted un buen policía, Jim —le dice con un tono más conciliador—. Le conozco. Sé que recordará esta pifia hasta el día que muera, como debe ser, pero también sé que no permitirá que vuelva a ocurrir. —Jenny suspira—. Por otra parte, ha cumplido con su principal obligación. Ha protegido a la niña.
—Gracias, teniente, pero eso no me consuela.
—¿Cuánto hace que le entregaron ese sobre?
Jim reflexiona unos instantes antes de responder.
—Yo diría que… hace aproximadamente una hora y media. Sí. La enfermera en recepción me lo trajo y dijo que se lo había dado un hombre. Supuso que yo era el más indicado para entregárselo a la agente Barrett.
—Averigüe todos los detalles. La forma en que ese sobre le fue entregado a la enfermera, el aspecto del individuo que lo trajo y todo lo demás.
—Sí, teniente.
Cuando el policía se aleja, miro el sobre.
—Veamos qué contiene —digo.
Al abrirlo compruebo que dentro hay un puñado de folios grapados. El primero dice: «¡Saludos, agente Barrett!», lo cual es suficiente de momento.
—Es del asesino. De los asesinos —digo a Jenny.
—¡Maldita sea!
Tengo las palmas de las manos un poco sudorosas. Comprendo que necesito leer lo que contiene el sobre, pero temo la próxima revelación de este asesino. Suspiro al tiempo que saco del bolsillo de mi chaqueta los guantes de látex que llevo siempre encima. Después de enfundármelos, saco del sobre los folios grapados. El primero de ellos es una carta.
Saludos, agente Barrett:
Deduzco que a estas alturas usted y su equipo han comenzado a investigar el caso. ¿Les ha gustado el vídeo que dejé para ustedes? La música que seleccioné me pareció muy apropiada.
¿Cómo está la pequeña Bonnie? ¿Sigue gritando y llorando, o se ha quedado muda? De vez en cuando me lo pregunto. Salúdela de mi parte.
La mayoría de mis pensamientos se centran, como es lógico, en usted. ¿Cómo va su proceso de curación, agente Barrett? ¿Sigue durmiendo desnuda? ¿Con una cajetilla de cigarrillos en la mesita situada a la izquierda de la cama? Sí, he estado en su casa, y debo decirle que cuando duerme habla en voz alta.
—¡Será cabrón! —murmura Jenny.
—Espera un momento —digo mientras le entrego los folios.
Me dirijo apresuradamente a la papelera más cercana y vomito todo lo que tengo en el estómago. ¡Han estado en mi casa! ¡Me han observado mientras dormía! Un escalofrío de terror me recorre el cuerpo, seguido por una sensación nauseabunda de haber sido violada. Luego me invade la ira. Pero lo que predomina es la sensación de terror. Sólo pienso en una cosa: ¡podría volver a ocurrir! Tiemblo de pies a cabeza y descargo un puñetazo en el borde de la papelera. Luego me limpio la boca con el dorso de la mano y regreso junto a Jenny.
—¿Estás bien? —me pregunta ella.
—No. Pero acabemos con esto.
Me devuelve los folios, que sostengo con manos temblorosas mientras sigo leyendo:
Lamento lo de Matthew y Alexa. Me la imagino sola en ese apartamento que parece un buque fantasma, contemplando sus horrendas cicatrices en el espejo. Qué triste.
A mí me parece más hermosa con esas cicatrices, aunque no lo crea. Le diré algo para tranquilizarla, agente Barrett. Las cicatrices no son marcas de las que deba avergonzarse. Son las marcas de una superviviente.
Quizá le extrañe que desee ayudarla. Obedece a un sentimiento de justicia. Al afán de dar más emoción a este juego. En el mundo existen muchas personas capaces de perseguirme, pero estoy convencido de que usted es la mejor.
He tratado de hacer que se reincorpore a su trabajo. Sólo queda una cosa, una última puntada.
Un cazador necesita un arma, agente Barrett, y usted ni siquiera es capaz de empuñar la suya. Es preciso subsanar ese fallo, equilibrar el juego. Lea el informe que adjunto, que estoy convencido que constituye el meollo del problema que usted padece. Quizá le deje también una cicatriz, pero tenga presente que es preferible una cicatriz que una herida abierta, que no ha cerrado.
Desde el Infierno,
Jack Jr.
Doy la vuelta al folio y tardo unos segundos en comprender lo que pone. De pronto todo cuanto me rodea se hace silencioso y empieza a girar lentamente. Veo que Jenny me dice algo, pero no oigo sus palabras.
Siento un frío cada vez más intenso. Los dientes me castañetean, me echo a temblar y el mundo comienza a girar a mi alrededor. El corazón me late aceleradamente, y de pronto el sonido se restablece con la caótica violencia de un trueno. Pero sigo estando helada.
—¡Smoky! ¡Por Dios! ¡Un médico!
Jenny se inclina sobre mí.
—¡Smoky! ¡Di algo!
Ojalá pudiera, Jenny. Pero estoy helada, el mundo está helado y el sol también. Todo y todo el mundo están muertos, muertos o agonizando.
Porque el asesino tiene razón. Al leer ese papel lo he recordado.
Es un informe de balística. El párrafo que el asesino ha subrayado dice: «Los análisis de balística demuestran sin lugar a dudas que la bala extraída del cadáver de Alexa Barrett proviene de la pistola de la agente Barrett…»
Yo disparé contra mi hija.
Oigo un sonido y me asombra comprobar que lo emito yo. Es un alarido que comienza con tono grave y va ascendiendo escala tras escala hasta hacerse lo suficientemente agudo para partir un cristal. Permanece flotando en el aire, como el vibrato de una cantante de ópera, eternizándose.
De pronto todo se vuelve negro. Gracias a Dios.
M
E despierto postrada en una cama de hospital. Callie está a mi lado. No hay nadie más. Cuando le miro a la cara, lo comprendo todo.
—Tú lo sabías.
—Sí, cariño —responde—. Lo sabía.
Vuelvo la cabeza. No me había sentido tan apática, tan agotada, desde que me desperté en el hospital después de la noche con Sands.
—¿Por qué no me lo dijiste? —No sé si mi voz denota ira. Ni me importa.
—El doctor Hillstead me pidió que no te lo dijera. Creía que aún no estabas preparada. Yo estaba de acuerdo. Y sigo pensando lo mismo.
—¿De veras? ¿Acaso crees saberlo todo sobre mí? —pregunto con tono seco. La ira es palpable, una ira ardiente, venenosa.
Callie no se inmuta.
—Lo único que sé es que estás viva. No te metiste el cañón de la pistola en la boca y apretaste el gatillo. No me arrepiento de nada, cielo. —Prosigue en voz baja—: Lo cual no significa que no me doliera, Smoky. Sabes que quería mucho a Alexa.
Me vuelvo de nuevo hacia ella y la miro. Mi ira se desvanece en el acto.
—No te culpo. Ni a él. Quizá tuviera razón.
—¿Por qué lo dices, cielo?
Me encojo de hombros. Estoy muy cansada.
—Porque ahora lo recuerdo todo. Pero no quiero morir. —Me estremezco al sentir un dolor que me recorre todo el cuerpo—. Me siento como si los hubiera traicionado, Callie. Tengo la sensación de que si deseo seguir viviendo significa que no les quería tanto como pensaba.
La miro y observo el efecto que le han producido mis palabras. Mi Callie, mi despreocupada y valiente reina… parece como si yo le hubiera asestado un puñetazo en la cara. O en el corazón.
—Eso no es cierto —contesta al cabo de unos minutos—. El hecho de que tú sigas viviendo y ellos hayan muerto no significa que no les quisieras. Sólo significa que ellos murieron y tú sobreviviste.
Tomo nota de esa frase tan profunda para reflexionar sobre ella más tarde. Me doy cuenta de que vale la pena.
—Es curioso —digo—. Siempre he conseguido dar en la diana con una pistola. Siempre he tenido esa facilidad. Recuerdo que le apunté a la cabeza, pero Sands se movió con una rapidez pasmosa. Jamás he visto a nadie moverse con esa rapidez. Arrancó a Alexa de la cama e hizo que ella recibiera el impacto de la bala. Ella me miró a los ojos cuando sucedió. —Tuerzo el gesto—. Sands parecía casi sorprendido. Después de todo lo que había hecho, seguía mostrando esa expresión, como si durante un instante temiera haber ido demasiado lejos. Luego lo maté de un tiro.
—¿Recuerdas esa parte, Smoky?
—¿A qué te refieres? —pregunto arrugando el ceño.
Callie sonríe. Es una sonrisa triste.
—No le mataste de un tiro, cielo. Le acribillaste a balazos. Vaciaste cuatro cartuchos sobre él y te disponías a recargar la pistola cuando yo te lo impedí.
En ese momento siento como si hubiera regresado a esa fatídica noche y lo recuerdo todo.
Sands me había violado, me había herido con una navaja. Matt estaba muerto. Tenía la sensación de deslizarme sobre unas olas de un dolor indecible, como si practicara surf, perdiendo y recobrando el conocimiento. Todo me parecía un tanto surrealista, como si estuviera drogada. O como si estuviera amodorrada tras hacer una siesta demasiado prolongada.