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Authors: Greg Egan

El Instante Aleph (22 page)

BOOK: El Instante Aleph
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Mosala se había limitado a poner la cita en su contexto, pero no contestó a la pregunta. Si por un comentario como ése recibió una amenaza de muerte, ¿qué le supondrían los rumores de «deserción», infundados o no?

No tenía ni idea; todavía sabía menos sobre la política de Sudáfrica que sobre los MTT. Mosala no sería la primera personalidad científica que abandonara el país, pero sí una de las más célebres y la primera que emigrara a Anarkia. Una cosa era que se incorporara a una institución de ámbito mundial a cambio de fama y dinero, pero sería difícil interpretar un traslado a Anarkia (que no podía ofrecer ni una cosa ni otra) como algo que no fuera una renuncia deliberada a su nacionalidad.

Me detuve en el rellano y miré mi inútil teta electrónica. ¿CA? ¿La corriente dominante de CA?
Sísifo
estaba en silencio. Quienesquiera que fuesen, Sarah Knight había conseguido encontrarlos. Empezaba a sentir una punzada en la boca del estómago cada vez que pensaba en lo que le había hecho. Estaba claro que había preparado el trabajo meticulosamente y había investigado todas las cuestiones referentes a Mosala. Además, como venía de la política, donde nada de lo que se decía en la red era cierto, probablemente se había dedicado a hablar con todo el mundo en persona. Alguien le diría lo de los rumores y le proporcionaría la pista que conducía a Kuwale, todo de manera extraoficial, desde luego. Le robé el proyecto, lo asumí sin ninguna preparación y ahora ni siquiera sabía si estaba haciendo un documental sobre una física anarquista amenazada de muerte o si perseguía fantasmas, y la peor amenaza a la que podía enfrentarse alguien en Anarkia era la de ser obligado a aconsejar a Janet Walsh sobre la forma de enfocar su trabajo.

Pedí a
Hermes
que llamara a todos los hoteles de la isla y preguntara si tenían un huésped llamado Akili Kuwale.

No hubo suerte.

Cuando llegué a la habitación conecté el aislamiento acústico de la ventana e intenté mentalizarme para trabajar un poco. A la mañana siguiente tenía previsto rodar una ponencia de Helen Wu, la principal defensora de la opinión de que la metodología de Mosala rayaba en la lógica circular. Antes de dejar que Munroe me convenciera para ir a grabar a los buceadores de tierra había planeado pasar la tarde leyendo las publicaciones anteriores de Wu. Me faltaba mucho para ponerme al día.

Sin embargo, primero...

Eché un vistazo a las bases de datos relevantes (no le pedí ayuda a
Sísifo
y tardé tres veces más). Resultó que el Frente de Defensa Cultural Panafricano era una asociación poco definida de cincuenta y siete grupos tradicionalistas radicales, con un consejo de representantes que se reunía una vez al año para decidir las estrategias y los temas de sus proclamas. El FDCPA se fundó veinte años antes como consecuencia del resurgimiento del debate tradicionalista de principios de los treinta, cuando unos cuantos académicos y activistas, casi todos centroafricanos, empezaron a hablar de la necesidad de restablecer la continuidad con el pasado precolonial. Calificaron a los movimientos políticos y culturales del siglo anterior, desde la
négritude
de Senghor y la autenticidad de Mobutu hasta la Conciencia Negra en todas sus formas, de corruptos y asimilacionistas, o bien demasiado preocupados por responder al colonialismo y la occidentalización. La respuesta correcta al colonialismo, según los que más se hacían oír, era extirparlo de la historia; intentar comportarse, en el periodo posterior, como si no hubiera existido.

El FDCPA era la manifestación extrema de esta filosofía y adoptaba una postura intransigente y nada populista. Condenaban el Islam y lo consideraban una religión invasora, igual que el cristianismo y el sincretismo. Se oponían a las vacunas, a los cultivos transgénicos y a las comunicaciones electrónicas. Puede que el grupo estuviera preocupado por algo más que un catálogo de influencias extranjeras (o bien locales, pero no lo bastante antiguas) a las que renunciaban de manera explícita, pero le resultaba muy difícil definir su identidad sin esa lista de los más buscados. Muchas de las políticas que defendía, como el uso oficial más amplio de los idiomas locales o un mayor apoyo a las tradiciones, ya eran prioritarias para casi todos los gobiernos o contaban con el apoyo de otros grupos de presión. La
raison d'être
del FDCPA parecía consistir en ser más papistas que el Papa. Cuando la vacuna contra la malaria más eficaz del planeta se empezó a producir en Nairobi (partiendo de los resultados de la investigación que se llevó a cabo en esa gran y conocida superpotencia imperialista que era Colombia), rechazar su uso por «traicionar de forma criminal los métodos de la medicina tradicional» me sonaba a perversidad fundamentalista pura y dura.

Supuse que les encantaría que Violet Mosala emigrara a Anarkia porque así se librarían de ella. Puede que fuera una heroína para medio continente, pero para el FDCPA no podía ser nada más que una traidora. No encontré ningún informe sobre las amenazas de muerte, y quizá lo que dijo Savimbi sólo fuera una exageración; puede que, en realidad, sólo hubiera recibido una llamada anónima en la redacción.

Sin embargo, decidí continuar; ¿acaso la misteriosa facción de Kuwale se había revelado tras formar parte de la oposición en el debate? La verdad es que no faltaban detractores declarados del FDCPA: tradicionalistas moderados, numerosas asociaciones de profesionales, organizaciones pluralistas y los que se autodenominaban
technolibérateurs
.

Aparte de que no coincidían las iniciales, no me imaginaba a un miembro de la Unión Africana para el Advenimiento de la Ciencia pescando periodistas en los aeropuertos y pidiéndoles que hicieran de guardaespaldas extraoficiales de físicos de renombre mundial. Y no creía que los de la Liga Pluralista Africana dispusieran de tiempo para preocuparse por Violet Mosala aunque organizaran programas de intercambio de estudiantes por todo el mundo, giras de teatro y danza y exposiciones de arte reales y virtuales, y formaran un grupo de presión activo en contra del aislamiento cultural y el trato discriminatorio de las minorías étnicas, religiosas y sexuales.

Muteba Kazadi acuñó en su última época el término
technolibération
, que consistía en dar poder a las personas por medio de la tecnología y liberar a ésta de restricciones. Muteba fue ingeniero de comunicaciones, poeta, divulgador científico y ministro de Desarrollo de Zaire a finales de los años treinta. Vi algunos discursos suyos: ruegos encarecidos de que se pusiera el conocimiento al servicio de la libertad. Pedía la rescisión de las patentes de los cultivos transgénicos, que las comunicaciones pasaran a ser de dominio público y el derecho de acceso universal a la información científica. También defendía la utilidad obvia de la «biología de la liberación» (aunque Zaire no se saltó las normas y no utilizó cultivos sin licencia) y afirmaba que a la larga sería imprescindible que las naciones africanas participaran en la investigación pura en todas las áreas básicas de la ciencia. Una postura extraordinaria en una época en la que tales actitudes tenían muy mala acogida en los países más ricos del planeta y eran inconcebibles dentro de las prioridades más inmediatas de su gobierno.

Los tres biógrafos de Muteba coincidían en que tenía algunas excentricidades. Mostraba inclinación por la metafísica de Nietzsche, la cosmología alternativa y las teorías de conspiraciones dramáticas, entre las que se encontraba la conocida «El Nido de Ladrones», un refugio que construyeron los traficantes de droga con genes manipulados en la frontera entre Perú y Colombia, sobre el que se lanzó una bomba atómica en el 2035. Según esta teoría, el motivo no fue que la selva modificada estuviera fuera de control y amenazara con barrer toda la cuenca del Amazonas, sino que allí se había inventado una especie de virus neuroactivo «peligrosamente volátil». Aquel acto fue una aberración. Murieron miles de personas, y es probable que la indignación general que suscitó librase a Anarkia de un destino similar. Pero no podía evitar pensar que la explicación más prosaica era la verdadera.

Los comentaristas bien informados de todo el continente decían que el legado de Muteba seguía vivo y que los
technolibérateurs
permanecían activos en toda África y más allá. Sin embargo, me resultaba difícil encasillar a sus descendientes intelectuales directos. Cientos de grupos académicos y políticos y decenas de miles de individuos citaban a Muteba como fuente de inspiración, y muchas personas que se habían manifestado en contra del FDCPA, en debates de la red se habían identificado de forma explícita como
technolibérateurs
, aunque cada uno parecía haber adaptado la filosofía a unas prioridades ligeramente distintas. No dudaba de que a todos les horrorizaría la idea de que dañaran a Violet Mosala, pero esto no me proporcionaba información concreta sobre quién podría haber decidido velar por su seguridad.

Bajé al vestíbulo alrededor de las siete. Sarah Knight aún no me había devuelto la llamada y no podía reprocharle el desaire. Pensé de nuevo en ofrecerle que retomara el proyecto, pero me dije que era demasiado tarde y que seguro que estaba haciendo otro trabajo. La verdad era que a medida que las complicaciones en torno a Mosala ponían de manifiesto lo absurda que era mi fantasía de refugiarme en las abstracciones «intrascendentes» de las TOE, más difícil me resultaba pensar en marcharme. Si ésta era la realidad tras el espejismo, tenía la obligación de afrontarla.

Me dirigía al restaurante principal cuando vi a Indrani Lee salir de uno de los pasillos que daban al vestíbulo. La acompañaba un pequeño grupo de personas, que se estaba dispersando entre ráfagas ocasionales de réplicas y de ideas de último momento, como si salieran de una reunión larga y agotadora y ya no soportaran más su mutua compañía pero tampoco pudieran decidirse a poner fin a la conversación. Me acerqué; Lee me vio y me saludó con la mano.

—Te perdí en el transbordo —dije—. ¿Qué tal te adaptas?

Se la veía contenta y animada; era obvio que el congreso estaba a la altura de sus expectativas.

—Bien, bien. Pero tú tienes muy mal aspecto.

—Cuando estudiabas —dije riéndome—, ¿te encontraste alguna vez sentada frente a un examen en el que todas las preguntas que te hacían y las que te habías preparado hasta el amanecer tenían tan poco en común que parecían de dos asignaturas distintas?

—Muchas veces. Pero ¿qué te ha despertado ese recuerdo? ¿Todas las matemáticas que te rondan por la cabeza?

—Bueno, sí, aunque ése no es el problema. —Miré por todo el vestíbulo; no era probable que nadie nos oyera, pero no quería contribuir a difundir rumores sobre Mosala si podía evitarlo—. Pero parece que tienes prisa. Ya te aburriré con mis tribulaciones en el vuelo de vuelta a Pnom Pen.

—¿Prisa? En absoluto. Iba a salir a tomar el aire. Puedes venir conmigo si no estás ocupado.

Acepté encantado. Había pensado en ir a comer, pero todavía no tenía mucha hambre y se me ocurrió que quizá Lee estuviera dispuesta a compartir sus conocimientos profesionales sobre la
technolibération
.

Sin embargo, cuando atravesamos la puerta me di cuenta de a qué se refería en realidad con «salir a tomar el aire». Renacimiento Místico había decidido manifestarse en la calle del hotel. Había pancartas en las que ponía: ¡EXPLICAR ES DESTROZAR! ¡REVERENCIA EL NUMEN! ¡DÍ NO A LAS TOE! En las camisetas llevaban a Jung, a Pierre Teilhard de Chardin, a Joseph Campbell, a Fritjof Capra, a Günter Kleiner —el fallecido fundador de la secta—, al artista de los acontecimientos Alquimia Celeste, e incluso a Einstein sacando la lengua.

Nadie entonaba consignas. Después de la polémica salva de Janet Walsh, Renacimiento Místico había optado por una atmósfera de carnaval: mimos, malabaristas y adivinos que leían las manos y el tarot. Las antorchas de los malabaristas proyectaban sombras de un azul intenso que oscilaban por todas partes y conferían a la calle un aspecto oceánico. Los nativos desconcertados se abrían paso a través de esta carrera de obstáculos con resignación cansina; no habían pedido que les metieran un circo por la garganta. Hasta donde alcanzaba a ver, sólo había unos pocos miembros del congreso con chapas de identificación que aprovechaban las diversiones gratuitas o daban dinero a los músicos callejeros y a los adivinos.

Uno de los miembros de la secta que se habían apropiado de Albert estaba cantando «Puff, el dragón mágico» mientras tocaba en un teclado que, como su camiseta, era de alguna marca estándar: ambos tenían puertos de infrarrojos. Me paré delante de él, sonriendo en señal de aprobación, mientras invocaba un programa de mi agenda que había escrito hace años y tecleaba discretamente unas instrucciones. Cuando nos alejamos, su teclado se quedó en silencio, con todos los controles de volumen a cero, y de Einstein brotaba un bocadillo que decía: «Nuestra experiencia hasta el momento justifica la creencia de que la naturaleza es resultado de las ideas matemáticas más sencillas que se puedan concebir».

Lee me lanzó una mirada de amonestación.

—¡Vamos! —dije—. Se lo estaba buscando.

Seguimos por la calle y vimos un pequeño grupo de teatro que estaba a mitad de la representación de una versión comprimida de
The Iceman Cometh
, traducida al lenguaje común contemporáneo de RM. Una mujer vestida de payaso se mesaba los cabellos y declamaba: «¡No he conseguido la armonía psíquica! ¡Todos los de mi clan de la red habrían permanecido más cerca del numen curativo si hubiera respetado su necesidad de nutrirse de las narraciones que les dicta la imaginación!». Imágenes de lágrimas cayeron por sus mejillas.

—Bueno —añadí mirando a Lee—, me han convencido. Mañana me apunto. Y pensar que tenía la manía de reducir la frágil belleza del crepúsculo a desagradable tecnojerga.

—Si eso te resulta cargante, deberías oír su adaptación del
Mahabharata
en forma de psicodrama jungiano de cinco minutos. —Le dio un escalofrío—. Pero el original permanece intacto, ¿no? Y tienen tanto derecho como cualquiera a hacer su... interpretación. —No sonaba muy convencida.

—No sé qué esperan conseguir viniendo aquí —dije—. Aunque consiguieran alterar el desarrollo del congreso, toda la investigación ya se ha llevado a cabo y se publicará en la red, pase lo que pase. Además, si la mera idea de una TOE los ofende tanto, podrían cerrar los ojos, ¿no? Los han cerrado ante cualquier otro conocimiento científico que no ha estado a la altura de sus estrictos requisitos espirituales.

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