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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (8 page)

BOOK: El hombre sombra
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—¿Qué diablos hace aquí, Smoky?

Es el agente especial Jones, mi antiguo padrino. Pero ahora es el director adjunto Jones. Me sorprende verlo allí. No porque no sea un profesional entregado o se resista a penetrar en las trincheras, sino porque no tiene por qué estar allí, y nunca tiene un hueco libre en su agenda. ¿Por qué es tan importante este caso?

—Me ha llamado Callie, señor. Me contó que Annie King había sido asesinada y que el asesino había dejado un mensaje para mí. Quiero ir con ellos.

—Ni hablar —contesta Jones meneando la cabeza—. De eso nada. Aparte de que es su amiga, lo que significa que no puede intervenir ni de lejos en este caso, el médico no la ha autorizado a regresar al trabajo.

Callie intenta escuchar a hurtadillas lo que decimos, y Jones se da cuenta. Me indica que le siga hasta el coche y mientras caminamos enciende un cigarrillo. Todos están reunidos frente a las oficinas del FBI, dispuestos para dirigirse al aeropuerto privado de Van Nuys. Jones da una profunda calada al cigarrillo y yo le observo con nostalgia. He olvidado mis cigarrillos en casa.

—¿Puede darme un cigarrillo, señor?

Jones me mira sorprendido.

—Creí que lo había dejado.

—He vuelto a fumar.

Jones se encoge de hombros y me ofrece la cajetilla. Saco un cigarrillo y él me lo enciende. Doy también una profunda calada. Qué bien sabe.

—Escuche, Smoky. Ya sabe cómo funciona esto. Hace mucho que trabaja para nosotros. Su psiquiatra es muy riguroso con el carácter confidencial de las conversaciones que mantiene con usted. Pero una vez al mes nos envía un informe, expresando su opinión sobre los progresos que usted hace.

Asiento con la cabeza. Sé que es verdad. No lo interpreto como una violación de la confidencialidad. No se trata de confidencialidad ni de derechos. Se trata de si pueden confiar en mí como representante del FBI. Y si puedo empuñar una pistola.

—Ayer recibí un informe. El doctor Hillstead dice que aún no está curada ni preparada para regresar al trabajo. Y punto. Ahora se presenta a las seis de la mañana y pretende desplazarse al escenario del asesinato de su amiga. —Jones menea la cabeza con vehemencia—. Ya se lo he dicho, ni hablar.

Doy otra calada al cigarrillo, sopesándolo en mis dedos mientras observo a Jones, tratando de dar con una respuesta. Ahora comprendo el motivo de que él esté aquí. Soy yo. Ha venido porque el asesino me ha escrito una nota. Porque está preocupado.

—Mire, señor, Annie King era amiga mía. Su hija está viva. No tiene otra familia, su padre ha muerto y yo soy su madrina. Estoy decidida a trasladarme allí. Sólo le pido que me permita ir con los otros.

Al oír esto Jones se atraganta con el humo y se pone a toser.

—¡Por favor! ¿Con quién cree que está hablando, agente Barrett? —replica Jones señalándome con el dedo—. No se haga la tonta, Smoky. No me venga con éstas. Su amiga ha muerto, lo cual lamento profundamente, y usted quiere ir allí para intervenir en el caso. Ésa es la verdad. Y yo no puedo consentirlo. En primer lugar, está involucrada personalmente, lo cual excluye que pueda intervenir en el caso. Es de manual. Segundo, es probable que tenga tendencias suicidas, por lo que no puedo permitir que se traslade al escenario del crimen en su estado.

Miró a Jones estupefacta, tras lo cual contesto con unas palabras llenas de furia y turbación.

—¡Joder! ¿Acaso llevo un letrero colgando del cuello que dice que estoy pensando en suicidarme?

Jones suaviza su expresión.

—No, no lleva ningún letrero. Pero todos sabemos que pensaríamos en ello si hubiéramos experimentado la mitad de lo que ha experimentado usted. —Jones tira la colilla en la acera y prosigue sin mirarme—: Yo mismo pensé en cierta ocasión en dispararme un tiro en la boca.

Al igual que me ocurrió ayer cuando almorcé con Callie, me quedo pasmada, sin poder articular palabra. Jones se percata y asiente con la cabeza.

—Es verdad. Hace unos veinticinco años, cuando trabajaba con la policía de Los Ángeles, perdí a un compañero. Lo perdí porque tomé una decisión equivocada que nos condujo a un edificio sin refuerzos y no pudimos resolver la situación solos. Mi compañero pagó el pato. Era padre de familia, un hombre felizmente casado y padre de tres hijos. Yo tuve la culpa, y durante casi ocho meses pensé en subsanar mi error. —Jones me mira sin el menor atisbo de compasión—. No lleva un letrero colgado del cuello, Smoky, pero la mayoría de nosotros ya nos habríamos saltado la tapa de los sesos de haber estado en su lugar.

Ésa es la esencia del director adjunto Jones. No se anda por las ramas ni con miramientos. Es así. Siempre sabes de qué pie cojeas cuando estás con él. Siempre.

No puedo mirarle a los ojos. Arrojo mi cigarrillo, a medio fumar, y lo aplasto con el pie. Pienso con cuidado lo que voy a decir.

—Le agradezco su sinceridad, señor. Tiene razón en todo lo que ha dicho, salvo en una cosa. —Miro a Jones. Sé que querrá verme los ojos cuando le diga lo que voy a decirle, para calibrar la sinceridad de mis palabras—. Es cierto que he pensado en ello. Muchas veces. Pero ayer fue el primer día que comprendí con toda certeza que no iba a hacerlo. ¿Sabe por qué? —Señalo a los de mi equipo, que esperan en los escalones de la fachada—. Ayer fui a ver a mis compañeros por primera vez desde que ocurrió. Fui a verlos, y seguían allí, y me aceptaron. No sé si James también me acepta, pero lo importante es que no se compadecieron de mí, ni me hicieron sentir como una muñeca rota. Le aseguro que ya no pienso en suicidarme. Y el motivo es que he regresado aquí. —Jones me escucha. No sé si le he convencido, pero al menos me escucha con atención—. No estoy preparada para asumir de nuevo el cargo de jefa de la Coordinadora del NCAVC. Reconozco que no estoy preparada para asumir ningún puesto táctico. Sólo le pido que me deje meter el dedo gordo en el agua. Deje que vaya con ellos para ocuparme de que alguien cuide de Bonnie, y deje que participe, siquiera un poco, en este caso. Callie dirigirá el equipo. No llevaré un arma y le prometo que si me doy cuenta de que es demasiado para mí, abandonaré el caso.

Jones mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y me dirige una mirada intensa y prolongada. Me está escrutando. Sopesando todas las posibilidades, todos los riesgos. Cuando desvía los ojos y suspira, comprendo que le he convencido.

—Sé que voy a arrepentirme de esto, pero de acuerdo. Le ofrezco el siguiente trato: vaya con el equipo, recoja a la niña, eche un vistazo. Puede aportar su granito de arena junto con el equipo. Pero no puede dirigir la operación. Y en cuanto se sienta un poco angustiada, abandona el caso. Lo digo en serio, Smoky. Necesito que se reincorpore al trabajo, desde luego. Pero quiero que lo haga cuando esté totalmente restablecida, lo cual no significa necesariamente ahora. ¿Entendido?

Asiento con la cabeza como una niña o un nuevo recluta; sí, señor; sí, señor; sí, señor. Voy a desplazarme allí, lo cual es importante. Una victoria. Jones hace una seña a Callie para que se acerque. Cuando ésta se aproxima, le dice lo que me ha dicho a mí.

—¿Lo ha entendido? —le pregunta con tono serio.

—Sí, señor. Perfectamente.

Jones me mira por última vez.

—Ande, váyanse, que tienen que coger un avión.

Yo me alejo con Callie antes de que el director adjunto pueda cambiar de parecer.

—Me encantaría saber cómo lo has conseguido, cielo —murmura Callie—. Por lo que a mí respecta, puedes hacer lo que quieras mientras te sientas con fuerzas para ello.

No respondo. Pienso en si no habré cometido un error garrafal al incorporarme de nuevo al equipo.

9


¿D
ESDE cuándo merecemos utilizar un avión privado? —pregunto.

—¿Recuerdas que te expliqué que se habían producido dos secuestros de niños y habíamos recuperado uno con vida? —menciona Callie.

Yo asiento con la cabeza.

—Don Plummer es el padre de la niña que rescatamos viva. Posee una pequeña compañía aérea privada. Venden aviones, tienen una escuela de vuelo y demás. Ofreció regalar al FBI un reactor, lo cual por supuesto tuvimos que rechazar. Pero, sin que nosotros se lo insinuáramos, Plummer escribió al director y le propuso poner a nuestra disposición un avión de su compañía a tarifa rebajada cuando fuera necesario. —Callie se encoge de hombros y hace un gesto abarcando lo que nos rodea—. De modo que cuando tenemos que desplazarnos a algún sitio rápidamente…

En este vuelo nos acompaña un elemento nuevo. Un joven que no encaja en el perfil de un agente del FBI. Parece el típico chico que luce un pendiente en una oreja y masca chicle. Le observo detenidamente y veo que tiene una perforación para un
piercing
en el lóbulo de su oreja izquierda. ¡Santo cielo! Quizá se pone un pendiente cuando no está de servicio. Me lo han presentado como un agente que nos han prestado de Delitos Informáticos. Permanece un tanto aislado de los demás. Su aspecto es desaliñado y parece medio dormido. Un intruso.

—¿Dónde está Alan? —pregunto mirando a mi alrededor.

La respuesta proviene de la parte delantera del avión. Más que una respuesta, es un gruñido.

—Estoy aquí —contesta Alan escuetamente.

Miro a Callie arqueando las cejas. Ella se encoge de hombros.

—Hay algo que le reconcome. Cuando llegamos, noté que estaba cabreado. —Callie mira unos instantes hacia donde se halla Alan y menea la cabeza—. Yo que tú le dejaría tranquilo de momento, cielo.

Dirijo la vista hacia la zona en penumbra donde está sentado Alan, deseando hacer algo. Pero Callie tiene razón. Además, necesito que me pongan al corriente del caso que nos ocupa.

—Dadme los detalles del asunto —digo, desistiendo de mi empeño—. ¿Qué tenemos?

Mi pregunta va dirigida a James. Éste me mira con expresión de hostilidad. Irradia una evidente desaprobación.

—No deberías estar aquí —dice.

—Pues aquí estoy —replico cruzando los brazos.

—Va contra las normas. En esta investigación sólo serás un estorbo —insiste meneando la cabeza—. Probablemente ni siquiera tienes una autorización de tu psiquiatra para incorporarte al servicio.

Callie no dice nada, lo cual le agradezco. Éste es un momento clave, que necesito resolver yo solita.

—Me ha autorizado el director adjunto Jones —respondo mirándole con el ceño fruncido—. Caray, James. Annie King era amiga mía.

Él contesta apuntándome con el dedo:

—Más a mi favor. Estás demasiado involucrada personalmente y lo estropearás todo.

Una parte de mí se da cuenta de que una persona ajena, al oír esto, se quedaría pasmada. Le parecería increíble que James me dijera lo que acaba de decir. En cierta medida, estoy inmunizada contra sus diatribas. Él es así y no hay que darle más vueltas. Por otra parte, me conviene que me trate de esa forma, siento que empieza a agitarse algo en mi interior. La antigua frialdad que siempre he utilizado para pararle los pies a James. Me aferro a ello y dejo que mi mirada lo trasluzca.

—Aquí estoy y no pienso irme. De modo que te aconsejo que lo aceptes y me des todos los detalles del caso. Deja de joderme.

Él me mira unos instantes, examinándome. Noto que desiste de su empeño de fastidiarme. Sacude la cabeza una vez en señal de desaprobación, pero sé que ha capitulado.

—De acuerdo —responde—. Pero que conste que pienso que esto es una clara violación de las normas del FBI.

—Tomo nota —contesto con un sarcasmo que topa con la indiferencia de James.

—Perfecto —responde él. Observo que sus ojos parecen un tanto desenfocados. No tiene un expediente ante él, pero ese ordenador que tiene por cerebro le ofrece todos los datos—. Hallaron su cadáver ayer. Suponen que fue asesinada tres días antes.

—¿Tres días? —pregunto sorprendida.

—Sí.

—¿Cómo hallaron el cadáver? ¿Dónde?

—La policía de San Francisco recibió un correo electrónico, con unas fotografías adjuntas. De Annie King. Fueron a comprobarlo y hallaron el cadáver y a la niña.

El corazón me late violentamente y se me revuelven las tripas. Siento un regusto amargo, como si estuviera a punto de eructar.

—¿Pretendes decirme que la niña permaneció más de tres días junto al cadáver de su madre? —inquiero alzando la voz. No es un tono estridente, pero casi. James me mira con calma. Se limita a relatar los hechos.

—Peor aún. El asesino la ató al cadáver de su madre. Frente a frente. La niña permaneció atada a su madre hasta que las encontraron.

La sangre me martillea en las sienes y me siento mareada. Se me escapa un eructo, silencioso pero repugnante. Siento un sabor a bilis en la boca. Me llevo una mano a la frente.

—¿Dónde está Bonnie en estos momentos?

—En uno de los hospitales locales, bajo protección policial. Está en un estado catatónico. No ha dicho una palabra desde que la hallaron.

Se produce un silencio. Lo rompe Callie.

—Aún hay más, cielo. Unos detalles que debes conocer antes de que aterricemos. De lo contrario el asunto va a pillarte desprevenida.

Temo lo que voy a oír. Lo temo como temo acostarme por las noches. Pero procuro controlarme, zarandeándome mentalmente con energía. Confío en que ninguno se haya dado cuenta.

—Sigue. Suéltalo todo.

—Son tres cosas, que expondré una tras otra. En primer lugar, Annie deja a su hija bajo tu custodia, Smoky. El asesino encontró su testamento y lo dejó junto al cadáver para que lo viéramos. Annie te nombra tutora de su hija. Segundo, tu amiga dirigía una web pornográfica en Internet protagonizada por ella misma. Tercero, el correo electrónico que el asesino envió a la policía incluía una carta dirigida a ti.

La miró boquiabierta. Siento como si me hubieran propinado una paliza. Como si, en lugar de hablar, Callie me hubiera atizado en la cabeza con un palo de golf. Pese a mi conmoción, siento una emoción totalmente egoísta, de la que me avergüenzo, pero me aferro también a ella. Es el temor de perder el dominio de mí misma delante de mi equipo. De cómo me juzgarán mis compañeros, especialmente James. Es egoísta, sí, pero lo reconozco y comprendo que es la herramienta que puedo utilizar para controlarme.

Trato de superar la conmoción y el dolor que amenazan con desbordarme y por fin logro recobrar la compostura lo suficiente para hablar. Al hacerlo me sorprende el tono de mi voz, seco y firme.

—Vayamos por partes. Del primer problema me ocuparé yo misma. Analicemos el segundo. ¿Dices que Annie ejercía como una especie de… prostituta en Internet?

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