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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (10 page)

BOOK: El hombre sombra
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—Un supergenio —responde él sonriendo.

—Cuéntame lo de la nota.

Callie abre su cartera, saca una fotocopia de una carpeta y me la entrega.

—¿La has leído? —pregunto a James.

—Sí. —Vacila unos segundos—. Es… interesante.

Asiento con la cabeza, mirándole a los ojos, y noto que hemos conectado. El aceite y los cojinetes. En este punto coincidimos, e independientemente de lo que James piense o diga, quiere saber lo que opino al respecto.

Me centro en las palabras mientras las leo. Necesito penetrar en la mente de este asesino, y sus palabras me dan mucho en que pensar. Este documento tiene un valor inestimable para nosotros. Si somos capaces de descifrarlo, puede indicarnos muchas cosas sobre este monstruo.

Para la agente especial Smoky J. Barrett. Quisiera que esto fuera «sólo para sus ojos», pero sé la escasa importancia que el FBI concede a la privacidad cuando se trata de cazar a alguien. Con cada puerta que abres, compruebas que han levantado las persianas, han eliminado las sombras.

En primer lugar, quiero disculparme por el tiempo transcurrido entre el momento en que maté a su amiga y notifiqué a la policía su muerte. No pude evitarlo. Necesitaba tiempo para poner en marcha ciertas cosas. Trataré de ser sincero con usted, agente Barrett, y seré franco en esta nota. Aunque el factor principal era que necesitaba disponer de cierto tiempo, confieso que pensar en la pequeña Bonnie, cara a cara con el cadáver de su madre durante tres días, mirando sus ojos muertos, percibiendo su hedor cuando su cuerpo empezó a descomponerse, me producía una extraña excitación.

¿Cree que Bonnie logrará recuperarse de ese trauma? ¿O que su recuerdo la atormentará hasta el día que se muera? ¿Ese día llegará pronto, quizá por su propia mano, mientras trata de desterrar sus pesadillas con una afilada hoja de afeitar o unos somníferos? Sólo el tiempo lo dirá, pero pensar en ello no deja de ser interesante.

Otra muestra de sinceridad: no toqué a la niña. Gozo con el sufrimiento ajeno, según el tópico que nos han colgado a todos los asesinos en serie. Ninguna objeción moral me impide violar sexualmente a una niña, pero no me atrae particularmente. Bonnie sigue conservando su pureza, al menos físicamente. Violar su mente fue mucho más satisfactorio.

Puesto que es usted una de esas personas a quienes les fascina la muerte, le explicaré cómo se produjo la de su amiga Annie King. No murió rápidamente. Sufrió mucho. Me imploró que no la matara, lo cual me pareció al mismo tiempo divertido y estimulante. ¿Mi sinceridad le sirve para tachar algún interrogante de su lista sobre mi persona, agente Barrett?

Permita que le facilite la tarea.

No fui víctima de malos tratos sexuales o físicos en mi infancia. No me hacía pis en la cama ni torturaba a animalitos. Soy algo infinitamente más puro. Soy heredero de un legado. Hago lo que hago porque pertenezco a un determinado linaje, el PRIMERO.

Nací para esto. ¿Está preparada para lo que voy a decirle, agente Barrett? Sé que se reirá, pero no me importa: soy un descendiente directo de Jack el Destripador.

Ahora ya lo sabe. Imagino que sacudirá la cabeza con perplejidad al leer esto. Me ha achacado el estatus de tarado, de un pobre infeliz que oye voces y recibe órdenes de Dios.

Enseguida le aclararé ese malentendido. De momento, dejémoslo en que su amiga Annie King era una puta. Una puta moderna de la superautopista de la información. Merecía morir aullando de dolor. Las putas son un cáncer en la faz de la Tierra; Annie King no era una excepción.

Ha sido la primera. No será la última.

Estoy decidido a seguir los pasos de mi antecesor. Al igual que él, no dejaré que me atrapen, y al igual que él, lo que haga pasará a los anales de la historia. ¿Está dispuesta a representar el papel del inspector Abberline mientras yo represento el de Jack?

Espero que sí, sinceramente.

Empezaremos la persecución de este modo: el veinte debe estar en su despacho. Le entregarán un paquete, que corroborará mis palabras. Aunque sé que no me creerá, le doy mi palabra de que el paquete que le enviaré no contendrá ninguna trampa ni ninguna bomba.

Vaya a ver a la pequeña Bonnie. Ahora que se ha convertido en su nueva mamá, quizá se despierten mutuamente por las noches con sus respectivos gritos.

Y recuerde, ni oigo voces ni recibo órdenes de Dios. Para saber quién soy, me basta con escuchar los latidos de mi corazón.

Desde el Infierno,

Jack Jr.

Cuando termino de leer la carta me quedo callada e inmóvil unos momentos.

—Menuda carta.

—Otro tarado —dice Callie con un tono lleno de desprecio.

—No lo creo —contesto frunciendo los labios—. Creo que es algo más que un tarado. —Sacudo la cabeza para poner en orden mis ideas y miro a James—. Hablaremos sobre esto más tarde. Necesito pensar en ello un rato.

Él asiente con la cabeza.

—Sí. Yo también quiero examinar el escenario del crimen antes de sacar conclusiones.

Siento que James y yo hemos vuelto a conectar. Estoy de acuerdo con él. Debemos examinar el lugar donde ocurrió. Pisar el escenario del crimen. Percibir el olor del asesino.

—A propósito —digo—, ¿quién se ha hecho cargo de esto en el Departamento de Policía de San Francisco?

—Tu vieja amiga Jennifer Chang —responde Alan desde la parte delantera del avión, lo cual me sorprende—. Hablé con ella anoche. No sabe que vienes con nosotros.

—Me alegro de que sea Chang. Es una de las mejores agentes. —Conocí a la inspectora de policía Chang hace seis años, cuando ambas trabajábamos en un caso. Tiene aproximadamente mi edad, es muy competente y posee un sentido del humor corrosivo que me gusta—. ¿En qué fase se encuentran de la investigación? ¿Han empezado a analizar las pruebas recogidas en el lugar del crimen?

—Sí —responde Alan, acercándose por el pasillo del aparato y sentándose junto a nosotros—. La Unidad del Escenario del Crimen de San Francisco ya se ha puesto a trabajar bajo la férula de Chang, que disfruta haciendo de pequeña dictadora. Hablé de nuevo con ella a medianoche. Ya había enviado el cadáver al forense, tenía en su poder las fotos del escenario del crimen y había mandado a analizar fibras y otras pruebas. Esa mujer es una negrera.

—Coincide con el recuerdo que tengo de ella. ¿Y el ordenador?

—Aparte de recoger las huellas que pudiera tener, no lo han tocado. —Alan señala a Leo con el pulgar—. El sabiondo les ha dicho que él se encargará de examinarlo.

Miro a Leo asintiendo con la cabeza.

—¿Tiene algún plan? —pregunto.

—Muy sencillo. Echaré un vistazo al ordenador por si han instalado alguna trampa para borrar el disco duro o algo por el estilo. Buscaré lo más inmediato. Pero tendré que llevármelo al despacho para analizarlo más detenidamente.

—Muy bien. Quiero que examine a fondo el ordenador de Annie, Leo. Necesito todos los archivos que hayan sido borrados, incluyendo correos electrónicos, fotografías y cualquier cosa que pueda ayudarnos a resolver el caso. El asesino encontró a Annie a través de Internet. Lo cual convierte su ordenador en la primera arma del criminal.

—Deje que le hinque el diente —responde Leo frotándose las manos.

—De momento quiero que tú, Alan, te encargues como de costumbre de recabar copias de todos los informes y análisis de que disponga la policía de San Francisco y los examines a fondo.

—No hay ningún problema.

—Tú encárgate de la Unidad del Escenario del Crimen —digo dirigiéndome a Callie—. Allí son muy buenos, pero tú eres mejor. Procura ser amable, pero si tienes que apartar a alguien de un codazo… —añado encogiéndome de hombros.

Ella me mira sonriendo.

—Es mi especialidad.

—En cuanto a ti, James, ve a hablar con el forense. Presiónalo. Necesitamos que haga la autopsia hoy mismo. Más tarde tú y yo iremos a echar un vistazo al escenario del crimen.

La hostilidad es palpable, pero James asiente sin decir palabra.

Hago una pausa mientras repaso mentalmente todos los extremos, para asegurarme de no haber omitido ninguno. Creo que no.

—¿Eso es todo? —pregunta Alan.

Le miro, sorprendida por su tono adusto. No sé a qué viene.

—Creo que sí.

Se levanta.

—Bien —dice regresando a su asiento en la parte delantera del aparato mientras todos le observamos perplejos.

—¿Qué le hemos hecho para que esté tan cabreado? —pregunta Callie.

—¡Qué tío tan borde! —apostilla Leo.

Callie y yo nos volvemos hacia él, que es objeto de una mirada hostil por parte de todos los presentes.

Leo nos mira nervioso.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—Como dice el refrán —responde Callie dándole unos golpecitos con el índice en el pecho—: No te metas con mi amigo. Nadie se mete con él excepto yo. ¿Entendido, chavalote?

Leo se pone serio y adopta una expresión impertérrita.

—Desde luego. ¿Se refiere a que yo no soy su amigo, pelirroja?

Callie le mira ladeando la cabeza al tiempo que suaviza un poco su expresión beligerante.

—No, cielo, no me refiero a eso. Esto no es una camarilla, y no estamos en el instituto. De modo que deja de hacerte la víctima. —Se inclina hacia delante y prosigue—: Me refiero a que siento un gran cariño por ese hombre. En cierta ocasión me salvó la vida. Y no consiento que te metas con él. Aún no tienes derecho a hacerlo. ¿Captas la onda, cielo?

Leo muestra una expresión menos beligerante, pero no está dispuesto a capitular.

—Muy bien, entendido. Pero no me llame chavalote.

Callie me mira sonriendo.

—A lo mejor hasta consigue integrarse en nuestro grupo, Smoky. —Se vuelve de nuevo hacia Leo—. Si aprecias tu pellejo, no vuelvas a llamarme pelirroja, chico del
piercing
.

—Iré a hablar con Alan —digo.

Estoy un tanto preocupada y ese toma y daca me divierte menos de lo que me habría divertido en otras circunstancias. Avanzo por el pasillo del avión, dejando que los otros sigan peleándose afectuosamente. Una pequeña parte de mí que era una líder cae en la cuenta de que lo que hace Callie es bueno para Leo y por tanto para el resto del equipo. Ella acepta a Leo, a su modo. De lo cual me alegro. A veces, cuando un equipo lleva mucho tiempo trabajando junto, sus miembros se vuelven un tanto intolerantes, casi unos xenófobos. No es sano, y me satisface comprobar que mis colegas no han caído en eso. Al menos en el caso de Callie. James mira por la ventanilla, hosco, frío, sin querer participar. Es lo suyo, no representa ninguna novedad.

Llego a la hilera de asientos donde se encuentra Alan. Tiene los ojos fijos en sus pies, y exhala una tensión asfixiante.

—¿Te importa que me siente? —pregunto.

—Haz lo que quieras —contesta con un ademán ambiguo, sin mirarme.

Me siento y le observo durante unos momentos. Alan se vuelve y mira por la ventanilla. Decido no andarme por las ramas.

—¿Qué te ocurre?

Me mira con una rabia que casi me intimida.

—¿Por qué lo haces? ¿Para demostrar el buen rollo que tienes con «el hermano negro»? ¿A qué viene esto?

Me quedo muda. Estupefacta. Espero unos instantes, pensando que ya se le pasará, pero Alan sigue mirándome con una rabia que va en aumento.

—¿Y bien? —pregunta.

—Sabes que no me refiero a eso, Alan —respondo con tono quedo. Sin perder la calma—. Es evidente que estás molesto por algo. Sólo quería saber el motivo.

Él sigue observándome con inquina unos momentos, pero su expresión se suaviza un poco.

—Elaina está enferma —dice fijando la vista en sus manos.

Le miro boquiabierta. Siento que me embarga un sentimiento de dolor y preocupación, instantáneo y visceral. Elaina es la esposa de Alan, a la que conozco desde que le conozco a él. Es una mujer latina de gran belleza, tanto física como interior. Fue la única que vino a visitarme al hospital. En realidad, no pude evitarlo. Entró con paso decidido, obligando a las enfermeras a hacerse a un lado, se sentó en el borde de la cama y me apartó las manos para abrazarme, sin pronunciar una palabra. Mi resistencia se vino abajo al momento y lloré en sus brazos hasta que mis lágrimas se secaron. Mi recuerdo más vívido de ella será siempre ese momento. Veo el mundo borroso a través de mis lágrimas mientras Elaina, reconfortante, cálida y fuerte, me acaricia la cabeza y murmura unas palabras de consuelo en una mezcla de inglés y español. Es una amiga de verdad, esa especie tan rara que nunca te deja en la estacada.

—¿Cómo? ¿A qué te refieres?

La ira de Alan se disipa, quizá debido al temor que detecta en mi voz. Ya no me mira con rabia. Sólo con dolor.

—Tiene un cáncer de colon en fase dos. Le han extirpado el tumor, pero se había reventado. El cáncer había afectado a su organismo antes de que la operaran.

—¿Y eso qué significa?

—Eso es lo más jodido. Quizá no signifique nada. Puede que las células cancerosas que se escaparon cuando el tumor se reventó no signifiquen nada grave. O quizá se propaguen por su organismo. No pueden darnos ninguna garantía. —Los ojos de Alan muestran un profundo dolor—. Nos enteramos porque Elaina sufría unos dolores tremendos. Pensamos que era apendicitis. La operaron inmediatamente y al hallar el tumor lo extirparon. ¿Sabes qué me dijo el médico más tarde? Que tenía un tumor en fase cuatro. Que probablemente se moriría.

Observo las manos de Alan. Están temblando.

—No pude decírselo a Elaina. Se estaba recuperando. No quería preocuparla, sino que se esforzara en recobrarse de la operación. Durante una semana, temí que se muriera, cada vez que la miraba pensaba eso. Ella jamás lo sospechó. —Alan emite una amarga carcajada—. Cuando fuimos al hospital para un chequeo, el médico nos dio una buena noticia. El cáncer estaba en fase dos, no en cuatro. Lo cual significa que las probabilidades de supervivencia son entre setenta y ochenta por ciento a lo largo de cinco años. El médico sonrió satisfecho y Elaina rompió a llorar. Había averiguado que su cáncer no era tan agresivo como habíamos temido, y hasta ese momento no se había dado cuenta de que esto era una buena noticia.

—Alan…

—De modo que van a administrarle quimioterapia. Quizá también radioterapia; aún no nos hemos informado de las opciones que podemos elegir. —Fija de nuevo los ojos en sus enormes manazas—. Creí que iba a perderla, Smoky. Incluso ahora, cuando todo indica que puede salir de esto, no las tengo todas conmigo. Lo único que sé es lo que sentiría si muriera Elaina. He tenido una semana para averiguarlo. No puedo dejar de pensar en ello. —Alan me mira de nuevo con rabia—. Sentí la posibilidad de perderla. ¿Y qué hago? Volar a San Francisco para investigar la muerte de nuestra próxima piltrafa humana. Elaina está en casa, durmiendo —añade mirando por la ventanilla—. Quizá ya se haya levantado. Pero no estoy con ella.

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