El juego de los abalorios (25 page)

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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

BOOK: El juego de los abalorios
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Acerca del propósito de la misión de Knecht, que éste le explicó, expresó esta opinión:

—Sus superiores en Castalia no son precisamente diplomáticos geniales pero sí muy aceptables, y tienen también suerte. Meditaré en calma su propósito y mi resolución al respecto dependerá en parte de cuanto logre usted hacerme conocer de la constitución castalia y de su conjunto de ideas y demostrarme que todo eso es plausible. Tendremos lodo el tiempo para ello.

Y viendo a Knecht un poco preocupado todavía, se rió fuerte y dijo:

—Si quiere, puede considerar mi modo de proceder también como una especie de lección. Somos dos diplomáticos y las reuniones de los diplomáticos son siempre una lucha, aunque guarde formas amistosas. En nuestra lucha, estaba yo momentáneamente en desventaja, se me había escapado la regla, la ley del procedimiento, usted sabía más que yo. Ahora estamos a mano. El movimiento de mi pieza en el tablero fue afortunado, era correcto pues…

Si Knecht consideraba valioso e importante conquistar al
Pater
para los propósitos de las Autoridades castalias, creía sin embargo, mucho más conveniente aprender a su lado todo lo posible y, por su parte, ser para el sabio y poderoso señor el guía de confianza en el Bando castalio. Buen número de sus amigos y discípulos envidiaron a Knecht por muchas cosas, como suelen ser envidiados justamente hombres distinguidos, no sólo por su grandeza y energía interiores, sino también por su fortuna aparente, el supuesto favor de la suerte. El más pequeño ve en el más grande lo que sólo alcanza a ver, y la carrera y la ascensión de Josef Knecht tienen en realidad para quien las observa algo extraordinariamente brillante, rápido, a primera vista fácil; es posible sentirse tentados de decir de aquel periodo de su vida: tuvo suerte. Trataremos de explicar también en forma racionalista o moralista esa «suerte», ya como una consecuencia casual de circunstancias exteriores, ya como una suerte de premio por su especial virtud. La suerte nada tiene que ver ni con la razón ni con la moral; por su esencia es algo mágico, casual, de una categoría humana, primitiva, juvenil. El ingenuamente afortunado, el favorecido por las hadas, el mimado de los dioses, no es un objeto para la observación racional y del mismo modo tampoco para la biográfica: es símbolo y está más allá de lo personal y lo histórico. Pero existen hombres sobresalientes, de cuya vida no puede imaginarse ausente la «suerte», aunque ella consista simplemente en que ellos y la misión que tuvieron corresponden y combinan realmente entre sí en el aspecto histórico y biográfico, o en que no nacieron ni demasiado temprano ni demasiado tarde. A éstos parece pertenecer Knecht. Por eso su existencia, por lo menos durante un trecho, da la impresión de como si todo lo deseable le hubiese caído por sí solo en las manos. No negaremos este aspecto ni lo suprimiremos, podríamos también explicarlo razonablemente sólo mediante un método biográfico, que no es el nuestro ni el deseado y permitido en Castalia, con un detallismo casi sin límites, es decir, en lo más personal o privado, en la salud y la enfermedad, en las reacciones y titubeos en las sensaciones de su vida y de sí. Estamos convencidos de que tal especie de biografía, que no corresponde a nuestro caso, nos llevaría a, la comprobación de un perfecto equilibrio entre su «suerte» y su vida, y, sin embargo, resultaría la falsificación de su figura y de su existencia.

Y basta de digresiones. Estábamos diciendo que Knecht era envidiado por muchos que le conocían o aun sólo oían hablar de él. Pero de su vida nada envidiaron más los inferiores que su relación con el
Pater
benedictino que fue al mismo tiempo alumnado y magisterio, tomar y dar, ser conquistado y conquistar, y también amistad e intima comunidad de labor. Tampoco Knecht se sintió más feliz por ninguna otra de sus conquistas, desde aquélla del Hermano Mayor en el soto de bambúes, por ninguna tan distinguido y avergonzado simultáneamente, regalado y estimulado. Apenas tal vez por la de su discípulo preferido, cosa que no hubiera atestiguado, cómo llegó a hablar del
Pater
Jakobus tan a menudo, tan gustosa y alegremente. Con él Knecht aprendió algo que tal vez no hubiera podido aprender en la Castalia de entonces; no logró solamente una visión de conjunto sobre métodos y recursos del conocimiento y la investigación de la historia y su primera práctica en su empleo, sino que mucho más allá alcanzó a vivir la historia como realidad, como vida, y no como campo de la ciencia, y a esto responde también como consecuencia la transformación en historia de su propia vida personal, y su acrecentamiento: No hubiera podido aprender todo esto de un solo sabio. Jakobus no era solamente un espectador y un guía, por encima de la sabiduría; era además alguien que vive y colabora en la historia; no había utilizado el lugar en que lo había colocado el destino, para gozar el calor de una cómoda existencia contemplativa, sino que había dejado soplar en su cuarto de sabio los vientos del mundo y en su corazón las congojas y las intuiciones de su época; colaboraba en el suceder de su tiempo, en él se complicaba y asumía responsabilidades, y no sólo había tenido que ver con la visión, la ordenación y la interpretación de hechos ocurridos hacía muchísimo tiempo, y con las ideas solamente, sino en igual medida con la resistencia de la materia y de los hombres. Juntamente con su colaborador y adversario, un jesuíta muerto hacía poco, era considerado como el verdadero fundador del poder moral y diplomático y del elevado respeto político, que había reconquistado la Iglesia romana, al cabo de períodos de resignación y suma necesidad.

Aunque en las conversaciones de maestro y alumno no se hablaba ahora casi nunca del presente político —lo impedía, no solamente la experiencia del
Pater
en saber callarse y reservarse, sino por igual también el miedo del joven por ser arrastrado a la diplomacia y a la política—, la posición y actividad políticas del benedictino había impregnado tanto sin embargo, su consideración de la historia universal, que en cada una de sus opiniones, en cada una de sus miradas en el caos del agitarse del mundo, pesaba también el político práctico, no, por cierto un político ambicioso, intrigante, un rector o conductor, ni un aspirante, sino un consejero y mediador, un hombre cuya actividad era suavizada por el saber, el anhelo, por una profunda visión de la insuficiencia y dificultad del ser humano, pero a quien otorgaban notable poder su fama, su experiencia, su conocimiento de hombres y situaciones y, no en último término, su desinterés y su integridad personales. De todo esto, Josef nada sabía cuando llegó a Mariafels, no conocía siquiera el nombre del
Pater
. La mayoría de los habitantes de Castalia vivía en una ingenuidad y falta de sentido políticos, que fue a menudo propia en épocas anteriores de la clase intelectual; no se poseían derechos y deberes políticos, casi no se veían los diarios; y si tal era la conducta y la costumbre del promedio de los castalios, el miedo a lo actual, a la política, al periodismo era aún mayor entre los jugadores de abalorios, que se consideraban complacidos como la verdadera flor y nata de la «provincia» y se cuidaban muy mucho de no dejar enturbiar y ensombrecer la sutil atmósfera sublimada de su existencia de sabios y artistas. En su primera aparición en el monasterio, Knecht no se presentó como portador de una misión diplomática, sino solamente como maestro del juego de abalorios, y no poseía otros conocimientos de naturaleza política que los que le impartiera en pocas semanas el señor Dubois. Si se comparaba con el Knecht de entonces, hoy era mucho más sabio, pero no había perdido por cierto nada de su aversión del hombre de Waldzell a ocuparse de política actual. Y si también en el aspecto político, en su trato con el
Pater
Jakobus, había sido despertado y educado, esto no ocurrió porque Knecht hubiese sentido una necesidad al respecto, como la sentía por ejemplo por la historia, sino porque le resultó inevitable y corriente.

Para completar su armamento y sentirse apto a su honroso encargo de ilustrar al Padre en sus lecciones de
rebus castaliensibus
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. Knecht traía de Waldzell obras acerca de la constitución y la historia de la «provincia», el sistema de las escuelas de selección y la historia de la evolución del juego de abalorios. Algunos de estos libros —no los vio más— le habían servido ya veinte años antes en sus disputas con Plinio Designori; otros, que en aquella época le estaban vedados, porque redactados especialmente para los funcionarios de Castalia, los leyó apenas ahora. Ocurrió así que al mismo tiempo que su campo de estudio se ensanchaba, fue obligado a considerar, comprender y robustecer nuevamente sus propios fundamentos espirituales e históricos. En su intento de simplificar y en lo posible demostrar claramente al
Pater
la esencia de la Orden y del sistema de Castalia, muy pronto chocó, como no podía ser de otra manera, con el punto más débil de su propia cultura y la de todos los castalios; se le reveló que las condiciones de la historia del mundo que hicieron posible e impulsaron un día le fundación de la Orden y de todo lo que se siguió de ello, podían representarse para él mismo solamente en un cuadro esquemático y pálido, que carecía de evidencia y orden. Como el
Pater
era todo menos que un alumno pasivo, se llegó a un notable trabajo de colaboración, a un intercambio sumamente vivo: mientras él trataba de exponer la historia de su Orden castalia, Jakobus le ayudó a ver y revivir correctamente en muchos aspectos tal historia y a hallar sus raíces en la general del mundo y de las naciones. Veremos cómo estas intensas explicaciones, por el temperamento del
Pater
a menudo llevadas a tener el carácter de apasionadas discusiones, seguirán dando sus frutos muchos años después y continuarán influyendo agudamente hasta la muerte de Knecht. La conducta ulterior del
Pater
muestra con qué atención por otra parte éste oyó las exposiciones de Josef y en qué medida aprendió a conocer y reconocer a Castalia. Se debe a estos dos hombres el entendimiento entre Roma y Castalia hoy subsistente, que prosperó hasta llegar a ser colaboración y alianza por la benévola neutralidad y el culto intercambio inicial.

El Padre quiso ser también iniciado finalmente en la teoría del juego de abalorios, que antes rechazara con una sonrisa, porque comprendía ciertamente que en él había que buscar el secreto de la Orden y, en cierta medida, su doctrina o religión, y ahora que estaba determinado a penetrar en ese mundo poco simpático y hasta ese momento conocido sólo de oídas, fue directamente al blanco en su acostumbrada forma astuta y vigorosa, y aunque no llegó a ser un jugador de abalorios —para eso era ciertamente demasiado Viejo— los espíritus del juego y de la Orden no tuvieron casi nunca fuera de Castalia un amigo serio y de valía como el gran benedictino.

Cada vez más, cuando Knecht se despedía del
Pater
después de su tarea, éste le daba a entender que por esa noche estaría para él en casa; después de los esfuerzos de las lecciones y las tensiones de la discusión, eran horas de paz amable aquéllas, cuando Josef traía a menudo su clavicordio o su violín; el anciano se sentaba al piano a la suave luz de una vela, cuyo dulce perfume a cera llenaba el reducido espacio a porfía con la música de Gorelli, Scarlatti, Telemann o Bach que tocaban juntos o alternadamente. El anciano señor se acostaba temprano y Knecht, robustecido por el breve acto nocturno de devoción musical, prolongaba el lapso de su labor hasta el limite consentido durante la noche por la disciplina.

Además de sus estudios bilaterales con el
Pater
, el curso de juego en el monasterio, dictado sin prisa y uno que otro coloquio chino con el abad Gervasio, encontramos a Knecht en ese tiempo ocupado por un trabajo realmente vasto; participaba en el concurso anual de la selección de Waldzell, cosa que había descuidado en las dos últimas ocasiones. En este concurso, en base a tres o cuatro temas principales, prefijados para el juego de abalorios, se elaboraban proyectos o propuestas; se atribuía gran valor a nuevos entrelazamientos de temas, atrevidos y originales, juntamente con la máxima limpieza formal y su caligrafía, y en esta única ocasión se permitía a los competidores, también transgresiones a los cánones, es decir, se les concedía derecho de servirse también de nuevas cifras, aún no aceptadas en el código oficial ni en el tesoro de los jeroglíficos. Con ello, este concurso, juntamente con los grandes juegos públicos y solemnes, se convertía, pues, en el acontecimiento más excitante del
Vicus Lusorum
y en la presentación de los aspirantes más promisorios de nuevos signos; la distinción más alta imaginable y muy raramente conferida para el vencedor de esta competición, consistía en que no sólo su partida llegaba a reproducirse solemnemente como la mejor de un candidato de ese año, sino que se reconocía su aporte a la gramática y al tesoro idiomático del juego y se incluía en el archivo y en el idioma del mismo. Una ver había sido premiado con este raro honor, unos cincuenta años antes, el gran Tomás Della Trave, el actual
Magister Ludi
, por sus nuevas abreviaturas del significado alquimista del zodíaco; más tarde, el
Magister
Tomás hizo mucho para el conocimiento de la alquimia y su inserción ordenada como fértil lengua secreta. Esta vez, Knecht renunció al empleo de nuevos valores de juego, de los que tenía muchos preparados como casi cualquier otro candidato; tampoco vio la oportunidad de ofrecer un testimonio del método psicológico del juego, cosa que le hubiera importado mucho realmente; construyó una partida de estructura y temática por cierto modernas y personales, pero ante todo de una composición transparentemente clara y clásica y de ejecución severamente simétrica, moderadamente ornamental y de un brío de viejo maestro. Tal vez fue su alejamiento de Waldzell y del archivo del juego lo que lo obligó a eso, tal vez fue su grave compromiso de energías y tiempo con los estudios históricos, tal vez lo guió también su deseo más o menos consciente de estilizar su juego en forma tal que más correspondiera al gusto de su maestro y amigo, el
Pater
Jakobus; no lo sabemos.

Hemos empleado la expresión «método psicológico de juego», que quizá no es comprensible a cada uno de nuestros lectores sin alguna explicación; en los tiempos de Knecht era una frase típica muy en boga. Ciertamente, hubo siempre corrientes, modas luchas y opiniones cambiantes y sucesivas interpretaciones entre los iniciados en el juego de abalorios, y en esa época eran sobre todo tres las concepciones del juego alrededor de las cuales se desarrollaba la lucha y la discusión. Se distinguían dos tipos de juego, el
formal
y el
psicológico
, y sabemos que Knecht, como Tegularius, aunque éste se mantenía alejado de la discusión oral, pertenecía a los adeptos y propulsores del último, sólo que Josef, en lugar de hablar de «método psicológico», prefería la expresión «método pedagógico». El juego formal aspiraba a formar del contenido objetivo de cada partida otro contenido matemático, lingüístico, musical, etc., una unidad y una armonía densas, sin lagunas, formalmente perfectas en lo posible. En cambio, el juego psicológico buscaba la unidad y la armonía, la redondez cósmica y la perfección no tanto en la elección, ordenación, limitación, vinculación y oposición de los contenidos, como en la meditación de cada etapa sucesiva del juego, sobre la cual insistía en absoluto. Este juego psicológico, o pedagógico, como prefería llamarlo Knecht, no ofrecía desde fuera el aspecto de la perfección, sino que guiaba al jugador a la vivencia de lo perfecto y lo divino, a través de una serie de meditaciones exactamente preestablecidas. «El juego, como yo lo entiendo —escribió una vez Josef al ex
Magister Musicae
—, envuelve al jugador al concluir la meditación como la superficie de una esfera rodea su centro, y le deja con la sensación de haber liberado y recibido dentro de sí un mundo totalmente simétrico y armónico, fuera del mundo casual y caótico».

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