El Instante Aleph (48 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: El Instante Aleph
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Me senté en el restaurante a beber una sopa caliente y clara. Los otros comensales hablaban entre ellos en voz baja y me miraban más con cautela estudiada que con hostilidad manifiesta, pero me excluían igualmente.

Había destrozado mi carrera por Mosala y la
technolibération
, pero no había conseguido nada. Mosala estaba en coma y Anarkia al borde de un declive largo y sangriento.

Me sentía atontado, paranoico e inútil.

Entonces recibí un mensaje de Akili. Había escapado de la ciudad sana y salva y estaba en otro campamento a menos de un kilómetro.

28

—Siéntate donde te sea más cómodo.

En la tienda sólo había una mochila y un saco de dormir extendido. El suelo transparente parecía seco a pesar del rocío de fuera, pero era tan fino que se notaba la arena a través del plástico. Un parche negro de la lona radiaba un calor agradable; funcionaba con la energía solar que se almacenaba en los polímeros de desplazamiento de carga entretejidos en todas las fibras del material de la tienda.

Me senté en un extremo del saco. Akili se sentó con las piernas cruzadas a mi lado. Miré alrededor agradecido; por muy sobria que fuera, era mucho mejor que la roca desnuda.

—¿Dónde has encontrado esto? No sé si disparan a los saqueadores en Anarkia, pero diría que vale la pena arriesgarse.

—No lo he robado —bufó Akili—. ¿Dónde crees que me he alojado durante las últimas dos semanas? No todos podemos permitirnos el Ritz.

Intercambiamos novedades. Akili ya había oído casi todas las mías de otras fuentes: la muerte de Buzzo, la evacuación de Mosala y su condición incierta. Pero ignoraba la broma que había preparado para CA: la difusión automática de su TOE por el mundo.

Akili frunció el ceño y se quedó en silencio un buen rato. Algo había cambiado en su rostro desde que le vi en el hospital. El profundo impacto que le causaron las noticias de la supuesta plaga de la información había dado paso a una mirada expectante, como si estuviera dispuesta a contraer Angustia en cualquier momento y casi deseosa de abrazar la experiencia a pesar de la ansiedad y el horror que mostraban todas sus víctimas. Incluso los pocos que, a su extraña manera, habían tenido momentos breves de calma y lucidez habían sufrido una recaída inmediata. Si yo creyera que el síndrome era nuestro destino, no querría seguir viviendo.

—Aún no hemos conseguido adaptar los modelos a los datos —confesó Akili—. Nadie sabe qué pasa. —Parecía resignada a que la plaga eludiera un análisis preciso a corto plazo, pero confiaba en que su explicación fuera correcta—. Los nuevos casos aparecen demasiado deprisa, a un ritmo más acelerado que el del crecimiento exponencial.

—Entonces puede que estéis equivocados con lo de la mezcla de la información. Hicisteis una predicción de crecimiento exponencial y ha fallado. Quizá habéis interpretado demasiada antropocosmología en los desvaríos de cuatro enfermos.

—Ya son diecisiete —dijo con un gesto que descartaba esa posibilidad—. Tu colega de SeeNet no es el único que ha presenciado el fenómeno; otros periodistas han empezado a informar sobre lo mismo. Y hay un modo de explicar la discrepancia en el número de casos.

—¿Cómo?

—Varias Piedras Angulares.

—¿Cuál sería el nombre colectivo? —Me reí cansado—. Seguro que no será un arco de Piedras Angulares. ¿Una cúpula? ¿La premisa de los antropocosmólogos no es una persona con una teoría que confiere existencia al universo por medio de su explicación?

—Una teoría, sí; y una persona siempre nos ha parecido lo más probable. Sabíamos que la TOE se transmitiría al mundo, pero pensábamos que el descubridor revelaría todos los detalles. Nunca nos habíamos planteado que pudiera estar en coma cuando la TOE completa se entregara a miles de personas a la vez. Es algo que no podemos adaptar a un modelo: las matemáticas se vuelven inmanejables. —Extendió los brazos en un gesto de resignación—. No importa. Todos averiguaremos la verdad muy pronto.

—¿Y cómo la averiguaremos? —dije, mientras se me ponía la piel de gallina. Cuando estaba con Akili no sabía en qué creía—. La TOE de Mosala no predice la telepatía de la Piedra Angular o de las Piedras Angulares más de lo que predice que se vaya a deshacer el universo. Si tiene razón, vosotros debéis estar equivocados.

—Depende de en qué tenga razón.

—¿En todo? ¿Como su teoría?

—Se podría deshacer el universo esta noche y casi ninguna TOE tendría nada que decir. Las reglas del ajedrez no aclaran si un tablero es bastante resistente para aguantar todas las configuraciones permitidas de las piezas.

—Pero una TOE tiene mucho que decir sobre la mente humana, ¿no? Es un vulgar trozo de materia sujeto a las leyes ordinarias de la física. No empieza a mezclarse con la información sólo porque alguien completa una Teoría del Todo al otro lado del planeta.

—Hace dos días habría estado de acuerdo —dijo Akili—. Pero si una TOE no puede aclarar su propia base informativa, es tan incompleta como la Teoría de la Relatividad General, que requería que tuviera lugar el Big Bang y más allá de ese punto se venía abajo. Fue necesaria la unificación de las cuatro fuerzas para solventar esa singularidad. Y parece que hará falta una unificación más para entender el Big Bang explicativo.

—Pero hace dos días...

—Estaba equivocada. La corriente principal siempre había asumido que una TOE incompleta era lo que tenía que haber. La Piedra Angular lo explicaría todo, salvo cómo podía entrar en vigor una TOE. La antropocosmología aclaraba la cuestión, pero esa parte de la ecuación nunca sería visible. —Akili extendió las dos manos con las palmas juntas en posición horizontal—. Creíamos que la física y la metafísica nunca se unirían. Parecía una premisa razonable porque siempre habían estado separadas. Como la de que hubiera sólo una Piedra Angular. —Entrelazó los dedos y giró las manos en un ángulo de cuarenta y cinco grados—. Pero resulta que es una equivocación. Quizá porque la TOE que unifica la física y la información, la que mezcla ambos niveles y establece su propia autoridad, es la antítesis de lo que sería deshacer el universo. Es más estable que cualquier otra posibilidad porque se afirma a sí misma y estrecha el nudo.

De pronto me acordé de la noche en que visité a Amanda Conroy y le dije medio en broma que la separación de poderes entre Mosala y los Cosmólogos Antropológicos era algo positivo. Más tarde, Buzzo había postulado en tono de burla una teoría que se sustentaba a sí misma, se defendía, descartaba a todas las rivales y se negaba a que la absorbieran.

—Pero ¿de quién es la teoría que va a unificar la física y la información? —dije—. La TOE de Mosala no intenta «establecer su propia autoridad».

—Nunca fue su intención hacerlo —dijo Akili, sin que mi comentario le pareciera un obstáculo—, pero no entendió bien el alcance de su obra, o alguien de la red cogerá su TOE puramente física y la ampliará para que abarque la teoría de la información. Es cuestión de días o de horas.

Miré al suelo. De repente me sentí enfadado y me cayeron encima todos los horrores mundanos del día.

—¿Cómo puedes estar aquí sentada dando vueltas a todas esas sandeces? ¿Qué ha pasado con la
technolibération
? ¿Con la solidaridad con los renegados? ¿Con acabar con el bloqueo? —Mis habilidades y contactos insignificantes se habían quedado en nada ante la invasión, pero me imaginaba que Akili tendría mil veces más recursos, que desempeñaría un papel crucial en el núcleo de la resistencia y orquestaría un contraataque brillante.

—¿Qué esperas que haga? —dijo con calma—. No soy soldado ni sé cómo ganar la guerra de Anarkia. Pronto habrá más personas con Angustia que habitantes hay en la isla, y si CA no intenta analizar la plaga de la información, nadie más lo hará.

—¿Ahora estás dispuesta a creer que entenderlo todo nos enloquecerá? —Me reí con amargura—. ¿Que las sectas de la ignorancia tenían razón? ¿Que la TOE nos enviará al abismo entre gritos y pataleos? Justo cuando me había hecho a la idea de que algo así no podía ocurrir.

—No sé por qué la gente se lo toma tan mal. —Akili se agitó incómoda. Por primera vez detecté un rastro de miedo en su voz, abriéndose paso entre su resuelta aceptación—. Será que la mezcla antes del Instante Aleph es imperfecta y está distorsionada —añadió—. Porque si no hubiera un error de alguna clase, la primera víctima de Angustia lo habría explicado todo y se habría convertido en la Piedra Angular. No sé cuál será el fallo, qué es lo que falta ni qué hace que el entendimiento parcial sea tan traumático, pero cuando se complete la TOE... —Su voz se había ido apagando. Si el Instante Aleph no ponía fin a la Angustia, las miserias de la guerra de Anarkia no significarían nada. Si no se podía afrontar la TOE, lo único que nos esperaba era la locura universal.

Los dos nos quedamos en silencio. El campamento estaba tranquilo salvo por los llantos distantes de algunos niños y el ruido apagado de los cacharros de cocina de las tiendas cercanas.

—¿Andrew? —dijo Akili.

—¿Sí?

—Mírame.

Volví la cara y le miré directamente por primera vez desde mi llegada. Sus ojos oscuros estaban más luminosos que nunca: inteligentes, curiosos y comprensivos. La belleza natural de su rostro provocaba una resonancia profunda y sorprendente en mi interior, un escalofrío de reconocimiento que reverberaba desde la oscuridad del cráneo hasta la base de la columna. Al mirarle, me dolía todo el cuerpo, todas las fibras musculares y los tendones. Pero era un dolor grato como si me hubieran golpeado hasta matarme y entonces descubriera que me despertaba de manera imposible.

Eso era Akili: mi última esperanza, mi resurrección.

—¿Qué quieres? —dijo.

—No sé a qué te refieres.

—Vamos, no estoy ciega. —Buscó algún indicio en mi cara frunciendo el ceño ligeramente, sorprendida pero no acusadora—. ¿He hecho algo para incitarte? ¿Te he dado una idea equivocada?

—No. —Quería que se me tragara la tierra y deseaba tocarle más que respirar.

—Les ásex neuronales pueden perder la pista de los mensajes que transmiten. Creía que lo había dejado todo claro, pero si te he confundido...

—Sí —interrumpí—. Claro que sí. —Oía cómo se me desintegraba la voz. Esperé un momento y me obligué a respirar profundamente; quería deshacer el nudo que tenía en la garganta—. No es culpa tuya. Perdona si te he ofendido. Me iré —dije mientras me levantaba.

—No. —Akili me puso una mano en el hombro y me detuvo con delicadeza—. Eres mi amigo y si sufres hemos de encontrar una solución juntos. —Se incorporó a medias y empezó a desatarse los zapatos.

—¿Qué haces?

—A veces crees que sabes algo, que lo has asumido. Pero no es así hasta que lo ves en realidad. —Se quitó la camiseta. Su torso era esbelto, ligeramente musculoso y perfectamente liso, sin pechos, pezones..., nada. Aparté la mirada y me puse en pie decidido a marcharme. En aquel momento estaba dispuesto a abandonarle sin ningún motivo mejor que el de preservar un deseo que siempre había sabido que no conducía a ningún lado, pero me quedé paralizado, mareado de vértigo.

—No es necesario que lo hagas —dije aturdido.

Akili se levantó y se puso a mi lado. Yo mantenía la mirada fija al frente. Me cogió la mano derecha y se la llevó al estómago, que era plano, suave y sin vello; luego obligó a mis dedos sudorosos a bajar entre sus piernas. No había nada más que piel suave, fría y seca, y al final una diminuta abertura para la uretra.

Me solté. Ardía de humillación, pero conseguí tragarme a tiempo una pulla envenenada sobre las tradiciones africanas. Me retiré a la distancia máxima que permitía la tienda. Todavía me resistía a mirarle la cara y me barrió una oleada de dolor e ira.

—¿Por qué? ¿Cómo podías odiar tanto tu cuerpo?

—Nunca lo odié, pero tampoco lo adoraba. —Hablaba con suavidad y se esforzaba en ser paciente, pero parecía harto de la necesidad de justificarse—. No te tomo por un edenita. Las sectas de la ignorancia veneran las jaulas más pequeñas que encuentran: los accidentes del nacimiento, la biología, la historia y la cultura. Y luego se vuelven contra cualquiera que se atreve a enseñarles los barrotes de una jaula diez mil millones de veces mayor. Pero mi cuerpo no es un templo ni un estercolero. Ésas son las opciones de una mitología estúpida, no las de la
technolibération
. La verdad más profunda sobre el cuerpo es que lo único que lo domina, en última instancia, es la física. Podemos cambiar su forma por la de cualquier cosa que nos permita la TOE.

Aquella lógica fría solo hizo que retrocediera aún más. Estaba de acuerdo en todo, pero me aferraba a mi horror instintivo como a un clavo ardiendo.

—La verdad más profunda es que aún serías real si no hubieras sacrificado...

—No he sacrificado nada. Salvo unos patrones de comportamiento ancestrales inscritos en mi sistema límbico, que se activaban por ciertos impulsos visuales y por las feromonas, y la necesidad de sentir pequeños estallidos de opiáceos endógenos en el cerebro.

Me volví y le miré. Me devolvió una mirada desafiante. La cirugía era impecable, no parecía desequilibrada ni deforme. No tenía derecho a lamentarme por una pérdida que sólo existía en mi mente. Nadie le había mutilado por la fuerza; había tomado la decisión de forma consciente. No tenía derecho a desear devolverle la «salud».

Sin embargo, todavía me sentía afectado y enfadado. Aún quería castigarle por lo que me había arrebatado.

—¿Adónde te lleva eso? —pregunté con ironía—. ¿La extirpación de los instintos animales te confiere una visión interior más amplia y valiosa? No me digas que puedes conectar con la sabiduría perdida de los santos célibes medievales.

—No. —Akili sonrió divertida—. Pero el sexo tampoco ofrece más de lo que puede dar un chute de heroína, por mucho que las sectas sermoneen sobre los «misterios tántricos y la comunión de las almas». Dale a uno de RM un par de setas mágicas y te dirá, sinceramente, que acaba de tirarse a Dios. Porque el sexo, las drogas y la religión dependen de los mismos fenómenos neuroquímicos simples: la adicción, la euforia y la excitación; y todos son igualmente fútiles.

Era una verdad que me resultaba familiar, pero en aquel momento caló hondo. Porque todavía le deseaba y la droga a la que estaba enganchado no existía.

—Si casi todos eligen seguir siendo adictos al orgasmo —añadió Akili mientras levantaba las manos en señal de tregua; no quería hacerme daño, sólo defender su filosofía—, están en su derecho. Ni siquiera eil ásex más radical soñaría con obligarlos a seguirnos, pero no quiero que mi vida gire en torno a unos cuantos trucos bioquímicos baratos.

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