El juego de los abalorios (27 page)

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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

BOOK: El juego de los abalorios
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Con las solemnidades ocurre algo original. Una fiesta legítima no puede nunca fracasar totalmente, aunque intervengan desgraciadamente fuerzas superiores. Para el creyente conserva su sagrado valor también una procesión azotada por la lluvia, y una comida quemada en esa fiesta tampoco puede desilusionarle; por esta razón cada ceremonia anual resulta festiva y en cierto modo consagrada para los jugadores de abalorios. Pero hay fiestas y juegos, como todos sabemos, donde todo combina y se ensambla y alegra y entusiasma, como hay también espectáculos teatrales y musicales que sin causa fácilmente comprensible se elevan como por milagro a considerable altura e íntimas vivencias, mientras otros, preparados con no menos cuidado, son apenas obra pasable. En cuanto el acontecer de las altas vivencias se funda, pues, en el estado de ánimo del participante, Josef Knecht se hubiera encontrado preparado de la mejor forma imaginable: sin el aguijón de una preocupación, de regreso con honra del extranjero, aguardaba con alegre esperanza lo que viniere.

Pero esta vez no quería el destino que el
Ludus sollemnis
, rozado por el hábito del milagro, llegara a un grado especial de consagración e irradiación. Resultó hasta desagradable, notablemente sin suerte, casi mi fracaso. Aunque a pesar de todo, muchos participantes se sentían edificados y elevados, como siempre en tales casos los verdaderos campeones, los organizadores y responsables conocieron más amargamente la atmósfera de embotamiento, desgracia y frustración, de inhibición y ruina que amenazaba el cielo de la fiesta. Aunque Knecht naturalmente también lo sentía y sufría cierta desilusión con su tensa esperanza, no era ciertamente uno de los que más netamente percibían el desastre: como no era un colaborador del juego ni le correspondía responsabilidad alguna, le fue posible en esos días —a pesar de que el acto no lograba florecer y triunfar— seguir con su consenso, como devoto participante, el juego noblemente construido, dejar volar libremente la meditación y, con grata entrega, realizar en sí mismo la bien conocida vivencia de una fiesta y un sacrificio, de una mística comunión de la colectividad a los pies de lo divino, que puede brindar también un acto «fracasado» para el estrecho círculo de los grandes iniciados. De todas maneras, él mismo fue rozado por el desastre que se cernía sobre la ceremonia; ciertamente, el juego en sí, en su plan y su realización, fue intachable, como todos los juegos del
Magister Tomás
; aun resultó uno de los más impresionantes, sencillos e inmediatos de todos los suyos. Pero su presentación cayó bajo una estrella particularmente mala y no ha sido olvidada aún en la historia de Waldzell.

Cuando Knecht llegó a Waldzell, una semana antes del comienzo de los grandes juegos, después de presentarse en el
Vicus Lusorum
, no fue recibido por el
Magister Ludi
, sino por su representante Bertram, que le dio cortésmente la bienvenida, pero con bastante sequedad y distracción le comunicó que el venerado maestro había enfermado en esos días y él mismo no estaba suficientemente informado acerca de la misión de Knecht como para recibir su relación; debía, pues, visitar la dirección de la Orden en Hirsland, anunciar allí su retorno y esperar órdenes. Cuando Knecht al despedirse reveló involuntariamente, en la voz o en los ademanes, cierta extrañeza por la frialdad y la brevedad de su recibimiento, Bertram se disculpó. El colega debía perdonar la eventual desilusión y comprender lo grave de la situación: el
Magister
estaba enfermo, el gran festival del juego era inminente, y no se sabía aún si el anciano podría tomar la dirección o si tendría que reemplazarlo él, como representante. La enfermedad del respetado maestro no podía ocurrir en un momento más desfavorable ni delicado; estaba siempre preparado para atender los asuntos del cargo en lugar del
Magister
, pero superaba sus fuerzas prepararse todavía en tan breve plazo lo bastante bien para el gran acto y para asumir su dirección.

Knecht compadeció al hombre visiblemente abatido y un poco fuera de su equilibrio, y lamentó en igual medida que ahora tal vez la responsabilidad de los juegos recayera en esas manos. Había estado alejado de Waldzell demasiado tiempo, para saber cuánto fundamento tenían las quejas de Bertram, porque éste, desde hacia tiempo había perdido la confianza de los «selectos», desgracia tremenda para un sustituto, y se encontraba por eso en una muy grave situación. Con pena pensó Josef en el
Ludi Magister
, el campeón de la forma clásica y de la ironía, el maestro y caballero perfecto; había acariciado la idea de ser recibido por él, de ser escuchado y además incorporado nuevamente a la pequeña comuna de los jugadores, tal vez en algún puesto de confianza. Había deseado ver celebrado por el maestro Tomás el gran festival, seguir trabajando ante sus ojos y luchar por merecer su aprobación; le dolía ahora y le desilusionaba saber que el maestro se ocultaba en su enfermedad y que él se veía asignado a otras instancias. Le compensaron por cierto la respetuosa benevolencia y la camaradería con que lo recibieron y escucharon el secretario de la Orden y el señor Dubois. Ya en el primer coloquio pudo comprobar que no se pensaba utilizarlo más en el proyecto romano como antes, y que se respetaba su deseo del retorno definitivo al juego de abalorios; por el momento, se le invitó amablemente a residir en la casa de huéspedes del
Vicus Lusorum
y a aclimatarse un poco otra vez allí asistiendo también al festival del año. Con su amigo Tegularius dedicó los días que faltaban al ayuno y a ejercicios de concentración, y compartió devotamente y agradecido aquel juego original que dejó en muchos tan poco agradable recuerdo.

La situación de los sustitutos de los grandes maestros, llamados también «sombra», y especialmente los de las secciones de música y del juego de abalorios, es muy particular. Cada
Magister
tiene un sustituto, no ya nombrado por la autoridad suprema, sino elegido por él mismo de entre el grupo más reducido de sus candidatos, y es del todo responsable por sus actos y aun por la firma del maestro que representa. Para un candidato es por lo tanto una gran distinción y un signo de la máxima confianza ser promovido por su
Magister
a sustituto; se le reconoce entonces como íntimo colaborador y mano derecha del poderoso señor, y realiza sus actos oficiales, no todos ciertamente, cuando aquél está impedido o se lo ordena en las sesiones de la autoridad suprema, por ejemplo, puede presentarse solamente como portador de un sí o de un no, pero nunca como orador o proponente, y en otros casos más, de acuerdo con parecidas medidas de precaución. Pero mientras el nombramiento de sustituto encumbra a éste en un puesto muy elevado y a veces muy expuesto, equivale sin embargo, al mismo tiempo a tornarlo inofensivo y relegarlo, lo separa dentro de la jerarquía oficial en cierta manera como un caso de excepción y mientras le concede a menudo un alto honor y le confía importantísimas funciones, le quita ciertos derechos, ciertas posibilidades, de que goza cualquier otro aspirante. En efecto, hay dos puntos en que su situación de privilegio se conoce claramente: el vicemaestro no es responsable de sus actos oficiales y no puede ascender ya más dentro de la jerarquía. No es una ley escrita, pero se deduce de la lectura de la historia de Castalia: nunca ocupó el lugar de un
Magister
su «sombra», en caso de muerte o renuncia al cargo, que sin embargo, cubrió a menudo y al que la entera existencia parece predestinarlo como sucesor. Es romo si la costumbre quisiera recalcar conscientemente como infranqueables, limites y vallas aparentemente movibles y deslizables: el límite entre
Magister
y sustituto corresponde al mismo existente entre cargo y persona. Al aceptar, pues, un castalio el alto, puesto de confianza de un vicemaestro, renuncia a la perspectiva de ser él mismo
Magister
, a sentirse verdaderamente unido al traje y a las insignias oficiales que a menudo lleva como representante, y al mismo tiempo alcanza el derecho de doble sentido de cargar no sobre si mismo, sino sobre su jefe los errores eventuales de su labor oficial: el
Magister
solamente responde por él. Y ha ocurrido de hecho que un
Magister
resultó víctima del sustituto por él elegido y tuvo que retirarse del cargo por alguna grosera falta de que se hiciera culpable el representante. La palabra con la que se indios en Waldzell al sustituto del
Ludi Magister
, es perfectamente adecuada para significar su peculiar situación, su vínculo, su casi identidad con el maestro, y simultáneamente lo ficticio y lo quimérico de su existencia oficial: se le llama allí la «sombra».

El gran maestro Tomás Della Trave había dejado actuar desde mucho tiempo atrás a una «sombra» de nombre Bertram, que al parecer carecía más de buena suerte que de capacidad o buena voluntad. Era un excelente jugador de abalorios, cosa natural y comprensible, era también un maestro por lo menos hábil y un funcionario consciente, incondicionalmente fiel a su jefe; pero en el curso de los últimos años había merecido más bien la antipatía de los otros funcionarios y tenía contra él al grupo más joven inmediato de la «selección», y como no poseía el temperamento caballerescamente franco de su
Magister
, esa situación trastornaba el aplomo y la tranquilidad de su proceder. El jefe no lo había dejado abandonado a sí mismo, liberándolo en todo lo posible en esos años de los roces con aquella «selección», sustrayéndolo sobre todo cada vez más a la publicidad y empleándolo con preferencia en las oficinas y en el archivo. Este hombre irreprensible, pero no querido o por lo menos poco querido ya en esos días, visiblemente nada favorecido por la suerte, se vio ahora de pronto, por la enfermedad de su jefe, a la cabeza del
Vicus Lusorum
y en el caso de que tuviera que dirigir realmente la fiesta anual, colocado en esa época solemne en el lugar más visible de toda la «provincia», y hubiera podido desempeñar correctamente su gran tarea, si la mayoría de los jugadores de abalorios o por lo menos los repetidores lo hubiesen sostenido con su confianza, lo que lamentablemente no sucedió. Y así fue como el
Ludus sollemnis
resultó esta vez una dura prueba y casi una catástrofe para Waldzell.

Apenas durante la víspera del comienzo de los juegos se anunció oficialmente que el
Magister
estaba seriamente enfermo y sería incapaz de dirigir las fiestas. No sabemos si esta tardanza en la comunicación fue tal vez debida a una disposición del maestro enfermo, quien esperó hasta el último momento poder levantarse y presidir de todas maneras la ceremonia. Es más probable que estuviera ya demasiado enfermo para pensar en ello y que su «sombra» cometió el error de mantener en la incertidumbre a Castalia acerca de la situación reinante en Waldzell. Ciertamente, sería fácil discutir también si esta vacilación, esta reserva, fue realmente un error. Sin duda se procedió de buena fe, es decir, para no desacreditar anticipadamente la fiesta y no alejar a los adictos al maestro Tomás. Y todo hubiera resultado bien si hubiera existido confianza entre la comunidad de los jugadores de Waldzell y Bertram; la «sombra» —cabe no dudarlo casi— se hubiera convertido realmente en un sustituto y la ausencia del
Magister
hubiera podido pasar casi inadvertida. Es ocioso imaginar otras suposiciones al respecto; creíamos nuestro deber explicar solamente que Bertram no fue necesariamente un fracasado o un indigno, como lo creyó entonces la opinión pública de Waldzell. Resultó mucho más víctima que culpable.

Hubo, pues, como todos los años gran afluencia de huéspedes para el gran acto. Algunos estaban completamente desprevenidos, otros llegaban preocupados por el estado del
Magister Ludi
y con poco alegres presentimientos acerca del curso de la fiesta. Waldzell y las colonias vecinas se colmaron de gente; casi al completo estaban presentes las autoridades educativas y los directores de la Orden; también de los lugares más apartados del país y del extranjero concurrieron gozosos viajeros, que se apiñaron en las casas de huéspedes. Como siempre se inauguró la fiesta en la víspera del comienzo del torneo con la hora de meditación, durante la cual desde el primer tañido de la campana toda la zona festiva colmada de hombres se ensimismaba en un silencio profundo y devoto. La mañana siguiente trajo la primera de las ejecuciones musicales y el anuncio del primer movimiento del juego, como también la meditación sobre los dos temas musicales de este movimiento. Bertram, ataviado con el traje de gala del
Magister Ludi
, ostentaba su porte medido y dueño de sí, sólo estaba ligeramente pálido y posteriormente apareció cada día más agotado, sufriente y resignado; en los últimos días semejaba realmente una «sombra». Ya durante el segundo día de la ceremonia se difundió el rumor de que el estado del
Magister
Tomás había empeorado y su vida peligraba, y por la noche del mismo día se oyeron aquí y allá y en todas partes entre los más iniciados los primeros elementos de la leyenda que surgía poco a poco alrededor del maestro enfermo y de su «sombra». Esta leyenda, que partió del círculo íntimo del
Vicus Lusorum
, los repetidores, pretendía saber que el maestro deseaba y podía presentarse como director de los juegos, pero que se había sacrificado a la ambición de su «sombra», dejando a su cargo la solemne tarea. Pero ahora, en que Bertram no parecía justamente apto para su noble papel y el juego amenazaba transformarse en una desilusión, el enfermo sabía que era responsable de la fiesta, de su «sombra» y de su fracaso, y había resuelto expiar él mismo el error cometido; ésta y no otra era la causa del rápido empeoramiento de su estado de salud y del aumento de la fiebre. Naturalmente, ésta no era la única versión de la leyenda, pero sí la de la «selección» y revelaba claramente que esta selección, este renuevo de aspirantes, consideraba trágica la situación y no estaba dispuesta a apoyar una aclaración, una desviación o un paliativo de esta tragedia. La veneración por el maestro equilibraba en la balanza la inquina contra su «sombra», a éste se le deseaba el fracaso y la caída; debía pagar al mismo tiempo que el
Magister
.

Un día después, se oía contar que el
Magister
había conjurado desde su lecho de enfermo a su sustituto y a dos «seniors» de la selección para que mantuviesen la paz y no hicieran peligrar la fiesta; un día más y se aseguró que había dictado su última voluntad y señalado a la Autoridad el hombre que deseaba como sucesor; hasta se llegó a hacer nombres. Juntamente con las noticias sobre el estado de salud del maestro, cada vez más grave, circularon otros rumores, y en el salón de fiestas y en las casas de huéspedes, el estado de ánimo decaía constantemente, aunque nadie llegó hasta renunciar a lo que faltaba de la ceremonia y partir. Había sobre toda la organización una pesada y sombría opresión, aunque la misma en su curso exterior se cumpliera en perfecta forma, pero no se sentía casi nada de la alegría y la elevación que eran una característica bien conocida de esta fiesta y se anhelaban sinceramente, y cuando el penúltimo día de los juegos el creador de esa solemnidad, el
Magister
Tomás, cerró los ojos para siempre, las autoridades no lograron contener, a pesar de sus esfuerzos, la difusión de la noticia y, cosa notable, muchos participantes consideraron esta solución del nudo, como una liberación. Los alumnos del juego, y sobre todo, la «selección», aunque antes del final del
Ludus sollemnis
no podían llevar luto ni interrumpir mínimamente el curso severamente prescripto para esos días de las horas destinadas alternadamente a representaciones y ejercicios de meditación, comenzaron el último acto festivo y el día solemne con un proceder y un estado de ánimo acordes en todo como si se tratara de un duelo por el muerto venerado y dejaron formar una helada atmósfera de aislamiento alrededor de Bertram, que seguía actuando oficialmente, cansado, muerto de sueño, pálido y con los ojos casi cerrados.

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